jueves, 31 de enero de 2019

Luis Cabrera, La Revolución de entonces y la de ahora

En el año de 1937 apareció un libro de título homónimo al de Alejandro Dumas: Veinte años después. Se hacía en él un balance de lo acontecido veinte años después de que Huerta usurpara el poder tras el asesinato de Madero, y veinte años después de haber sido promulgada la constitución de 1917. Su autor era el ya sexagenario Luis Cabrera, quien a partir de 1908 se distinguiría como periodista de oposición al régimen de Porfirio Díaz; en 1911 como ideólogo  de la revolución naciente; en 1912 como parlamentario revolucionario y, años más tarde, al lado de Venustiano Carranza, como ideólogo de la reforma agraria y hacendista notable. Cabrera, después de la tragedia de Tlaxcalantongo, decidió retirarse al ejercicio de su profesión de abogado.

Su reaparición en los medios políticos causó revuelo. Dictó una conferencia en la biblioteca Nacional titulada “El balance de la Revolución”. En ella hacía un análisis sociológico de lo que debe ser una revolución y aplicó sus criterios al caso mexicano. Mostró a quienes lo escucharon y a los lectores de El Universal, diario en que se publicó el texto político de la conferencia, que la “revolución hecha gobierno” no había satisfecho las demandas económicas, políticas y sociales que impulsaron a las masas a luchar por sus reivindicaciones. Tal cosa fue entendida en los círculos oficiales como un ataque al gobierno del presidente Pascual Ortiz rubio, quien, en los discursos de un banquete celebrado en Texcoco, tachó a Cabrera junto con Antonio Díaz Soto y Gama, antiguo ideólogo zapatista y agrarista, de “tránsfugas de la Revolución”.

La reprimenda a Cabrera –el viejo “Blas Urrea”- no quedó en discursos. También le costó “un viaje a Guatemala sin boleto de regreso”. Y el presidente Ortiz Rubio no sólo se dedicaría a responder a los conceptos de Cabrera, sino que lo hicieron también altos funcionarios del Partido Nacional Revolucionario, como Lázaro Cárdenas y Manlio Fabio Altamirano, que señalaron los aspectos negativos de la administración carrancista.

Hicieron ver que el Primer Jefe no puso atención en el problema agrario ni ofreció reformas sociales, sino que fue Obregón quien realmente emprendió un programa de acción tendente a hacer efectivos los principios consagrados por la Constitución de 1917. Asimismo recordaron que Carranza obstruyó el proceso democrático cuando trató de imponer como candidato oficial al ingeniero Ignacio Bonillas frente a Obregón, quien contaba con el apoyo popular.

Estos señalamientos trataban de descalificar a Cabrera como autoridad para juzgar lo que se había hecho en el proceso revolucionario. Pero el hecho de que fuera deportado del país implicaba inseguridad por parte del gobierno ortizrubista.

Cabrera siguió criticando a la administración pública mexicana, en especial a la de Lázaro Cárdenas. El viejo ideólogo agrarista reaccionó frente a las ideas y acciones de Cárdenas, particularmente en materia agraria. Cárdenas repartió grandes extensiones de tierra cultivable en regiones como La Laguna, el valle del Yaqui y la Nueva Italia en Michoacán, terrenos henequeneros en Yucatán. No lo hizo para fraccionar terrenos otorgando pequeñas propiedades privadas, sino ejidos colectivos. En una mentalidad liberal como la de Cabrera, esto se le antojaba como “un ensayo comunista en México” aduciendo que el ejido colectivo era una imitación del koljos soviético
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Posteriormente, ideólogos cardenistas como Luis Chávez Orozco han tomado argumentos del propio Cabrera para explicar que, en realidad, Cárdenas estaba reviviendo instituciones que habían dado buen resultado en Nueva España y que el ejido colectivo no era imitación de instituciones extranjeras.

El problema, en realidad, era la vieja polémica entre liberales y radicales, que tuvo su mayor enfrentamiento en el seno del Congreso Constituyente  de 1916-1917. Para los liberales, el Estado sólo debía regular y no intervenir, mientras que para los radicales el Estado debía ser el medio propulsor y efectivo de las nuevas reformas. De ahí su fuerza y su participación legalmente sancionada.

En suma, se trata de dos maneras de entender la revolución. La del viejo precursor que contempla hechos que no previó, frente a la del nuevo revolucionario, que busca nuevas fórmulas para acelerar el proceso social de una revolución que amenazaba estancarse bajo la política del maximato. De ahí que el lector de la polémica encuentre razones fundamentadas en ambos bandos. Todo estriba en comprender las diferentes ideologías.

Por otra parte, la cada vez mayor participación del Estado en los aspectos economicosociales no es un fenómeno privativo del México de los años treinta. En la Unión Soviética se forjaba un estado socialista; los Estados Unidos, con el new deal de Roosevelt, dejaban atrás al liberalismo clásico, y Alemania, Italia y Japón se organizaban bajo la guía del nacionalsocialismo. La política del laissez-faire se antojaba por entonces como una cosa del pasado.
(Tomado de: Álvaro Matute – La Revolución de entonces y la de ahora. Historia de México, tomo 11, Etapa La Revolución Mexicana; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, D.F., 1978)

miércoles, 30 de enero de 2019

Frutos exóticos

El fruto más pulido, más comedido, más bien educado que yo conozco, es el aguacate. Viste un pellejo liso y negro como de hule fino. Tiene un solo hueso o semilla, casi tan grande como el total de su cuerpo. Y la carne es una mantequilla verdosa que no se adhiere al hueso. No tiene, pues, jugo que chorree, dureza que esquivar, acritud ni dulzura excesivas. Se le toma en el plato, se le hace una incisión en redondo, se tira de las medias cápsulas, dentro de una de las cuales queda el hueso, y se expulsa éste apretando un poco la media fruta que lo retuvo.

Lo más opuesto al aguacate es el mango, fruta chorrosa, sumamente rica en jugo y con una carne que apenas puede separarse del hueso. Las adherencias de su carne son tales que para poder darme cuenta de cómo era la semilla tuve que rasparla y dejarla secar. Entonces obtuve una especie de lengüeta peluda. Estos filamentos o nerviecillos del mango se notan al morderlo. Pero si no hincamos en su carne los dientes, sino el pincho especial, y le cortamos sus lomos con el cuchillo, gustaremos de una fruta fresca, blanda, jugosa, sabrosísima y de un color alegre, amarillo cálido.

La más exótica o extraña por su color es la fruta llamada zapote prieto. Bajo una lisa, delgada y verde vestidura, una carne negra que ha de batirse para servirla en los platos. La primera vez que le presentan a uno este riquísimo postre natural, se resiste a comerlo, porque los manjares negros no avivan el apetito a través de los ojos. Ocurre lo mismo con los calamares en su tinta, comida negra que luego gusta tanto. La pulpa negra del zapote prieto, una vez aceptada por la razón es, para el paladar, de una consistencia tan leve y espumosa como la del merengue.


Queda por ver cómo es el mamey. Oval y alargado como el mango, pero de corteza color de barro seco. Una vez que lo abrimos en canal, nos enseña un interior de color rojo llameante. Como bajo su corteza la Tierra, tiene el mamey fuego bajo la suya. Y esta carne no rezuma líquido libre; y es apelmazada, para ser extraída con cuchara.

