lunes, 31 de agosto de 2020

José Vasconcelos y Sásabe, Sonora, 1885


EL COMIENZO

Mis primeros recuerdos emergen de una sensación acariciante y melodiosa. Era yo un retozo en el regazo materno. Sentía me prolongación física, porción apenas seccionada de una presencia tibia y protectora, casi divina. La voz entrañable de mi madre orientaba mis pensamientos, determinaba mis impulsos. Se diría que un cordón umbilical invisible y de carácter volitivo me ataba a ella y perduraba muchos años después de la ruptura del lazo fisiológico. Sin voluntad segura invariablemente volvía al refugio de la zona amparada por sus brazos. Rememoro con efusiva complacencia aquel mundo provisional del complejo madre-hijo. Una misma sensibilidad con cinco sentidos expertos y cinco sentidos nuevos y ávidos, penetrando juntos en el misterio renovado cada día.
En seguida, imágenes precursoras de las ideas inician un desfile confuso. Visión de llanuras elementales, casas blancas, humildes; las estampas de un libro; así se van integrando las piezas de la estructura en qué lentamente plasmamos. Brota el relato de los labios maternos, y apenas nos interesa y más bien nos atemoriza descubrir algo más que la dichosa convivencia hogareña. Por circunstancias especiales, el relato solía tomar aspectos temerosos. La vida no era estar tranquilos al lado de la madre benéfica. Podía ocurrir que los niños se perdiesen pasando a manos de gentes crueles. Una de las estampas de la Historia Sagrada representaba al pequeño Moisés abandonado en su cesta de mimbre entre las cañas de la vega del Nilo. Asomaba una esclava atraída por el lloro para entregarlo a la hija del Faraón. Insistía mi madre en la aventura del niño extraviado, porque vivíamos en el Sásabe, menos que una aldea, un puerto en el desierto de Sonora, en los límites con Arizona. Estábamos en el año 85, quizás 86, del pasado siglo [XIX]. El gobierno mexicano mandaba sus empleados, sus agencias, al encuentro de las avanzadas, los outposts del yanqui. Pero, en torno, la región vastísima de arenas y serranías seguía dominada por los apaches, enemigo común de las dos castas blancas dominadoras: la hispánica y la anglosajona. Al consumar sus asaltos, los salvajes mataban a los hombres, vejaban a las mujeres; a los niños pequeños los estrellaban contra el suelo y a los mayorcitos los reservaban para la guerra; los adiestraban y utilizaban como combatientes. "Si llegan a venir -aleccionaba mi madre-, no te preocupes: a nosotros nos matarán, pero a ti te vestirán de gamuza y plumas, te darán tu caballo, te enseñarán a pelear, y un día podrás liberarte."
En vano trato de representarme cómo era el pueblo del Sásabe primitivo. La memoria objetiva nunca me ha sido fiel. En cambio, la memoria emocional me revive fácilmente. La emoción del desierto me envolvía. Por donde mirásemos se extendía polvorienta la llanura sembrada de chaparros y de cactos. Mirándola en perspectiva, se combaba casi como rival del cielo. Anegados de inmensidad nos acogíamos al punto firme de unas cuantas casas blanqueadas. En los interiores desmantelados habitaban familias de pequeños funcionarios. La Aduana, más grande que las otras casas, tenía un torreón. Una senda sobre el arenal hacía las veces de calle y de camino. Algunos mesquites indicaban el rumbo de la única noria de la comarca. Perdido todo, inmergido en la luz de los días y en la sombra rutilante de los cielos nocturnos. De noche, de día, el silencio y la Soledad en equilibrio sobrecogedor y grandioso.
Una noche se me quedó grabada para siempre. En torno al umbral de la puerta familiar disfrutábamos la dulce compañía de los que se aman. Discurría la luna en un cielo tranquilo; se apagaban en el vasto silencio las voces. A poca distancia, los vecinos, sentados también frente a sus puertas, conversaban, callaban. Por el extremo de la derecha los mezquites se confundían con sus sombras. Acariciada por la luz, se plateaba la lejanía, y de pronto clamó una voz: "Vi la lumbre de un cigarro y unas sombras por la noria..." Se alzaron todos de sus asientos, cundió la alarma y de boca en boca el grito aterido: "Los indios... allí vienen los indios..."
Rápidamente nos encerramos dentro de la casa. Unos "celadores", después de ayudar al refuerzo de la puerta con trancas, subieron con mi padre a la azotea, llevando cada uno rifle y canana. Cundió el estrépito de otras puertas que se cerraban en el villorrio entero y empezaron a tronar los disparos; primero, intermitentes; después enconados, como de quién ha hallado el blanco. Mientras arriba silbaban las balas, en nuestra alcoba se encendieron velas frente a una imagen de la Virgen. Aparte ardía un cirio de la "Perpetua", reliquia de mi abuela. De hinojos, niños y mujeres rezábamos. Después del padrenuestro, las avemarías. En seguida, y dada la gravedad del instante, la plegaria del peligro: "La Magnífica", como decían en casa. El Magnificat latino que, castellanizado, clamaba: "Glorifica mi alma al Señor, y se regocija mi espíritu en Dios mi Salvador..." "Cuyo nombre es Santo... y su misericordia, por los siglos de los siglos, protege a quien lo teme..."
No fue largo el tiroteo; pronto bajó mi padre con sus hombres. "Son contrabandistas -afirmaron-, y van ya de huida; ensillaremos para ir a perseguirlos." Se dirigieron a la Aduana para pertrecharse, y a poco pasó frente a la casa el tropel, a la cabeza mi padre en su oficio de Comandante del Resguardo. Regresó de madrugada, triunfante. En su fuga, los contrabandistas habían soltado varios bultos de mercancías.
Igual que una película, interrumpida porque se han velado largos techos, mi panorama del Sásabe se corta a menudo; bórranse días sin relieve y aparece una tarde de domingo. Almuerzo en el campo, varias personas aparte de la familia. Sobre el suelo reseco, papeles arrugados, latas vacías, botellas, restos de comida. Los comensales, dispersos o en grupos, contemplan el tiro al blanco. Mi padre alza la barba negra, robusta; lanza al aire una botella vacía; dispara el Winchester y vuelan los trozos de vidrio, una, dos, tres veces. Otros aciertan también; algunos fallan. Por la extensión amarillenta y desierta se pierden las detonaciones y las risas.
Gira el rollo deteriorado de las células de mi memoria; pasan zonas ya invisibles y, de pronto, una visión imborrable. Mi madre retiene sobre las rodillas el tomó de Historia Sagrada. Comenta la lectura y cómo el Señor hizo al mundo de la nada, creando primero la luz, en seguida la Tierra con los peces, las aves y el hombre. Un solo Dios único y la primera pareja en el Paraíso. Después, la caída, el largo destierro y la salvación por obra de Jesucristo; reconocer al Cristo, alabarlo; he ahí el propósito del hombre sobre la Tierra. Dar a conocer su doctrina entre los gentiles, los salvajes; tal es la suprema misión.
-Si vienen los apaches y te llevan consigo, tú nada temas, vive con ellos y sírvelos, aprende su lengua y háblales de Nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros y por ellos, por todos los hombres. Lo importante es que no olvides: hay un Dios Todopoderoso y Jesucristo su único hijo. Lo demás se irá arreglando solo. Cuando crezcas un poco más y aprendas a reconocer los caminos, toma hacia el sur, llega hasta México, pregunta allí por tu abuelo, se llama Esteban... Sí, Esteban Calderón, de Oaxaca; en México le conocen; te presentas, le dará gusto verte; le cuentas cómo escapaste cuando nos mataron a nosotros... Ahora bien: si no puedes escapar o pasan los años y prefieres quedarte con los indios, puedes hacerlo; únicamente no olvides que hay un solo Dios Padre y Jesucristo, su único hijo; eso mismo dirás entre los indios... -Las lágrimas cortaron el discurso y afirmó-: Con el favor de Dios, nada de eso ha de ocurrir...; ya van siendo pocos los insumisos... Me llevan estos recuerdos al de una misa al aire libre, en altar improvisado, entre los mezquites, el día que pasó por allí un cura consumando bautizos.
No sé cuánto tiempo estuvimos en aquel paraje; únicamente recuerdo el motivo de nuestra salida de allí.
Fue un extraño amanecer. Desde nuestras camas, a través de la ventana abierta, vimos sobre una ondulación del terreno próximo un grupo extranjero de uniforme azul claro. Sobre la tienda que levantaron flotaba la bandera de las barras y las estrellas. De sus pliegues fluía un propósito hostil. Vagamente supe que los recién llegados pertenecían a la comisión norteamericana de límites. Habían decidido que nuestro campamento, con su noria, caían bajo la jurisdicción yanqui, y nos echaban: "Tenemos que irnos -exclamaban los nuestros-. Y lo peor -añadían- es que no hay en las cercanías una sola noria; será menester internarse hasta encontrar agua."
Perdíamos las casas, los cercados. Era forzoso buscar dónde establecernos, fundar un pueblo nuevo...
Los hombres de uniforme azul no se acercaron a hablarnos; reservados y distantes esperaban nuestra partida para apoderarse de lo que les conveniese. El telégrafo funcionó; pero de México ordenaron nuestra retirada; éramos los débiles y resultaba inútil resistir. Los invasores no se apresuraban; en su pequeño campamento fumaban, esperaban con la serenidad del poderoso.

