1842
Asaltantes de canoas son atrapados
[Basado en: “Ejecución de justicia”, Unipersonal del Arcabuceado, pp. 159-160]
La Ciudad de México tuvo un paisaje acuático desde su origen y lo conservó hasta principios del siglo XX, época en que concluyó, prácticamente, la navegación como forma de transporte.
Resulta difícil imaginar una ciudad acuífera; es curiosa la referencia que hace, en el siglo XVII, Miguel de Cervantes Saavedra, en su obra El Licenciado Vidriera:
[...] desde allí embarcándose en Ancona, fue a Venecia, ciudad que de no haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en él semejante: merced al cielo y al gran Hernando Cortés, que conquistó la gran Méjico, para que la gran Venecia tuviese en alguna manera quien se le opusiese. Estas dos famosas ciudades se parecen en las calles, que son todas de agua: la de Europa, admiración del mundo antiguo; la de América, espanto del mundo nuevo.
Por toda la ciudad podían verse las canoas y barcas que transitaban por los canales y las acequias que cruzaban por todas partes, comunicando la ciudad con Xochimilco, Chalco, Iztacalco y Mixquic. Esta forma de transporte era fundamental para el transporte de los alimentos que, por lo general, procedían de esas zonas.
La urbe se encontraba llena de canales y vías fluviales a través de los lagos de Texcoco, Chalco, Xochimilco, Zumpango y Xaltocan.
Guillermo Prieto describe un viaje por uno de los canales más famosos de aquel tiempo:
En un galope estábamos en La Viga; colocamos en el balcón de piedra que forma la garita sobre pel y lo vimos cubierto, tapizado de flores; debajo de las flores desaparecían las aguas. Los conductores de las canoas, todos tan alegres, tan presurosos de llegar a sus destinos; varias familias en simones madrugadores, en coches particulares y a caballo también [...] A las seis de la mañana parte de aquellas innumerables canoas, ya están en destino.
Generalmente se estacionan en la parte del canal que va desde el Puente de San Miguel de la Leña, es decir, espalda de la calle de Quemada, Convento de la Merced y Callejón de Santa Ifigenia. En las aceras que forman estas calles, cuyo centro ocupa el canal, hay balcones coronados de espectadores y de damas, perfectamente vestidas [...]
En estos espacios, el coronel Francisco Vargas acompañado de un piquete de tropa logró capturar a una peligrosa banda de asaltantes.
Los primeros ladrones apresados fueron el español Abraham de los Reyes y su cómplice Cipriano Márquez, acusados de atracar, en octubre de 1842, las canoas que circulan por Chalco.
Cuando estaba por concluir el proceso judicial, el gachupín delató al resto de sus cómplices, designando los más variados delitos cometidos. Se trataba de Cipriano Márquez, Francisco Ramírez, José Antonio González, Vicente Tovar, Francisco Tapia, José Trinidad Contreras, Gorgonio Guzmán y Guadalupe Sánchez.
Cipriano Márquez, comerciante, guardia auxiliar de Mexicalcingo, era capitán de varias cuadrillas de delincuentes con quienes se reunía para atracar en la mojonera del camino de San Ángel, al pueblo de Coyoacán, lo que no pudo realizarse pues no llegaron todos los ladrones que esperaban. No ocurrió lo mismo en el pueblo de Culhuacán, en donde saquearon la casa de don José Manuel Rodríguez a quien robaron más de nueve mil pesos. Días después, esta misma cuadrilla robó una mula cargada de cobre de antigua moneda en el pueblo de Huichilaque. Así mismo, Confesó haber sido responsable de la balacera suscitada durante más de dos horas a las canoas de Chalco, el 8 de diciembre pasado.
Cómplice de los anteriores, era un reo que se había fugado de la cárcel, de nombre Francisco Ramírez, de oficio carpintero, que al ser atrapado se le descubrió como la persona que había robado a dos pasajeros en la mojonera del camino a San Ángel.
El cuarto ladrón atrapado fue Antonio González, sin oficio, acusado de los asaltos efectuados el 12 y 13 de diciembre en los montes de Canales, Cruz del Marquéz y de Fierro del Toro. También tenía causa pendiente por hurto en los juzgados de Toluca y Tenancingo.
Vicente Tovar, de oficio carpintero, fue denunciado debido a los asaltos a que por espacio de cinco días dieron a innumerables pasajeros en Cerro Gordo y demás parajes del camino a Cuernavaca, batiéndose con la tropa comandada por el general Jerónimo Cardona. En junio, asaltó una tienda del barrio de los Reyes, en Coyoacán; entre el 9 y el 11 de septiembre atracaron a una multitud de pasajeros de San Agustín de las Cuevas, robándose en el peaje de Cerro Gordo las armas y dinero colectado; el 19 del mismo mes asaltó a tres pasajeros en la mojonera de san Ángel; el 26 concurrió al atraco de José Rodríguez, en Culhuacán; el 8 de octubre asaltó en la zona de “más arriba”, a todas las canoas de Chalco; más tarde hizo lo mismo en el Carrizal de Ixtacalco, cuando secuestró cinco canoas trajineras desarmando a la tropa que las escoltaba; el 31 de octubre participó en el robo de más de cincuenta personas en “El Cuernito”, arriba de Tacubaya, entre cuyos pasajeros se encontró el cura del pueblo de Santa Fe y a quienes quitaron con violencia el dinero, ropa y caballos que tenían. Así mismo, confesó una media docena de asaltos más, además de ser desertor del ejército.
A Francisco Tapia de oficio carnicero y de veintiséis años, se le responsabilizó del atraco a la diligencia en las inmediaciones de Huichilaque, de los asaltos del Cuernito y Fierro del Toro e igualmente, de ser desertor de la brigada ligera de artillería.
José Trinidad Contreras, de ejercicio herrero y de veintidós años, fue denunciado como concurrente al repetido asalto de Fierro del Toro y preso por complicado en el atraco que el 6 de abril dieron ocho individuos a Bernardo Herrera en su casa, sita en la 2a. Calle de Vanegas y desertor del octavo regimiento de caballería.
Gorgonio Guzmán, de ejercicio zapatero y de veinticinco años, fue cómplice en los asaltos de la mojonera de San Ángel, del de Culhuacán y del efectuado en Fierro del Toro.
Guadalupe Sánchez, de veintiséis años, era el guía de los pillos y concurrente a los asaltos del camino a Cuernavaca, a los de la Cruz del Marquéz y Monte de Canales, con el agregado de desertar dos veces del regimiento ligero de caballerías, una de ellas con circunstancia agravante.
Al realizarse las aprehensiones, se practicaron las diligencias y se comprobaron los delitos. Los criminales confesaron con el mayor cinismo su culpabilidad, en cuya virtud, el consejo de guerra ordinario los condenó a la pena del último suplicio.
(Tomado de: Sánchez González, Agustín - Terribilísimas historias de crímenes y horrores en la ciudad de México en el siglo XIX. Ediciones B, S.A. de C.V., México, D.F., 2006)
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