Al pensar y escribir de estas cuatro magníficas frutas exóticas, padece la pluma una tentación: la de adentrarse en alguno de los ubérrimos mercados de México capital, especialmente en el de la Merced, que abastece a todos. Pero, a los mercados como a las ferias, a las verbenas y todo lo que sea barullo voy rara vez. Y bien sabe Dios que me gustaría poder describir aquí una de las más lindas pequeñeces que encierran:  la variedad de semillas para pasto, refrescos, infusiones, emplastos y demás, cuyas cantidades fascinan al pintor. Pero, después de las semillas reclamarían su lugar las yerbas medicinales o de simple recreo que aquí son muchas y para los más variados dolemas, según los indios. Y después tendría que ocuparme de los hechiceros, de la hechicería, que se sigue practicando. En los periódicos de hoy se puede leer en grandes letras: “Hechicero linchado en Ojinaga.”


Pero no es correcto patinar o dejarse ir en alas de las asociaciones emergentes en una nota como ésta. No pensemos en el mercado de la Merced. Evitemos el barullo y regresemos al frutero que teníamos delante con las cuatro frutas escogidas.


El aguacate nos hace pensar en una raza blanda, de muchas eles y tes, de pocas erres.


El mamey nos hace pensar en una raza cálida y concentrada.


El zapote prieto nos hace pensar en una raza oscura, leve y fina.

El mango, en una raza lujuriosa.


Con el aguacate se comprenden estas palabras: Popotla, Tlalnepantla.


Con el mamey se comprende la hoja diaria de los crímenes.


Con el zapote prieto se comprende la finura ingrávida de la indita.


Con el mango se comprenden la hamaca y los ojos brillantes.




Y con la papaya, ¿qué se comprende? “Te has olvidado de la fruta que tomas cada día en el desayuno”, me dijo la voz de la conciencia.

Cuidado con pedirla en Cuba con este nombre. En Cuba hay que llamarla fruta bomba.


Con la papaya se comprende la buena digestión. Su nombre parece compuesto por un chico o por una raza balbuciente. Es fruta que no seduce por el olfato, sino por el paladar. Con unas gotas de limón es exquisita. Se diría que es hermana del melón, pero es opuesta a él por la carencia de rico aroma y por su virtud estomacal. ¡Viajero! ¡Desayúnate con papaya!

(Tomado de: José Moreno Villa – Cornucopia de México y Nueva Cornucopia mexicana. Colección Popular #296, Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V., México, D.F., 1985)

martes, 29 de enero de 2019

Plan de Zacapoaxtla I, 1855


Juan Álvarez seguía en Tlalpan, un poco fatigado por la carga que llevaba sobre los hombros y con la cual no sabía qué hacer. Nunca pudo superar esa situación y como las molestias, planes y levantamientos crecían a ojos vistas, el 10 de diciembre, usando las “facultades omnímodas”, nombró sucesor a Ignacio Comonfort y se fue con sus “pintos” a la costa del Pacífico.

Exaltados escándalos en la capital de la República anuncian la salida del presidente Álvarez, el más destacado de los cuales es el que frente a la Universidad promueve un Miguel Buenrostro –que cooperó con la intervención americana-, quien se dirige a las puertas de la Diputación para apoderarse de las armas y poner en prisión al gobernador del Distrito, Juan José Baz, en medio de grandes gritos contra el nuevo presidente, contra el clero, contra los americanos y contra los cantos y misterios de la Iglesia. Juan José Baz tomó enérgicas medidas contra los alborotadores y gracias a éstas no alcanzó proporciones sangrientas el motín.  Al día siguiente, 11 de diciembre, Comonfort ocupa por delegación la Presidencia omnímoda de la República.

Si esto acontecía en la ciudad Capital, en los Estados de la Federación las arbitrariedades, las medidas irritantes, los excesos jacobinos, los salteadores en despoblado, son las plagas que acosan a los ciudadanos. Hay lugares en los que, siguiendo la antigua tradición municipal, se unen los pueblos a deliberar sobre el estado de cosas que los aflige, y se pronuncian por fórmulas que publican en forma de planes. Para nuestra historia y para la vida de nuestro héroe [Miguel Miramón], el más significativo es el Plan de Zacapoaxtla.
Escasamente conocido, apodado de religión y fueros, para así ocultar con frases polémicas la justicia de la causa reclamada, dice así:
“En la Villa de Zacapoaxtla, a los doce días del mes de diciembre de mil ochocientos cincuenta y cinco, reunidos en las casas consistoriales, los señores cura párroco, sub-prefecto, jueces de la Villa y los de todos los pueblos inmediatos, y los vecinos principales, después de una indicación que dirigió el señor Cura a la multitud de los concurrentes, todos acordaron que, cuando abandonó el poder el general Santa-Anna, se temió que una acefalía produjera el destrozo de nuestra sociedad, y la nación para salvarse, de tamaño mal, abrazó con entusiasmo el Plan de Ayutla, reconoció a sus jefes y depositó en sus manos con poder absoluto la suerte de la patria. Debió esperarse en consecuencia que haciendo cesar el estado de guerra en que nos encontrábamos, se procurara la unión y se hicieran efectivas las garantías que ofreció el mencionado Plan de Ayutla; pero nada menos que eso, aun antes de establecerse el gobierno del general Álvarez, hemos visto que poniendo en práctica principios disolventes y desplegándose una persecución encarnizada a todos los buenos ciudadanos que prestaron con fidelidad sus servicios a la administración anterior, el gobierno actual después de tres meses de existencia, siguiendo el camino que el propio ha trazado, se ha enajenado las simpatías de los verdaderos libertadores y de todo ciudadano que profese amor a su Patria, puesto que el relacionado Plan de Ayutla en sus manos, no sólo ha destrozado, sino que le ha dado un sentido completamente contrario. En lugar de garantías sociales ha producido la persecución de las dos clases más respetables de la sociedad, el clero y el ejército, sin tener presente que atacando al primero se destierra de una vez del suelo mexicano la poca moralidad que existe, y persiguiendo al segundo, hoy que el enemigo de nuestra nacionalidad lo tenemos en el seno de la República, sin duda perderemos nuestra independencia que nuestros padres compraron con su sangre. En lugar de garantías individuales, sólo tenemos prisiones, destierros y confiscaciones; y en lugar de conservar nuestro territorio, se faculta al gobierno para poder vender, cuyas arbitrariedades no han podido sufrir ni aun los mismos que fueron caudillos de la revolución y se han separado. ¿En qué hemos mejorado entonces? ¿No estos mismos hechos nos hizo sufrir la administración anterior? –El Plan de Ayutla, por tanto, no ha servido más que de pretexto para el triunfo de un partido débil. La revolución que acaba de operar no ha tenido por objeto más que las personas, y nada más lejos de ella, que la felicidad de los pueblos y la seguridad de la Patria. Triste, muy triste es este cuadro, pero verdadero; la República entera está mirando con escándalo que mientras el enemigo del exterior se presenta en la frontera del norte disfrazado con el nombre de ejército libertador, a las órdenes del traidor Vidaurri, la parodia de gobierno que tenemos, sólo se ocupa de remover empleados, sin cuidar de la seguridad de los pueblos, porque los salteadores con entera libertad cometen sus depredaciones, no sólo en los caminos, sino aun en el corazón de nuestras más populosas ciudades. –Por lo tanto, para conjurar este estado de males, y poner con oportunidad el debido remedio, desconocemos y rehusamos con toda energía las odiosas denominaciones de los partidos que dividen a los mexicanos: nosotros invitamos a todos los que tengan amor a su Patria, sea cual fuere su fe política, a que reunidos bajo una bandera nacional, concurran con sus luces a salvar nuestra nacionalidad y religión, porque primero es tener asegurada nuestra herencia, y como para esto sea necesario poner el gobierno en manos de personas que reuniendo el patriotismo, la inteligencia y moralidad, obtengan la confianza de los pueblos, invitamos a nuestros conciudadanos para que sostengan como lo hacen los que firman, el siguiente
PLAN:

Art. 1°-Se desconoce el actual gobierno de la República y en consecuencia todos sus actos.

