lunes, 17 de febrero de 2025

Freddy Fernández “El Pichi”

 


Freddy Fernández “El Pichi”

(Actor)

(1934-1995, México, Distrito Federal). Debutó en el cine a los ocho años de edad en la película Cristóbal Colón (1943). Durante seis años hizo personajes sin importancia hasta obtener un papel relevante en Ustedes los ricos (1948). Sus cualidades de actor fueron reconocidas por los productores, lo cual le dio nuevas y mejores oportunidades. Entre sus cintas más populares recordamos Una calle entre tú y yo (1952), en la cual fue la pareja romántica de Evita Muñoz "Chachita"; intervino también en filmes como: Pepe "El Toro" (1952), Soy gallo donde quiera (1953), Los tres Villalobos (1954), Mi canción eres tú. ¿Con quién andan nuestras hijas? (ambas de 1955), Las manzanas de Dorotea (1956), La mujer que no tuvo infancia (1957) con Libertad Lamarque. Encarnó en la pantalla la imagen del hombre joven mexicano y gracias al éxito de sus películas hizo giras de presentaciones personales en varias ciudades de Estados Unidos.

Mauricio Peña. 

(Tomado de: Dueñas, Pablo, y Flores, Jesús. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000) 

jueves, 13 de febrero de 2025

José Miguel Gordoa

 


Gordoa (José Miguel). Nació en el Real de Álamos, Zacatecas. Estudió primero en el Colegio de San Ildefonso, de México, y después se incorporó a la Universidad de Guadalajara. Representó a la provincia de Zacatecas en las Cortes españolas, de las que era presidente cuando llegó el decreto de Fernando VII, de 4 de mayo de 1814, en que manifestaba que no juraría la Constitución y disolvía las Cortes. En esa ocasión pronunció un discurso que causó grandísima sensación y fue publicado en España y América. Regresó a México trayendo la cruz de Carlos III. Fue electo diputado por Zacatecas al Congreso Constituyente de 1824. Se le consagró obispo de Guadalajara en agosto de 1831.


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

lunes, 10 de febrero de 2025

La caída de Tenochtitlan, 1521

 

15

La caída de Tenochtitlan 

por Hernán Cortés 


Cortés no se dejó abatir por las derrota de la Noche Triste. Desde la tierra amiga de Tlaxcala prepara la vuelta a la metrópoli Imperial. La segunda marcha sobre México-Tenochtitlan y su caída constan en la tercera de las Cartas de relación del Capitán, de la cual se entresacan los siguientes párrafos.


Quiso nuestro señor dar tanto esfuerzo a los suyos que les entramos hasta los meter por el agua, a las veces a los pechos, y les tomamos muchas casas de las que están en el agua; y murieron de ellos más de seis mil ánimas entre hombres y mujeres y niños, porque los indios nuestros amigos, vista la victoria que Dios nos daba, no entendían en otra cosa sino en matar a diestro y a siniestro [...]

Aquel día se mataron y prendieron más de cuarenta mil ánimas. Y era tanta la grita y lloro de los niños y mujeres, que no había persona a quien no quebrantase el corazón. E ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad, que no en pelear con los indios. La cual crueldad nunca en generación tan recia se vio ni tan fuera de toda orden de naturaleza como en los naturales de estas partes. Nuestros amigos hubieron este día muy gran despojo, el cual en ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de novecientos españoles, y ellos más de ciento y cincuenta mil hombres, y ningún recaudo ni diligencia bastaba para los estorbar que no robasen aunque de nuestra parte se hacía todo lo posible [...]

Viendo que estos de la ciudad estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse, colegí dos cosas: la una, que habíamos de haber poca o ninguna de las riqueza que nos habían tomado; y la otra, que daban ocasión y nos forzaban a que totalmente los destruyésemos. De esta postrera tenía más sentimiento, y me pesaba en el alma, y pensaba qué forma tenía para los atemorizar de manera que viniesen en conocimiento de su yerro y del daño que podían recibir de nosotros, y no hacía sino quemalles y derrocalles las torres de sus ídolos y sus casas. E porque lo sintiesen más, este día hice poner fuego a estas casas grandes de la plaza, donde, la otra vez que nos echaron de la ciudad, los españoles y yo estábamos aposentados, que eran tan grandes, que un príncipe con más de seiscientas personas de su casa y servicio se podía aposentar en ellas; y otras que estaban junto a ellas, que, aunque algo menores, eran muy más frescas y gentiles, y tenían en ellas Muteczuma todos los linajes de aves que en estas partes había; y aunque a mí me pesó mucho, porque a ellos les pesaba mucho más, determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar, y también los otros sus aliados de la laguna, porque éstos ni otros nunca pensaron que nuestra fuerza bastase a les entrar tanto en la ciudad, y esto les puso harto desmayo [...]

Miré [desde una torre] lo que teníamos ganado de la ciudad, que sin duda de ocho partes teníamos ganado las siete; e viendo que tanto número de gente de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas, y puesta cada una sobre sí en el agua y sobre todo la grandísima hambre que entre ellos había, y que por las calles hallábamos roídas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algún día, y movelles algún partido por donde no pereciese tanta multitud de gente; que cierto me ponían en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se hacía, y continuamente les hacía acometer con la paz; y ellos decían que en ninguna manera se habían de dar, y que uno solo que quedase había de morir peleando, y que de todo lo que teníamos no habíamos de haber ninguna cosa, y que lo habían de quemar y echar al agua, donde nunca pareciese. Y yo, por no dar mal por mal, disimulaba el no les dar combate.

Otro día siguiente tornamos a la ciudad, y mandé que no peleasen ni hiciesen mal a los enemigos. Y como ellos veían tanta multitud de gente sobre ellos y conocían que los venían a matar sus vasallos y los que solían mandar, y veían su extrema necesidad, y como no tenían donde estar sino sobre los cuerpos muertos de los suyos, con deseo de verse fuera de tanta desventura, decían que por qué no los acabábamos ya de matar; y a mucha priesa dijeron que me llamasen, que me querían hablar. E como todos los españoles deseaban que ya esta guerra se concluyese, y habían lástima de tanto mal como hacian, holgaron mucho, pensando que los indios querían paz. Con mucho placer viniéronme a llamar y a importunar que me llegase a una albarrada donde estaban ciertos principales, porque querían hablar conmigo. Aunque yo sabía que había de aprovechar poco mi ida, determiné de ir, como quien quiera que bien sabía que no darse estaba solamente en el señor y otros tres o cuatro principales de la ciudad, porque la otra gente, muertos o vivos, deseaban ya verse fuera de allí. Y llegado al albarrada, dijéronme que pues ellos me tenían por hijo del sol, y el sol en tanta brevedad como era en un día y una noche daba vuelta a todo el mundo, que por qué yo así brevemente no los acababa de matar y los quitaba de penar tanto, porque ya ellos tenían deseos de morir y irse al cielo para su Ochilobus que los estaba esperando para descansar; y este ídolo es el que en más veneración ellos tienen. Yo les respondí muchas cosas para los atraer a que se diesen, y ninguna cosa aprovechaba, aunque en nosotros veían más muestras y señales de paz que jamás a ningunos vencidos se mostraron, siendo nosotros, con el ayuda de Nuestro Señor, los vencedores.




