Durante los largos años que duró la guerra de Independencia, el teatro de la capital se sostuvo con variable fortuna, y el 1821, fecha trascendental, lo es también para la historia de nuestro teatro, ya que en ese año encontramos la primera noticia de una obra de Shakespeare montada en México. Ésta fue, tenía que ser, el Hamlet. Pocas noches después, el 27 de octubre de 1821, día de la proclamación y jura solemne de la Independencia, fue ofrecida en el Coliseo una magna función en honor del Ejército Trigarante y de su jefe, Agustín de Iturbide, en la que se representó una obra de autor nacional intitulada, precisamente, México libre, pero con sorpresa vemos que los personajes eran Marte, Palas Atenea y Mercurio, luchando con La Libertad en contra del Despotismo, la discordia, el Fanatismo y la Ignorancia. No tenía, pues, nada de mexicano este México libre.
Iturbide, casi enloquecido por el triunfo, la gloria y el incienso, se proclama emperador, pero su corte dura muy poco tiempo y al caer surgen en la conciencia del pueblo sus derechos, e inspirándose en la Revolución Francesa todos los habitantes de la recién nacida República se hacen llamar “ciudadanos”, costumbre que hasta la fecha perdura con una ridícula C antepuesta al nombre en los escritos oficiales. El teatro, que siempre estaba, está y estará listo para adaptarse a la moda del momento, recoge la nueva costumbre y en 1823 así eran los programas: “Se cantará una aria por la ciudadana Mariana Gutiérrez; un concierto de violín por el ciudadano profesor Francisco Delgado; una aria bufa por el ciudadano empresario Victorio Rocamora.”
Por esa misma época el Coliseo Nuevo tiene su primer competidor al inaugurarse un nuevo teatro: el Provisional, situado en lo que fue un palenque de gallos, hecho de madera y sin techo, por lo que en los programas se tenía que anunciar: “La hora de comenzar será a las siete y media si el tiempo lo permite”. Este teatro fue mejorado después, techado y acondicionado, y funcionó por largos años con modestas compañías hasta que fue destruido por el fuego en 1884.
En mayo de 1823 se estrenan dos comedias de autor mexicano del que por desgracia ignoramos su nombre. La primera se tituló El liberal entre cadenas, y la segunda El despotismo abatido. Era El liberal una loa a quienes hicieron posible la Independencia, y constaba de cinco pequeños actos. En el primero veíase a una mujer abrazando a su hijo y llorando a mares porque su esposo había sido encarcelado por sus ideas liberales y por su ardiente amor a la patria. En el segundo acto la esposa es consolada (no sabemos de qué manera) por un amigo de su marido. En el tercero vemos al liberal encadenado pero muy orgulloso de su estado. En el cuarto llega el amigo a decirle que pronto estará libre porque ha triunfado la buena causa, y en efecto, entra un carcelero y lo libera. Y por fin, en el quinto se entona una marcha patriótica por toda la tropa liberal. Sólo que al director de escena se le olvidó cambiar la escenografía para el quinto acto, y así resultó que los liberales entonaban su marcha de libertad dentro de un calabozo. A pesar de tan enorme despropósito, la obra gustó y fue aplaudida, no así la segunda, o sea El despotismo abatido, que fue rechazada por el público porque aparecía Iturbide víctima del escarnio del autor, y el público mexicano jamás ha permitido que se haga burla de un caído, como volvió a demostrarlo años después con Maximiliano y Carlota, y mucho más tarde con Porfirio Díaz.
(Tomado de: Reyes de la Maza, Luis - Cien años de teatro en México. Colección ¿Ya LEISSSTE?. Biblioteca del ISSSTE. México, 1999)
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