"Alfaqui mayor que está de noche mirando las estrellas en el cielo y a ver la hora que es, que tiene por oficio y cargo..." "Reloxero por las estrellas del cielo..." (Códice Mendocino, lámina XXIV, primera parte)
I. Astronomía y cultura en Mesoamérica
Miguel León-Portilla
Las investigaciones contemporáneas sobre arqueoastronomía han puesto de relieve -ahora más que nunca- el grande y sostenido interés de los pueblos mesoamericanos por observar, conocer y medir los movimientos y los ciclos de un cierto número de cuerpos celestes. De ese interés dan testimonio múltiples inscripciones, algunas que provienen desde el período preclásico y otras a todo lo largo de la evolución cultural de Mesoamérica. Tienen asimismo especial significación las representaciones y registros de fenómenos astronómicos en los códices que se conservan (mayas, mixtecas y del altiplano central), algunos con información de tan grande importancia como la que puede inferirse de las tablas de eclipses incluidas en el Códice de Dresde. A tales testimonios deben sumarse los que forman parte de la documentación escrita ya con el alfabeto, en lenguas indígenas (náhuatl, maya-yucateco, maya-quiché...) a raíz de la Conquista, y también las noticias que, sobre conocimientos astronómicos del hombre indígena, proporcionan algunas crónicas e historias de autores españoles sobre todo del siglo XVI.
El análisis de estos testimonios ha permitido a distintos investigadores elaborar varios géneros de trabajos: unos, de índole descriptiva, de los cuerpos celestes, sus ciclos, etcétera, que conocieron los mesoamericanos; otros, de carácter más especulativo, dirigidos a correlacionar datos de la astronomía europea con diversas formas de cómputos mesoamericanos, en función de los cuales se busca inferir que también en el mundo prehispánico se llegó a tales o cuales conocimientos astronómicos. Tomando en cuenta la existencia de estos géneros de trabajos, creo pertinente formular aquí la siguiente pregunta que se dirige a situar la comprensión del interés astronómico en su correspondiente ámbito cultural: ¿Cuáles fueron las principales motivaciones que despertaron y mantuvieron viva una "preocupación astronómica" en Mesoamérica? Inquirir en torno a esta cuestión ayudará a esclarecer dos puntos que considero básicos:
1.- ¿Qué sentido tuvo lo que hoy llamamos "astronomía mesoamericana" en el contexto de su visión del mundo, religión, organización social, política y económica y, en una palabra en su "todo social y cultural", es decir, en función de la suma de sus elementos y factores dinámicos, desde sus modos de producción hasta su arte, literatura, derecho y religión? De la respuesta o respuestas que puedan darse a esta primera cuestión habrá de derivarse una comprensión mucho más adecuada de esa "preocupación mesoamericana", entendida en su relación con la propia cultura prehispánica. La segunda cuestión, muy ligada con la anterior, es ésta:
2.- ¿Qué sentido tiene, con base en inferencias a partir de cómputos sobre todo de índole calendárica en códices o inscripciones, o apoyándose en los datos obtenidos acerca de las orientaciones de determinados edificios prehispánicos, encaminarse a "descubrir" que los mesoamericanos abarcaron en su preocupación astronómica un gran número de ciclos o fenómenos celestes que obviamente el investigador conoce con anterioridad gracias a las aportaciones de la astronomía desarrollada en la cultura occidental? Para dar un ejemplo, pienso en quienes sostiene que los mesoamericanos conocían los ciclos de varios planetas, además del de la "estrella grande" o Venus. Otras afirmaciones respecto de otros cuerpos celestes o ciclos de los mismos -como la citada acerca de los planetas- tienen en común que se formulan partiendo sobre todo de inferencias matemáticas, pero desligadas de lo que, a través de las fuentes, sabemos que interesaba específicamente a los mesoamericanos en sus observaciones celestes.
