Un espacio inescapable de la nota roja: la cárcel capitalina, la Penitenciaría, el Palacio Negro de Lecumberri. A lo largo del siglo, en las galeras del “santuario del crimen” actúan, coexisten, se pelean y se matan los seres-que-no-tiene-nada-que-perder, la colección extremosa jamás convenida de la tesis moralista: “El crimen no paga”. En la nota roja las lecciones de Lecumberri, las que sean, se disuelven en el “culto a la personalidad criminal”, en los inacabables reportajes sobre los grandes inquilinos del Palacio Negro: Goyo Cárdenas, Jacques Mornard, El Sapo (con la estadística funeraria en su haber: más de trescientos asesinatos), el falsificador Enrico San Pietro, el cantante Paco Sierra, Fidel Corvera Ríos, Humberto Mariles.
A la fascinación “heterodoxa” contribuyen las tradiciones del lugar: el apando (el encierro), la fajina, los crímenes en las celdas, los usos amorosos que incluyen la violación de los recién llegados. Pero si la Penitenciaría es, stricto sensu, un infierno, en la mitología popular Lecumberri es lo prohibido, la vecindad sin salidas, la continuación de lo mismo entre rejas. Al confinamiento se llega por razones de la crueldad incontrolable, las debilidades amatorias, los desfalcos, los robos, las explosiones de alcohol y la pasión. Por la cercanía de la cárcel y lo cotidiano, en decenas de películas –Nosotros los Pobres, 1947, de Ismael Rodríguez, la más famosa; El Apando, de Felipe Cazals, la más violenta- Lecumberri es a la vez el recinto de la maldad, la concentración de vicios y desechos humanos, y lo contrario, un espacio de la solidaridad, la colectividad más extremosa en un país todavía comunitario. Y si al cine mexicano lo excede la tarea de dramatizar la corrupción, la indefensión social y la patología criminal, acierta en algo con todo: el público, aunque vea en la cárcel a la degradación última, la asocia también con la injusticia (“Tantos ladrones que andan sueltos”) y con la desgracia infinita de ser pobre: “Si tienes dinero la pasas bien hasta en la cárcel”.
El 26 de agosto de 1975 Lecumberri cierra sus puertas para reaparecer como Archivo General de la Nación.
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