Stephens en Palenque
El encuentro con un esplendoroso pasado
Corre el año de 1840. Agotados por el penoso viaje a través de la selva, John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood llegan por fin a la impactante ciudad que hacía un siglo, en 1730, había sido descubierta por el licenciado Antonio de Solís, encargado del curato de Tumbalá, quien residía con su familia en el poblado de Santo Domingo de Palenque.
"En el romance de la historia del mundo -escribiría después el notable explorador norteamericano- jamás me impresionó nada más fuertemente que esta en un tiempo grande y hermosa ciudad, trastornada, desolada y perdida; descubierta por casualidad, cubierta de árboles... y sin siquiera un nombre para distinguirla”.
Desde su descubrimiento, la gran ciudad había empezado a hablar con un lenguaje extraño y misterioso, lenguaje de piedra y estuco, de otros hombres y otros tiempos muy distantes de la cultura occidental que ahora la admiraba. Las más antiguas descripciones: la de José Antonio Calderón, que realizó la primera exploración oficial a la ciudad en 1785, y las de Antonio Bernasconi y el cronista real Juan Bautista Muñoz, así como las interpretaciones que de la ciudad había hecho un grupo de estudiosos bajo la asesoría del canónigo Ramón Ordóñez y Aguiar, sobrino nieto del descubridor de Palenque, presentaban a la enigmática urbe como un vestigio de las incursiones a estas tierras por parte de los fenicios, los cartagineses y las diez tribus perdidas de Israel, entre otros grupos.
El canónico Ordóñez poseía un librillo escrito siglos antes por los propios indígenas, llamado Probanza de Votán, del cual aseguraba que sólo él podía entenderlo, ya que estaba escrito en lengua indígena y en metáforas, y así convenció a un grupo de diletantes de que Votán, del linaje de los Culebras, había sido el fundador de la ciudad. El personaje había llegado de La Habana, procedente de Siria, en un viaje que incluyó España, Roma y Jerusalén. Según Ordóñez, las inscripciones, que abundan en la ciudad, eran egipcias y los motivos de sus relieves, mitos grecorromanos y hechos históricos, como la derrota de Cartago por los romanos; la ciudad, además, era frecuentada por todos los pueblos marítimos del mundo, aseguraban los eruditos.
Stephens, quien ya conocía esas interpretaciones, se dedica a buscar datos sobre la historia de la ciudad en el pueblo de Santo Domingo de Palenque y a describir con todo detalle las construcciones. Corrobora que los indios del pueblo nada saben acerca de la ciudad, e incluye en su obra una narración de las expediciones anteriores a la suya, desde el descubrimiento de De Solís que él sitúa en 1750 y que piensa fue realizado por los indios y no por el tío abuelo de Ordóñez, ya que duda mucho que un grupo de españoles se aventurara a internarse en la selva, poblada de insectos, jaguares y mortales víboras.
Sentado sobre un edificio semidestruido, frente al gran Palacio y a la elevada pirámide que hoy sabemos albergaba el cuerpo de Pakal, el Ahau o Señor más noble de ese antiguo pueblo, y abanicándose con una gran hoja del espeso follaje que crecía por todas partes, Stephens comenta a Catherwood: "¡Decir que esta ciudad es tres veces mayor que Londres! ¡Qué disparate! Es increíble todo lo que se ha inventado; esos relatos están cargados de fantasía. Aunque nos recuerdan a las egipcias, yo más bien creo que las inscripciones narran la propia historia de los constructores y habitantes de la ciudad. ¿Te acuerdas de los jeroglíficos de Copán y de Quiriguá? Yo los encuentro muy semejantes a éstos, por lo que parece ser que todo el territorio fue en un tiempo ocupado por la misma raza que hablaba la misma lengua, o por lo menos que tenía los mismos caracteres escritos, y que luego desapareció. Pero sin duda, aquellos hombres no fueron los antepasados de los indios que vemos ahora por aquí”.
Catherwood asiente mientras delinea el contorno de la alta pirámide que después se llamaría Templo de las Inscripciones. Ese día realiza una acuarela maravillosa que, junto con el libro de Stephens, será difundida a través del tiempo y el espacio a todos los rincones del mundo durante los siguientes dos siglos. Asimismo, la extraordinaria ciudad de Palenque seguirá hablando, y muchos hombres de muchas naciones seguirán interpretando su lenguaje y excavando sus entrañas con el mismo afán de conocerla y con la misma fascinación que sintieron los viajeros románticos del siglo XIX.
A partir del descubrimiento de Palenque, poco a poco fueron emergiendo de la selva grandiosas ciudades mayas construidas por el extraordinario pueblo del que habló Stephens, pero hoy sabemos que ese pueblo no desapareció: los creadores de aquella espectacular civilización fueron los ancestros de los diversos grupos indígenas que habitan hoy el área maya.
(Tomado de: de la Garza Camino, Mercedes. Stephens en Palenque. Los misterios de Palenque. Pasajes de la Historia II. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2000)
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