jueves, 30 de enero de 2025

Río Blanco, 1907 II

 



II


Las tiendas de raya 

Aumentan horas de trabajo 

Primer pliego de peticiones 

Huelga en mayo de 1907


A los ya miserables sueldos que obtenía el trabajador en las fábricas textiles Santa Rosa, San Lorenzo, Mirafuentes, Río Blanco, Cocolapan, Cerritos y El Yute a fines del siglo pasado y principios del presente se les hacían otros descuentos como el de los famosos vales que las tiendas de raya les extendían a cuenta de sus rayas. Los obreros estaban en la inopia con tanta explotación, ahora ya no solamente del patrón sino también de un monopolista extranjero que controlaba las tiendas de raya en la región y que les proporcionaba víveres y aguardiente a precios exorbitantes o les vendía vales con un 25% de rédito en una semana. Era inicua la forma en que se trataba al obrero que sumiso se resignaba a vivir de esa manera y para desahogar sus penas lo que hacía era irse a embriagar a la tienda de raya de Víctor Garcín.

Calladamente el obrero soportaba todo, pero ya en su espíritu se iba forjando una idea de rebelión contra tanta injusticia. En el año de 1896 un buen día en forma inesperada en la fábrica de Río Blanco se les hace saber a los tejedores que todos los martes y jueves tendrían que trabajar hasta las 12 de la noche; el acabóse, a las de por sí inhumanas jornadas diarias ahora les aumentaban más horas de trabajo los martes y jueves porque a los patrones les urgía la producción de telas para satisfacer los pedidos que les hacían. Los tejedores no soportaron más y estallaron en cólera ante las pretensiones de la empresa. Desafiando cualquier represalia o separación en el trabajo los obreros acordaron no aceptar la monstruosa disposición que acabaría con sus vidas en poco tiempo y después de la hora acostumbrada a salir nadie quiso seguir laborando, abandonando la factoría hasta el día siguiente en que a la hora de entrada se presentaron a su trabajo. Al ver la empresa que el movimiento fue colectivo y había el peligro de que los obreros tomaran medidas más drásticas optó mejor por desistir de sus propósitos de aumentar el número de horas de trabajo, sistema que sí se llevaba a cabo a efecto en fábricas de Puebla y Tlaxcala. Los obreros seguirían con sus jornadas ordinarias de 12 y 14 horas diarias de labores agotadoras. 

La fábrica de Río Blanco se expandía y un nuevo departamento de telares se ponía en marcha gracias al trabajo de los obreros, sin embargo la empresa lejos de considerarlos, se volvió más drástica y aumentó en forma escandalosa el cobro de multas por ropa defectuosa. Los trabajadores no pudieron reprimir su ira y en masa fueron a protestar ante el director de tejidos, exigiendo que las multas fueran a conciencia y no solo para perjudicar los salarios del trabajador. El director no hizo caso y a gritos los mandó que regresaran a sus lugares; pero los tejedores no se amilanaron por las amenazas del director Stadelman y sabiendo que estaban pidiendo algo justo, decidieron dejar las máquinas e irse a la calle. Al saber lo sucedido, los tejedores del otro departamento hicieron causa común y también abandonaron el trabajo. A orillas del Río Blanco se reunió la mayoría para nombrar una comisión que se encargara de entrevistar al administrador. La cosa no era sencilla, los designados no ignoraban la situación difícil en que se colocaban pues podían ir a la cárcel a petición de los patrones, por agitadores o enemigos del gobierno. Los comisionados fueron a hablar con la empresa y ante la sorpresa general de sus compañeros obtuvieron que fueran abolidas las multas por producción defectuosa y también lograron un pequeño aumento de 3 y 5 centavos en algunas marcas de telas. Explosión de júbilo fue la que estalló entre los tejedores que empezaron a comprender que la fuerza dependía de la unión de los obreros. Por vez primera habían presentado un pliego de peticiones ante la compañía y habían obtenido resultados favorables. Eso ocurría en el transcurso del año de 1898. 