2°.-Inter tanto la nación se constituye de una manera libre y legal, las autoridades civiles y eclesiásticas de esta villa, su guarnición y vecindario en general, proclaman para el gobierno de la República las Bases Orgánicas adoptadas en el año de 1836.

3°.-Para la elección de los supremos poderes de la Nación, las mismas autoridades, guarnición y vecindario, se reservan hacer una declaración posterior, de manera que satisfaga los intereses nacionales.

4°.-Mientras no se presente jefe de confianza y de más graduación, se reconoce por jefe de las fuerzas pronunciadas, al teniente coronel del ejército, ciudadano Lorenzo Bulnes. Siguen tres mil seiscientas setenta y ocho firmas, que han puesto los pueblos de este partido y fuerzas pronunciadas de este rumbo hasta ahora. –Es copia del original a que me remito. –Zacapoaxtla, diciembre 12 de 1855. –Francisco Ortega y García. –Lorenzo Bulnes.”
(Tomado de: Luis Islas García – Miramón, caballero del infortunio. Editorial Jus, México, D.F., 1989)

lunes, 28 de enero de 2019

Fernando Leal

(1896-1964) Desde los días en que por iniciativa de Vasconcelos renació la decoración de edificios públicos, Leal ocupó un puesto importante. Nació en la ciudad de México; estudió en San Carlos y en la Escuela al Aire Libre de Coyoacán, de la que después fue director. Fue iniciador de la pintura mural y ensayó diversas técnicas. Sus temas fueron, básicamente, tradiciones populares y escenas con personajes del pasado bíblico. Entre su obra mural podemos mencionar: Los Danzantes de Chalma, a la encáustica, en la Escuela Nacional Preparatoria en 1922; La epopeya bolivariana (1930-1933), fresco de nueve tableros en el Anfiteatro Bolívar de la Universidad, siete de los cuales representan a los libertadores de América y otros dos simbolizan la ideología antiimperialista. Realiza, en 1935 Neptuno encadenado, fresco que se encontraba en el aula máxima del Instituto Nacional de Panamá, hoy destruido. En 1943, en la estación de ferrocarriles de San Luis Potosí, trabajó en el tema El triunfo de la locomotora y la edad de la máquina. En 1947 realiza al fresco para la Basílica de Guadalupe los siguientes tableros: La predicación de los franciscanos en Santa cruz Tlatelolco; Orquesta de Ángeles; La primera aparición; Juan Diego ante Zumárraga; La curación de San Bernardino; El Milagro de las rosas; La Cuarta aparición. En 1958, hace la Danza de Xochiquetzalli, Representación de la Celestina; Una pastorela a fines de la Colina; La gorda y el flaco en una carpa en mosaicos en vidrio en el teatro de La Paz, en San Luis Potosí.
(El triunfo de la locomotora y la edad de la máquina)

Leal tiene, junto a los otros fresquistas mexicanos, una preocupación por la composición lógica, que ha llevado hasta sus últimas consecuencias. En cuanto al colorido, la lección del maestro muestra una graduación sutil de las tonalidades que le permite alcanzar al mismo tiempo brillo y riqueza. Elimina los tonos sombríos; tiene en sus pinceles un registro muy amplio de color. Merecen algunos renglones los temas de características religiosas, campo al que se dedicó con verdadero acierto, como en La visión de Santo Domingo (1944-1947), en el arco del ábside de la iglesia de Santo Domingo, en San Luis Potosí. Se observa ahí el propósito de no hacer pintura alegórica ni simbólica, sino una pintura con un contenido nacional; en sus indios, sus mestizos, sus criollos, las escultóricas cabezas de los negros, están presentes los problemas sociales  que los hombres resuelven en su trabajo diario, y a través del cual, el pintor pretende mostrar la existencia de lazos providenciales, el milagro que envuelve nuestra diaria existencia y aun alcanza un sentido de nacionalidad; se trata en esta pintura religiosa de un nuevo humanismo nacionalista abierto a lo sobrenatural.

(Tomado de: Delmari Romero Keith – Otras figuras del muralismo, fasc. #100, Arte de la afirmación nacional; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V., México, D.F., 1982)

sábado, 26 de enero de 2019

las Reformas Borbónicas

(Carlos III, por Francisco de Goya)
 
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¿Qué eran las Reformas Borbónicas?

Las Reformas Borbónicas eran un conjunto de reformas políticas, administrativas y fiscales dictadas desde España a raíz de la sustitución de la dinastía de los Habsburgo por la de los Borbones en 1700 y durante la mayor parte del siglo XVIII, tras la Guerra de Sucesión española (1701-1710). Felipe V pertenecía a la dinastía de los Borbones; su autoridad dispuso una serie de cambios que no se planearon desde el principio, pero que estaban basados en las ideas de la Ilustración. Esto implica que el monarca utilizó herramientas racionalistas, como la especialización administrativa, la obediencia de reglas fijas, un mayor control sobre las provincias y un apego absoluto a la autoridad del rey.

Las Reformas Borbónicas buscaban ante todo restablecer como la autoridad suprema la fuerza del rey, pues en la Nueva España la autoridad estaba sumamente diluida, tanto desde el punto de vista territorial como entre los diversos grupos del poder. Con la excepción de Portugal, casi todos los territorios de la península se incorporaron a la Corona de Castilla, de donde surge la imperativa necesidad de revisar la administración.

Estas medidas pretendían modernizar el sistema fiscal, la producción de la minería y descentralizar el sistema administrativo del virreinato mediante la división del territorio en diversas intendencias. Este cambio surgió sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII con el reinado de Carlos III (1759-1788), un seguidor empedernido de las ideas de la Ilustración, entonces en boga en Europa.

Una de las primeras observaciones que hizo el monarca fue que los monopolios de los comerciantes y de los gremios de los puertos de Veracruz y Acapulco perjudicaban la competencia y sostenían muy elevados los precios, por lo que la economía estaba estancada. En la década de 1760 Carlos III solucionó el problema al abrir otros puertos en Campeche y Yucatán, y antes de que terminara el siglo se les concedió el mismo derecho a otros puertos. Entre 1764 y 1765 se logró terminar con el monopolio de Cádiz, cuando se permitió que otros puertos en España pudieran comerciar libremente con las colonias. En 1790 se abolió la Casa de Contratación de Sevilla, que fue la institución encargada de las exportaciones y del comercio durante 287 años. La Corona estimuló la economía con la disminución de impuestos, la revisión de las leyes aduanales, la dotación de azogue a los mineros, además de organizarles una asociación.

