La Herbolaria
Dentro de los mercados hay jardines en primavera y bosques antiguos en perpetuo invierno. Estos bosques son los de las yerbas, que vienen del tiempo indígena en que la gente, sin complicaciones presuntuosas, se curaba con la sencilla hechicería de la naturaleza.
La yerbera -herbolaria dicen los diccionarios- es la durmiente de un bosque de mil años; raíces y ramas petrificadas, hojas y flores de ceniza. Cuachalate para la úlcera; doradilla para la vescícula; cola de caballo para los riñones; boldo, un té en ayunas, para la bilis; flores de azahar y naranjo para los nervios; semillas de sulemán para las reúmas, los calambres y el dolor de huesos por el frío; grangel para la vejiga; tumbavaquero para el insomnio; polvo de culebra para la sangre…
-¡Ay, marchanta! ¿Qué haré con mi muchacho? No puedo quitarle lo empachado.
Y la yerbera:
-¡Um! Para el empacho no hay como la lengua de vaca con una cortecita de viuchito; tres cogollitos de guayaba y de Durazno; una cascarita de lo blanco del mesquite y una rama de yerbabuena. Se hierve todo y se toma en ayunas. Eso y con untarle al muchacho manteca con flor de ceniza. Luego le jala el cuerito de la rabadilla, y cuando truena, ya salió el empacho….¡Ah, y no deje de ponerle su ojo de venado con un collarcito, pa’que no vuelvan a hacerle mal de ojo!...
Hay que ver a la yerbera, perdida en su follaje y breñal milagroso, entre canastos, paquetes, haces de ramas y montes de raíces y flores secas. “Concha nácar para las cicatrices; flor de yoloxóchitl para el corazón”…
(Tomado de: Ricardo Cortés Tamayo (Texto) y Alberto Beltrán (Dibujo) – Los Mexicanos se pintan solos)
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