(Tomado de: Vasconcelos, José – Ulises criollo. Primera parte. Lecturas Mexicanas #11; 1a serie. Fondo de Cultura Económica, México, D.F.,1983)

viernes, 28 de agosto de 2020

José Guadalupe Posada, el trabajo gustoso


3. El trabajo gustoso

En el semanario El Fandango el 31 de mayo de 1892 fue publicado el siguiente anuncio: José Guadalupe Posada tiene el honor de ofrecer al público sus trabajos como grabador en metal, madera, para toda clase de ilustraciones de libros y periódicos. Igualmente ofrece sus servicios como dibujante de litografía. Cerrada de Sta. Teresa no. 2.
Allí hay que buscar a Posada, en su taller. Visto desde fuera es una pequeña accesoria en la puerta cochera de una casa de vecindad igual a muchas que todavía podemos encontrar en el centro de la ciudad. Si entramos hallaremos un microcosmos autosuficiente en el que se hacen cosas con las manos. Porque, pese a los aromas de ácidos y tintas, ese delicado olor a prensas que puede ventear desde lejos quien lleva en su sangre a un impresor, o a los suntuosos colores de las hojas volantes, o al rasgueo del buril sobre el metal en el ámbito silencioso, se percibe inmediatamente que el sentido primordial del artesano es el del tacto.

El maestro está trabajando. Trabaja mucho: Cardoza y Aragón le atribuye la horrible cantidad de más de 20 mil grabados; se dice pronto, más de 20 mil. Está como siempre, encorvado sobre la plancha un poco alzada sobre un atril, mirando por una lupa con la gran cabeza un poco inclinada hacia abajo, y en la gorda mano, el buril. Junto a una pata de la mesa, la escupidera de latón; al fondo los aprendices accionan la prensa; uno de ellos, su hijo, prometía como ilustrador, pero murió joven. Trabajar. Pero trabajar en el taller del artesano no tiene las sórdidas y descorazonadoras implicaciones que hallamos en la oficina, la fábrica y los otros hormigueros. Esta jornada de trabajo, escribe Octavio Paz, "no está dividida por un horario rígido sino por un ritmo que tiene que ver más con el cuerpo y la sensibilidad que con las necesidades abstractas de la producción. Mientras trabaja puede conversar, y a veces, cantar".