En la década de 1720 había gran optimismo, pues la producción de plata iba en aumento, en parte gracias a las medidas que la Corona implementó, pero también debido a una mejora en la tecnología, a la subida del precio de la plata y al descubrimiento de yacimientos nuevos en Guanajuato.
 
(Tomado de: Cecilia Pacheco - 101 preguntas sobre la independencia de México. Grijalbo Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2009)

viernes, 25 de enero de 2019

Códice de Huichapan

 
El manuscrito tiene cuatro secciones. La primera, de siete páginas, consta de los anales de Huichapan, de 1539 a 1618 y de 1629 a 1632, escritos alfabéticamente, en otomí. La segunda, de dos páginas, es una nómina de los pueblos de la provincia de Xilotépec, con doce signos pictóricos acompañados con glosas en otomí. La tercera, también de dos páginas, expone los calendarios europeo y mesoamericano, con textos alfabéticos en otomí, náhuatl, castellano y latín. La cuarta es de 55 páginas; narra la historia del señorío de Xilotépec, del año 2 caña (1403) hasta 10 pedernal (1528), con signos pictóricos acompañados por glosas amplias en otomí y algunas glosas cortas en náhuatl. La mayoría de los signos pictóricos pueden leerse en otomí, náhuatl o cualquier otra lengua del Centro de México. La historia se centra en los gobernantes de Tenochtitlan, Xilotépec y otros señoríos: sus ascensiones, muertes, guerras, etcétera. Al final, se registra la conquista de Tenochtitlan y la construcción de una iglesia cristiana en Xilotépec. De esta manera la historia de este señorío se inserta en un contexto regional.
 

 

El manuscrito consta de 68 páginas en 34 folios de papel europeo de 30 por 21 cm. El análisis de la/información calendárica muestra que faltan por lo menos ocho páginas. Dos páginas están en blanco. Las orillas se encuentran deterioradas, hay manchas de humedad y hongos, y hay zonas faltantes en algunos folios. La forma del libro y el formato de los textos alfabéticos son europeos. Éstos fueron escritos con pluma y tinta café. La letra es menuda pero disciplinada, bastante legible. Las secciones segunda y cuarta incluyen signos pictóricos de tradición indígena, adaptando su disposición al formato del libro, con algunas influencias estilísticas europeas. Estos signos se pintaron con tinta negra, al parecer con pincel. En la segunda sección sólo se usó tinta negra para delinear y rellenar los signos pictóricos; en la cuarta los contornos fueron rellenados con pintura de varios colores. La mayoría de las glosas alfabéticas parecen ser de la misma mano, aunque es evidente la intervención de dos amanuenses más, al menos.
 
(Tomado de: David Charles Wright Carr - Códice de Huichapan. Arqueológica Mexicana, edición especial #42, La colección de códices de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Editorial Raíces, México, D.F., 2012)

jueves, 24 de enero de 2019

La Real Cédula de Consolidación de Vales, 1804

El investigador Romeo Flores Caballero ha dicho de esta cédula lo siguiente: “Ante la apremiante necesidad de recursos… la Corona expidió la Real Cédula de Consolidación, cuya ejecución provocó graves consecuencias económicas, sociales y políticas en las posesiones americanas. El estudio de las repercusiones de esta cédula es de vital importancia puesto que, además de mostrar la ignorancia que la metrópoli tenía sobre el mecanismo de la economía en sus posesiones coloniales, constituye la primera acción directa tomada contra los bienes de la Iglesia, medio siglo antes de las leyes de Reforma expedidas por el gobierno de Benito Juárez”. (Romeo Flores Caballero, La contrarrevolución de Independencia. Los españoles en la vida política, social y económica de México (1804-1838).

Sobre la venta de los bienes de Obras Pías en los Reinos de Indias e Islas Filipinas.
El Rey.

Con Real orden de primero de diciembre próximo pasado remití a mi Consejo de Indias, para su cumplimiento en la parte que corresponde, copia del Real Decreto que me ha servido expedir con fecha de veintiocho de noviembre último, y de la Instrucción que acompaña, relativo a la venta de los bienes de Obras pías en mis Reinos de las Indias e Islas Filipinas; cuyo tenor, el de la citada instrucción, y de los cuatro formularios que en ella se expresan, son las siguientes:

Por mi Real Decreto de diez y nueve de septiembre de mil setecientos noventa y ocho, y por los motivos que en él se expresan, mandé enajenar los bienes raíces pertenecientes a Obras pías de todas clases, y que el producto de sus ventas, y el de los capitales de censos que se redimiesen o estuvieren existentes para imponer a su favor, entrase en mi Real Caxa de Amortización, con el interés anual de tres por ciento, y la especial hipoteca de los arbitrios destinados, y que sucesivamente se destinaron al pago de las deudas de la Corona, a más de la general de todas sus Rentas; pero conservándose siempre ilesos a los Patronos respectivos los derechos que les correspondan,  así en las presentaciones, como en la percepción de algunos emolumentos, que deberán satisfacérseles del tres por ciento del interés anual; y aunque por entonces no fue mi Real intención extender esta providencia a los Dominios de América, habiendo acrecentado la experiencia en los de España su utilidad y ventajosos efectos, tanto para las mismas Obras pías, que libres de las contingencias, dilaciones y riesgos de su administración, han conseguido el más fácil cumplimiento de sus fundaciones, como para el bien general de la Monarquía y utilidad de mis vasallos, cuyo empeño en estas adquisiciones y gastos que están haciendo para mejorarlas son la prueba más segura de sus ventajas; he resuelto por todas estas razones, y las del particular cuidado y aprecio que me merecen los de América, hacerlos participantes de iguales beneficios, a cuyo fin mando que desde luego se proceda en todos aquellos Dominios a la enajenación y venta de los bienes raíces pertenecientes a obras pías, de cualquiera clase y condición que sean; y que su producto en los censos y caudales existentes que les pertenezcan se ponga en mi Real Caxa de Amortización, baxo el interés justo y equitativo que en el día sea corriente en cada Provincia, a cuya seguridad y la de los capitales han de quedar obligados todos los arbitrios que por la Pragmática-Sanción de treinta de agosto de mil ochocientos se consideraron general y especialmente; y sin embargo que con ellos y el celo de mi Consejo Real y su Comisión gubernativa se están cumpliendo religiosamente esas obligaciones, para mayor seguridad de las de América la especial hipoteca de las Rentas de Tabacos, Alcabalas, y demás de mi Real Hacienda que entran en aquellas Tesorerías, dexando al arbitrio de los interesados señalar la que más les acomode para su respectiva cobranza; y declaro desde luego libres por esta vez del derecho de Alcabala, y cualquiera otro, las ventas y contratos que se celebraren con arreglo a este Decreto, y a la Instrucción firmada de mi Secretario de Estado y del Despacho de Hacienda que acompaña. Y encargo a los muy Reverendos Arzobispos, Reverendos Obispos y Prelados Regulares contribuyan por su parte en todo lo que fuera necesario al cumplimiento de este Decreto y citada Instrucción, como lo espero de su justificación y celo. Tendréislo entendido y lo comunicaréis a quienes corresponda y particularmente a mi Consejo de Indias, a fin de que expida la Real Cédula correspondiente para su puntual cumplimiento. Señalado de la Real mano de S. M. en San Lorenzo a veinte y ocho de noviembre de mil ochocientos y cuatro. = A D. Miguel Cayetano Soler. = Es copia del Decreto original que su Majestad se ha servido comunicarme. = Miguel Cayetano Soler.
(Tomado de: Álvaro Matute – Antología. México en el siglo XIX. Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)  

miércoles, 23 de enero de 2019

Fundación de Guanajuato

 (Vista desde el Mirador, Guanajuato)
 
El desarrollo de Guanajuato fue similar al de Zacatecas. Hacia 1557 se difundió la noticia de que se habían descubierto ricos yacimientos de plata y se volcaron en sus terrenos multitud de españoles atraídos por la posibilidad de enriquecerse, cosa que rara vez lograban. Espontáneamente se creó en el sitio un desordenado caserío y sólo en 1557 se fundó oficialmente lo que con el tiempo llegaría a ser la joya urbana de la Nueva España.