El nuevo siglo llegaba, 1900 era recibido con entusiasmo en todas partes. Se vivía una aparente calma en la patria gobernadas desde hacía cuatro lustros por el viejo militar y héroe del 2 de abril, Porfirio Díaz. La nación se industrializaba con capitales extranjeros que pretendían hacer fortunas cuantiosas en poco tiempo aprovechando la explotación que se podía hacer, y se permitía, del obrero, obligándolo a trabajar más de doce horas diarias por un sueldo miserable, ejemplo de ello lo teníamos en las fábricas textiles de la región, en donde los obreros estaban sometidos a jornadas que principiaban al salir el sol y se prolongaban más allá de cuando se ocultaba y además se les trataba rudamente de parte del personal de confianza. Cansados de ser víctimas del mal humor y estallidos coléricos de cabos, correiteros y maestros, un día los trabajadores se impacientaron y se lanzaron a una huelga. Eso sucedió en mayo de 1903 en la fábrica de Río Blanco. El motivo fue provocado por el nombramiento como correitero para esa factoría de Vicente Linares, hombre de mala fama que era el terror de los obreros de San Lorenzo. Por vez primera se registró ese movimiento y la palabra huelga hizo conmocionarse a patrones y autoridades que de inmediato, amenazaron a los trabajadores y los presionaron para que regresaran a sus labores, porque los obreros no estaban organizados ni contaban con medios económicos para hacerle frente a una situación de huelga por lo que tuvieron que poner fin a su gesto rebelde.


(Tomado de Peña Samaniego, Heriberto - Río Blanco. El Gran Círculo de Obreros Libres y los sucesos del 7 de enero de 1907. Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero Mexicano, México, 1975)

lunes, 27 de enero de 2025

Nacimiento y auge de la música mexicana I

 


Nacimiento y auge 

I

Romances, chuchumbés y jarabes 


La primera canción que podría llamarse "mexicana" -al menos por su lugar de nacimiento- fue tal vez un romance que los soldados españoles dieron encantar después de la Noche Triste:


 En Tacuba está Cortés con su escuadrón esforzado;

triste estaba y muy penoso, triste y con gran cuidado; 

la una mano en la mejilla y la otra en el costado.


 Los conquistadores, que tenían muy arraigada la costumbre de cantar sus aventuras, sus triunfos y sus desdichas en coplas a veces sentimentales, a veces picarescas, dieron así origen a las primeras canciones nacionales. Los indígenas casi no tuvieron oportunidad de contribuir a la formación y desarrollo del género, entre otras razones porque sus instrumentos -la chirimía, el teponaztli y el huéhuetl- fueron proscritos por los cazadores de idólatras, dado su uso eminentemente ceremonial. Además, los conquistadores -más preocupados por borrar todo vestigio de la cultura nativa que por conocerla- pronto relegaron al olvido la música indígena que, por el simple hecho de ser distinta la suya, consideraron inferior. 

En 1523, humeantes todavía las ruinas de la gran Tenochtitlán; fray Pedro de Gante fundó en Texcoco la primera escuela de música de la Nueva España. El ejemplo cundió a tal extremo, que en la mayoría de las iglesias edificadas en los años siguientes se establecieron escuelas de música o por lo menos de canto. Por supuesto, el género primordial que en ellas se cultivaba era la música sacra. 

A fines del siglo XVI y principios del XVII, mientras la música popular se desarrollaba poco menos que clandestinamente, en medio de prohibiciones y anatemas eclesiásticas, la ciudad de Puebla se convirtió en el gran centro novohispánico de la música barroca. Surgieron entonces varios compositores cuyas obras aún hoy son consideradas como ejemplo notable del género por los eruditos europeos y norteamericanos, pues en México se desconocen casi por completo. 

A partir del siglo XVIII, el empuje popular en materia musical llegó a ser tan grande que empezó a desbordar las rígidas costumbres y estructuras sociales establecidas por los españoles. Así, no hubo barreras que lograran impedir que criollos y mestizos desarrollaran y manifestaran gustos propios. 

De acuerdo con las investigaciones del musicólogo Vicente T. Mendoza, ya en 1684 había aparecido el primer corrido popular mexicano: Las coplas del tapado. El título alude a un misterioso personaje de la época llamado Antonio de Benavides. La primera mención del género se encuentra en el Diccionario de Autoridades (1729), que define el corrido como: "Cierto tañido que se toca en la guitarra, a cuyos son cantan las llamadas jácaras. Diósele este nombre por la ligereza y velocidad con que se tañe.”

Poco tiempo después, en el mismo siglo XVIII, el auge del comercio de esclavos determinó el surgimiento de los primeros ritmos afroantillanos. Pronto, el caribeño chuchumbé tomaría por asalto a la Nueva España tal como lo harían posteriormente y de tiempo en tiempo, otros géneros de idéntico origen, hasta culminar en época recientes con la avasalladora incursión del Mambo de Pérez Prado. 