En esta breve nota que resume una exposición más amplia, en vez de ocuparme en hacer una evaluación crítica de este último género de trabajos, opto por señalar, al menos en forma general, cuáles son los principales elementos de la visión del mundo, pensamiento religioso e intereses primordiales en la vida social, política y económica de estos pueblos, que deben tomarse en cuenta si se quiere situar debidamente en su correspondiente "todo social y cultural" esta preocupación astronómica. Citaré, en primer lugar, un texto traducido del náhuatl, bastante elocuente en esta materia. Su interés está en que precisamente hace descripción de los "astrónomos" nahuas, situándolos entre quienes tienen a su cargo el culto de los dioses, los sacrificios, la formulación de los discursos, el estudio de los libros de pinturas, el de las cuentas de los días y de los años. Todos ellos, como lo expresa el testimonio indígena, son "quienes nos guían, nos gobiernan, nos llevan a cuestas...". El texto dice así:
Hay quienes nos guían, acerca de cómo deben ser adorados nuestros dioses, cuyos servidores somos como la cola y el ala. Los que hacen las ofrendas, los que ofrecen copal, los llamados sacerdotes de Quetzalcóatl. También los sabios de la palabra, los que tienen obligación, se ocupan día y noche, de poner el copal, de su ofrecimiento, de las espinas para sangrarse.
Los que ven, los que se dedican a observar el curso y el proceder ordenado del cielo, cómo se divide la noche. Los que están mirando (leyendo), los que cuentan (o refieren lo que leen). Los que vuelven ruidosamente las hojas de los códices. Los que tienen en su poder la tinta negra y roja (la sabiduría) y lo pintado.
Ellos nos llevan, nos guían, nos dicen el camino. Quienes ordenan cómo cae un año, cómo siguen su camino la cuenta de los destinos y los días y cada una de las veintenas (los meses). De esto se ocupan, a ellos les toca hablar de los dioses. [Libro de los Colloquios -preservado en la Biblioteca Vaticana en un "Códice misceláneo", Gabinete 1, Vol. 91-. Texto original en náhuatl, recogido y revisado por fray Bernardino de Sahagún, fol. 34 v.).
obvio es que "los que se dedican a observar el curso, y el proceder ordenado del cielo" son personas que lo hacen en relación con sus creencias religiosas y en función de las instituciones políticas y socioeconómicas, en este caso de México-Tenochtitlan. A la luz de dichas creencias y realidades se desarrolló un empeño astronómico que -no obstante variantes a través de los siglos o de carácter regional- mantuvo su enfoque siempre integrado a la raíz de la visión mesoamericana del mundo y a los intereses primordiales de un existir en el que la agricultura era elemento clave. Los cuerpos y fenómenos celestes que abarcó ese enfoque son, como es de suponerse, los que encontramos representados en los códices e inscripciones y a la vez los mismos que ocupan lugar prominente en los relatos, mitos y otros textos sagrados en varias lenguas mesoamericanas. Esos principales cuerpos y fenómenos celestes -cuyos símbolos y nombres se repiten muchas veces en los códices y textos- son el Sol, la "estrella grande" (Venus), la Luna (Metztli), las Pléyades (Tianquiztli) y otros conjuntos de estrellas (constelaciones), además de las citlalin pohpocah (cometas). De enorme interés son asimismo los eclipses (qualo in tonatiuh "es comida el Sol...") de los que existen tablas, como las ya referidas, en el Códice Dresde.
En principio no debe olvidarse que para los mesoamericanos el universo guarda relación fundamental con el Sol. En mucha lenguas de esta área el concepto de sol se enuncia con un vocablo cuya raíz significa "luz-calor". En náhuatl, por ejemplo, tonatiuh, deriva de tona "brillar, calentar", se relaciona con tonalli que es "día, calor, destino". Por otra parte tonatiuh, al referirse a los "soles" que han existido, significa "edad", "periodo cósmico".
El que hayan existido varias edades o "soles" que terminaron violentamente llevó a la persuasión de que el hombre vive en un universo presidido por el sol que es fuente de vida, es "Dador de vida", pero está a la vez sujeto siempre al riesgo de debilitarse y sucumbir. El Sol es realidad divina pero no es el supremo dios dual, padre y madre de todos los dioses. Entre los mexicas, más vinculado parece a otras deidades como Huitzilopochtli. Proclama él mismo en un himno: "Yo soy el que ha hecho salir el Sol..."
