De los indios del Acandón y de un caso notable que sucedió con uno que querían sacrificar...
Fray Alonso Ponce
Viaje a Chiapas (Antología).
Tuxtla Gutiérrez,
Gobierno Constitucional del Estado de Chiapas [...]
Los indios del Acandon son muy pocos, y los más dellos infieles que no se han baptizado, y andan también en su compañía algunos apóstatas de la fe, asi dellos mismos como de otros que se han huido de otras partes, y se les han juntado; tienen todos una fuerza o peñol en una laguna sesenta leguas de Chiapa, entre Oriente y Poniente, no muy lejos de la Chontalpa hacia las tierras que confinan con la provincia de Yucatán, la laguna no es muy grande, pero es honda y circular, y tiene en medio una islilla con algunos peñascos, y en ella tienen hechas los Acandones sus casas, y a esto llaman peñol; sírvense de muchas canoas para salir a tierra firme a cazar y a hacer sus milpas de maiz, ají y frijoles y calabazas y otras legumbres, y a capturar todos los hombres que pueden, asi indios como españoles y negros, para sacrificarlos a sus ídolos, los que cogen vivos llévalos a aquel fuerte y isla, y después que los han engordado los sacrifican con danzas, mitote y bailes.
Aquel año de ochenta y seis salieron algunos destos a tierra firme con sus armas, que son arco y flecha, y dieron una noche en una estancia de un español, vecino de Chiapa, y habiendo muerto a un negro que se puso en defensa, llevaron presas nueve o diez personas entre chicos y grandes, y puestas en su isla las iban cebando y engordando como si fueran puercos, para ofrecérselas y sacrificárselas al demonio poco a poco en sus fiestas y solemnidades; teníanlos a todos metidos en una cárcel o red de maderos muy gruesos hincados en la tierra, y encima estaba hecha una barbacoa en que de noche dormían los que les guardaban, de día los sacaban por el pueblo con unos cascabeles a los pies, y los regalaban y daban muy bien de comer, y les procuraban hacer fiestas, pero de noche los volvían a la cárcel, en la cual estaban con la guardia sobredicha, hasta que llegado el día del sacrificio sacaban a matar uno, y otra vez otro, y así habían ya sacrificado algunos de los diez atrás referidos; y quedando ya muy pocos, y entre ellos un indio hábil y buen cristiano, que muy de veras se encomendaba a Dios y a la Virgen María su madre, llegado el día en que había de morir le sacaron de la cárcel, y llevado al mitote y baile, comenzaron su fiesta, quiso su ventura u ordenóle así Dios, que el que estaba tañendo el teponastle, que es un instrumento de madera que se oye media legua y más, erró al golpear y el compás de la música, y teniendo esto por aguero y mala señal el sacerdote de los indios, mandó que no pasase la fiesta adelante ni se hiciese por entonces el sacrificio, y que muriese el tañedor que había hecho aquella falta, tan grande a su parecer, pero intercedieron por él los demás, y perdonado mandaron volver al otro indio a la cárcel y concertaron y determinaron que otro día fuese sacrificado; el pobre indio que ya sabía algo de aquella lengua, entendió el trato y concierto y encomendándose a Dios y a nuestra señora la virgen María, cuyo devoto él era, probó a menear un palo de la cárcel, y dióse tan buena maña, que con el favor de Dios sacó uno sin ser sentido, y no atreviéndose a salir con él otro u otros dos indios que allí estaban, se salió solo y bajó a la laguna, y entró en una canoa y pasó a tierra firme, a la banda de Chiapa, y se subió a unas peñas muy altas donde estuvo escondido lo restante de la noche, y otros dos o tres días sin comer, sino fue lo que consigo llevaba, que no debiera ser mucho, y algunas raíces y frutas que él halló; cuando amaneció y miró bien en dónde estaba, vio que se había detenido en aquellas peñas en un puesto tan peligroso, que a pasar dos pasos más adelante se despeñara en una hondura muy grande, y dio gracias a Dios porque la había librado de aquel peligro. Oyó asimesmo aquel mesmo día que pasaban indios por allí abajo a buscarle, y que iban diciendo que le habían de coger y hacer que no se les huyese otra vez, con lo cual puede cada uno considerar lo que el pobre indio sentiría, y cuán grande sería a tal tiempo su tribulación y angustia. Pasado tres o cuatro días, cuando ya él entendió que se habían vuelto los que le habían ido a buscar, bajó de sus peñas y escondrijo, y comenzó a caminar para su tierra, pero yendo un día caminando muy descuidado de topar ninguno de los acandones, vio venir dos de ellos por el mismo camino con sus arcos y flechas, y aunque no estaban lejos quiso Dios que ellos no le vieran, él se escondió en el monte, y cuando ellos pasaron les oyó decir que la causa de no haberle hallado era habérsele comido algún tigre; libre de estos peligros y zozobras, llegó el pobre indio a su tierra tan flaco, despeado y mal traido que tardó mucho tiempo en volver en sí; él contó todo esto al fraile dominico de las Coapas, y decía y afirmaba que la madre de Dios, a quien se encomendaba, le había librado, y después el dominico lo contó al padre Comisario general cuando pasó (como queda dicho) por los pueblos donde estaba. Por esta prensa que hicieron los acandones en aquella estancia y por otras que habían hecho y se temía que harían, se hizo gente de españoles e indios, los cuales fueron a la laguna sobredicha, llevando consigo a un fraile nuestro que moraba en Chiapa, y pudieron (según se dijo) cogerlos a todos con facilidad, si luego dieran en ellos, porque estaban todos desbandados y desapercibidos, pero los indios se supieron valer, y pidieron al capitán ciertos días de plazo para responder a lo que les habían propuesto, y una noche, cuantos más desbandados estaban los españoles, desampararon los indios el peñol y se pasaron a tierra firme, y se metieron en el monte, y aunque fueran en su seguimiento no hicieron nada, y así se volvieron a sus casas hartos de caminar y mamvacios, como dicen. Para estos soldados eran aquellos ranchos donde descansó el padre Comisario el día que salió de Comitlán, como queda dicho, desde los cuales llegó a San Francisco Amatenango, donde quedó en el interin que se ha dicho esta digresión, y será bien volver a tratar de su viage.
(Tomado de: López Sánchez, Cuauhtémoc (recopilación) - Lecturas Chiapanecas IV. Miguel Ángel Porrúa, Librero-Editor. México, D. F., 1991)
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