Tlahuicole, célebre general tlaxcalteca
(Tlahuicole, escultura por Manuel Vilar, 1851. Museo Nacional de Arte, México)
Entre otras víctimas es memorable en las historias mexicanas la que en uno de esos asaltos apresaron los huexotzincas. Había en la arma de Tlaxcala un famosísimo general nombrado Tlahuicole cuyo valor no era inferior a la asombrosa fuerza de su brazo. La macana con que ordinariamente combatía era tan pesada, que otro soldado de moderadas fuerzas apenas podía alzarla del suelo. Su nombre era el terror de los enemigos de la república y todos huían del lugar donde él se presentaba con su macana. Este, pues, en un asalto que dieron los huexotzincas a una guarnición de otomíes, en el calor de la acción se metió incautamente en un lugar pantanoso, en donde no pudiendo moverse con tanta libertad como había menester, fue hecho prisionero y, encerrado en una fuerte caja de madera fue llevado a México y presentado a Moctezuma. Este rey, que sabía apreciar el mérito de las personas aun en sus propios enemigos, en vez de darle la muerte le concedió generosamente la libertad de volverse a su patria; pero el arrogante tlaxcalteca no aceptó el favor, pretextando que, habiendo sido cautivo, no osaba presentarse con tan grande ignonimia a sus nacionales; que quería morir como los demás prisioneros, en honor de sus dioses. Moctezuma, viéndolo tan renuente a volver a su patria y no queriendo, por otra parte, privar al mundo de un hombre tan célebre, lo fue entreteniendo en la corte con el ánimo de ganarle la voluntad y servirse de él en beneficio de la corona.
Entre tanto se ofreció la guerra con el rey de Michoacán, cuya ocasión y circunstancias ignoramos, y envió su ejército a Tlaximaloyan que era la raya de ambos reinos, a las órdenes de Tlahuicole. Este general desempeñó con valor la confianza del rey, y aunque no pudo desalojar a los michoacanenses del lugar donde se habían hecho fuertes, les hizo muchos prisioneros y les quitó mucho oro y plata y con estas ventajas volvió a México lleno de gloria. El rey le dio las gracias y le convidó de nuevo con la libertad, y no aceptándola el tlaxcalteca, le ofreció el empleo estable de tlacatécatl o general del ejército, a lo cual respondió Tlahuicole con bastante desenfado que no quería ser traidor a su patria; que deseaba morir sacrificado, pero pedía a su majestad que fuese en el sacrificio gladiatorio, que sería el más honroso a su persona por ser ese el destinado a los prisioneros de mérito.
Más de tres años estuvo este célebre general cautivo en México con una de sus mujeres que de Tlaxcala se había ido a hacer vida con él; lo cual solicitaron verosímilmente los mismos mexicanos, por la esperanza de que les dejase una gloriosa posteridad que ennobleciese con sus hazañas la corte y el reino de México. Al cabo de los años, viendo Moctezuma la obstinación con que desechaba todos los partidos que le ofrecía, condescendió finalmente a sus bárbaros deseos y señaló el día del sacrificio. Ocho días antes comenzaron los mexicanos a celebrarlo con bailes y, cumplido el término, en presencia del rey, de toda la nobleza y de inmenso pueblo, ataron de un pie, según el rito establecido, al cautivo tlaxcalteca al temalacatl o piedra grande y redonda donde se hacía semejante sacrificio.
Salieron sucesivamente a combatir con él varios hombres esforzados, de los cuales dejó, según dicen, muertos ocho y heridos unos veinte, hasta que habiendo recibido un fuerte golpe cayó en tierra fuera de sí, y antes de morir lo llevaron a la presencia de Huitzilopochtli, en donde le abrieron los sacerdotes el pecho y le sacaron el corazón y echaron a rodar su cadáver, según la costumbre, por las escaleras del templo. Así acabó este famoso general cuyo valor y fidelidad a su patria lo hubieran elevado al más alto grado del heroísmo, si se hubiera dirigido por mejores luces.
(Tomado de: Francisco Javier Clavijero - Historia antigua de México.)
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