(Tomado de: González, Luis. El entuerto de la Conquista. Sesenta testimonios. Prólogo, selección y notas de Luis González. Colección Cien de México. SEP. D. F., 1984)

viernes, 7 de febrero de 2025

Julián Samora


Julián Samora


Fue pionero de los estudios mexicano-americanos en el medio oeste norteamericano, con una destacada trayectoria tanto en la labor docente y de investigación como en la lucha en pro de los derechos de la población de origen mexicano. Nació en Papagosa Springs, Colorado, en 1920. Sin mayores recursos, más que su aguda inteligencia Y tenacidad, logró conseguir las becas necesarias para estudiar y escalar el más alto de los peldaños siendo el primer mexicano-americano que obtuvo un doctorado en la Universidad de Washington, en San Luis Missouri. Como doctor en sociología y antropología dedicó su trabajo a la comunidad de origen mexicano y realizó estudios que sirvieron de base para la lucha por la reivindicación de sus derechos. Consciente de la importancia de hacer de los estudios chicanos una disciplina académica en las universidades, dirigió el primer Programa de Estudios Fronterizos México-Estados Unidos en la Universidad de Notre Dame, desde donde se unió a las principales luchas por los derechos civiles y el movimiento chicano. Su amplia obra escrita, que comprende más de treinta estudios y varios libros, es una verdadera denuncia contra la explotación a los trabajadores indocumentados, las condiciones de vida de los mexicano-americanos, el racismo y la segregación. Su activismo no se limitó al ámbito académico: así lo muestra su participación en la fundación del Consejo Nacional de la Raza y en la Comisión de Derechos Civiles. Recibió la orden mexicana del Águila Azteca en 1990. Murió en 1996.



(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 3 de febrero de 2025

Puños de algodón

 


Puños de algodón 

Margarita Montes, muchacha de rasgos duros y faldas "bien puestas", primero probó suerte como torera. Pronto se cansó de la indiferencia de los empresarios y cambió el paseíllo de la plaza de toros por los atirantados movimientos en los montículos beisboleros, donde se convertiría en la estrella de la novena femenil de la cervecería Díaz de León. 

Sin dar explicaciones, nunca, del porqué de su decisión, dejó que sus compañeras se siguieran divirtiendo con "elevaditos", "pisa y corre" y demás reglas misteriosas del beisbol. Si ya había probado su valentía y suerte frente a los cuernos del toro, por qué no lo iba a hacer frente a un contrincante con los puños envueltos en algodón. 

Así, en 1930, en su natal Mazatlán, inició la carrera de "La Maya", alias que le disgustaba tanto como la tranquilizaba cuando escuchaba al anunciador pregonar su aparición a grito pelado: la primera mexicana que se dedicaba al boxeo. Rápido trabó rivalidad con su paisana, Josefina Coronado, anunciadas por los mercados y rastros del puerto como Las primeras boxeadoras de México

Los combates se hicieron arduos y fieros, y el empresario local, Rodrigo Gómez Llanos, descubridor del indiferente Joe Conde, las llevó por las distintas plazas de la costa del Pacífico hasta llegar a Nogales, donde un grupo de managers norteamericanos entrenaron a Margarita para pelear con la desconocida campeona de Arizona, a quien venció por nocaut en el primer round. Después de esa experiencia, y por prohibición expresa de las autoridades de enfrentarse a mujeres, combatió contra boxeadores, los cuales corrieron la misma suerte que la misteriosa campeona. 

Con el retiro de "La Maya" se hicieron escasas, formalmente, las peleas de mujeres en nuestro país. Sin embargo, había una realidad alterna a la desaparición del boxeo femenil: muchos peleadores famosos entrenaban con mujeres que se ganaban la vida como sparrings. Julio César Chávez, el mejor boxeador mexicano de todos los tiempos, tuvo su primer enfrentamiento contra Pilar López, avecindada en el mismo Puerto donde "La Maya" tuviera sus grandes éxitos. 

En tiempos recientes el boxeo femenil ha renacido, sobre todo en los gimnasios universitarios, como deporte amateur. Laura Serrano, quien enfrentó la discriminación e indiferencia de las autoridades de las diferentes comisiones, ha sido la boxeadora más exitosa en los últimos tiempos. 

Serrano se coronó, en el año de 1999, como monarca de los pesos pluma, reconocida por la Federación Internacional de Boxeo Femenil (WIFB, por sus siglas en inglés). Por falta de oportunidades decidió irse a erradicar a Estados Unidos, donde continúa su exitosa carrera. 

Frente a la crisis que el boxeo mexicano sufre, los empresarios, que antes desdeñaban y se burlaban de sus largas horas de "sufrimiento" en los gimnasios sin reconocimiento ni fruto posibles, ahora ahora ven en ellas la posibilidad de salvar el negocio y meter gente curiosa para verlas pelear, ya no en los lavaderos sino en los mismos rings donde se presentan los grandes ídolos. Si el reconocimiento ha tardado en llegar, el ritmo de entrenamiento se ha incrementado, ya no por ser tomadas en cuenta sino por la realidad de tener un combate en puerta. 

Finalmente, en la Arena Coliseo, la catedral de nuestro boxeo -como pomposamente se le llama al embudo de las calles de Perú- se volvieron a ver las monedas llover sobre la lona, para demostrarles a las nuevas guerreras lo agradecidos que estaban los viejos aficionados.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

jueves, 30 de enero de 2025

Río Blanco, 1907 II

 



II


Las tiendas de raya 

Aumentan horas de trabajo 

Primer pliego de peticiones 

Huelga en mayo de 1907


A los ya miserables sueldos que obtenía el trabajador en las fábricas textiles Santa Rosa, San Lorenzo, Mirafuentes, Río Blanco, Cocolapan, Cerritos y El Yute a fines del siglo pasado y principios del presente se les hacían otros descuentos como el de los famosos vales que las tiendas de raya les extendían a cuenta de sus rayas. Los obreros estaban en la inopia con tanta explotación, ahora ya no solamente del patrón sino también de un monopolista extranjero que controlaba las tiendas de raya en la región y que les proporcionaba víveres y aguardiente a precios exorbitantes o les vendía vales con un 25% de rédito en una semana. Era inicua la forma en que se trataba al obrero que sumiso se resignaba a vivir de esa manera y para desahogar sus penas lo que hacía era irse a embriagar a la tienda de raya de Víctor Garcín.