Aunque la música del chuchumbé se perdió completamente como aconteció con casi todas las composiciones populares de la Colonia, los archivos de la Santa Inquisición conservan muchas de sus coplas henchidas de picardía. Y llegaron hasta ahí porque los inquisidores hicieron acopio de ellas como pruebas para prohibir este género "escandaloso, obsceno, ofensivo para oídos castos, que se baila con meneos, manoseos y abrazos, a veces barriga contra barriga”.


La primera canción de protesta 

Tal como sucedería en épocas posteriores con las cantinas, en la segunda mitad del siglo XVIII las pulquerías del altiplano se convirtieron en los principales focos de difusión de la música popular, no sin recibir por parte de los eclesiásticos el calificativo de "imagen e idea viva del infierno". Y, efectivamente, hacia 1770 los asiduos de estos "tugurios demoníacos" bailaban como alegres condenados sones tales como La cosecha o El pan de jarabe, catalogados por los inquisidores como "lo peor que puede inventar la malicia". De El pan de jarabe se conservan algunas coplas picantes: 


Esta noche he de pasear con la amada prenda mía, 

y nos hemos de holgar hasta que Jesús se ría. 

Ya el infierno se acabó, ya los diablos se murieron;

ahora sí, chinita mía, ya no nos condenaremos. 


Otros ritmos que florecieron a finales de la época colonial son el sacamandú y el pan de manteca, ambos subversivos y nacidos de la creciente rebeldía contra el orden impuesto y las autoridades establecidas. El mismo carácter tuvieron muchos sones, seguidillas, tiranas, chimizclanes, catacumbas, fandangos y súas, géneros que proliferaron en la época. De todos ellos sólo el jarabe merecía la aprobación de las autoridades civiles y eclesiásticas, pues las parejas lo bailaban "pudorosamente separadas". Según se sabe, este ritmo se interpretaba con jaranitas de cinco cuerdas, salterios, arpas y bandolones. 

Al estallar la guerra de independencia los ritmos proscritos se convirtieron en verdaderos himnos de la insurgencia, en calidad de alegres "canciones de protesta". Muy popular se hizo, por ejemplo la Canción de Apodaca, que en dos de sus versos decía: 


Señor virrey Apodaca: ya no da leche la vaca…


Años más tarde al consumarse la independencia y erigirse emperador Agustín de Iturbide, el ingenio popular dedicó a éste algunas coplas irónicas: 

Soy soldado de Iturbide, 

visto las Tres Garantías, 

hago las guardias descalzo 

y ayuno todos los días…


¡Europa, Europa! 

Abierto luego el país a las influencias del mundo entero, en los primeros años de vida independiente se registró una verdadera invasión de mazurcas, polcas, cracovianas y redovas, provenientes de la región de Bohemia. Esto explica las similitudes entre la música norteña mexicana y la de aquellas tierras centroeuropeas. 

Otra corriente que tuvo gran influencia fue la Italiana; su vehículo eficaz fueron las compañías de ópera que constantemente llegaban al país para recorrerlo en triunfo. Este influjo resultó tan poderoso que matizó fuertemente casi toda la producción de música fina en México a lo largo del siglo XIX. Puede decirse que todo compositor de cierta relevancia aspiraba a crear y ver en escena por lo menos una ópera "italiana" hecha en México. 

En descargo de aquellos compositores hay que decir que el medio musical mexicano de los primeros años independientes se hallaba frente a dos posibilidades que no satisfacían sus anhelos: por una parte la música sacra que durante tres siglos había sido poco menos que el único camino abierto para el músico con aspiraciones; por otra, la música popular a la que no era posible quitarle de pronto la etiqueta de "género ínfimo, deleznable y digno de la peor especie de gente" que también durante tres siglos le impusieron las autoridades virreinales. 

No quedaba otro recurso que volver los ojos a los géneros europeos mientras se creaban o se decantaban los propios. Esta situación se prolongó durante más de un siglo. Todavía a principios del siglo XX, las polémicas de los músicos mexicanos giraban alrededor de la adopción de tal o cual estilo europeo. 

Uno de los máximos impulsores de la nueva tendencia italianizante -aunque él mismo limitó su producción a la música sacra- fue Mariano Elízaga, quien ya desde los cinco años de edad maravillaba a la corte virreinal con sus prodigiosas interpretaciones en el clavicordio. Muy joven todavía, Elízaga fue maestro de capilla en la corte de Iturbide y profesor de música de la emperatriz. Al caer el Imperio, volvió a su natal Morelia y fundó allí el primer conservatorio de música del país. 