El Sol presente puede perecer. Ello hace del mundo un escenario de tensiones. Para prevenir los destinos adversos, es vital conocer los ciclos del Sol y de todos los cuerpos celestes que, de un modo o de otro, se muestran en relación con él: la Luna, la gran estrella (Venus), Tianquiztli (las Pléyades), Mamalhuaztli (Cinturón y espada de Orión), Cólotl (Escorpión), Colotlixayácatl ("Rostro de Escorpión"), Citlaxanecuilli (Osa menor?), Citlaltlachtli, "Juego de pelota de las estrellas", y otros cuerpos celestes identificados como distintas constelaciones.
Apoyándose en textos de los informantes de Sahagún, Johanna Broda ha puesto de relieve, por ejemplo, la significación de Tianquiztli (las Pléyades) dentro del ciclo de 52 años, cuando a la mitad de la noche ocurría la renovación del fuego. Precisamente porque tal renovación era prueba de que el Sol iba a continuar alumbrando esta edad, por ello importaba conocer el ciclo de Tianquiztli.
En función de los ciclos solares -en maya-yucateco kin es sol, día, edad cósmica, tiempo- el hombre mesoamericano organizó sus cómputos calendáricos, con toda la amplísima gama de connotaciones de los mismos. Éstos abarcaban, entre otras cosas, las medidas y normas de los ciclos agrícolas, de las fiestas a lo largo de las trecenas y veintenas de días, la suma de los destinos en los momentos propicios, adversos o indiferentes para cualquier evento o proyecto de acción tenidos por importantes, desde el nacimiento hasta la muerte.
Amplio campo se abre a las investigaciones en los textos míticos, legendarios, religiosos y aun históricos, así como en las representaciones acompañadas de glifos en los códices, dirigidas a buscar múltiples relaciones de Tonatiuh (Kin) con los otros cuerpos celestes que allí se mencionan o registran. Pensemos, por ejemplo, en lo que consignan los Anales de Cuauhtitlan, la Leyenda de los Soles, el Códice de Dresde y varios manuscritos del grupo Borgia, sobre "enfrentamientos" entre Tonatiuh y Huey Citlalin (Venus). Ponderemos siquiera lo relativamente poco que conocemos respecto de la Luna en el pensamiento mesoamericano, o las complejidades de Quetzalcóatl-Xólotl en relación con la "estrella de la mañana y de la tarde". Cuestión tampoco clara es la de Mixcóatl, entendido como "Serpiente de Nubes" y su relación con la Vía Láctea.
A pesar de que una interpretación pan-astral o pan-babilónica, que pretenda relacionar o identificar a los distintos dioses con otros tantos cuerpos celestes no parezca hoy aceptable, es cierto que tampoco puede desecharse a la ligera la vinculación entre unos y otros que, en algunos casos, ponen de manifiesto las fuentes. Inquirir acerca de esto podrá revelar aspectos de enorme interés en la visión mesoamericana del mundo. Como en otro lugar lo manifesté, el afán de los cómputos y las medidas de los ciclos sería ciencia pura si no estuviera tan entretejido con las creencias hasta resultar en una compleja y admirable forma de "mitología matematizada".
En modo alguno pienso que deba minimizarse la importancia de los cómputos, ni de cualquier otro elemento medible o calculable en Mesoamérica. Conviene repetirlo: lo extraordinario de "la astronomía", "el calendario", y "la matemática" en esta área cultural es su rigor extremo, pero no como saber por sí mismo, sino en función plena de los requerimientos de su visión del mundo y de sus necesidades de subsistencia. Tomar esto en cuenta en cualquier estudio sobre la "preocupación astronómica" de los mesoamericanos difiere radicalmente de la postura de quienes inquieren desde la mira de los conocimientos astronómicos de la cultura occidental y, haciendo malabarismos, tratan de acomodar en los cómputos prehispánicos, ciclos y correlaciones que resultan en "descubrimientos" que nada tiene que ver con lo que de verdad interesó al hombre de Mesoamérica, empeñado a lo largo de milenios, por motivos muy distintos, en "observar el curso y el proceder ordenado del cielo..."
