El gobierno de Victoriano Huerta 1
Breve historia de la revolución mexicana
** La etapa constitucionalista y la lucha de facciones
Jesús Silva Herzog
Capítulo 1
Los habitantes de la capital de la República habían sufrido privaciones sin cuento durante la decena trágica. Los combates en algunas partes del centro de la metrópoli habían tenido aterrorizados a los capitalinos. Decenas de ciudadanos pacíficos, víctimas de su curiosidad o de su mala suerte habían muerto o habían sido heridos por las balas perdidas de los contendientes. No pocas casas fueron averiadas por los cañones de la ciudadela Ciudadela o por los de los que defendían al Gobierno legítimo de don Francisco I. Madero. En consecuencia es explicable el desbordamiento de júbilo de la gente al saber que la lucha había terminado. ¿Qué importaba que el Presidente, el Vicepresidente y sus ministros estuvieran presos por órdenes de Victoriano Huerta? Lo único que importaba era volver a la normalidad después de la tremenda pesadilla de diez días. Además, es necesario reconocer que precisamente en la Ciudad de México fue donde Madero siempre tuvo mayor número de enemigos y lógicamente menos partidarios; fue siempre el foco del porfirismo y donde más lució la gallarda figura del viejo autócrata. La ciudad de México a través de nuestra historia nunca se ha distinguido por su espíritu revolucionario.
Se refiere que al trasladarse los nuevos ministros designados en el pacto de la Embajada, de la Secretaría de Gobernación al Palacio Nacional, la muchedumbre que llenaba las calles los aplaudió alborozada en todo el trayecto. Muchos de ellos, hay que reconocerlo, gozaban entonces de buen nombre y prestigio intelectual. Se refieren también que algunos como Francisco León de la barra y Jorge Vera Estañol rehusaron aceptar al notificárseles su nombramiento; pero a la postre tuvieron que aceptar ante la presión de Huerta y del embajador norteamericano. A este propósito Vera Estañol, en su libro La Revolución Mexicana. Orígenes y resultados escribe:
“La designación de Huerta para la Presidencia provisional no fue del agrado general, y de semejante displicencia y aún repugnancia participó la mayoría de los llamados a formar su Ministerio.
"En la segunda conferencia, a que Vera Estañol fue convocado para instarle a que entrara al nuevo Gabinete, se le informó que el embajador de los Estados Unidos había hecho saber que, de no arreglarse inmediatamente la situación de inconformidad con que el pacto de la Embajada, los Estados Unidos estaban dispuestos a desembarcar los marinos de sus barcos de guerra anclados en puertos mexicanos o en su vecindad.”
El mismo autor, que debió haber conocido bien a Victoriano Huerta por haber sido durante varios meses su ministro de Instrucción Pública, emite en la obra citada sobre su jefe accidental el juicio siguiente:
"De sesenta y un años de edad, físicamente recio e inmune al trabajo, excesos y vigilia; despejado de inteligencia en los periodos normales, malicioso y suspicaz; militar por meollo y educación; sostenido y tenaz en sus determinaciones también durante los periodos normales y hombre de acción; pero egoísta, inmensurablemente ambicioso, renuente a la noción del deber, ignorante o desdeñoso de toda energía individual o social libre, maquiavélico, falaz hasta la decepción de sí mismo, brutal, arbitrario, disoluto y por remate alcohólico empedernido con las consiguientes intermitencias de abulia y ofuscación. Huerta bajo la acción aumentativa del poder, es dentro del Gobierno el elemento disolvente por excelencia.”
Y este hombre anormal, traidor por naturaleza, ebrio consuetudinario y malvado, se había adueñado de la primera magistratura de la nación.
En el Palacio Nacional, el día 19 de febrero, se celebró el ascenso al poder de Victoriano Huerta, con asistencia del cuerpo diplomático acreditado en México. El siniestro embajador norteamericano Henry Lane Wilson pronunció un optimista discurso, asegurando que la paz se restablecería en el país gracias a la habilidad y a la energía del nuevo mandatario. Inmediatamente después Huerta notificó por la vía telegráfica a los gobernadores de los Estados su nombramiento. Entre ellos cabe citar a revolucionarios distinguidos como Rafael Cepeda, de San Luis Potosí; Miguel Silva, de Michoacán y Manuel Mestre Ghigliazza, de Tabasco. Todos, incluyendo a los expresamente mencionados, aceptaron de hecho en aquellos momentos -18 y 19 de febrero- la usurpación, excepto don Venustiano Carranza, gobernador del Estado de Coahuila. Semanas después fue secundado por el Gobierno de Sonora.