Durante 1558 fue descubierta la famosa veta madre, que con sus treinta kilómetros de extensión constituye una de las más ricas del mundo. Pero todavía a fines del siglo XVI la futura ciudad era un poblacho insalubre y violento, cuya “plebe minera, de condición indomable y altiva, promovía frecuentemente y por las más leves causas, alborotos y tumultos terribles”, según escribieron al virrey los notables del poblado. Para colmo de males, en 1599 “se emborrascó” la mina principal: el hambre y el desempleo cundieron y la población de la localidad se redujo a escasos cuatro mil habitantes.

En 1610 se concluyeron los primeros edificios públicos y se inició la construcción de algunos templos; apenas en 1671 se comenzó a levantar la actual parroquia. Pero la actividad minera mejoró en grado modesto y para fines del siglo XVII Guanajuato ya contaba 16,000 habitantes diseminados a lo largo de la cañada donde se asienta la población. Salvo algunas casonas que se alzaban en los alrededores del convento de San Diego y otros templos, la mayor parte de las casas eran de adobe y entre ellas abundaban las chozas de paja. Las únicas placitas eran las de La Paz, la de San Diego y la de San Roque.

En el siglo XVIII hubo cambio de dinastía, los nuevos reyes borbones sumieron a España en la miseria y la abyección, pero decidieron promover la actividad económica en las colonias, para así poder cobrarles más impuestos, y como reordenaron hábilmente la restrictiva política fiscal, Guanajuato tuvo un nuevo despegue espectacular. En los primeros años del siglo se construyeron varios edificios públicos, las calles principales fueron realineadas y empedradas y en 1749 se terminó de construir la presa de la Olla, que resolvió el problema de abastecimiento de agua potable. Sobre todo, en 1760 se descubrió la potencialidad de la fabulosa mina de La Valenciana y a partir de entonces Guanajuato ascendió a la cúspide. Las calles principales fueron adoquinadas y los magnates como Antonio Obregón y Alcocer, el marqués de Rayas, el conde de Pérez Gálvez y Diego Rul mandaron construir sus fastuosas residencias.
 
 
(Mina El Nopal, Guanajuato)

Guanajuato ascendió al rango de intendencia. En 1792 llegó a ella como intendente el general Juan Antonio de Riaño y Bárcenas, un hombre extraordinariamente dinámico que desde el momento de su toma de posesión empezó a embellecer las “casas reales” (edificios públicos), trazó nuevas y coquetas plazuelas, dotó de magnífico atrio a la parroquia, no dejó calle sin empedrar o adoquinar y en 1798 colocó la primera piedra de la alhóndiga, un imponente edificio que, más que almacén de granos, parecía un suntuoso palacio. Fue terminado en 1809, apenas a tiempo para servir de escenario a uno de los episodios más importantes de la historia de México.
 
 
(Alhóndiga de Granaditas, Guanajuato)

Al iniciarse el siglo XIX se asignaba a Guanajuato una población de 68,000 habitantes, o sea que rivalizaba con Puebla. Los mineros de la localidad ganaban los salarios más altos del virreinato y quizá del mundo y los gastaban en constantes fiestas y borracheras. Luego en septiembre de 1810 resonó el Grito de Dolores y Guanajuato fue tomada por los insurgentes. En el caos resultante las minas fueron abandonadas y sus instalaciones destruidas o descuidadas, por lo que la gente huyó en masa de la ciudad, hasta que sólo quedaron en ella unos 6,000 habitantes. La maleza cubrió las calles y hasta las mejores casas se ofrecían gratis a quien quisiera cuidarlas.

De Guanajuato y sus alrededores partió el gentío llegado a San Luis Potosí a partir de 1592, cuando fueron descubiertas otras minas en esa comarca. En 1608 se hundieron las minas y el caserío surgido a raíz del auge casi se despobló, pero a mediados del siglo XVII se descubrieron nuevos yacimientos y la actividad retornó. En el siglo XVIII fueron construidos los principales edificios de la ciudad que en vísperas de la independencia contaba 11,000 habitantes. Luego partieron de San Luis y sus cercanías los pobladores de Real de Catorce, otro centro minero que conoció la opulencia durante algunos años y al cabo decayó, reducida a pueblo fantasma.
 

(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido. México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)


 

martes, 22 de enero de 2019

De lo que decían los indios luego que vinieron españoles y religiosos

(Códice Techialoyan)
 
Luego como vieron los indios los españoles, de ver gente tan extraña y ver que no comían sus comidas de ellos, y que no se emborrachaban como ellos, llamábanlos tucupacha, que son dioses, y teparacha que son grandes hombres; y también toman este vocablo por dioses, y acazecha, que es gente que trae gorras, y sombreros. Y después andando el tiempo, los llamaron cristianos, decían que habían venido del cielo; los vestidos que traían, decían que eran pellejos de hombres como los que ellos vestían en sus fiestas; a los caballos llamaban venados, y otros tuycen, que eran unos como caballos que ellos hacían en una su fiesta de cuingo, de pan de bledos; y que las crines que eran cabellos postizos que les ponían a los caballos.

Decían al Cazonci los indios que primero los vieron, que hablaban los caballos, que cuando estaban a caballo los españoles que les decían los caballos por tal parte habemos de ir; cuando los españoles les tiraban de la rienda decían que el trigo y semillas y vino que habían traído, que la madre Cueravaperi se lo había dado cuando vinieron a la tierra.
 
 Cuando vieron los españoles y cuando vieron a los religiosos con sus coronas y así vestidos pobremente, y que no querían oro ni plata, espantábanse, y como no tenían mujeres, decían que eran sacerdotes del dios que había venido a la tierra, y llamábanlos curitiecha, que eran sus sacerdotes que traían unas guirnaldas de hilo en las cabezas y unas entradas hechas. Espantábanse como no se vestían como los otros españoles, y decían: “dichosos estos que no quieren nada”. Después unos sacerdotes y hechiceros suyos, hiciéronles creer a la gente que los sacerdotes eran muertos, y que eran mortajas los hábitos que traían, y que de noche dentro de sus casas se deshacían todos, y se quedaban huesos, y dejaban allí los hábitos, y que iban allá al infierno donde tenían sus mujeres, y que venían a la mañana, y esta ironía duróles mucho, hasta que fueron más entendiendo. Decían que no morían los españoles, que eran inmortales.