Calladamente el obrero soportaba todo, pero ya en su espíritu se iba forjando una idea de rebelión contra tanta injusticia. En el año de 1896 un buen día en forma inesperada en la fábrica de Río Blanco se les hace saber a los tejedores que todos los martes y jueves tendrían que trabajar hasta las 12 de la noche; el acabóse, a las de por sí inhumanas jornadas diarias ahora les aumentaban más horas de trabajo los martes y jueves porque a los patrones les urgía la producción de telas para satisfacer los pedidos que les hacían. Los tejedores no soportaron más y estallaron en cólera ante las pretensiones de la empresa. Desafiando cualquier represalia o separación en el trabajo los obreros acordaron no aceptar la monstruosa disposición que acabaría con sus vidas en poco tiempo y después de la hora acostumbrada a salir nadie quiso seguir laborando, abandonando la factoría hasta el día siguiente en que a la hora de entrada se presentaron a su trabajo. Al ver la empresa que el movimiento fue colectivo y había el peligro de que los obreros tomaran medidas más drásticas optó mejor por desistir de sus propósitos de aumentar el número de horas de trabajo, sistema que sí se llevaba a cabo a efecto en fábricas de Puebla y Tlaxcala. Los obreros seguirían con sus jornadas ordinarias de 12 y 14 horas diarias de labores agotadoras. 

La fábrica de Río Blanco se expandía y un nuevo departamento de telares se ponía en marcha gracias al trabajo de los obreros, sin embargo la empresa lejos de considerarlos, se volvió más drástica y aumentó en forma escandalosa el cobro de multas por ropa defectuosa. Los trabajadores no pudieron reprimir su ira y en masa fueron a protestar ante el director de tejidos, exigiendo que las multas fueran a conciencia y no solo para perjudicar los salarios del trabajador. El director no hizo caso y a gritos los mandó que regresaran a sus lugares; pero los tejedores no se amilanaron por las amenazas del director Stadelman y sabiendo que estaban pidiendo algo justo, decidieron dejar las máquinas e irse a la calle. Al saber lo sucedido, los tejedores del otro departamento hicieron causa común y también abandonaron el trabajo. A orillas del Río Blanco se reunió la mayoría para nombrar una comisión que se encargara de entrevistar al administrador. La cosa no era sencilla, los designados no ignoraban la situación difícil en que se colocaban pues podían ir a la cárcel a petición de los patrones, por agitadores o enemigos del gobierno. Los comisionados fueron a hablar con la empresa y ante la sorpresa general de sus compañeros obtuvieron que fueran abolidas las multas por producción defectuosa y también lograron un pequeño aumento de 3 y 5 centavos en algunas marcas de telas. Explosión de júbilo fue la que estalló entre los tejedores que empezaron a comprender que la fuerza dependía de la unión de los obreros. Por vez primera habían presentado un pliego de peticiones ante la compañía y habían obtenido resultados favorables. Eso ocurría en el transcurso del año de 1898. 

El nuevo siglo llegaba, 1900 era recibido con entusiasmo en todas partes. Se vivía una aparente calma en la patria gobernadas desde hacía cuatro lustros por el viejo militar y héroe del 2 de abril, Porfirio Díaz. La nación se industrializaba con capitales extranjeros que pretendían hacer fortunas cuantiosas en poco tiempo aprovechando la explotación que se podía hacer, y se permitía, del obrero, obligándolo a trabajar más de doce horas diarias por un sueldo miserable, ejemplo de ello lo teníamos en las fábricas textiles de la región, en donde los obreros estaban sometidos a jornadas que principiaban al salir el sol y se prolongaban más allá de cuando se ocultaba y además se les trataba rudamente de parte del personal de confianza. Cansados de ser víctimas del mal humor y estallidos coléricos de cabos, correiteros y maestros, un día los trabajadores se impacientaron y se lanzaron a una huelga. Eso sucedió en mayo de 1903 en la fábrica de Río Blanco. El motivo fue provocado por el nombramiento como correitero para esa factoría de Vicente Linares, hombre de mala fama que era el terror de los obreros de San Lorenzo. Por vez primera se registró ese movimiento y la palabra huelga hizo conmocionarse a patrones y autoridades que de inmediato, amenazaron a los trabajadores y los presionaron para que regresaran a sus labores, porque los obreros no estaban organizados ni contaban con medios económicos para hacerle frente a una situación de huelga por lo que tuvieron que poner fin a su gesto rebelde.


(Tomado de Peña Samaniego, Heriberto - Río Blanco. El Gran Círculo de Obreros Libres y los sucesos del 7 de enero de 1907. Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero Mexicano, México, 1975)

lunes, 27 de enero de 2025

Nacimiento y auge de la música mexicana I

 


Nacimiento y auge 

I

Romances, chuchumbés y jarabes 


La primera canción que podría llamarse "mexicana" -al menos por su lugar de nacimiento- fue tal vez un romance que los soldados españoles dieron encantar después de la Noche Triste:


 En Tacuba está Cortés con su escuadrón esforzado;

triste estaba y muy penoso, triste y con gran cuidado; 

la una mano en la mejilla y la otra en el costado.


 Los conquistadores, que tenían muy arraigada la costumbre de cantar sus aventuras, sus triunfos y sus desdichas en coplas a veces sentimentales, a veces picarescas, dieron así origen a las primeras canciones nacionales. Los indígenas casi no tuvieron oportunidad de contribuir a la formación y desarrollo del género, entre otras razones porque sus instrumentos -la chirimía, el teponaztli y el huéhuetl- fueron proscritos por los cazadores de idólatras, dado su uso eminentemente ceremonial. Además, los conquistadores -más preocupados por borrar todo vestigio de la cultura nativa que por conocerla- pronto relegaron al olvido la música indígena que, por el simple hecho de ser distinta la suya, consideraron inferior. 

En 1523, humeantes todavía las ruinas de la gran Tenochtitlán; fray Pedro de Gante fundó en Texcoco la primera escuela de música de la Nueva España. El ejemplo cundió a tal extremo, que en la mayoría de las iglesias edificadas en los años siguientes se establecieron escuelas de música o por lo menos de canto. Por supuesto, el género primordial que en ellas se cultivaba era la música sacra. 

A fines del siglo XVI y principios del XVII, mientras la música popular se desarrollaba poco menos que clandestinamente, en medio de prohibiciones y anatemas eclesiásticas, la ciudad de Puebla se convirtió en el gran centro novohispánico de la música barroca. Surgieron entonces varios compositores cuyas obras aún hoy son consideradas como ejemplo notable del género por los eruditos europeos y norteamericanos, pues en México se desconocen casi por completo. 

A partir del siglo XVIII, el empuje popular en materia musical llegó a ser tan grande que empezó a desbordar las rígidas costumbres y estructuras sociales establecidas por los españoles. Así, no hubo barreras que lograran impedir que criollos y mestizos desarrollaran y manifestaran gustos propios. 

