Balada de los dos abuelos
El 6 de octubre de 1978, en la madrugada, son asesinados a machetazos Gilberto Flores Muñoz, de 72 años, director de la Comisión Nacional de la Industria Azucarera, y ex secretario de Agricultura en el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines, y su esposa Asunción Izquierdo (la novelista Ana Mairena). El duelo es tumultuoso y la familia se deshace en lágrimas, encabezada por el hijo único de los muertos, Gilberto Flores Izquierdo, subdirector médico del Instituto Mexicano del Seguro Social. La investigación queda a cargo del capitán Jesús Miyazawa Álvarez, director de la Policía Judicial del D. F.
La primera certeza: la residencia es inexpugnable y el asesino no pudo ser gente ajena a los Flores. En el velorio sobresalen los gritos del nieto: "¡Que esto no se quede así! ¡Castigo para quien lo haya hecho!" Pasado el entierro, Flores Alavez le informa a Miyazawa: el día anterior paseó por la ciudad junto con su amigo Anacarsis Peralta. Al interrogársele, Anacarsis confiesa: "Acompañé a Quiles (Gilberto) a comprar unos machetes que necesitaba, según él, para derribar una cabaña que ya no le servía. También compró unos limatones para afilar los machetes, aguarrás y guantes en una tlapalería, y el válium en una farmacia... Él me dijo que todo eso lo quería porque a la hora de usar el machete se pondría los guantes y que el valium era porque no podía conciliar el sueño..." Lo dejó en casa de sus abuelos en Las Palmas 1535, entre las 12 de la noche y la 1 de la mañana.
La escena que merecería la presencia la presencia de Hércules Poirot (en la versión de Miyazawa al periodista Francisco Pulido en Crónicas espeluznantes): la familia reza el rosario por el alma de los difuntos, se presenta el jefe de policía y anuncia: "Entre ustedes se halla el asesino. Y Flores Alavez responde: "Por mi parte, que desde este momento me detengan, ya que el que nada debe nada teme." Él tiene 20 años de edad, estudia con los Legionarios de Cristo en la Universidad Anáhuac y tiene aficiones místicas. Al presentársele ante la prensa declara: "Lo hice motivado por una enfermedad mental." En la confesión oscila entre la amnesia y el recuerdo preciso: "Sí le entregué a Anacarsis los guantes de color negro y el machete para que los tirara o los quemara y que no hiciera preguntas tontas, ya que después le explicaría. Todo esto lo hice para evitar que al encontrar los objetos me fueran a culpar." Más tarde se desdice y jura ser inocente.
Al caso lo rodea el clima paroxístico propio de los grandes momentos de la nota roja, y los lectores (que, por lo mismo, se consideran necesariamente expertos) quedan al tanto del repertorio: las riñas de la familia; los hábitos y las obsesiones de Gilberto, el Quiles; los intentos del padre y del defensor del acusado por hallar con rapidez otros "culpables"; "la ambigüedad" observada por los psicólogos de la Procuraduría del Distrito Federal en quien a los 20 años se declara virgen; la lucha por salvar a Flores Alavez de su propia confesión. El caso da origen a tres novelas: Mitad oscura (1982) de Luis Spota; Los cómplices (1983) de Luis Guillermo Plaza, y la excelente reconstrucción documental de Vicente Leñero, Asesinato (1985).
(Tomado de: Carlos Monsiváis – Los mil y un velorios (Crónica de la Nota Roja). Alianza Editorial y CNCA, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, D.F., 1994)
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