Publicado en El Nacional, ¿junio de 1954?
Los mexicanismos -que son muy abundantes- me interrumpían a cada momento la comprensión de la frase cuando llegué a Mexico. No digo con esto que ya esté al cabo de la calle, o sea que todos aquellos vocablos peculiares del país se hayan incorporado a mi léxico. Todavía tengo que preguntar a mis interlocutores los significados de muchos. Y si no pregunto a veces es por no desviar la conversación hacia las etimologías. O por no hacerme el extranjero. Cuando se llevan ya diecisiete años en un sitio, da vergüenza ignorar las palabras que se usan en él.
Yo distingo dos clases de mexicanismos: los basados en palabras españolas que aquí cobraron nuevo sentido y los que son puras palabras indígenas o levemente alteradas.
Los primeros me confunden, me desorientan, suelo contar lo que me ocurrió con la palabra mascada al oírle decir a la criada: “Señor, le metí la mascada en el saco.”
Perplejo y hasta temeroso de que aquella infeliz hubiese hecho algún disparate, le pregunté: “Pero, ¿qué me dices, muchacha? ¿De qué saco saco hablas y por qué le metiste una mascada?”
Y es que por mascada no entendía yo otra cosa que bocado, y por saco una talega o un costal.
También lo de chivas me intrigó en su día. Salió de la casa con todo y chivas. Y especialmente cuando me preguntó un amigo: “Entonces, ¿usted no pudo sacar de Madrid ninguna de sus chivas?"
¿Es que yo había sido alguna vez cabrero?
-¿De qué chivas me habla usted? -inquirí.
El amigo se echó a reír al ver mi perplejidad.
-Aquí le llamamos chivas a los bártulos, a los chismes, a los trastos, a todas esas cosas que van amontonándose en torno a nosotros en las casas y son, en realidad, las que nos ayudan en las tareas diarias o las que hemos ido coleccionando o atesorando para nuestro recreo.
-Ah, vamos. Yo no sé qué les habrá impulsado a llamarles chivas a esas cosas, pero, ya que ha equiparado usted chivas con bártulos, ¿sabe usted lo que bártulos significó en su origen? Pues, tanto como alhajas…
Acaso ocurre con chivas lo mismo. Chivas son cabras en camino, futuras fuentes de leche, riqueza. De modo que al decir nuestras chivas decimos nuestros tesoros, como al decir nuestros bártulos lo que hacemos es llamarles alhajas a nuestros pequeños bienes.
El pudor, la vergüenza es la que nos impele a ironizar y motejar despectivamente a lo que mucho amamos y necesitamos. Nos sonaría a ridiculez decir: “Salí de mi casa con todos mis bienes.” Resulta en cambio simpático decir: “Salí con todos mis trastos, con todos mis chismes, cachivaches, chismarracos, cacharros, chirimbolos”.
Con las palabras mexicanas de origen indígena no hay confusión posible. Nos paran como desconocidas que son, pero no por ambiguas. Hay que aprendérselas y confieso que muchas de ellas me encantan.
Por ejemplo, la palabra chiquear.
Oigo a la madre que le dice al escuincle con aire compungido: “A mí nadie me chiquea”. Y me produce más efecto que si la oyera decir: “A mí nadie me acaricia” (o me mima).
Escuincle es también una palabra muy útil: está entre niño y mocoso.
Otra que me agrada es apapachar, que como chiquear, significa mimar, hacer carantoñas. Hay en ella tanta papa blandita que me parece apropiada para designar las caricias táctiles del mimo.
Hay, sin embargo, palabras que considero mal empleadas. Por ejemplo, llamar chino al pelo rizado. ¿De cuándo acá les nace rizado el pelo a los chinos? Yo no les conozco otra clase de pelo que negro y sumamente lacio.
Volviendo a las chivas, y para contestar a quien me preguntó, digo que las mías se quedaron en Madrid. Todas. Absolutamente todas, y que ninguno de los amigos que allá tengo sabe adónde fueron a parar. Si en vez de chivas hubieran sido cabras, yo diría: “¡Qué remedio!; como eran cabras, tiraron al monte!”. Pero eran mis humildes chivas, mis libros, mis pinturas y dibujos, mis manuscritos o recortes de artículos, mis trabajos de veinticinco años.
(Tomado de: Moreno Villa, José – Cornucopia de México y Nueva Cornucopia mexicana. Colección Popular #296, Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)
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