Es verdad que las relaciones entre los hombres se dan a través de las cosas, como lo podemos ver con los objetos arqueológicos recuperados en Paquimé durante las excavaciones realizadas por el doctor Charles Di Peso, los cuales nos permiten darnos una idea bastante aproximada de cómo era la gente y cómo transcurría su vida cotidiana. El inventario de la cultura material muestra a unos hombres asentados en aldeas a lo largo de las áreas ribereñas de la región. Vestían finas prendas elaboradas con fibras derivadas de los agaves que crecían en las laderas de las montañas. Pintaban sus caras con figuras geométricas de bandas verticales y horizontales, sobre los ojos y en las mejillas, como se puede observar en las vasijas antropomorfas de la admirable cerámica Casas Grandes policromada. Cortaban su cabello por el frente y se lo dejaban largo hacia la parte de atrás. Colgaban de sus orejas, brazos y cuello, aretes (conos a manera de campanillas) hechos con objetos de concha marina y/o cobre.
El intercambio comercial de estos productos inició desde tiempos remotos, con seguridad mucho antes de que se llevarán a cabo los primeros cultivos en el área. Tiempo después aumentó considerablemente el comercio de estos artículos, que estaban directamente asociados con todas sus creencias y dependían de los recursos que la naturaleza les brindaba. En la región, las minas prehispánicas de cobre y turquesa más cercanas, de las estudiadas por los arqueólogos, se encuentran en el área del río Gila, vecina de la población de Silver City, al sur de Nuevo México, es decir más de 600 kilómetros al norte.
Hubo otros yacimientos de cobre, como el que se localiza en el área de Samalayuca, a 300 kilómetros hacia el oriente. Muchos estudiosos han pretendido asociar las minas de Zacatecas con las culturas del norte; sin embargo, durante los tiempos de esplendor de Paquimé, Chalchihuites era ya sólo un vestigio arqueológico.
Cerca de 500 kilómetros hacia el occidente, a través de las montañas, se encontraban los bancos de concha más cercanos a Paquimé, y mucho más lejanos para aquellos grupos que intercambiaban el cobre por conchas y por las coloridas plumas de guacamaya en las regiones norteñas. Es curioso que los chichimecas de Paquimé hayan preferido la concha en lugar de las piedras locales para manufacturar sus ornamentos. Otro material muy estimado fue la turquesa, importada de las minas de Cerrillos, en la región del río Gila.
Trabajos de investigación y análisis de laboratorio permitirían identificar con certeza los lugares de procedencia del cobre y de la turquesa en el territorio de la Gran Chichimeca y de Mesoamérica, y durante los diferentes periodos de ocupación, ya que hoy en día aún se asume que la turquesa encontrada en sitios correspondientes a la época tolteca y azteca, y la que empleaban otros grupos como los tarascos, los mixtecos y los zapotecos, provenía de las regiones lejanas de Nuevo México.
En el caso de Paquimé hablamos del periodo Medio, fechado entre los años 1060 y 1475 de nuestra era, que corresponde a la época de los toltecas de Quetzalcóatl y de los mayas de Chichén Itzá, y a los orígenes del culto a Tezcatlipoca.
Fray Bernardino de Sahagún comenta que los toltecas fueron los primeros hombres mesoamericanos que se aventuraron hacia las tierras norteñas en busca de las turquesas. Bajo el liderazgo de Tlacatéotl se introdujeron al mercado el chalchíhuitl o turquesa fina, y el tuxíhuitl o turquesa común.
Esta piedra fue utilizada por los chichimecas de Paquimé para manufacturar algunos ornamentos, como las cuentas de collares y los pendientes. En un período de doscientos años los chichimecas, los anasazi, los hohokam y los mogollón de sur de los Estados Unidos aumentaron considerablemente el uso de artefactos de esta fina piedra. Algunos arqueólogos, como el doctor Di Peso, sustentan la idea de que fueron los toltecas quienes controlaron en Nuevo México la explotación minera y el mercado -que incluía el área maya, el altiplano central, y el occidente- con el norte de México.
Los objetos arqueológicos más significativos del mundo prehispánico fueron las placas o efigies con incrustaciones de mosaicos de turquesa. Este tratamiento sugiere el alto valor de los artefactos elaborados con este material y su posible procedencia foránea.