A continuación aparecieron en la capital varias academias musicales como las de José Antonio Gómez y Joaquín Beristáin. Éste, muerto a los 22 años, fue otro niño prodigio que a los 17 años ya era director de la Orquesta de la ciudad de México. 

Gómez fue compositor e intérprete de música sacra hasta 1839, año en que decidió buscar fuentes de inspiración en la música popular. Sus estilizadas transcripciones de jarabes y sobre todo sus Variaciones sobre el tema del jarabe mexicano llevaron por primera vez este ritmo del pueblo a los salones elegantes y dieron lugar a una corriente nacionalista que aunque débil, a partir de ese momento se mantendría con vida. 

Y mientras la música fina sumaba influencias y buscaba cauces, la inspiración popular seguía produciendo tonadas tan ingeniosas como desenfadadas. En 1847, al ocurrir la invasión norteamericana, se popularizaron canciones como Las margaritas, en la que se aludió a las muchachas "colaboracionistas" que aceptaban invitaciones de los soldados invasores: 


Una margarita 

de esas del portal 

se fue con su yanqui 

en coche a pasear. 


Años después, la Intervención Francesa sirvió de marco para que se impusieran arrolladoramente otras canciones. Los cangrejos, con letra de Guillermo Prieto, sirvió para hacer mofa de los conservadores que pretendían "marchar para atrás". Sobre todo, Mamá Carlota fue una especie de himno de los chinacos patriotas, que la cantaban en masa cuando entraron a Querétaro y tomaron prisionero a Maximiliano de Habsburgo. La música es de oscuro origen español, y la letra la compuso el general y literato Vicente Riva Palacio, cuando recibió noticias de que la emperatriz había partido en viaje a Europa buscando ayuda para su infortunado esposo. Es, sin duda, la "canción de protesta" más vibrante que se ha producido en México. Dicen algunos de sus versos: 


Alegre el marinero 

con voz pausada canta 

y el ancla ya levanta 

con extraño rumor.

La nave va en los mares 

botando cual pelota.

Adiós, mamá Carlota.

Adiós, mi tierno amor.


De la remota playa 

te mira con tristeza 

la estúpida nobleza 

del mocho y el traidor.

En lo hondo de su pecho 

ya sienten la derrota.

Adiós, mamá Carlota.

Adiós, mi tierno amor.


(Tomado de: Morales, Salvador y los redactores de CONTENIDO - Auge y ocaso de la música mexicana. Editorial Contenido, S.A. México, 1975)

miércoles, 22 de enero de 2025

Población mexicana en Estados Unidos 1940-1970

 


Población mexicana en Estados Unidos 1940-1970


El programa brasero 1941-1964 


Durante la Segunda Guerra Mundial, a la que Estados Unidos se incorporó en 1941, el gobierno norteamericano, presionado por los empresarios agrícolas que dudaban no tener mano de obra para recoger las cosechas porque un alto porcentaje de trabajadores norteamericanos estaba en el frente de batalla o incorporados a la industria militar, negoció con el gobierno mexicano El que se llamó Programa Brasero", por medio del cual se contrataban trabajadores del campo para laborar en Estados Unidos. El programa se puso en marcha en 1942 y se renovó en 1948, ya terminada la Guerra Mundial. Los trabajadores eran transportados a la frontera, donde los colocaban en enormes corrales con un número colgado del cuello con el que el representante de su empleador lo identificaba. Antes de entrar a Estados Unidos eran obligados a desnudarse, para regarlos con líquido desinfectante. Una vez en territorio norteamericano dependían para todo de su empleador. 

Para México se aseguraba un ingreso de divisas y el trabajador podía emplearse en Estados Unidos con gastos de transporte, vivienda y comida pagados por el empleador norteamericano. Esta condición en realidad casi nunca se cumplió, porque a los trabajadores les descontaban estos gastos de sus sueldos cuando estaban ya en su lugar de trabajo. 

Miles de mexicanos emigraron a Estados Unidos y otros tantos ya no regresaron, muchos más llegaron durante el mismo periodo fuera del programa, indocumentados, porque existían fuentes de trabajo. Estados Unidos iniciaba una etapa de creciente prosperidad que duraría casi un cuarto de siglo. 