Todo en el taller tiene medida humana. Este espacio es todavía un cálido y, sólo en apariencia, anárquico espacio indiferenciado donde se puede trabajar, comer, dormir, conversar con los amigos que vienen de visita, vivir con la mujer y los hijos, y no una víctima más de los autoritarismos de la arquitectura funcional: cada actividad en el espacio que le corresponde, orden, asepsia y vacío, como en el quirófano. No sin razón se afirma que la historia de los espacios es la historia de las modalidades del poder. En el taller todo está gratamente confundido y a la mano. "Por sus dimensiones y por el número de personas que la componen -sigue diciendo Paz-, la comunidad de los artesanos es propicia a la convivencia democrática; su organización es jerárquica pero no autoritaria y su jerarquía no está fundada en el poder sino en el saber hacer: maestros, oficiales, aprendices; en fin, el trabajo artesanal es un quehacer que participa también del juego y de la creación. Después de habernos dado una lección de sensibilidad y fantasía, la artesanía nos da una de política."
El tiempo y el espacio del artesano son, pues, abarcables y muy personalizados. En su cuerdo ámbito el artesano trabaja lentamente, con ese ritmo que hace que las cosas salgan bien. Posada pudo haber sido cestero, carpintero, vidriero o alfarero; las cosas, y su natural predilección, lo hicieron grabador. Pero él también hace útiles, hace "toda clase de ilustraciones de libros y periódicos", sin las cuales los escritos serían elocuentes pero ciegos. Toda clase. En un cartel donde de autorretrató puede leerse: imprenta de A. Vanegas Arroyo (fundada en el siglo XIX año de 1880. En esta antigua casa se halla un variado y selecto surtido de canciones para el presente año. Colección de felicitaciones, suertes de prestidigitación, adivinanzas, juegos de estrado, cuadernos de cocina, dulcero, pastelero, brindis, versos para payaso, discursos patrióticos, comedias para niños o títeres, bonitos cuentos. El nuevo oráculo o sea el libro del porvenir. Reglas para echar las cartas. El nuevo agorero mexicano. La magia prieta o blanca o sea el libro de los brujos.

Todo esto y más. Al maestro lo urgen más que al relojero o al sastre porque trabaja para los periódicos. La Gaceta Callejera, hoja volante que se publicará cuando los acontecimientos de sensación lo requieran, no puede esperar. El número de asuntos ilustrados por Posada es enorme: la catástrofe y la carta de amor, la fiesta, el fenómeno y la ejecución pública; el descarrilamiento, el ardid político, el juego de la lotería, el fin del mundo; actrices, toreros, rufianes, sirvientas, usureros, curas, catrinas, peones, lagartijos, policías, comadres, pelados, burócratas, envenenadores, prostitutas, jueces, damas de la más alta sociedad, tranviarios, rateros, militares, políticos, buzos, acróbatas, y, en fin, tipos y más tipos, y personajes y más personajes: Don Porfirio, Madero y Don Chepito Marihuano, Nuestra Señora de Zapopan y el Tigre de Santa Julia... Todos lúcida y puntualmente retratados. Así, lentamente ha ido dibujando su zoológico mexicano, su historia natural de una época mansa y turbulenta, festiva y cruel; Posada, como Balzac, es el notario de la historia, el testigo del orden social.

Pero el desmesurado mundo de Posada se distingue de otros universos semejantes, los de Balzac o Galdós, por ejemplo, en que su comedia no ha sido planeada ni obedece a ningún programa; esta obra inmensa, labor de una vida, es casi un accidente, es nada más la aglomeración que resulta del aluvión de demandas. De aquí se sigue algo cuya sola mención habría indignado, creo yo, a Diego Rivera y los otros críticos socialistas, y es el carácter medieval del arte de Posada. Los trabajos del maestro que no siguen ningún plan, que van creciendo casi silvestremente, que son fieles a todas las tradiciones y toman lo que quieren de aquí y de allá, tienden a ser impersonales; Posada, como Juan Ruiz, se oculta y se revela en la tradición; él también es un anónimo coplero o un anónimo constructor de catedrales. Y si de comparaciones se trata, me parece que la enciclopedia de Posada se parece más a la de Rabelais que a la de cualquier otro. Ellos comparten la alegría, la minuciosidad y precisión, el encanto y el fuerte sabor popular. Los dos son muy simpáticos. Sí, nuestro maestro bien podría haber sido el regocijado ilustrador de los dichos y hechos del buen Pantagruel.

(Tomado de: Hiriart, Hugo - El universo de Posada. Estética de la obsolescencia. VIII Memoria y olvido: imágenes de México. SEP/Martín Casillas Editores. México, D.F., 1982)

miércoles, 26 de agosto de 2020

Rafael Delgado


Nació en Córdoba y murió en Orizaba, ambas en Veracruz (1853-1914). Estudió en el Colegio Nacional de Orizaba. Allí mismo enseñó historia, geografía y literatura (1875). Fue profesor de lengua castellana en el Colegio Preparatorio de Jalapa (1901), rector del Colegio Preparatorio de Orizaba (1909) y director general de Educación del Estado de Jalisco (1911). Miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua (desde 1906), colaboró en las publicaciones periódicas de su época (Boletín de la Sociedad Literaria Sánchez Oropeza, El Censor, El Reproductor, El País, La Revista Moderna y El Cosmopolita) y escribió dramas: La caja de dulces (1878), El caso de conciencia (1880) y Antes de la boda (1885); cuentos: La chachalaca, El lechero y La Gata, entre otros; y novelas: La calandria (en la Revista Nacional de Artes y Ciencias, 1890), Angelina (en El Universal Ilustrado, 1901), Los parientes ricos e Historia vulgar (1904).