Hay quienes nos guían, acerca de cómo deben ser adorados nuestros dioses, cuyos servidores somos como la cola y el ala. Los que hacen las ofrendas, los que ofrecen copal, los llamados sacerdotes de Quetzalcóatl. También los sabios de la palabra, los que tienen obligación, se ocupan día y noche, de poner el copal, de su ofrecimiento, de las espinas para sangrarse.
Los que ven, los que se dedican a observar el curso y el proceder ordenado del cielo, cómo se divide la noche. Los que están mirando (leyendo), los que cuentan (o refieren lo que leen). Los que vuelven ruidosamente las hojas de los códices. Los que tienen en su poder la tinta negra y roja (la sabiduría) y lo pintado.
Ellos nos llevan, nos guían, nos dicen el camino. Quienes ordenan cómo cae un año, cómo siguen su camino la cuenta de los destinos y los días y cada una de las veintenas (los meses). De esto se ocupan, a ellos les toca hablar de los dioses. [Libro de los Colloquios -preservado en la Biblioteca Vaticana en un "Códice misceláneo", Gabinete 1, Vol. 91-. Texto original en náhuatl, recogido y revisado por fray Bernardino de Sahagún, fol. 34 v.).
obvio es que "los que se dedican a observar el curso, y el proceder ordenado del cielo" son personas que lo hacen en relación con sus creencias religiosas y en función de las instituciones políticas y socioeconómicas, en este caso de México-Tenochtitlan. A la luz de dichas creencias y realidades se desarrolló un empeño astronómico que -no obstante variantes a través de los siglos o de carácter regional- mantuvo su enfoque siempre integrado a la raíz de la visión mesoamericana del mundo y a los intereses primordiales de un existir en el que la agricultura era elemento clave. Los cuerpos y fenómenos celestes que abarcó ese enfoque son, como es de suponerse, los que encontramos representados en los códices e inscripciones y a la vez los mismos que ocupan lugar prominente en los relatos, mitos y otros textos sagrados en varias lenguas mesoamericanas. Esos principales cuerpos y fenómenos celestes -cuyos símbolos y nombres se repiten muchas veces en los códices y textos- son el Sol, la "estrella grande" (Venus), la Luna (Metztli), las Pléyades (Tianquiztli) y otros conjuntos de estrellas (constelaciones), además de las citlalin pohpocah (cometas). De enorme interés son asimismo los eclipses (qualo in tonatiuh "es comida el Sol...") de los que existen tablas, como las ya referidas, en el Códice Dresde.
En principio no debe olvidarse que para los mesoamericanos el universo guarda relación fundamental con el Sol. En mucha lenguas de esta área el concepto de sol se enuncia con un vocablo cuya raíz significa "luz-calor". En náhuatl, por ejemplo, tonatiuh, deriva de tona "brillar, calentar", se relaciona con tonalli que es "día, calor, destino". Por otra parte tonatiuh, al referirse a los "soles" que han existido, significa "edad", "periodo cósmico".
El que hayan existido varias edades o "soles" que terminaron violentamente llevó a la persuasión de que el hombre vive en un universo presidido por el sol que es fuente de vida, es "Dador de vida", pero está a la vez sujeto siempre al riesgo de debilitarse y sucumbir. El Sol es realidad divina pero no es el supremo dios dual, padre y madre de todos los dioses. Entre los mexicas, más vinculado parece a otras deidades como Huitzilopochtli. Proclama él mismo en un himno: "Yo soy el que ha hecho salir el Sol..."