De acuerdo con las investigaciones del musicólogo Vicente T. Mendoza, ya en 1684 había aparecido el primer corrido popular mexicano: Las coplas del tapado. El título alude a un misterioso personaje de la época llamado Antonio de Benavides. La primera mención del género se encuentra en el Diccionario de Autoridades (1729), que define el corrido como: "Cierto tañido que se toca en la guitarra, a cuyos son cantan las llamadas jácaras. Diósele este nombre por la ligereza y velocidad con que se tañe.”

Poco tiempo después, en el mismo siglo XVIII, el auge del comercio de esclavos determinó el surgimiento de los primeros ritmos afroantillanos. Pronto, el caribeño chuchumbé tomaría por asalto a la Nueva España tal como lo harían posteriormente y de tiempo en tiempo, otros géneros de idéntico origen, hasta culminar en época recientes con la avasalladora incursión del Mambo de Pérez Prado. 

Aunque la música del chuchumbé se perdió completamente como aconteció con casi todas las composiciones populares de la Colonia, los archivos de la Santa Inquisición conservan muchas de sus coplas henchidas de picardía. Y llegaron hasta ahí porque los inquisidores hicieron acopio de ellas como pruebas para prohibir este género "escandaloso, obsceno, ofensivo para oídos castos, que se baila con meneos, manoseos y abrazos, a veces barriga contra barriga”.


La primera canción de protesta 

Tal como sucedería en épocas posteriores con las cantinas, en la segunda mitad del siglo XVIII las pulquerías del altiplano se convirtieron en los principales focos de difusión de la música popular, no sin recibir por parte de los eclesiásticos el calificativo de "imagen e idea viva del infierno". Y, efectivamente, hacia 1770 los asiduos de estos "tugurios demoníacos" bailaban como alegres condenados sones tales como La cosecha o El pan de jarabe, catalogados por los inquisidores como "lo peor que puede inventar la malicia". De El pan de jarabe se conservan algunas coplas picantes: 


Esta noche he de pasear con la amada prenda mía, 

y nos hemos de holgar hasta que Jesús se ría. 

Ya el infierno se acabó, ya los diablos se murieron;

ahora sí, chinita mía, ya no nos condenaremos. 


Otros ritmos que florecieron a finales de la época colonial son el sacamandú y el pan de manteca, ambos subversivos y nacidos de la creciente rebeldía contra el orden impuesto y las autoridades establecidas. El mismo carácter tuvieron muchos sones, seguidillas, tiranas, chimizclanes, catacumbas, fandangos y súas, géneros que proliferaron en la época. De todos ellos sólo el jarabe merecía la aprobación de las autoridades civiles y eclesiásticas, pues las parejas lo bailaban "pudorosamente separadas". Según se sabe, este ritmo se interpretaba con jaranitas de cinco cuerdas, salterios, arpas y bandolones. 

Al estallar la guerra de independencia los ritmos proscritos se convirtieron en verdaderos himnos de la insurgencia, en calidad de alegres "canciones de protesta". Muy popular se hizo, por ejemplo la Canción de Apodaca, que en dos de sus versos decía: 


Señor virrey Apodaca: ya no da leche la vaca…


Años más tarde al consumarse la independencia y erigirse emperador Agustín de Iturbide, el ingenio popular dedicó a éste algunas coplas irónicas: 

Soy soldado de Iturbide, 

visto las Tres Garantías, 

hago las guardias descalzo 

y ayuno todos los días…


¡Europa, Europa! 

Abierto luego el país a las influencias del mundo entero, en los primeros años de vida independiente se registró una verdadera invasión de mazurcas, polcas, cracovianas y redovas, provenientes de la región de Bohemia. Esto explica las similitudes entre la música norteña mexicana y la de aquellas tierras centroeuropeas. 

Otra corriente que tuvo gran influencia fue la Italiana; su vehículo eficaz fueron las compañías de ópera que constantemente llegaban al país para recorrerlo en triunfo. Este influjo resultó tan poderoso que matizó fuertemente casi toda la producción de música fina en México a lo largo del siglo XIX. Puede decirse que todo compositor de cierta relevancia aspiraba a crear y ver en escena por lo menos una ópera "italiana" hecha en México. 

En descargo de aquellos compositores hay que decir que el medio musical mexicano de los primeros años independientes se hallaba frente a dos posibilidades que no satisfacían sus anhelos: por una parte la música sacra que durante tres siglos había sido poco menos que el único camino abierto para el músico con aspiraciones; por otra, la música popular a la que no era posible quitarle de pronto la etiqueta de "género ínfimo, deleznable y digno de la peor especie de gente" que también durante tres siglos le impusieron las autoridades virreinales. 

No quedaba otro recurso que volver los ojos a los géneros europeos mientras se creaban o se decantaban los propios. Esta situación se prolongó durante más de un siglo. Todavía a principios del siglo XX, las polémicas de los músicos mexicanos giraban alrededor de la adopción de tal o cual estilo europeo. 

Uno de los máximos impulsores de la nueva tendencia italianizante -aunque él mismo limitó su producción a la música sacra- fue Mariano Elízaga, quien ya desde los cinco años de edad maravillaba a la corte virreinal con sus prodigiosas interpretaciones en el clavicordio. Muy joven todavía, Elízaga fue maestro de capilla en la corte de Iturbide y profesor de música de la emperatriz. Al caer el Imperio, volvió a su natal Morelia y fundó allí el primer conservatorio de música del país. 

A continuación aparecieron en la capital varias academias musicales como las de José Antonio Gómez y Joaquín Beristáin. Éste, muerto a los 22 años, fue otro niño prodigio que a los 17 años ya era director de la Orquesta de la ciudad de México. 

Gómez fue compositor e intérprete de música sacra hasta 1839, año en que decidió buscar fuentes de inspiración en la música popular. Sus estilizadas transcripciones de jarabes y sobre todo sus Variaciones sobre el tema del jarabe mexicano llevaron por primera vez este ritmo del pueblo a los salones elegantes y dieron lugar a una corriente nacionalista que aunque débil, a partir de ese momento se mantendría con vida. 

Y mientras la música fina sumaba influencias y buscaba cauces, la inspiración popular seguía produciendo tonadas tan ingeniosas como desenfadadas. En 1847, al ocurrir la invasión norteamericana, se popularizaron canciones como Las margaritas, en la que se aludió a las muchachas "colaboracionistas" que aceptaban invitaciones de los soldados invasores: 


Una margarita 

de esas del portal 

se fue con su yanqui 

en coche a pasear. 


