jueves, 4 de mayo de 2023

Teatro de Ulises, 1928

 


Teatro de Ulises (1928)

Celestino Gorostiza 

(En México en el Arte, número 10-11, 

México, INBA-SEP, 1950, pág. 26.)


Le faltaba a México su teatro de vanguardia. Y para hacerlo se necesitaba gente que estuviera al día de lo que pasaba en el mundo y que tuviera deseos de importar novedades a su país. Es decir, gente un poco snob, pero responsable y culta. Se necesitaba gente joven, con el ímpetu y la osadía de todas las juventudes; pero con una osadía, y un ímpetu gobernados por la curiosidad, por inquietudes de orden espiritual, por el afán de saber y de hacer. Por aquella época -1928- Salvador Novo, Xavier Villaurrutia y Gilberto Owen sostenían una revista literaria: Ulises. El solo nombre parecía implicar las virtudes indispensables para llevar a cabo la tarea del teatro de vanguardia. Antonieta Rivas Mercado acababa de regresar de Europa henchida de propósitos. Para incitarla a cometer el pecado solo faltó que Manuel Rodríguez Lozano hiciera las veces de la serpiente en el paraíso. Roberto Montenegro y Julio Castellanos fueron llamados a pintar, y a mí, que predicaba el "teatro de arte" desde las páginas de la revista Contemporáneos, se me invitó a colaborar en la dirección. Así quedó conformado el "grupo de los snobs" y por primera vez en México se llevaron a la escena las obras de Cocteau,  O'Neill, Lenormand, Dunsany, Pellerin, sobre un pequeño tablado que se improvisó en una vecindad de la calle Mesones. A falta de nuevos actores capacitados para brindar el tipo de interpretación que se exigía de ellos, actuamos nosotros mismos sin más propósito que el de ver representadas de algún modo aquellas obras, ya que ninguno pretendía, con excepción tal vez de Isabela Corona y Clementina Otero, convertirse de veras en actor.

El "Teatro de Ulises" respondió de tal modo a las inquietudes, a las aspiraciones, al gusto del momento: arrebató de tal modo el entusiasmo y la admiración de los sectores cultos y avanzados; provocó de manera tan perfecta las calculadas reacciones de indignación y escándalo; superó, en una palabra con tantas creces el éxito previsto, que no le quedó más remedio que desaparecer. En México el éxito en el teatro es algo tan extraño, tan difícil, tan remoto, que las raras oportunidades en que acontece se provocan de inmediato, los celos, las envidias, las rivalidades, la disgregación de aquellos que, precisamente por haberse unido, lograron conseguirlo. Pero la semilla estaba echada y tenía que empezar a germinar. En tanto yo daba clases de actuación en el Conservatorio Nacional, Isabela Corona, secundada por Julio Bracho, formó un pequeño grupo -"Los Escolares del Teatro"- que dio, en la sala "Orientación", de la Secretaría de Educación Pública, alguna representaciones de obras en uno y dos actos: Jinetes hacia el mar de Synge; La señorita Julia de Strindberg, y Proteo, de Francisco Monterde. Una y otras actividades respondían, consciente o inconscientemente, a la necesidad de formar nuevos actores para el nuevo teatro.


(Tomado de: Gorostiza, Celestino, Xavier Villaurrutia, et al. El teatro moderno en México. Paloma Gorostiza, antóloga, y Angélica Sánchez Cabrera, editora. Secretaría de Cultura, México, 2006)


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