El Sol presente puede perecer. Ello hace del mundo un escenario de tensiones. Para prevenir los destinos adversos, es vital conocer los ciclos del Sol y de todos los cuerpos celestes que, de un modo o de otro, se muestran en relación con él: la Luna, la gran estrella (Venus), Tianquiztli (las Pléyades), Mamalhuaztli (Cinturón y espada de Orión), Cólotl (Escorpión), Colotlixayácatl ("Rostro de Escorpión"), Citlaxanecuilli (Osa menor?), Citlaltlachtli, "Juego de pelota de las estrellas", y otros cuerpos celestes identificados como distintas constelaciones.
Apoyándose en textos de los informantes de Sahagún, Johanna Broda ha puesto de relieve, por ejemplo, la significación de Tianquiztli (las Pléyades) dentro del ciclo de 52 años, cuando a la mitad de la noche ocurría la renovación del fuego. Precisamente porque tal renovación era prueba de que el Sol iba a continuar alumbrando esta edad, por ello importaba conocer el ciclo de Tianquiztli.
En función de los ciclos solares -en maya-yucateco kin es sol, día, edad cósmica, tiempo- el hombre mesoamericano organizó sus cómputos calendáricos, con toda la amplísima gama de connotaciones de los mismos. Éstos abarcaban, entre otras cosas, las medidas y normas de los ciclos agrícolas, de las fiestas a lo largo de las trecenas y veintenas de días, la suma de los destinos en los momentos propicios, adversos o indiferentes para cualquier evento o proyecto de acción tenidos por importantes, desde el nacimiento hasta la muerte.
Amplio campo se abre a las investigaciones en los textos míticos, legendarios, religiosos y aun históricos, así como en las representaciones acompañadas de glifos en los códices, dirigidas a buscar múltiples relaciones de Tonatiuh (Kin) con los otros cuerpos celestes que allí se mencionan o registran. Pensemos, por ejemplo, en lo que consignan los Anales de Cuauhtitlan, la Leyenda de los Soles, el Códice de Dresde y varios manuscritos del grupo Borgia, sobre "enfrentamientos" entre Tonatiuh y Huey Citlalin (Venus). Ponderemos siquiera lo relativamente poco que conocemos respecto de la Luna en el pensamiento mesoamericano, o las complejidades de Quetzalcóatl-Xólotl en relación con la "estrella de la mañana y de la tarde". Cuestión tampoco clara es la de Mixcóatl, entendido como "Serpiente de Nubes" y su relación con la Vía Láctea.
A pesar de que una interpretación pan-astral o pan-babilónica, que pretenda relacionar o identificar a los distintos dioses con otros tantos cuerpos celestes no parezca hoy aceptable, es cierto que tampoco puede desecharse a la ligera la vinculación entre unos y otros que, en algunos casos, ponen de manifiesto las fuentes. Inquirir acerca de esto podrá revelar aspectos de enorme interés en la visión mesoamericana del mundo. Como en otro lugar lo manifesté, el afán de los cómputos y las medidas de los ciclos sería ciencia pura si no estuviera tan entretejido con las creencias hasta resultar en una compleja y admirable forma de "mitología matematizada".
En modo alguno pienso que deba minimizarse la importancia de los cómputos, ni de cualquier otro elemento medible o calculable en Mesoamérica. Conviene repetirlo: lo extraordinario de "la astronomía", "el calendario", y "la matemática" en esta área cultural es su rigor extremo, pero no como saber por sí mismo, sino en función plena de los requerimientos de su visión del mundo y de sus necesidades de subsistencia. Tomar esto en cuenta en cualquier estudio sobre la "preocupación astronómica" de los mesoamericanos difiere radicalmente de la postura de quienes inquieren desde la mira de los conocimientos astronómicos de la cultura occidental y, haciendo malabarismos, tratan de acomodar en los cómputos prehispánicos, ciclos y correlaciones que resultan en "descubrimientos" que nada tiene que ver con lo que de verdad interesó al hombre de Mesoamérica, empeñado a lo largo de milenios, por motivos muy distintos, en "observar el curso y el proceder ordenado del cielo..."
Tomado de: León-Portilla, Miguel - Astronomía y cultura en Mesoamérica. Incluido en: Marco Arturo Moreno Corral (compilador) - Historia de la astronomía en México. Colección La ciencia desde México #4, Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1986)
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