Años después, la Intervención Francesa sirvió de marco para que se impusieran arrolladoramente otras canciones. Los cangrejos, con letra de Guillermo Prieto, sirvió para hacer mofa de los conservadores que pretendían "marchar para atrás". Sobre todo, Mamá Carlota fue una especie de himno de los chinacos patriotas, que la cantaban en masa cuando entraron a Querétaro y tomaron prisionero a Maximiliano de Habsburgo. La música es de oscuro origen español, y la letra la compuso el general y literato Vicente Riva Palacio, cuando recibió noticias de que la emperatriz había partido en viaje a Europa buscando ayuda para su infortunado esposo. Es, sin duda, la "canción de protesta" más vibrante que se ha producido en México. Dicen algunos de sus versos: 


Alegre el marinero 

con voz pausada canta 

y el ancla ya levanta 

con extraño rumor.

La nave va en los mares 

botando cual pelota.

Adiós, mamá Carlota.

Adiós, mi tierno amor.


De la remota playa 

te mira con tristeza 

la estúpida nobleza 

del mocho y el traidor.

En lo hondo de su pecho 

ya sienten la derrota.

Adiós, mamá Carlota.

Adiós, mi tierno amor.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

miércoles, 22 de enero de 2025

Población mexicana en Estados Unidos 1940-1970

 


Población mexicana en Estados Unidos 1940-1970


El programa brasero 1941-1964 


Durante la Segunda Guerra Mundial, a la que Estados Unidos se incorporó en 1941, el gobierno norteamericano, presionado por los empresarios agrícolas que dudaban no tener mano de obra para recoger las cosechas porque un alto porcentaje de trabajadores norteamericanos estaba en el frente de batalla o incorporados a la industria militar, negoció con el gobierno mexicano El que se llamó Programa Brasero", por medio del cual se contrataban trabajadores del campo para laborar en Estados Unidos. El programa se puso en marcha en 1942 y se renovó en 1948, ya terminada la Guerra Mundial. Los trabajadores eran transportados a la frontera, donde los colocaban en enormes corrales con un número colgado del cuello con el que el representante de su empleador lo identificaba. Antes de entrar a Estados Unidos eran obligados a desnudarse, para regarlos con líquido desinfectante. Una vez en territorio norteamericano dependían para todo de su empleador. 

Para México se aseguraba un ingreso de divisas y el trabajador podía emplearse en Estados Unidos con gastos de transporte, vivienda y comida pagados por el empleador norteamericano. Esta condición en realidad casi nunca se cumplió, porque a los trabajadores les descontaban estos gastos de sus sueldos cuando estaban ya en su lugar de trabajo. 

Miles de mexicanos emigraron a Estados Unidos y otros tantos ya no regresaron, muchos más llegaron durante el mismo periodo fuera del programa, indocumentados, porque existían fuentes de trabajo. Estados Unidos iniciaba una etapa de creciente prosperidad que duraría casi un cuarto de siglo. 

Con este programa el influjo de inmigrantes se manipuló a la medida de los intereses económicos de la vecina nación. Entre 1954 y 1959, cuando el número de indocumentados se estimó amenazante, entró en acción la Operación Wetpack [conocida en México como Operación espaldas mojadas. De aquí se generalizó la denominación de mojados aplicada a todos los trabajadores indocumentados] para deportar a miles de mexicanos. Las violaciones al acuerdo constantes; no se defendían los derechos de los trabajadores ni se les daban las condiciones adecuadas de vivienda. Eran discriminados y maltratados. Eso provocó muchas quejas en México sobre el Programa Brasero. En respuesta, Jaime Torres Bodet estableció el Comité Mexicano contra el Racismo. Por estas razones, que se fueron acumulando a lo largo de los años, el presidente Adolfo López Mateos, de acuerdo con el gobierno norteamericano, dio por terminado el programa en 1964. 

Al año siguiente, Estados Unidos aprobó una nueva ley de migración que establecía una cuota de 120 mil inmigrantes para todas las naciones del Hemisferio Occidental modificando el criterio anterior que le daba preferencia a los inmigrantes europeos. Los inmigrantes comenzaron a ser más visibles en la sociedad, y esto, para los sectores más conservadores, era amenazante por la idea que tenían de lo que debía ser la sociedad norteamericana.

1950-1970 

Son significativas las cifras de la tabla 4, pues ya se trata de millones de personas. La población total de origen mexicano que se estimaba en 1 millón 729,000 personas en 1930, había aumentado cerca del 10 por ciento en la década, para llegar a 1 millón 904 mil en 1940. Esta cifra tiene un incremento de 600 mil en 1950 y de ¡1 millón 100 mil en 1960! En la siguiente década el aumento fue aún mayor. Para 1970 la población total llegaba a 5 millones 422 mil personas. 

En esos años se consolida y acelera un proceso continuo de migración del campo a la ciudad. Los padres que pueden tratar de escapar del arduo trabajo agrícola a labores mejor pagadas y más descansadas y, desde luego, los hijos en general mejor educados, ya no quieren vivir tal como lo hicieron sus padres. 

Así, los mexicanos se establecen en barrios que tienen un rápido crecimiento. El uso de la mano de obra mexicana se diversifica, muchos trabajan ya en la industria y en los servicios y los trabajadores del campo son minoría. Los inmigrantes se vuelven urbanos. Se trata de considerables cantidades que viven en barrios marginados, en el este de los Ángeles, en Houston, San Antonio, Dallas, Chicago, Denver, en condiciones penosas de pobreza. 

La semilla del movimiento chicano está sembrada. Existen las masas descontentas que producen el caldo de cultivo. Masas formadas en su mayoría por hijos de mexicanos inmigrantes, los chicanos, aunque al movimiento acaban incorporándose muchos nacidos en México.


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 20 de enero de 2025

Inundaciones, 1878





Inundaciones


Tomado de: El Monitor Republicano. 8 de septiembre de 1878


La inundación de las calles ha producido en México escenas de diverso carácter, unas tristes y otras amenas. 

Los pobres durmiendo sobre el fango, envenenándose lentamente con las exhalaciones mefíticas, con la ropa siempre mojada, es una de las escenas que más pudieran llamar la atención de los ilustres miembros del más ilustre municipio. Pero dejemos lo triste para ir a lo alegre. 

La Venecia mexicana inaugura su periodo Neptuniano con espectáculos nuevos. La calle del Puente de San Francisco está cruzada por puentes levadizos sobre los que atraviesan los ocupantes de las casas, mirando con complacencia retratarse su efigie sobre la obsidiana de aquel líquido, negro como nuestra suerte. 

Se preparan lujosas regatas en esa bienaventurada calle en que lucirán su habilidad los más expertos marinos de Santa Anita e Iztacalco. El ayuntamiento se propone presidir esa fiesta de las lagunas para adjudicar un premio al mejor nadador. 

Las calles de Cadena, Zuleta y Coliseo, ofrecen en las noches un aspecto seductor: la luz de los faroles se refleja en el apacible  y manso lago, las ranas cantan en coro alabando el ayuntamiento que les proporciona un blando y fresco lecho, los grillos cantan también, y en su estridente silbido algo se escucha como un ¡hurra! al municipio. Los dueños de las grandes casas de aquellos felices rumbos, no satisfechos algunas veces con el concierto de los poéticos animalejos, pagan veladores que azoten las aguas como hacían los señores feudales en la Edad Media. 