También aquellos hechiceros hiciéronle creer que el agua con que se bautizaban, que les hechaban encima las cabezas que era sangre, y que les hendían las cabezas a sus hijos, y por eso no los osaban bautizar, que decían que se les habían de morir. Llamaban a las cruces Santa María, porque no habían oído la doctrina, y tenían las cruces por dios como los que ellos tenían. Cuando les decían que habían de ir al cielo no lo creían y decían: “nunca vemos ir ninguno”. No creían nada de lo que les decían los religiosos, ni se osaban confiar de ellos; decían que todos eran unos los españoles, y ellos pensaban que ellos habían nacido así los frailes, con los hábitos: que no habían sido niños. Y duróles mucho esto, y aún ahora no se lo acaban de creer que no tuvieran madres.

Cuando decían misa decía que miraban en el agua, que eran hechiceros. No se osaban confiar ni decían verdad en las confesiones, pensando que los habían de matar, y si se confesaban alguno, estaban todos acechando cómo se confesaba, y más si era mujer. Preguntabanles después qué les habían dicho o preguntado aquel padre, y ellos decíanlo todo.

A las mujeres de Castilla llamaban cuchaecha, que son señoras y diosas.

Decían que hablaban las cartas que les daban para llevar a alguna parte, y por eso no osaban mentir alguna vez. Maravillábanse de cada cosa que veían. Como son amigos de novedades, las herraduras de los caballos decían que eran cotaras y zapatos de hierro de los caballos. En Tlaxcala trujeron para los caballos sus raciones de gallinas como para los españoles. Lo que les predicaban los religiosos espantábanse de oírlo, y decían que eran hechiceros, que les decían lo que ellos hacían en sus casas, o que alguno se lo venía a decir, o que era lo que ellos les habían confesado.
 
 
(Tomado de: Anónimo (siglo XVI) – Relación de las cerimonias y rictos y población y gobernación de los indios de la Provincia de Mechoacan. Madrid, 1869. Tomado a su vez de: Federico Gómez de Orozco (comp.) - Crónicas de Michoacán. Biblioteca del Estudiante Universitario #12, Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, D. F. 1991)



lunes, 21 de enero de 2019

Antigüedades mexicanas




Entre los escasos restos de antigüedades mexicanas, interesantes para un viajero instruido, que quedan ya en el recinto de la ciudad de México, ya en sus inmediaciones, pueden contarse las ruinas de las calzadas (albarradones) y de los acueductos aztecas; 

la piedra llamada de los sacrificios, adornada de un bajo relieve que representa el triunfo de un rey mexicano, 


el gran monumento calendario que con el precedente está abandonado en la plaza mayor; 


la estatua colosal de la diosa Teoyaomiqui, tendida por el suelo en uno de los corredores de la Universidad y por lo común envuelta en tres o cuatro dedos de polvo; los manuscritos o sean cuadros jeroglíficos aztecas pintados sobre piel de maguey, sobre pieles de ciervo y telas de algodón (colección preciosa de que se despojó injustamente al caballero Boturini, Muy mal conservada en el archivo del palacio de los virreyes y cuyas figuras atestiguan la imaginación extraviada de un pueblo que se complacía en ver ofrecer el corazón palpitante de las víctimas humanas a ídolos gigantescos y monstruosos); los cimientos del palacio de los reyes de Acolhuacán, en Texcoco; el relieve colosal esculpido en la faz occidental del peñasco de pórfido llamado el Peñón de los Baños; y otros varios objetos que recuerdan al observador instruido las instituciones y las obras de pueblos de la raza mongolesa, y cuya descripción y dibujos daré en la relación histórica de mi viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.

(Tomado de: Humboldt, Alejandro de – Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España. Estudio preliminar, revisión del texto, cotejos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina. Editorial Porrúa, colección “Sepan Cuantos…” #39. México, D.F.,2004)


sábado, 19 de enero de 2019

Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales

 
 
Es incuestionable que el problema de la tierra es uno de los más importantes en la historia mexicana. Desde la época colonial y hasta nuestros días se suceden innumerables debates acerca de las modalidades de la propiedad agraria, de las formas de su explotación y de los beneficios sociales que debe producir.

Sin embargo, será a partir de los primeros años de este siglo, y muy particularmente desde el estallido revolucionario de 1910, cuando tales discusiones se agudicen, pues para muchos la reforma agraria será el único medio de lograr la independencia económica de México, su progreso social y el que llegue a constituirse como una nacionalidad verdadera.
En esos años y sobre tales asuntos se produjo una obra que habría de constituir uno de los análisis más completos y certeros de la vida mexicana: Los grandes problemas nacionales, de Andrés Molina Enríquez (1866-1940).

Abogado, miembro de la judicatura en su estado natal, periodista y revolucionario, investigador y maestro de etnología en sus últimos años, este personaje mantuvo siempre una gran preocupación por analizar los problemas sociales y políticos de México. En 1895 publica Molina Enríquez su primer escrito importante sobre cuestiones agrarias, El evangelio de una nueva reforma. En 1902 sus reflexiones se hacen más precisas y da a luz otro trabajo: La cuestión del día: la agricultura nacional. Más tarde, en los primeros meses de 1909, y cuando (como el propio autor señala) se vivían en México momentos de “graves cuestiones políticas”, aparece la que sería su obra fundamental, Los grandes problemas nacionales.

Molina Enríquez es un producto típico del positivismo mexicano. Sus trabajos se llevan a cabo siguiendo los métodos de la sociología de su tiempo: es decir, que ateniéndose a los datos de la experiencia, intenta extraer de ellos las constantes del desarrollo social. Es el suyo un esfuerzo serio, riguroso, para comprender la totalidad de la vida nacional y organizar los resultados de sus análisis en una auténtica “sociología mexicana”.

En su explicación de las grandes cuestiones nacionales, Molina Enríquez parte de los siguientes presupuestos: las particularidades del territorio que ocupe serán determinantes en la vida de una sociedad, puesto que de él obtiene lo necesario para nutrirse y sobrevivir. A su vez, la manera como ejerza su dominio sobre tal territorio, es decir, sus formas de propiedad y aprovechamiento de los recursos agrarios, determinarán la forma particular de su vida social y política. Finalmente, Molina Enríquez piensa, con Spencer, que la ley general de evolución de las sociedades consiste en un ir de lo heterogéneo a lo homogéneo, pero a medida que una sociedad se integra sus miembros se diferencian, especializándose.

Armado con estas concepciones generales, Molina Enríquez emprende el análisis de la sociedad mexicana surgida con la Independencia y asegura que en ella no se ha dado ese doble proceso de integración y de diferenciación, porque en su seno existen simultáneamente todas las formas de propiedad de la tierra, lo cual resulta en un compuesto social cuyos elementos se hallan en estados muy diferentes de desarrollo y que él clasifica del modo siguiente: “criollos señores”, “criollos nuevos”, “indios” y “mestizos”.

Los criollos señores, tanto laicos como religiosos, son los herederos de los españoles. Los laicos, dueños de los latifundios y de las minas, aristocratizantes y católicos, representan la mentalidad conservadora. Los religiosos, no menos acaudalados que los laicos y con actitudes socialmente semejantes, ejercen dominio sobre  el bajo clero, compuesto en su mayoría por indios, pero sin formar con ellos una unidad. El clero criollo agrupa también a su alrededor a una amplia gama de servidores laicos, principalmente administradores de sus bienes, que constituyen un sector reaccionario.