El día 22, ya lo sabe el lector, fueron cobardemente asesinados don Francisco I. Madero y don José María Pino Suárez. La noticia del crimen causó impresión escalofriante en todo el país y en el extranjero. En la Ciudad de México y en buen número de grandes ciudades se celebró en los casinos aristocráticos y en numerosas casas de gente acaudalada la muerte de los dos mártires; se celebró brindando con champaña y augurando un porvenir brillante para la República. La alta burguesía estaba de plácemes; pero el pueblo, la gente humilde y buena parte de la clase media condenaron el magnicidio con justificada indignación. Los grandes periódicos se pusieron desde luego al servicio de Huerta.
Manuel Márquez Sterling en Los últimos días del presidente Madero dice lo que copiamos a continuación:
“...el espía sustituye al soldado. Y los periodistas, ayer libres, hoy esclavos, solicitan de mi buena fe datos que publicar del revés, con la malicia del terror y el encanto inefable de servir al nuevo amo…
"Caído el Gobierno del mártir, los viejos actores, cesantes y dispersos buscan inútilmente su lugar en la escena que ya no les pertenece; y los impulsa el recuerdo abultado y triste de antigua y borrosa gloria. Se entregan a brazos del audaz que promete los mismos placeres de pasada época y no ven el incendio que corre furioso por las cortinas que disfrazan su miseria. El cuartelazo ha sido absurda conjura de gente rica, de industriales omnipotentes, de banqueros acaudalados y de comerciantes favoritos que ansían su "fetiche" y labran, sin saberlo, su ruina. Para ellos asesinar a Madero no fue, ni con mucho, un delito. Y con mirada hosca reprochan, desde luego, a quienes intentaron salvar aquella existencia que imaginaban lesiva a sus intereses de cortesanos…”
Bien pronto se vio que al Gobierno de Huerta lo apoyaban los banqueros, los grandes industriales, los grandes comerciantes, el Clero, sobre todo el alto Clero, y por supuesto el ejército federal. Del otro lado, en contra del usurpador, estaba el pueblo: campesinos, obreros, mineros, pequeños agricultores e intelectuales de la clase media. Mención especial merece la actitud asumida en la ciudad de México por los trabajadores de la Casa del Obrero Mundial, pues sin vacilación se pronunciaron contra el Gobierno huertista, sosteniendo con decisión y valor sus anhelos de transformación social.
El 1° de mayo de 1913 celebraron por primera vez en el país el Día del Trabajo en un teatro de la capital. Entre otros oradores habló el diputado Isidro Fabela, pronunciando un discurso a favor del proletariado de las ciudades y de los campos, con ataques vigorosos a la minoría privilegiada y censurando implícitamente al Gobierno. Al día siguiente, al saber que se trataba de aprehenderlo, Favela pudo escapar de México para unirse a la Revolución.
Semanas más tarde de la celebración del Día del Trabajo, la Casa del Obrero Mundial organizó el 25 de mayo un gran mitin, el cual se efectuó en el monumento a Benito Juárez. Hablaron Serapio Rendón, Jesús Urueta, José Colado, Rafael Pérez Taylor, Eloy Armenta, el poeta José Santos Chocano y Antonio Díaz Soto y Gama. Se refiere que este último dijo, poco más o menos, que "los trabajadores formaban ya encadenamientos prepotentes que ninguna fuerza, ni divina ni humana, era capaz de hacer pedazos, a despecho de todos los traidores y a despecho de todos los cuartelazos; que el pueblo mexicano era revolucionario por idiosincrasia y que por tal razón echaría por tierra, viniendo del norte o del sur, al gobierno espurio y vil de Victoriano Huerta,6 que se había entronizado en México para mengua y vergüenza de nuestra historia…”
Asombra y provoca nuestra admiración la valentía de aquellos ciudadanos que se jugaban la vida al atacar sin eufemismos al régimen huertista. Los miembros de la Casa del Obrero Mundial, no obstante los peligros que les acechaban, continuaron en su actitud oposicionista y en terca defensa de sus ideales.
(Tomado de: Silva Herzog, Jesús - Breve historia de la revolución mexicana ** La etapa constitucionalista y la lucha de facciones. Colección Popular #17, Fondo de Cultura Económica; México, D.F., 1986).

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