En las calles de San Francisco, Plateros, La Palma y el Refugio, trabajan noche y día las pequeñas bombas, que sacan el agua del interior de las casas, el ruido del émbolo alterna agradablemente con el chorro del agua que incesantemente corre; por todas partes se desprenden esas corrientes, por todas partes se bombea, por todas partes tubos de madera interceptan las banquetas y derrama sobre ellas el fecundante líquido que nuestro buen ayuntamiento tuvo a bien regalarnos. 

Las calles de San Felipe, las Damas, Tercer Orden de San Agustín, el Arco, el Ángel, etc., se convierten durante las noches en ríos caudalosos, capaces de ser surcados por los vapores-palacios del Mississippi. Algunos grupos informes se ven vagar a la débil luz de los faroles: es un hombre montado sobre otro, constituyendo un todo como el Sagitario y el Centauro, fantástico, raro, digno de la imaginación de Ossian. 

Ya también las señoras se han decidido a cabalgar en hombros de cargador. A algunas hemos visto echadas sobre las espaldas de un valiente hijo de San Cristóbal, con los pies colgando, escondiendo la cara para que no las conozcan y rogando al cielo para no ser depositadas en el fondo de los ríos. 

El juil, el meztlapique, el atepocate, el axolote, han tomado por asalto a la ciudad, encontrándola, según sospechamos, muy de su gusto, y más de su gusto a quien les abrió las puertas de los nuevos lagos y les dio por morada nuestros fastuosos bulevares. 

Afortunadamente, la ciudad halló gracia ante la presencia del señor ministro de Fomento, quien en un día pudo hacer más que el ayuntamiento en un mes. Ya el agua ha bajado en la mayor parte, si no en todas las calles, y todos con alegría principiamos a gritar: ¡Tierra, Tierra!


(Tomado de: Ruiz Castañeda, María del Carmen. La ciudad de México en el siglo XIX. Colección popular Ciudad de México #9. Departamento del Distrito Federal. Secretaría de Obras y Servicios, 1974).

jueves, 16 de enero de 2025

Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro

 

Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro 

Elizabeth Mejía 


En un pueblecito perdido en las montañas había un hombre muy viejo, de esos que siempre andan en busca de algún despistado para pescarlo y hacerlo que escuche sus historias, esas que relatan tiempos mejores, de cuando eran jóvenes. Pues bien, aquel hombre me pescó y me contó una historia, la misma que quiero compartir con ustedes. 


Mis tierras se llaman Sierra Gorda, y en ellas existían unos quinientos pueblos, cada uno de diferente tamaño; los había muy grandes, muy pocas verdaderas ciudades y muchos pueblecitos de apenas tres o cuatro casas. 

En ese lugar disponemos de una gran cantidad de recursos, en las partes altas de las montañas, que pasan buena parte del año coronadas por las nubes que vienen del norte y que se detienen a visitarnos con mucha frecuencia; el clima es templado con fuertes heladas, tan fuertes como nevadas, mientras que al norte de la sierra se encuentran valles cálidos, que al estar rodeados de montañas hacen que las nubes no bajen y hacen invernaderos cálidos donde hoy los españoles han sembrado muchas plantas, ya que se dan muy bien. 

Pero cuando todavía los blancos no habían llegado las cosas eran diferentes. Donde hoy se sientan las casas de los curas, que llaman misiones, antes hubo pueblos, unos, los que salen a Río Verde, donde se encuentra la hacienda de Concá, estaban gobernados por una gran ciudad, que hoy llaman San Rafael. Ahí los pueblos vivían abajo, en los valles, cerca de los ríos. De donde estamos hoy, llamado Jalpan, y hasta la salida a Xilitla, no hubo grandes ciudades, más bien pueblos medianos de gente huasteca, que fueron famosas por sus cultivos de algodón, que vivieron alrededor de grandes señoríos. Nosotros rendíamos tributo a los señores mexicas a través de uno de esos señoríos. Vivían en las laderas, ahí donde puedes bajar fácilmente, rodeados por sus cultivos, pero también emprender camino a las montañas. 

Es de esas montañas de donde yo vengo, donde yo nací; pero antes de contarte de mi pueblo, déjame decirte, todos los pueblos que hoy ves se fundaron con los que quedamos, los que no pudimos irnos, y a los que no nos quedó más remedio que quedarnos, o sí lo eligieron, ya que la mayoría de los que vivían aquí los mataron cuando no permitieron que los dominaran. Se llamaban jonases. Eran grupos de personas que vivían organizados en bandas, muy diestros en el manejo del arco y la flecha; andaban desnudos, a veces vivían en cuevas porque no tenían pueblos fijos, ya que vagaban por toda la sierra, principalmente cerca del cerro de la Media Luna -donde, por cierto los mataron a todos-, en Xichu y hasta en Zimapán y Cadereyta; a ellos todos les teníamos miedo, ya que les gustaba asaltar a los que tenían pueblos fijos. 

Pero no todos eran guerreros, también hubo grupos de gente pacífica, como los huastecos, de quienes ya te hablé, y los pames, todos gente que vivía de sus cultivos y que fueron controlados por los misioneros, primero por los agustinos, después por los dominicos, y finalmente por los franciscanos, que construyeron las misiones más grandes y más bonitas. 

Pero déjame contarte del pueblo de mis abuelos, allá al sur de la sierra, arriba, en las montañas. Ese lugar estaba gobernado por dos ciudades al mismo tiempo, esas que los españoles llamaron Ranas y Toluquilla, y de las que no se guardó en la memoria el nombre original, ya que se encontraban abandonadas cuando llegaron los primeros conquistadores. 

Toluquilla era el pueblo de mis abuelos, se trata de un cerro alargado donde hubo habitantes desde hace mucho tiempo, pero que tomó fuerza y lustre después del año 500 de la cuenta española. Para hacer crecer el pueblo primero se niveló el terreno haciendo muros de contención con piedras del mismo lugar. Ya nivelado, construyeron los edificios principales, esto es, cuatro canchas de juego de pelota, y altos templos rematados por cuartos con altares, que estaban dedicados a nuestros dioses, pero que también sirvieron para depositar a nuestros muertos, o a los que tenían enfermedades graves, y para dejar a los sacrificados, a los muertos dedicados a los dioses. Todos eran rodeados por ofrendas, esto es, obsidiana, conchas en su ajuar de collares, cuentas, pendientes y orejeras, instrumentos de piedra y pectorales hechos con huesos de animales, vasijas que contenían cinabrio y el alimento necesario para llegar al otro mundo. 

