EL CARACOL Y EL SABLE I
El caracol y el sable es un texto histórico de alta calidad literaria que nos enseña lo que puede ocultarse tras el silencio y la aparente pasividad del pueblo.
Una revolución estalla cuando los oprimidos ya no soportan el régimen imperante, cuando los explotados no pueden continuar más la vida que los ahoga, cuando se han acumulado necesidades profundas que ya no pueden esperar. Toda revolución es una ruptura del orden social vigente, es la expresión más honda de la voluntad de los hombres que empeñan todo, vida y futuro, para construir nuevas formas de convivencia común.
En 1910, los campesinos, comuneros, indígenas, artesanos y obreros transformaron sus agravios en rebeldía construyendo los ejércitos populares y haciendo otra revolución. El caracol y el sable es una narración apasionada que muestra como se incubó, de manera silenciosa, pero persistente, la insurgencia de millones de hombres radicalmente opuestos a la invasión de sus tierras, al robo de sus bosques y aguas, al trabajo mal pagado, a las formas despóticas de la vida pública, a los fraudes electorales, al nulo respeto por la disidencia, a la clausura de las libertades civiles.
Gastón García Cantú es uno de los estudiosos más destacados de la Historia Nacional. Editorialista reconocido y narrador de episodios olvidados de la vida pública, es autor de múltiples trabajos, entre los cuales descuellan: El socialismo en el México del Siglo XIX, las invasiones norteamericanas a México, Entrevista con Javier Barrios Sierra y Utopías Mexicanas. De este último libro se ha seleccionado el material que el lector tiene en sus manos.
Ricardo, Emiliano y Doroteo
De 1889 a 1891 tiene lugar algunas huelgas importantes. Al preparase la tercera reelección de Porfirio Díaz no es la clase obrera, sin embargo, la que tiene la dirección de la lucha política: la protesta popular se inicia en los patios de la Escuela de Minería.
-¡Tenemos que suprimir esta farsa que es una tragedia para México!
Uno de los estudiantes preguntó al orador:
-Dinos, Ricardo, ¿qué proyectas? ¿Tienes un plan?
-¡Sí, lo tengo!: Vamos por la ciudad. Digamos al pueblo que tiene derechos, los cuales escupe el dictador. Expliquémosles sus errores y apremiémosles para que barran estas infamias. ¿Cómo? Obligando a Díaz a que abandone su odiosa idea de reelegirse. ¡Marchando al Palacio Nacional si es necesario!
Y empezó la agitación de la “plebe intelectual” –según la designación de Justo Sierra- no conquistada por la burguesía. Trescientos jóvenes arengaron al pueblo en mercados y plazas públicas.
En la reunión más numerosa la gendarmería montada disparó contra aquellos grupos inermes. Fue la señal que despertó a los obreros y a los artesanos. Durante 14 días se combatió en la ciudad. El ejército intervino y las capturas de estudiantes y obreros culminaron, para unos, en los calabozos de la cárcel de Belén; para otros, en Valle Nacional y las haciendas henequeneras de Yucatán. Una cosa se había logrado a pesar de que no había dirección alguna en la agitación política: demostrar al pueblo que el gobierno debía ser derrocado. Es más, en las arengas estudiantiles se dijo que la reelección de Díaz estaba apoyada por empresarios extranjeros. El lenguaje de los jóvenes era claro, directo, comprensible:
-¿Quién –decía en el mitin del zócalo Enrique Flores Magón- vende nuestro país a los industriales franceses, ingleses y norteamericanos, de modo que, además de ser esclavos de la iglesia seamos también esclavos de los países extranjeros?
Un lenguaje así respondía al empleado por Zamacona, Rocha, Bulnes, Sierra y Pineda, quienes en su Manifiesto a la nación, a nombre de un supuesto partido liberal, justificaban la reelección de Díaz calificando la obra del régimen, en ferrocarriles, como la de un factor por el cual México era parte de la civilización y demostraba “con hechos cada día más notorios –decían- que se conoce el valor de esa fuerza mental que se transforma en inconmensurable fuerza física que se llama ‘ciencia’ “.
Y científico llamaría el pueblo, a partir de entonces, al grupo gobernante.
Dos años después de los sucesos en la ciudad de México, un grupo de profesionales y estudiantes editaban El Demócrata, en cuyas páginas se hicieron las primeras denuncias de la condición de servidumbre de campesinos y obreros y de los atropellos de que unos y otros eran víctimas. Cuando el periódico alcanzó un tiraje de 10 mil ejemplares fue confiscado, y los Flores Magón, aprehendidos.
En esos años, otro joven, Emiliano Zapata, al celebrarse una fiesta en su pueblo, Anenecuilco, fue capturado por la policía acusado de rebelde. Atado de codos lo llevaron rumbo a Cuautla, donde les salió al paso su hermano Eufemio y otros campesinos. Desataron a Emiliano y los dos hermanos huyeron al sur del estado de Puebla. Zapata diría más tarde que allí conoció que las desventuras de los campesinos de su tierra eran idénticas a las de otros rumbos. Ya en Anenecuilco demandó, en los tribunales de la ciudad de México, como otras tantas comisiones del pueblo lo hicieran, respeto para los fundos legales del ejido. Nada obtuvo. Días después convoca a los campesinos y empieza su lucha. Los hacendados exigieron su aprehensión y Zapata, derrotado, fue a dar, como soldado, al noveno regimiento de caballería. Era el aprendizaje que le faltaba para saber cómo organizar militarmente a los campesinos.
En esos años, otro joven, Doroteo Arango, hacía su aprendizaje de bandolero con uno de los hombres más famosos del rumbo de Canatlán: Ignacio Parra:
Mucha guerra Parra dio,
era valiente y cabal,
perteneció a la cuadrilla
del gran Heraclio Bernal.
Cuando Doroteo Arango abandonó al valiente Parra, al trote de su caballo, por las llanuras de Chihuahua, se va haciendo Pancho Villa. El “corrido” popular desaparece también en la leyenda del guerrillero. Pancho Villa regresaba a los dominios de los hacendados. Ellos, según sus propias palabras, lo devolverían al camino de sus sufrimientos. El móvil para la lucha habría de dárselo don Abraham González. Después, nadie lo contuvo. Él y sus caballerías destruirían al ejército de la dictadura.
En aquel entonces, un hombre de 35 años, Venustiano Carranza, era elegido presidente municipal de un pueblecito de Coahuila: Cuatrociénegas. Veinte años antes, Carranza había sido un alumno distinguido de la Escuela Nacional Preparatoria. Llegaba a la presidencia municipal después de una larga contienda contra el gobernador García Galán; de protestar por la brutalidad policiaca y de andar por la sierra, con el rifle “venadero” bajo el brazo, defendiéndose de la cacería desatada en contra suya. Fue una de tantas pequeñas rebeliones la de aquel ranchero acosado por un gobernador; pero, de todas las que ocurrieron, fue la de mayor trascendencia en la educación de un revolucionario.
(Tomado de: García Cantú, Gastón - El Caracol y el Sable. Cuadernos Mexicanos, año II, número 56. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f).
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