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

lunes, 24 de agosto de 2020

Los caminos de la turquesa


Es verdad que las relaciones entre los hombres se dan a través de las cosas, como lo podemos ver con los objetos arqueológicos recuperados en Paquimé durante las excavaciones realizadas por el doctor Charles Di Peso, los cuales nos permiten darnos una idea bastante aproximada de cómo era la gente y cómo transcurría su vida cotidiana. El inventario de la cultura material muestra a unos hombres asentados en aldeas a lo largo de las áreas ribereñas de la región. Vestían finas prendas elaboradas con fibras derivadas de los agaves que crecían en las laderas de las montañas. Pintaban sus caras con figuras geométricas de bandas verticales y horizontales, sobre los ojos y en las mejillas, como se puede observar en las vasijas antropomorfas de la admirable cerámica Casas Grandes policromada. Cortaban su cabello por el frente y se lo dejaban largo hacia la parte de atrás. Colgaban de sus orejas, brazos y cuello, aretes (conos a manera de campanillas) hechos con objetos de concha marina y/o cobre.
El intercambio comercial de estos productos inició desde tiempos remotos, con seguridad mucho antes de que se llevarán a cabo los primeros cultivos en el área. Tiempo después aumentó considerablemente el comercio de estos artículos, que estaban directamente asociados con todas sus creencias y dependían de los recursos que la naturaleza les brindaba. En la región, las minas prehispánicas de cobre y turquesa más cercanas, de las estudiadas por los arqueólogos, se encuentran en el área del río Gila, vecina de la población de Silver City, al sur de Nuevo México, es decir más de 600 kilómetros al norte.
Hubo otros yacimientos de cobre, como el que se localiza en el área de Samalayuca, a 300 kilómetros hacia el oriente. Muchos estudiosos han pretendido asociar las minas de Zacatecas con las culturas del norte; sin embargo, durante los tiempos de esplendor de Paquimé, Chalchihuites era ya sólo un vestigio arqueológico.
Cerca de 500 kilómetros hacia el occidente, a través de las montañas, se encontraban los bancos de concha más cercanos a Paquimé, y mucho más lejanos para aquellos grupos que intercambiaban el cobre por conchas y por las coloridas plumas de guacamaya en las regiones norteñas. Es curioso que los chichimecas de Paquimé hayan preferido la concha en lugar de las piedras locales para manufacturar sus ornamentos. Otro material muy estimado fue la turquesa, importada de las minas de Cerrillos, en la región del río Gila. 
Trabajos de investigación y análisis de laboratorio permitirían identificar con certeza los lugares de procedencia del cobre y de la turquesa en el territorio de la Gran Chichimeca y de Mesoamérica, y durante los diferentes periodos de ocupación, ya que hoy en día aún se asume que la turquesa encontrada en sitios correspondientes a la época tolteca y azteca, y la que empleaban otros grupos como los tarascos, los mixtecos y los zapotecos, provenía de las regiones lejanas de Nuevo México.
En el caso de Paquimé hablamos del periodo Medio, fechado entre los años 1060 y 1475 de nuestra era, que corresponde a la época de los toltecas de Quetzalcóatl y de los mayas de Chichén Itzá, y a los orígenes del culto a Tezcatlipoca.
Fray Bernardino de Sahagún comenta que los toltecas fueron los primeros hombres mesoamericanos que se aventuraron hacia las tierras norteñas en busca de las turquesas. Bajo el liderazgo de Tlacatéotl se introdujeron al mercado el chalchíhuitl o turquesa fina, y el tuxíhuitl o turquesa común.
Esta piedra fue utilizada por los chichimecas de Paquimé para manufacturar algunos ornamentos, como las cuentas de collares y los pendientes. En un período de doscientos años los chichimecas, los anasazi, los hohokam y los mogollón de sur de los Estados Unidos aumentaron considerablemente el uso de artefactos de esta fina piedra. Algunos arqueólogos, como el doctor Di Peso, sustentan la idea de que fueron los toltecas quienes controlaron en Nuevo México la explotación minera y el mercado -que incluía el área maya, el altiplano central, y el occidente- con el norte de México.
Los objetos arqueológicos más significativos del mundo prehispánico fueron las placas o efigies con incrustaciones de mosaicos de turquesa. Este tratamiento sugiere el alto valor de los artefactos elaborados con este material y su posible procedencia foránea.
Las rutas de comercio fluían de norte a sur por todo el país, siempre por las rutas del occidente y del altiplano central, rutas que más tarde emplearían los españoles para conquistar las tierras chichimecas.
Para Phil Weigand, una consecuencia directa del auge de la minería prehispánica fue el despliegue de las rutas de comercio, pues una actividad tan próspera requería de una red de distribución bien organizada. Fue así como el creciente consumo de este producto originó que su obtención estuviese regulada por organizaciones sociales cada vez más complejas que garantizaban la explotación en diversos yacimientos y en diferentes momentos, desarrollando avenidas de beneficio para los grandes centros productores y, más aún, para los centros de consumo mesoamericanos.

(Tomado de: Gamboa, Eduardo. Los caminos de la turquesa. Los guerreros de las llanuras norteñas. México Desconocido, serie Pasajes de la historia IX. Editorial México Desconocido, S. A. de C. V. México, 2003)

viernes, 21 de agosto de 2020

Coatlicue


"La de la falda de serpientes" o Tonantzin, "Nuestra Madrecita", madre de todos los dioses del panteón azteca y de todo ser viviente, es una forma de la diosa de la tierra; la madre bondadosa de cuyo seno nace todo y, al mismo tiempo, el ser insaciable que devora corazones dejándolos limpios de inmundicias, recordándonos así el eterno ciclo de la vida y la muerte.
Según una leyenda narrada por Sahagún, Coatlicue vivía una vida de retiro y castidad después de haber engendrado a la Luna y a las estrellas.
Un día, al estar barriendo el templo, encontró unas brillantes plumas de colibrí que guardó sobre su vientre. Cuando terminó sus quehaceres las buscó, pero las plumas habían desaparecido y en ese instante se sintió embarazada. Cuando la Luna, llamada Coyolxauhqui, y las estrellas, llamadas Centzonhuitznahua, supieron la noticia del embarazo afrentoso de su madre, se enfurecieron hasta el punto de querer matarla. Lloraba Coatlicue por su próximo fin, cuando el prodigio que estaba en su seno le habló y la consoló diciéndole que, en el preciso momento, él la defendería contra todos.
Cuando los enemigos llegaron a sacrificar a la madre, nació Huitzilopochtli y, con la serpiente de fuego (el rayo solar), cortó la cabeza a la Luna y puso en fuga a las estrellas. Y dese entonces todos los días el Sol entabla una lucha con sus hermanos para ofrecer a los hombres un nuevo día.
La representación más importante de la Coatlicue es la que se conserva en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México: tiene pies y manos en forma de garras, una falda de serpientes entrelazada, en la cintura una cinta que simboliza el embarazo virginal y en el pecho, consumido de amamantar a cuanto ser viviente existe, luce un collar de manos y corazones humanos rematado con un cráneo; la cabeza de la diosa son dos cabezas de serpiente encontradas. Simbolismo todo de su misión: sustentar el equilibrio del universo.
Coatlicue tenía un santuario en el cerro del Tepeyac y a él acudían de lejanas tierras a rendirle homenaje; a la llegada de los españoles el culto fue desapareciendo debido al proceso de evangelización. Hay quienes opinan que la Virgen de Guadalupe eligió el mismo sitio que la diosa Tonantzin para que erigieran en él su santuario, con el fin de hacerle entender a los mexicanos que Dios no estaba a disgusto con sus antiguos dioses, pero que había llegado el momento de encontrar una nueva forma de venerarlo.