Y hacia el fondo del cerro, ahí donde la ciudad es más cálida, se hicieron nivelaciones para pequeñas milpas y para las habitaciones de gente importante, los gobernantes y los sacerdotes. En total, cuando la ciudad se terminó, completaron hasta 120 construcciones para el año de 900 en la cuenta de los españoles. Si tú vas a visitarla, verás como el tiempo no la ha derrumbado totalmente y aún se puede observar la avenida principal que pasaba por el centro, con su calle mayor que cruzaban pequeños patios y algunos de los callejones que servían para pasar a las construcciones de los lados, y las dos avenidas laterales, las que van por cada lado. Siempre fue un lugar reservado, no se construyeron grandes plazas para reunir grupos numerosos de personas. Ahí se necesitaba invitación, pues en ese lugar se reunían para hacer ceremonias, ya que era un santuario donde se celebraba el juego de pelota. 

El juego que ahí se practicaba era uno de los conocidos entre el 900 y años posteriores; tenía marcas en el piso que dejaban ver cuál era la cancha, y no contaba con marcadores en los muros de los paramentos, como en otros lugares. 

La otra ciudad, la que llamaron Ranas, es la más grande, con unas 150 construcciones. Ocupaba dos cerros completos y tenía tres secciones, una como en Toluquilla, que además era reservada, donde se construyeron tres canchas de juego de pelota, la otra tenía los edificios que reunían y organizaban la producción de alimentos y de cinabrio, uno de los productos que mi gente sacaba de la tierra, que fue de gran valor en nuestra época y que logró que nuestro pueblo conociera tierras lejanas y por el cual se pagaban grandes riquezas. Además, ahí vivían los encargados, los gobernantes. 

En ese lugar se construyeron plazas donde se reunían todas las personas que vivían cerca, que además eran muchas, por ejemplo, ahí donde hoy es San Joaquín hubo un gran pueblo de productores de alimentos, cerca de las tierras de cultivo y de los manantiales. 

Las dos ciudades fueron muy antiguas, tuvieron su primer esplendor en tiempos teotihuacanos, justo cuando se inició la habilitación de las minas, entre los años 100 y 200 después de nuestra era, es decir cuando surgió el comercio con Teotihuacán. Al parecer su relación con ese gran centro era sólo de intercambio, de forma que nunca hubo población teotihuacana en la Sierra Gorda y por ello los objetos que los teotihuacanos enviaron fueron como pago, que al paso del tiempo acabaron en basureros. En todo ese tiempo el comercio del cinabrio hizo que estas ciudades también se relacionaran con otros lugares, como la costa del golfo y la zona de San Rafael, todos huastecos, y cuya influencia se nota en la fabricación de vasijas negras pero con barro local. Otra de las grandes ciudades con las que la sierra tenía contacto era Tula, que tomó fuerte impulso en los años 600, y posteriormente fue la época en que Toluquilla vivió un gran crecimiento, alrededor del año 900. 

Entre los dos pueblos, Ranas y Toluquilla, controlaron toda la región sur de la sierra y con ello una de las zonas más ricas de mineralización de mercurio y cinabrio, lo que les permitió comerciar por un lapso muy prolongado, y en ese periodo nunca perdieron su identidad, hasta que alrededor del año 1400 la ciudad de Toluquilla inició su abandono gradual, hasta quedar totalmente desierta; mientras que Ranas fue invadida por grupos de nómadas que reocuparon las zonas habitacionales. Pero ello no significó que la región quedara desierta, ya que algunos poblados siguieron funcionando, como el pueblo donde se encuentra San Joaquín, que incluso conocieron a los españoles. 


Al llegar a este punto de la plática, el hombre se tomó un respiro para seguir recordando, y aprovechando la pausa y le hice varias preguntas al mismo tiempo: ¿qué tipo de riqueza se obtenían del cinabrio?, ¿para qué se usaba el cinabrio?, ¿Cómo era ese juego de pelota?, ¿era realmente un juego? Me miró, yo creo que pensando que de plano era yo o muy joven o muy ignorante, así que sólo suspiró y me dijo: 


El cinabrio o granate es un polvo rojo que se encuentra entre las rocas como venas el cual, usado como pintura, sirvió para que nuestro pueblo lograra comunicarse, pero también para comerciarlo desde la época de los teotihuacanos; de esta manera se enviaba este pigmento y a cambio se recibían conchas, obsidiana y varios otros que nuestras tierras no se obtenían. 

Ah, y ¿qué otra cosa quería saber?, ¿lo del juego, verdad? Bueno, el juego de pelota es un ritual también viejo como nuestro pueblo, ya que se pierde en la memoria de quienes lo inventaron, pero con los años ha tenido cambios; primero fue un ritual sagrado, ya que nuestro pueblo cree que el mundo tiene varios planos: arriba moran en varios niveles los dioses, en medio estamos nosotros y por debajo, en el inframundo, se encuentran las semillas esperando a ser germinadas, las aguas subterráneas, los muertos, los animales que viven de noche y otros dioses. A este mundo se llega a través de las cuevas, que son las entradas a la madre Tierra. Pero, a veces, el mundo sufre de desajustes, y para lograr el equilibrio es necesario que aquí en la Tierra se hagan ritos para reordenarlo. Uno de los ritos que tiene la finalidad de volver a equilibrar el mundo es el juego de pelota. 

Los jugadores eran entrenados con mucho cuidado, se vestían como dioses, se preparaban con ayunos y con baños rituales; al final del juego se ofrecían sacrificios para que nuestros dioses estuvieran otra vez en paz. A los sacrificados se les sacaba el corazón o se les decapitaba. Pero al paso de los años y cuando se vieron las glorias del mundo mexica, el juego de pelota se transformó en un deporte, e incluso se hacían apuestas. El juego lo realizaban dos equipos; los jugadores se protegían con prendas especiales, ya que la pelota era gobernada con caderas y muslos para hacerla pasar por el lado por un aro y así lograr una anotación. A veces eran los prisioneros los que jugaban, y toda ciudad que fuera importante tenía por lo menos una cancha y templos para exhibir las cabezas de los decapitados, el tzompantli


Cuando el hombre me decía esto, vinieron a buscarme, por lo que, con mucha pena, me despedí de él, no sin antes comprometerme a regresar y seguir escuchando más de las historias de estas tierras.



(Tomado de Mejía, Elizabeth. Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro. Los guerreros de las llanuras norteñas. Pasajes de la Historia IX. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2003)

lunes, 13 de enero de 2025

México en las Cortes de Cádiz, I


 

México en las Cortes de Cádiz, I


Corría el año de 1809. España se debatía en una lucha heroica y desesperada contra las fuerzas invasoras de Napoleón I. Gobernaba el país la Suprema Junta Gubernativa del Reyno, instalada en Sevilla y fue ese organismo el que decretó la convocatoria definitiva de las Cortes, que llamó "generales y extraordinarias" de la nación, para el 1° de enero de 1810, de manera que estuviesen reunidas a principios de marzo de ese año. En este llamado no se citaba a las diputaciones de América y Asia, cosa que se hizo por instrucción especial del Consejo de Regencia de España e Indias el 14 de febrero de 1811. 

