El jinete de la muerte
[Basado en: “Historia del cholera morbus de México”, Guía de Forasteros, Vol. IV, Núm. 13, p. 1 y 4]
El 6 de agosto de 1833, la Ciudad de México, que entonces contaba con unos ciento cincuenta mil habitantes, despertó sobresaltada ante la noticia que corrió de boca en boca: el cólera se encontraba en la capital. La noticia pudo saberse por el anuncio de la muerte de una mujer.
La metrópoli, entonces, carecía de los mínimos servicios públicos; la insalubridad reinante facilitaba la propagación de epidemias como el tifus, la viruela o el mismo cólera.
El gobierno comenzó a tomar las primeras medidas sanitarias ante su llegada y el Ayuntamiento emitió una carta impresa a todos los vecinos, pidiendo socorro para los damnificados.
El 13 de agosto se supuso que los cocheros de los médicos llevaran un listón amarillo en el sombrero para ser distinguidos; que los sacerdotes pintaran las puertas de su casa con una letra “E” blanca; que en cada vivienda donde hubiese un enfermo se colocara en el balcón un lienzo blanco para que acudieran los médicos; que se habilitaran departamentos especiales para coléricos en los hospitales de Tercero y de Jesús, en la Casa de las Recogidas, en Belén y en la Santísima. Además, en todos los conventos se entregaron medicinas, alimentos y asistencia médica gratuita.
Decenas de cadáveres se cruzaban en distintas direcciones para ser sepultados en los cementerios de Tlatelolco, Campo Florido, los Ángeles y San Lázaro. Hasta el día 17, se habían enterrado mil doscientos diecinueve cadáveres, ignorándose cuántos cuerpos fueron sepultados en las iglesias o en las huertas de casas particulares.
En algunos lugares se ingeniaban trucos para evitar el cólera, utilizando remedios como el chinguirito refino hervido con chile ancho, que los borrachines usaban para evitar dicha enfermedad, o el remedio de la Huasteca, donde los rancheros tomaban un vaso de leche de cabra, se arropaban y comenzaban a sudar copiosamente para sanar en pocas horas.
El cólera empezó a disminuir en septiembre, pero nunca se supo el número exacto que se llevó consigo el jinete de la muerte.
(Tomado de: Sánchez González, Agustín - Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la ciudad de México en el siglo XIX. Ediciones B, S.A. de C.V., México, D.F., 2006)
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