(Tomado de: Valero de García Lascuráin, Ana Rita: Las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Virgen de Guadalupe, edición especial. Editorial México Desconocido, S.A. de C.V., México 2001)

jueves, 20 de agosto de 2020

Ricardo Flores Magón


Político, nació en San Antonio Eloxochitlán, Oaxaca, en 1873; murió en la prisión norteamericana de Leavenworth, Kansas, en 1922. En 1892 fue encarcelado por vez primera, a consecuencias de una manifestación estudiantil contra el presidente Porfirio Díaz. Al año siguiente formó parte de la redacción del periódico oposicionista El Demócrata, que fue suprimido por la dictadura antes de haber cumplido tres meses de vida. En 1900 fundó, junto con su hermano mayor Jesús, el periódico Regeneración, cuya campaña contra el gobierno le ocasionaron nuevo encarcelamiento. En 1901 asistió al Primer Congreso de Clubes Liberales en San Luis Potosí, y en 1902 tomó a su cargo el periódico antirreeleccionista de caricaturas El Hijo del Ahuizote, que había fundado Daniel Cabrera. Cuando en 1903 el presidente Díaz ordenó al Tribunal Superior de Justicia que prohibiese la publicación de cualquier escrito de los Flores Magón, Ricardo y Enrique se trasladaron a E.U. En Laredo, Texas, volvieron a editar Regeneración, pero hostilizados por las autoridades estadounidenses se refugiaron en San Luis Missouri, en donde proclamaron en compañía de Juan Sarabia, Antonio I. Villarreal, Librado Rivera, Manuel Sarabia y Rosalío Bustamante, el Programa del Partido Liberal, cuya junta organizadora habían constituido.
Este documento, que Ricardo Flores Magón firmó en su calidad de presidente de la Junta, constituye un riguroso y severo análisis de la situación del país bajo la dictadura y anticipa las aspiraciones que posteriormente hizo suyas, la revolución de 1910 y muchas de las cuales se convirtieron en preceptos constitucionales. He aquí algunos de los puntos principales: reducir el período presidencial a cuatro años; suprimir la reelección para el Presidente y los gobernadores de los estados; abolir la pena de muerte, excepto para los traidores a la patria; agravar la responsabilidad de los funcionarios públicos; multiplicar las escuelas primarias y declarar obligatoria la instrucción hasta la edad de 14 años; pagar buenos sueldos a los maestros y hacer obligatoria la enseñanza de los rudimentos de artes y oficios, y la instrucción cívica; prescribir que los extranjeros, por el solo hecho de adquirir bienes raíces, pierden su nacionalidad primitiva y se hacen ciudadanos mexicanos; establecer un máximo de ocho horas de trabajo y un salario mínimo; reglamentar el servicio doméstico y el trabajo a domicilio; prohibir el empleo de niños menores de 14 años; obligar a los dueños de minas, fábricas y talleres a mantener las mejores condiciones de higiene y de seguridad en sus propiedades; obligar a los patronos o propietarios rurales a dar alojamiento adecuado a los trabajadores; obligar a los patronos a la indemnización por accidentes de trabajo; declarar nulas las deudas de los jornaleros del campo para con sus amos; prohibir que se pague a los obreros de cualquier otro modo que no sea con dinero efectivo; suprimir las tiendas de raya; exigir a las empresas a no emplear sino una minoría de extranjeros; hacer obligatorio el descanso dominical; recobrar para el Estado las tierras que sus dueños dejen improductivas; dar tierras a quien las solicite, sin más condición que dedicarlas a la producción agrícola y no venderlas; crear un banco agrícola que haga préstamos a los agricultores pobres; gravar el agio, los artículos de lujo y los vicios, y aligerar de contribuciones los artículos de primera necesidad; hacer práctico el juicio de amparo, simplificando el procedimiento; establecer la igualdad civil para todos los hijos del mismo padre; establecer colonias penitenciarias de regeneración, en lugar de cárceles y penitenciarías; suprimir los jefes políticos; robustecer el poder municipal; proteger a los indios; estrechar lazos de unión con los países latinoamericanos; y confiscar, al triunfo de la revolución, los bienes de los funcionarios enriquecidos durante la dictadura. Se proponía, finalmente, reformar la Constitución en cuanto fuese necesario para poner en vigor ese programa.
El embajador norteamericano en México, Thompson, informó a su gobierno que las actividades de los Flores Magón eran anarquistas en sus designios y abrigaban "el propósito de crear un sentimiento revolucionario en el pueblo mexicano". Y la representación de México en Washington, a su vez, requirió la aprehensión de los miembros de la Junta, para ser deportados bajo el cargo de conato de homicidio, robo y daño en propiedad ajena. "Los llamados revolucionarios -decía la instancia- tratan de cambiar un gobierno por otro; pero Flores Magón y sus secuaces no cuentan con nada que merezca llamarse un plan político; no constituyen ni remotamente un partido ni tienen en México una agrupación organizada. Sus propósitos se reducen al robo y al asesinato, al despojo y a la usurpación". En este clima de presión oficial, en agosto de 1907 Ricardo Flores Magón, Librado Rivera y Antonio I. Villarreal fueron arrestados en Los Ángeles, Cal., por Thomas H. Furlong, jefe de la agencia de detectives Pinkerton, quien en 3 años había detenido y deportado a México a 180 revolucionarios refugiados en E.U. Esta vez, los dirigentes liberales fueron condenados a 36 meses de prisión, cuya sentencia cumplieron en Yuma y luego en Florence, ambas en Arizona.