Los criollos nuevos son de origen europeo pero no español, con buenos recursos económicos, con gran capacidad para los negocios, y a quienes su falta de antecedentes católicos les permite una conducta social moderna y un espíritu abierto, liberal.

Los indios, divididos en tribus innumerables, incapaces de unirse al menos entre sí, en busca siempre de lo necesario para sobrevivir, son jornaleros en las grandes haciendas, soldados en las interminables luchas políticas de los caudillos –criollos o mestizos- a quienes siguen por razones emocionales, son otras veces clérigos de categoría ínfima. Sólo los indios que poseen propiedades comunales guardan una situación que rebasa la de mera subsistencia, pero todos tienen una conducta social aislacionista o indiferente.

Finalmente los mestizos, resultado ellos mismos de una asimilación racial y social, son los únicos capaces de absorber y superar, sintetizándolos, a los otros elementos sociales. Al reaccionar contra las limitaciones de la vida nacional, los mestizos se han convertido en rebeldes, en defensores de una vida social libre, desprejuiciada y dinámica.

En esta doble heterogeneidad de la vida mexicana: la de las formas de la propiedad y la de los grupos humanos que la componen, encuentra Molina Enríquez la explicación del atraso político del país. Mientras existan tantas divergencias no podrá operar en México una organización política basada en la aplicación general de una ley constitucional. Así, el sistema de gobierno adecuado, socialmente necesario, tendría que ser el dictatorial, único capaz de entender y resolver situaciones particulares.

Por último, Molina Enríquez propone un remedio a la situación de México –que comprende pero no justifica-, y que consistiría en el fraccionamiento de los grandes latifundios, en la creación de la pequeña propiedad. Acuña además una tesis histórico-jurídica que justifique lo forzoso y legal de esa acción fraccionadora que deberá ser llevada a cabo por el estado. Durante el régimen colonial español –dice Molina Enríquez-, la propiedad de la tierra tenía el carácter de una merced real y era otorgada a título precario. Al llevar a cabo su independencia, la nación mexicana heredó esa soberanía antes ejercida por la corona. Ahora, al practicarla según las nuevas exigencias del país, pondría a éste en el camino seguro de su evolución social, es decir, de su integración como una nacionalidad verdadera.

Ha llegado el tiempo – escribía- en que el “interés social… tiene por fuerza que predominar sobre el interés privado, so pena que esta nación no pueda existir”.
 
 (Tomado de: Eduardo Blanquel – El otoño del porfiriato. Historia de México, tomo 10, Etapa Reforma, Imperio y República; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, D.F., 1978)



viernes, 18 de enero de 2019

La invasión de los muertos

 
 
La invasión de los muertos (1971)

Dir.; René Cardona.

Prod.: Real, Nova.

Guión: René Cardona, basado en argumento de René Cardona hijo.

Intérpretes: Francisco Javier Chapa del Bosque Zovek, Blue Demon, Christa Linder, Raúl Ramírez, Carlos Cardán, Polo Ortín.
 
El antropólogo Bruno y su hija y arqueóloga Erika encuentran unas pinturas rupestres que anuncian una catástrofe provocada por extraterrestres y entonces avisan a Zovek. La profecía se cumple al caer a la tierra una gran bola de fuego que resucita a los muertos.
 
 Zovek y Blue Demon impiden que acaben con la vida en la tierra.

(Tomado de: Enrique Vela – La arqueología y el cine mexicano. Arqueología Mexicana, edición especial #49. Editorial Raíces, S.A. de C.V. México, D.F. 2013)



jueves, 17 de enero de 2019

Emma Godoy


Escritura, feminismo y gracia.

Ciudad de México, julio de 1965.
 
La cultura, como defensa personal, es mejor que el judo, pero después de adquirirla hay que despojarse de ella e irse a bañar al río.

Tras una frase como ésta, queda una sin saber si seguir preguntando, o simplemente dejar que ese manantial sui generis siga brotando. Opté por lo último, y logré conocer una mente al desnudo, pura y genuina.

Recogí el otro día a un perro callejero, estoy segura de que quiere ser gente, es impresionante, tiene psicología humana: él quisiera ser gente… y yo perro. Soy salvaje, quiero serlo y detesto todo lo que es civilización.

Sin embargo, está usted aquí, vive en esta civilización.

Me gusta la vida, la ordinaria, sin complicaciones. El hombre luchaba por civilizarse, el moderno debe salvarse de la gasolina, las alfombras, las licuadoras… y debe confesarse que dentro lleva un salvaje. Mire, Helen, a pesar de vivir en el Distrito Federal, y de haber cursado la Universidad, yo seguiré siendo pueblerina toda mi vida. Y soy de pasto, usted es de asfalto. (No pude menos que asentir con una sonrisa).

Hábleme de su vida un poco. ¿Cómo llegó a ser escritora?

Nací en Guanajuato, y fui la última de trece hermanos; así que ya se puede imaginar cómo me mandaban, y mi única manera de defenderme fue destacando en algo; y cuando, en sexto año, premiaron una composición sobre petróleo que yo hice - ¡Petróleo! ¿a quién se le ocurre? -, en casa se me descubrió. Después, ya en la secundaria, escribí para una revista llamada México al Día, que no era tan importante, pero más tarde colaboré en una llamada Ábside, en la cual sí escribían señores conocidos mundialmente. Entonces me empezaron a respetar… aunque ni crea, a veces pienso que ni se han enterado.

Hagamos un paréntesis y recordemos que Emma es maestra en literatura española; tiene también maestría y doctorado en filosofía, estudios de psicología y pedagogía; cursó también estudios en la Sorbona y en LÉcole du Louvre. En docencia, la Normal Superior, etimologías grecolatinas y etimologías indígenas; ciencia e historia de la educación, historia del arte en México, historia del arte moderno. Entre sus libros, Pausas y arenas (poesía) 1948; Caín, el hombre (teatro), Érase un hombre pentafásico (novela), que fue distinguido con el premio William Faulkner de la Universidad de Virginia en 1961. Además, múltiples ensayos, poemas, etc., en revistas y periódicos. De su obra teatral, Caín, que fue representada en Roma, dice:

Es un Caín moderno, en la plena desesperación de no llegar. Va errante por los caminos de la cultura; porque el hombre se ha propuesto lo inalcanzable, puesto que muere y no llega a su realización; de ahí su insatisfacción. Se pregunta: ¿a qué seguir? Como ejemplo tenemos a Miguel Ángel, que en su última obra, el Juicio final, dijo: “Apenas estoy empezando”, pues tuvo conciencia de lo que le faltaba realizar. Un chico de secundaria hace poesía cursi, pero se siente poeta realizado; el de preparatoria, ya duda; y el de universidad, va adquiriendo conciencia de su ignorancia. Mientras más se avanza, la verdad retrocede.

Yo sólo sé que nada sé…

Ándele. Pero insisto, ¿a quién le interesa la cultura? Somos un país de incultos. Además ¿para qué sirve? Sobre todo a la mujer, que en cuanto se iguala al hombre deja de amarlo, y el amor es muy importante. Pero para amar se necesita admirar, y se admira al que es superior, diferente. Lo veo con mis alumnos, la relación menos emotiva es la que hay entre camaradas de clase.

