Los encabezados de los periódicos de mediodía son gritos de horror:
¡OH DIOS! Dice Ovaciones.
TRAGEDIA, Últimas Noticias, primera edición.
CATASTRÓFICO, El Sol de México.
TERREMOTO, El Gráfico.
FUE ESPANTOSO, Novedades.
MILES DE MUERTOS, Últimas Noticias, segunda edición.
El día 20 se desmenuzan los gritos. Excélsior, La Jornada, El Día, Unomásuno, El Universal, Novedades, La Prensa, El Sol de México, El Financiero, Ovaciones, El Nacional, hablan inicialmente de cuatro mil muertos, siete mil desaparecidos, diez mil heridos, aunque la cifra exacta tal vez nunca se sepa. Los daños son incalculables, las pérdidas multimillonarias. Los diarios hacen hincapié en que cien médicos, doscientas mujeres y un gran número de recién nacidos están atrapados en el Hospital General. Del Centro Médico, arrasado, dos mil treinta pacientes son trasladados a otros hospitales o dados de alta precipitadamente. El Día elogia el heroísmo popular y la solidaridad de las brigadas de auxilio y el Unomásuno describe el ambiente demencial en que se mezclan los gritos, las sirenas de las ambulancias y de los automóviles policiales. El edificio Nuevo León (secciones E y F) está en el suelo doblado sobre sí mismo como pastel mal cocido; sus escombros alcanzan cuatro pisos. Encima de esta masa informe, rescatistas improvisados inician la operación hormiga.
Como hace diecisiete años, la Plaza de las Tres Culturas es un campo de batalla, en la cual se han improvisado tiendas de campaña donde familias incompletas comparten la desgracia con sus vecinos. Televisores hechos pedazos, máquinas de coser y de escribir, maletas, latas de conservas, mantas, sábanas, colchones, forman pequeñas pirámides. En la lavandería se van alineando los cadáveres, más de treinta en los primeros minutos. La encargada relata: “La gente corría despavorida en paños menores. El edificio Veracruz fue evacuado en un santiamén, tan grande fue el miedo de morir sepultados. Madres con hijos en brazos caían al piso. En minutos, el departamento de lavandería fue insuficiente para tantos cadáveres”.
No es sólo la lavandería, los cuerpos ya no caben en ningún lado. “¿A dónde los llevamos?” Las agencias de los Ministerios Públicos están saturados de cadáveres.Ni una sola caja en las funerarias. A los heridos hay que llevarlos a nosocomios del estado de México. En los derrumbes se forman enormes cadenas de personas de todas las edades. El cascajo y las piedras pasan de mano en mano en cubetas, cacerolas, trastes de cocina, lo que sea. El espectáculo de un brazo buscando el aire entre piedras y varillas es intolerable. La atroz conciencia de que personas vivas respiran atrapadas entre los escombros moviliza a los sobrevivientes. Vacían las tlapalerías de picos, palas y lámparas, los que no alcanzan implementos con las manos remueven la tierra. Es constante la amenaza de incendios o estallidos de gas, derrumbes y accidentes; sin embargo, a nadie se le ocurre ir a su casa.
Cada minuto que pasa, el sismo adquiere más víctimas. De boca en boca van corriendo las malas noticias. El edificio del Conalep (Colegio Nacional de Educación Profesional, en la calle de Humboldt casi esquina con la avenida Juárez) ha sepultado a cientos de muchachos. Cuatrocientos alumnos por turno en varios salones de clase. En la noche, a pesar de tener que trabajar con lámparas, los bomberos logran hacer contacto con un grupo de sepultados. Les dicen que son dieciocho y pueden respirar porque el aire se cuela por una fisura. “Que nadie se preocupe”, añaden -según Jorge Escobosa Licona- los valerosos chamacos, “solamente un favor, traigan agua y comida, tenemos sed y hambre, de lo demás no se preocupen.”
(Tomado de: Poniatowska, Elena - Nada, Nadie. Las voces del temblor. Ediciones Era, S.A. de C.V. México, D.F., 1988)
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