Desde la cárcel, Flores Magón organizó el levantamiento previsto para el 25 de junio de 1908. Librado Rivera, su compañero de prisión, escribió en esos días la siguiente nota: "En la cárcel del condado de Los Ángeles hay una tela doble de alambre que sirve de separación entre los visitantes y los presos. Ricardo encontró una rendija entre la reja y la pared por donde apenas podía caber una carta, y desde entonces ese fue nuestro medio de comunicación con nuestros compañeros de afuera; pero como los esbirros no tardaron en descubrirlo, taparon con cemento todas las hendeduras, obligándonos a sentarnos un poco retirados del alambrado. Ricardo aguzó su ingenio y siempre encontró otros medios de comunicación que tal vez algún día referiré". A juzgar por un testimonio de Enrique Flores Magón (El Demócrata, septiembre 5 de 1924), había entonces en México 64 grupos liberales armados y listos para entrar en acción contra el gobierno de Díaz. Según Rivera, éstos no pasaban de 40. De todas suertes, el 26 de junio las guerrillas mandadas por Benjamín Canales, Encarnación Díaz Guerra y Jesús M. Rangel atacaron el pueblo de Las Vacas, en cuya acción murieron 9 rebeldes; la víspera se levantó el grupo de Viesca, que derrotó a la policía y proclamó el Programa del Partido Liberal, pero que tuvo que huir a la postre; y el 1° de julio, once "libertarios mexicanos" -que así se llamaban a sí mismos- entraron a la población de Palomas, procedentes de El Paso, Texas, comandados por Praxedis G. Guerrero. Éstos lograron volver a territorio norteamericano, pero los alzados de Viesca, batidos y capturados por las tropas federales, fueron muertos, unos, y condenados otros a purgar penas de 15 a 20 años en la prisión de San Juan de Ulúa.
En agosto de 1910 salieron de la cárcel del Estado de Arizona Flores Magón, Rivera y Villarreal. El día 7 se celebró en Los Ángeles, Cal., un gran mitin del Partido Socialista, convocado expresamente para recibirlos. Ahí se colectaron Dls. 414, con cuyo fondo inicial volvió a editarse, por tercera vez, el periódico Regeneración. A partir de ese momento se vuelve expresa la franca orientación anarquista de los antiguos dirigentes liberales y de su órgano de difusión. El 3 de septiembre, ya en vísperas del plan maderista de San Luis Potosí, Flores Magón escribía: "Derramar sangre para llevar al poder a otro bandido que oprima al pueblo, es un crimen; y eso será lo que suceda si tomáis las armas sin más objeto que derribar a Díaz para poner en su lugar un nuevo gobernante... La libertad política es una mentira sin la libertad económica". Ya entonces el magonismo rechazaba la demanda de "sufragio efectivo y no reelección" y atribuía a la acción política y a la lucha armada el objetivo central de la toma de la tierra. "La tierra es de todos -decía Flores Magón-; la propiedad territorial está basada en el crimen y, por lo mismo, es una institución inmoral". El viejo lema del Partido Liberal, Reforma, Libertad y Justicia fue sustituido por el de Tierra y Libertad.
Francisco I. Madero, en el Plan de San Luis Potosí, convocó al pueblo mexicano a la sublevación nacional del 20 de noviembre de 1910. El día 16 anterior, Flores Magón, desde Los Ángeles, Cal., giró instrucciones a sus partidarios para que aprovechando la ocasión se rebelasen también, pero sin hacer causa común con los maderistas. "El Partido Antireeleccionista -decía- sólo quiere libertad política, dejando que los acaparadores de tierras conserven sus vastas propiedades... El Partido Liberal quiere libertad política y libertad económica por medio de la entrega al pueblo de las tierras que detentan los terratenientes". Y unos días después (26 de noviembre) añadía: "El Partido Liberal trabaja por el bienestar de las clases pobres de la sociedad mexicana; no importa candidatura alguna, porque esa es una cuestión que tiene que arreglar el pueblo. ¿Quiere éste amos? ¡Que los nombre!"; pero a continuación advertía: "Los gobiernos tienen que proteger el derecho de propiedad y están instituidos precisamente para proteger ese derecho con preferencia a cualquier otro. No esperemos, pues, que Madero lo ataque en beneficio del proletariado".
Los magonistas emprendieron varios hechos de armas. El 23 de diciembre, una partida al mando de Praxedis G. Guerrero se apoderó de un tren cerca de Ciudad Juárez, el cual abandonaron en la estación García para tomar a caballo las poblaciones de Casas Grandes y Janos, en Chihuahua. Guerrero murió en combate el día 30. En enero de 1911 había grupos liberales insurreccionados en Sonora, Chihuahua, Tlaxcala, Veracruz, Oaxaca, Morelos y Durango. Lázaro S. Alanís merodeó en la frontera haciéndose de pertrechos y Prisciliano G. Silva enarboló la bandera de Tierra y Libertad en Guadalupe, donde fue arrestado por el propio Madero el 15 del mes siguiente. Otro dirigente libertario, Gabino Cano, fue aprehendido  en circunstancias semejantes. Flores Magón publicó entonces un violento artículo contra Madero. Antonio I.Villarreal y otros jefes abandonaron el Partido Liberal y se pronunciaron por el maderismo. El Partido Socialista de los E.U. condenó a Flores Magón y le retiró su apoyo.
La Junta Organizadora del Partido Liberal decidió concentrar toda su acción en la toma del Distrito Norte de la Baja California. Del 29 de enero de 1911, en que un grupo anarquista asaltó Mexicali, hasta el 22 de junio siguiente, en que las fuerzas federales derrotaron en Tijuana a quienes pretendieron instituir una república independiente, aprovechando la crisis provocada por la reciente sublevación nacional.
Mientras tanto, Francisco I. Madero quiso persuadir al Partido Liberal de que pactara una alianza con el Partido Antireeleccionista, llegando al extremo de enviar a Los Ángeles, con esa misión, a Jesús, hermano del líder anarquista, y a Juan Sarabia. Ricardo Flores Magón rechazó las proposiciones de de entendimiento, muy a pesar de que el 25 de mayo había renunciado Porfirio Díaz a la Presidencia.
El 14 de junio de ese año, la policía norteamericana allanó las oficinas del periódico Regeneración y detuvo a Ricardo y Enrique, a Librado Rivera y a Anselmo L. Figueroa, acusados de haber violado las leyes de neutralidad. A principios de septiembre salieron en libertad bajo fianza y el día 23 publicaron un manifiesto que sustituía el programa del 1° de julio de 1906: "Abolir el principio de la propiedad privada -decía- significa el aniquilamiento de todas las instituciones que componen el ambiente dentro del cual se asfixian la libre iniciativa y la libre asociación de los seres humanos". En octubre, Mother Jones, muy conocida en los medios socialistas de E.U., visitó al grupo, en comisión del gobierno de México, para pedir nuevamente a los rebeldes que regresaran al país e hicieran la paz con Madero. Flores Magón repuso: "Preferimos las inquietudes de nuestra vida de perseguidos a las delicias de una vida ociosa comprada con una traición".

Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen IV, - Familia - Futbol)

miércoles, 19 de agosto de 2020

Carlos Denegri

Nació en Argentina, hijo del diplomático Ramón P. Denegri, en 1910; murió en la Ciudad de México en 1970. Abandonó los estudios para dedicarse al periodismo. Hizo entrevistas a los más famosos personajes de su tiempo, asistió al lanzamiento del Apollo XII a la Luna y llegó a sostener 6 columnas en el diario Excélsior, entre ellas Buenos días y Miscelánea dominical, de gran influencia en los medios políticos. Reunió algunos de sus reportajes en Luces rojas en el Canal (crónicas de la Segunda Guerra) y Veintinueve estados de ánimo (testimonios sobre la campaña presidencial de Adolfo López Mateos).

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

lunes, 17 de agosto de 2020

Tlemaitl, cascabeles prehispánicos


La característica principal de este tipo de instrumentos radica en que contienen un corpúsculo o especie de balín, algunas veces manufacturado del mismo material.
Los cascabeles ya sean solos, múltiples, en sartales o aplicados a algún utensilio u objeto, evocan en su configuración caracolillos marinos, bellotas, coyules o huesos de fraile, debido a que sin duda éstos fueron sus antecedentes. Seguramente la búsqueda de sonoridades condujo a las culturas precortesianas a que además de aplicar los recursos que ofrecía la naturaleza de manera directa, a manufacturarlos con materiales como el barro, de lo cual aparecen testimonios desde el preclásico en configuraciones esféricas y lisas pulimentadas, y posteriormente con esgrafiados; del periodo clásico, en que fue depurada la talla de piedra, se han encontrado hermosos cascabeles manufacturados en piedras verdes. La calidad de la talla y el grado de dificultad para su manufactura, implícito en las dimensiones de tales instrumentos, de uno a tres centímetros, demuestran el alto nivel cognoscitivo y técnico logrado en ese entonces.
El desarrollo de la metalurgia es el principal factor del auge de los cascabeles, con técnicas como el ensamblado de filigrana, repujado y fundido, por la técnica de cera perdida, se fabricaron en cobre, oro, plata y bronce y combinaciones con chapa. Estudios recientes realizados en forma conjunta por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y la Universidad Nacional Autónoma de México testifican la utilización de aleaciones en gran cantidad de cascabeles, las cuales es difícil que existan en forma natural; aleaciones de metales como zinc y cobre que ofrecen magníficas sonoridades.
A tal punto abundaron los cascabeles que basta un vistazo en códices y figuras precortesianas para encontrarlos en vestimentas y utensilios; sus connotaciones llegan a tal relevancia que personajes o deidades correlacionan su significación con el cascabel, como sucede con Coyolxauhqui, "la de los cascabeles", que se caracteriza por tenerlos suspendidos en la cabeza.
Se han encontrado miles de cascabeles metálicos con varias configuraciones: sencillos o múltiples; constituyendo las patas, mangos o adornos de recipientes, y engarzados a bezotes, pendientes o collares. Entre los cascabeles que se han encontrado en culturas de Occidente aparecen incorporados a prendedores, agujas y recipientes, y con un ojillo por el cual eran dispuestos en sartal o en racimo.
Existen cascabeles, aunque en número reducido, en configuración de tubo, formando el mango de sahumadores o incensarios de barro denominados en náhuatl Tlemaitl; pero es importante resaltar que así como hay cascabeles con mango parecidos a maracas, también hay maracas, parecidas a cascabeles, sin embargo no lo son pues no contienen uno sino varios corpúsculos lo que modifica la respuesta sonora.

(Tomado de: Contreras Arias, Juan Guillermo. Atlas Cultural de México. Música. SEP, INAH y Grupo Editorial Planeta. México, 1988)

viernes, 14 de agosto de 2020

Leyenda de la Plazuela de Santo Domingo


EL VIRREY EN LA INQUISICIÓN
Leyenda de la plazuela de Santo Domingo

En los más favorecidos
y más populosos centros
de la muy rica, famosa
y noble ciudad de México

corren ya de boca en boca
los más infundados cuentos
que a pisaverdes y ociosos
están de pasto sirviendo;

en los portales, de noche,
por la mañana en los templos
y por la tarde en las calles
del Refugio y de Plateros,

escúchanse las consejas,
las fábulas, los enredos
que componen y entretejen
al par los nobles y el pueblo.

Con razón a tales sitios,
la gente que tiene seso,
en toda ocasión les llama
corrales del Mentidero.

Gobierna con gran pericia,
de la Nueva España el reino,
un militar aguerrido,
inteligente y enérgico.