Debo admitir que hay más cantidad de chicos enamorados de chicas, que éstas de ellos; y la razón es que no los admiran, porque sin darse cuenta el hombre se achaparra ante el susto de ver a la mujer que sube. ¡Sí! Estamos pagando muy cara la cultura.
 
[Emma Godoy, 25 de marzo de 1918-30 de julio de 1989]
 
(Tomado de: Helen Krauze – Pláticas en el tiempo. Serie: Alios Vientos. Editorial Jus, S.A. de C.V. México, D.F., 2011)

miércoles, 16 de enero de 2019

Citlaltépetl

 
En lengua náhuatl, esta palabra quiere decir Monte de la Estrella y, según la leyenda, origina del hecho de que, a gran distancia, principalmente cuando viene uno del Este por mar, lo primero que se distingue, durante días claros, es una estrella titilando en pleno día, sobre la línea del horizonte. Es el pináculo de la república, 5,700 metros sobre el nivel del mar, que da la bienvenida al viajero. Muchos extranjeros aceptan como conseja que cuando así son recibidos en este país hospitalario y lleno de contrastes, no pueden evitar volver a él, ya sea en otra visita o para radicar aquí el resto de sus vidas.

El examen más somero de la orografía mexicana nos permite observar que las cumbres más altas se encuentran hacia el Este, en el cinturón que de oriente a poniente recorre nuestro suelo, a la latitud aproximada de 19° Norte. La teoría geológica más aceptable es que en épocas pretéritas cuando los continentes estaban en formación, navegando algunos y ocurriendo tremendos cataclismos, hubo un movimiento giratorio de Norte a Sur y de Oeste a Este, cuyo eje teórico y amplio fue precisamente la parte oriental de esta faja volcánica. Ahí se acumularon tremendas masas de material que tuvieron que elevarse formando tanto el Pico de Orizaba, nombre castellano de este volcán, así como el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl y permitiendo, en la zona de desplazamiento del Oeste, una disminución en las alturas de las cumbres que son ahora el Volcán de Fuego, el Nevado de Colima y otras prominencias de muy escasa elevación comparada con la de los tres colosos orientales de más de cinco mil metros.

El ascenso al Pico de Orizaba era efectuado desde que el montañismo nació en estos lares, casi siempre por la ruta que partiendo de la Cueva del Muerto, frente a la Sierra Negra, sigue la traza de una lengua de lava petrificada, deja atrás las Torrecillas, atalaya soberbia y dirige nuestros pasos desde el Sur hasta la cima. Otra, puesta en boga a mitad de este siglo, parte de Tlachichuca, llega al albergue de Piedra Grande y ataca directamente al Norte, pasa cerca de la Silla de Oro y llega al labio inferior del cráter.

Comparar las dos rutas es imposible pues la belleza, la bondad, la armonía no se pueden aquilatar.

En ambas, como en toda montaña de estas dimensiones, el hombre se siente pigmeo, una hormiga que sólo alcanza la cima a base de conjugar perseverancia y valor que cristalizan el anhelo.

El cráter del Citlaltépetl es desilusionante al compararlo con el del Popocatépetl y más aún con el del Nevado de Toluca. Estrecho, con cañones y repliegues que inspiran desconfianza, no tiene ni las coloraciones de otras bocas de esta clase ni muestra actividad, ya en sulfaratas o en derrumbes.

 Decididamente, Citlaltépetl es el solterón de nuestros volcanes. Se ha vuelto un tipo ideático, mañoso, y con tantos años encima, sin haber sufrido ni gozado a manos de Cupido, es casi indiferente a toda conmoción.

Es frecuente oír que desde su cima puede verse el Golfo de México y, con suerte, hasta el puerto de Veracruz, pero nosotros nunca hemos tenido fortuna en este aspecto. Lo que sí hemos visto es el llamado “Beso de los Volcanes”, que en realidad consiste en una traición del Pico de Orizaba, el fauno, a Popocatépetl. Cuando petulante aparece Efebo por Oriente, la trompa oscura del Onán orológico, proyectada sobre los kilómetros que lo separan de la bella Iztaccíhuatl, besa furtivamente la frente, los senos, los pies de la sempiterna amada de su hermano Popocatépetl. Quien oye la intriga por vez primera, imagina que es la mente calenturienta de algún poeta o de un avieso Yago quien la fraguó, pero sin necesidad de escalar más que hasta las primeras nieves, antes de que amanezca, puede comprobar, si el día está virgen como las hojas de un cuaderno nuevo, la veracidad de esta morbidez.

Hoy hemos subido y bajado por la ruta Sur y charlamos en la Cueva del Muerto, riéndonos todos de las peripecias de los demás. Dormimos bien como siempre sucede después de una jornada y separamos todo el equipo de alta montaña que ha de regresar sobre las mulas hasta San Andrés Chalchicomula para ser embarcado a México. Nosotros intentaremos bajar hacia Orizaba, al Sureste, llevando nuestras mochilas independientes de acémilas, arrieros, etc.

Cerca de las Torrecillas encontramos una vereda que lleva esa dirección. Siempre que bajamos de una altura considerable, después de tomar a rumbo entre los pastizales, no tenemos empacho en seguir, siquiera para probarla, la primera huella de camino andado.
Haciéndose más ancha y con fuerte declive, pronto nos conduce a donde un pastor quien nos informa que si no la abandonamos, nos llevará a Tezmola. En nuestro mapa hay un punto llamado en forma semejante por lo que imaginamos que o el cartógrafo se equivocó o los aldeanos han corrompido el vocablo.

Seguimos de frente en medio de fina llovizna muy usual en esta región que constituye una cortina donde todos los vientos húmedos del Golfo de México lloran. El paso de “Tierra de Agua” es un punto triste y abandonado. Teníamos la creencia de que era por lo menos un sitio con seis u ocho familias pero no hallamos más que restos de una vetusta construcción.
Igual desilusión sufrimos en “Paso del Toro” donde, de más a más el último temporal barrió con algunas paredes. Unos gruesos troncos han sido colocados provisionalmente pero como están sumamente resbalosos por la lluvia y su altura sobre el cauce no es despreciable, resolvemos pasarlos “a caballito”, recordando que los naturalistas consideran que los baños de asiento son muy saludables.

La sierra fría, nebulosa, callada, prende nuestros pies con su chicloso barro. Nos hemos encajado en partes hasta más arriba de las rodillas y todos parecemos portar magníficas botas negras, federicas, hechas de lodo, que cubren tersamente nuestros zapatos y pantalones.

La marcha es fatigosa y ya el Sol se ha puesto cuando pasamos por la ranchería de Palo Verde, nombre que sabemos gracias a que de una choza tiznada, una voz cavernaria nos lo dice. Reza, en medio del cansancio, nos anima confirmando que ya estamos cerca de Santa Rosa, de la que ya hay transportes a Río Blanco donde viven unos parientes suyos que esperamos nos brinden posada.

No obstante el optimismo de Reza, todavía luchamos algún tiempo entre porrazos, resbalones, golpes de ramas colgantes, etc., antes de llegar a Santa Rosa, cuya calle ya pavimentada cruza Juan Múzquiz con pasos de vejete reumático, a pesar de sus veintitantos años.

(Tomado de: Luis Felipe Palafox – Horizontes Mexicanos. Editorial Orión, México, D.F., 1968)