En la Nueva España recibió la convocatoria la Audiencia, la cual gobernaba por haber sido depuesto el anciano e inepto arzobispo virrey D. Francisco Javier Licona, y fue este cuerpo el que hizo publicar el decreto donde se contiene una larga y calurosa exposición de motivos para explicar el llamado a los españoles americanos a integrar las Cortes. En el preámbulo se decía: "Desde el principio de la Revolución declaró la patria esos dominios parte integrante y esencial de la monarquía española. Como tal les corresponden los mismos derechos y prerrogativas que a la metrópoli. Siguiendo este principio de eterna equidad y justicia, fueron llamados esos naturales a tomar parte en el Gobierno representativo que ha cesado; por él la tienen en la Regencia actual, y por él la tendrán también en la representación de las Cortes nacionales, enviando a ellas diputados según el tenor del decreto que va a continuación de este manifiesto. 

"Desde este momento, españoles americanos, os véis elevados a la dignidad de hombres libres; no sois ya los mismos que antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o al escribir el nombre del que ha de venir a representaros en el Congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras manos. 

"Es preciso que en este acto, el más solemne, el más importante de vuestra vida civil, cada elector se diga a sí mismo: a ese hombre envío yo, para que, unido a los representantes de la metrópoli, haga frente a los designios destructores de Bonaparte; este hombre es el que ha de exponer y remediar todos los abusos, todas las extorsiones, todos los males que han causado en estos países la arbitrariedad y nulidad de los mandatarios del Gobierno antiguo; éste, el que ha de contribuir a formar con justas y sabias leyes un todo bien ordenado de tantos, tan vastos y tan separados dominios; éste, en fin, el que ha de determinar las cargas que he de sufrir, las gracias que me han de pertenecer, la guerra que he de sostener, la paz que he de jurar. 

"Tal y tanta es, españoles de América, la confianza que vais a poner en vuestros diputados. No duda la patria ni la Regencia, que habla por ella ahora, que estos mandatarios serán dignos de las altas funciones que van a ejercer. Enviadlos, pues, con la celeridad que la situación de las cosas públicas exige; que vengan a contribuir con su celo y con sus luces a la restauración y recomposición de la monarquía; que formen con nosotros el plan de felicidad y perfección social de estos inmensos países, y que concurriendo a la ejecución de obra tan grande, se revistan de una gloria que sin la revolución presente ni España ni América pudieron esperar jamás. 

"Conforme a esta instrucción para que concurrieran diputados de los dominios españoles de América y de Asia, los cuales representarán digna y lealmente la voluntad de sus naturales en el Congreso, del que habrán de depender la restauración y la felicidad de toda la monarquía, tendrán parte en la representación nacional de las Cortes extraordinarias del Reyno diputados de los virreynatos de Nueva España, Perú, Santa Fe y Buenos Aires y de las capitanías generales de Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo, Guatemala, provincias internas, Venezuela, Chile y Filipinas. 

"Estos diputados serán uno por cada capital cabeza de partido de estas diferentes provincias. 

"Su elección será por el Ayuntamiento de cada capital, nombrándose primero tres individuos naturales de la provincia, dotados de probidad, talento e instrucción y exentos de toda nota, y sorteándose uno de los tres, el que salga a primera suerte será diputado. 

"Las dudas que puedan ocurrir sobre estas elecciones serán determinadas breve y perentoriamente por el virrey o capitán general de la provincia, en unión de la Audiencia…"

De esta manera, según frase del historiador Labra y Martínez, América entró por amplia puerta a compartir con las provincias de la metrópoli el gobierno y dirección de toda España, hecho singularísimo y de enorme trascendencia. 

Diecisiete fueron los diputados elegidos por la Nueva España, en su mayor parte eclesiásticos, y todos ellos, según afirmación del libro México a través de los siglos, mexicanos de nacimiento, con excepción de uno. Fueron estos diputados: 

el Dr. D. José Beye Cisneros, por México; 

el canónigo don José Simeón de Uria, por Guadalajara; 

el canónigo don José Cayetano de Fonserrada, por Valladolid; 

D. Joaquín Maniau, contador general de la renta del tabaco, por Veracruz;

D. Florencio Barragán, teniente coronel de milicias, por San Luis Potosí; 

el canónigo D. Antonio Joaquín Pérez, por Puebla; 

el eclesiástico D. Miguel González Lastri, por Yucatán; 

D. Octaviano Obregón, oidor honorario de la Audiencia de México, por Guanajuato;

el Dr. Don Mariano Mendiola, por Querétaro;

D. José Miguel de Gordoa, eclesiástico, por Zacatecas; 

el cura D. José Eduardo de Cárdenas, por Tabasco;

D. Juan José de La Garza, canónigo de Monterrey, por Nuevo León; 

el Lic. D. Juan María Ibáñez de Corvera, por Oaxaca;

D. José Miguel Guridi y Alcocer, cura de Tacubaya, por Tlaxcala, a cuya ciudad se concedió derecho de elección por los servicios prestados a los españoles durante la conquista. 

Las provincias internas de Sonora, Durango y Coahuila designaron su representantes a los eclesiásticos don Manuel María Moreno, Don Juan José Güereña y Don Miguel Ramos Arizpe. 

De estos diputados, D. José Florencio Barragán por San Luis Potosí, y el Lic. Corvera, por Oaxaca, no fueron a España, y el Dr. Manuel María Moreno, representante por Sonora, debía morir en Cádiz a las pocas semanas de su llegada.


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

jueves, 9 de enero de 2025

Columba Domínguez

 


Columba Domínguez

(Actriz) 

(1929-[2014], Sonora, México). Se inició como extra en los sets fílmicos, hasta que el director Emilio "El Indio" Fernández la descubrió y le dio su primera oportunidad importante en Río escondido (1947). Con Maclovia (1948), su belleza y personalidad causaron sensación tanto en México como en el extranjero, trabajo por el cual también obtuvo el Ariel por la mejor coactuación femenina. Se casó con su descubridor y bajo sus órdenes actuó en 10 películas. Su temperamento y gran capacidad histriónica encontró la cima en Pueblerina (1948) y La malquerida (1949), del "Indio" Fernández. Estuvo magnífica en Los hermanos del hierro (1961) y Ánimas Trujano (1961), de Ismael Rodríguez. Con Buñuel actuó en El río y la muerte (1954), La virtud desnuda (1955) y Ladrón de cadáveres (1956). Caracterizó tipos de mujer pasional que dibujó con un derroche de temperamento.

Luis Terán


(Tomado de: Dueñas, Pablo, y Flores, Jesús. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000)