Las rutas de comercio fluían de norte a sur por todo el país, siempre por las rutas del occidente y del altiplano central, rutas que más tarde emplearían los españoles para conquistar las tierras chichimecas.
Para Phil Weigand, una consecuencia directa del auge de la minería prehispánica fue el despliegue de las rutas de comercio, pues una actividad tan próspera requería de una red de distribución bien organizada. Fue así como el creciente consumo de este producto originó que su obtención estuviese regulada por organizaciones sociales cada vez más complejas que garantizaban la explotación en diversos yacimientos y en diferentes momentos, desarrollando avenidas de beneficio para los grandes centros productores y, más aún, para los centros de consumo mesoamericanos.
Hubo otros yacimientos de cobre, como el que se localiza en el área de Samalayuca, a 300 kilómetros hacia el oriente. Muchos estudiosos han pretendido asociar las minas de Zacatecas con las culturas del norte; sin embargo, durante los tiempos de esplendor de Paquimé, Chalchihuites era ya sólo un vestigio arqueológico.
Cerca de 500 kilómetros hacia el occidente, a través de las montañas, se encontraban los bancos de concha más cercanos a Paquimé, y mucho más lejanos para aquellos grupos que intercambiaban el cobre por conchas y por las coloridas plumas de guacamaya en las regiones norteñas. Es curioso que los chichimecas de Paquimé hayan preferido la concha en lugar de las piedras locales para manufacturar sus ornamentos. Otro material muy estimado fue la turquesa, importada de las minas de Cerrillos, en la región del río Gila.
Trabajos de investigación y análisis de laboratorio permitirían identificar con certeza los lugares de procedencia del cobre y de la turquesa en el territorio de la Gran Chichimeca y de Mesoamérica, y durante los diferentes periodos de ocupación, ya que hoy en día aún se asume que la turquesa encontrada en sitios correspondientes a la época tolteca y azteca, y la que empleaban otros grupos como los tarascos, los mixtecos y los zapotecos, provenía de las regiones lejanas de Nuevo México.
En el caso de Paquimé hablamos del periodo Medio, fechado entre los años 1060 y 1475 de nuestra era, que corresponde a la época de los toltecas de Quetzalcóatl y de los mayas de Chichén Itzá, y a los orígenes del culto a Tezcatlipoca.
Fray Bernardino de Sahagún comenta que los toltecas fueron los primeros hombres mesoamericanos que se aventuraron hacia las tierras norteñas en busca de las turquesas. Bajo el liderazgo de Tlacatéotl se introdujeron al mercado el chalchíhuitl o turquesa fina, y el tuxíhuitl o turquesa común.
Esta piedra fue utilizada por los chichimecas de Paquimé para manufacturar algunos ornamentos, como las cuentas de collares y los pendientes. En un período de doscientos años los chichimecas, los anasazi, los hohokam y los mogollón de sur de los Estados Unidos aumentaron considerablemente el uso de artefactos de esta fina piedra. Algunos arqueólogos, como el doctor Di Peso, sustentan la idea de que fueron los toltecas quienes controlaron en Nuevo México la explotación minera y el mercado -que incluía el área maya, el altiplano central, y el occidente- con el norte de México.
Los objetos arqueológicos más significativos del mundo prehispánico fueron las placas o efigies con incrustaciones de mosaicos de turquesa. Este tratamiento sugiere el alto valor de los artefactos elaborados con este material y su posible procedencia foránea.
Las rutas de comercio fluían de norte a sur por todo el país, siempre por las rutas del occidente y del altiplano central, rutas que más tarde emplearían los españoles para conquistar las tierras chichimecas.
Para Phil Weigand, una consecuencia directa del auge de la minería prehispánica fue el despliegue de las rutas de comercio, pues una actividad tan próspera requería de una red de distribución bien organizada. Fue así como el creciente consumo de este producto originó que su obtención estuviese regulada por organizaciones sociales cada vez más complejas que garantizaban la explotación en diversos yacimientos y en diferentes momentos, desarrollando avenidas de beneficio para los grandes centros productores y, más aún, para los centros de consumo mesoamericanos.
(Tomado de: Gamboa, Eduardo. Los caminos de la turquesa. Los guerreros de las llanuras norteñas. México Desconocido, serie Pasajes de la historia IX. Editorial México Desconocido, S. A. de C. V. México, 2003)
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