El marqués de Croix, famoso,
hombre de origen flamenco,
y que brilla y sobresale
por elegante y apuesto.

el año sesenta y seis,
del siglo anterior al nuestro,
tomó el veintitrés de agosto
en Otompan el gobierno.

Y con previsión y tacto
quiso imponer desde luego
la disciplina que entonces
faltaba tanto al ejército.

Enemigo de la leva,
pronto decretó el sorteo
y señaló los jornales
debidos a los mineros.

Oponiéndose a esas leyes
nuevos disturbios surgieron
y en Valladolid y Pátzcuaro
hubo motines muy serios.

Quejóse el virrey al trono
con humildad exponiendo,
que necesitaba tropas
para no mirarse en riesgo.

Ya en el Mineral del Monte
un alboroto tremendo
había orillado a la muerte
a don Pedro de Terreros.

A rico tan bondadoso,
tan filántropo y tan tierno,
que cifraba su ventura
en curar males ajenos,

salió don Ramón de Coca
a defenderle, y fue muerto,
causando luto a Pachuca
dónde era alcalde primero.

El Rey, sabedor de todo,
del Marqués cedió al deseo
y mandó en respuesta infantes
y dragones y artilleros.

Guadalajara y Castilla,
Granada y Zamora dieron
lo más útil de sus tropas
para guarnecer a México.

La expulsión de los jesuitas,
preparada en el misterio,
y en toda la Nueva España
hecha en un mismo momento,

inquietó todos los ánimos, 
encendió todos los pechos
y al Marqués le fue preciso
ser con todos muy discreto.

Al comentarse en el vulgo
tan alarmante suceso,
no faltó quien acusara 
de hereje a Carlos Tercero,

ni quien sin temor dijera
que por Dios, pedazos hecho,
iba a derrumbarse el trono
en que tanto ofendió al cielo.

Más nada pasó al monarca,
quedó en paz su vasto imperio
y al marqués de Croix ninguno
lo vio débil y con miedo.

Entretanto, de este modo
se hablaba en el mentidero
por los ricos y los pobres, 
los nobles y los plebeyos:

-Ya tiene muchos soldados
el desalmado extranjero.
-Quien no respeta a la iglesia,
no ha de respetar al pueblo.

-Dicen que su soberano
le tiene cariño inmenso.
-Como que ha de acompañarle
alguna vez al infierno.

-Eso es tan claro y seguro
cómo el sol
-Ya lo veremos
si no llama a los jesuitas
llegando a su último extremo.

-Pero señor, quién diría,
y todos lo estamos viendo,
que se mandara a un hereje
a gobernarnos en México.

-En San Luis y en Guanajuato
están las cosas ardiendo.
-Hubo un motín en Uruapam.
-Y en Valladolid no menos.
San Luis de la Paz ya tiene
sobre las armas...
-¡Silencio!
allí vienen dos esbirros
que también irán al fuego.

-Dicen que el marqués no gusta
de hacer visitas al templo.
-Con razón; se le aparece
en cada altar un espectro.

Ojalá lo trasladaran
a otra parte...
-No está lejos
el instante de ordenarle
que a alguno le deje el puesto.

-Un gran escándalo ha habido
en el palacio.
-Sabremos.
-Hoy, miércoles de ceniza
temprano al palacio fueron

dos canónigos llevando
a su excelencia el memento.
-Y bien...
-Los tuvo dos horas 
esperando...
-¿Será cierto?

-Dos horas lo han esperado
cómo si fueran dos legos.
-Algún asunto muy grave.
-¡Qué asunto ni niño muerto!

-¿No recibió la ceniza?
-De mal talante y mal gesto.
-Pero ya lo han castigado.
-¿Lo han castigado?
-Y bien presto.

-Ya lo citó el Santo Oficio.
Y hoy mismo allí lo veremos.
. . . . . . . . . . . 
Con semejantes rumores
de que el Virrey era un reo
que la Inquisición llamaba
como al más triste perchero,

acudió en masa la gente
llenando en muy poco tiempo
la plaza y calles vecinas
del edificio siniestro.

No se dejó esperar mucho
el Virrey; todos oyeron
los toques que eran anuncio
de su salida, y contentos

se dijeron en voz baja:
-"¡Ya viene! lo pondrán preso
o tal vez arda en la hoguera
de sus pecados en premio".

Llegó el marqués escoltado
por dragones y artilleros,
que abocaron los cañones
en determinados puestos;

y entró el de Croix al edificio,
alegre, altivo, sereno,
y subió a la oscura sala
do juzgaban a los reos.

Halló en torno de una mesa
a los oidores severos,
con dos velas frente a un Cristo
y todo entre paños negros.

-Señores, vengo a la cita
y no he de robaría tiempo,
pues bastarán diez minutos
para que todo arreglemos.

-Es que es largo...
-Nada importa;
diez minutos... ya he dispuesto
que si al pasar ese plazo
a mí palacio no he vuelto,

los cañones que he traído,
sobre está casa hagan fuego
hasta derribar los muros
y sepultarnos en ellos.

-Si Excelencia obró con juicio.
-¿Qué me queréis?
-Gran acierto
tiene en todo su Excelencia...
-Hablad...

-Os agradecemos 
que hayáis venido, y sois libre
de retirados...

-Yo tengo
que saber a qué me llaman.
---Pues... por el gusto de veros.

-Es decir,cqué ha terminado 
la audiencia...
-Desde el momento,
señor, en que habéis venido
con abogados tan buenos.

Les volvió el Marqués la espalda,
ganó la calle ligero
y se regresó a palacio
tranquilo, sano y risueño.

Cuentan que al subir al coche
encontró a sus artilleros
con las mechas preparadas
para comenzar el fuego.

Tanta burla al Santo Oficio
llenó de placer al pueblo,
que vio al Marqués desde entonces
con cariño y con respeto.

Y que más tarde su nombre
repitió con leal afecto,
pues el de Croix fue tan hábil
cómo honrado y como enérgico.

(Tomado de: Peza, Juan de Dios – Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México. Prólogo de Isabel Quiñonez. Editorial Porrúa, S.A. Colección “Sepan cuantos…”, #557, México, D.F., 2006)