Con este programa el influjo de inmigrantes se manipuló a la medida de los intereses económicos de la vecina nación. Entre 1954 y 1959, cuando el número de indocumentados se estimó amenazante, entró en acción la Operación Wetpack [conocida en México como Operación espaldas mojadas. De aquí se generalizó la denominación de mojados aplicada a todos los trabajadores indocumentados] para deportar a miles de mexicanos. Las violaciones al acuerdo constantes; no se defendían los derechos de los trabajadores ni se les daban las condiciones adecuadas de vivienda. Eran discriminados y maltratados. Eso provocó muchas quejas en México sobre el Programa Brasero. En respuesta, Jaime Torres Bodet estableció el Comité Mexicano contra el Racismo. Por estas razones, que se fueron acumulando a lo largo de los años, el presidente Adolfo López Mateos, de acuerdo con el gobierno norteamericano, dio por terminado el programa en 1964. 

Al año siguiente, Estados Unidos aprobó una nueva ley de migración que establecía una cuota de 120 mil inmigrantes para todas las naciones del Hemisferio Occidental modificando el criterio anterior que le daba preferencia a los inmigrantes europeos. Los inmigrantes comenzaron a ser más visibles en la sociedad, y esto, para los sectores más conservadores, era amenazante por la idea que tenían de lo que debía ser la sociedad norteamericana.

1950-1970 

Son significativas las cifras de la tabla 4, pues ya se trata de millones de personas. La población total de origen mexicano que se estimaba en 1 millón 729,000 personas en 1930, había aumentado cerca del 10 por ciento en la década, para llegar a 1 millón 904 mil en 1940. Esta cifra tiene un incremento de 600 mil en 1950 y de ¡1 millón 100 mil en 1960! En la siguiente década el aumento fue aún mayor. Para 1970 la población total llegaba a 5 millones 422 mil personas. 

En esos años se consolida y acelera un proceso continuo de migración del campo a la ciudad. Los padres que pueden tratar de escapar del arduo trabajo agrícola a labores mejor pagadas y más descansadas y, desde luego, los hijos en general mejor educados, ya no quieren vivir tal como lo hicieron sus padres. 

Así, los mexicanos se establecen en barrios que tienen un rápido crecimiento. El uso de la mano de obra mexicana se diversifica, muchos trabajan ya en la industria y en los servicios y los trabajadores del campo son minoría. Los inmigrantes se vuelven urbanos. Se trata de considerables cantidades que viven en barrios marginados, en el este de los Ángeles, en Houston, San Antonio, Dallas, Chicago, Denver, en condiciones penosas de pobreza. 

La semilla del movimiento chicano está sembrada. Existen las masas descontentas que producen el caldo de cultivo. Masas formadas en su mayoría por hijos de mexicanos inmigrantes, los chicanos, aunque al movimiento acaban incorporándose muchos nacidos en México.


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 20 de enero de 2025

Inundaciones, 1878





Inundaciones


Tomado de: El Monitor Republicano. 8 de septiembre de 1878


La inundación de las calles ha producido en México escenas de diverso carácter, unas tristes y otras amenas. 

Los pobres durmiendo sobre el fango, envenenándose lentamente con las exhalaciones mefíticas, con la ropa siempre mojada, es una de las escenas que más pudieran llamar la atención de los ilustres miembros del más ilustre municipio. Pero dejemos lo triste para ir a lo alegre. 

La Venecia mexicana inaugura su periodo Neptuniano con espectáculos nuevos. La calle del Puente de San Francisco está cruzada por puentes levadizos sobre los que atraviesan los ocupantes de las casas, mirando con complacencia retratarse su efigie sobre la obsidiana de aquel líquido, negro como nuestra suerte. 

Se preparan lujosas regatas en esa bienaventurada calle en que lucirán su habilidad los más expertos marinos de Santa Anita e Iztacalco. El ayuntamiento se propone presidir esa fiesta de las lagunas para adjudicar un premio al mejor nadador. 

Las calles de Cadena, Zuleta y Coliseo, ofrecen en las noches un aspecto seductor: la luz de los faroles se refleja en el apacible  y manso lago, las ranas cantan en coro alabando el ayuntamiento que les proporciona un blando y fresco lecho, los grillos cantan también, y en su estridente silbido algo se escucha como un ¡hurra! al municipio. Los dueños de las grandes casas de aquellos felices rumbos, no satisfechos algunas veces con el concierto de los poéticos animalejos, pagan veladores que azoten las aguas como hacían los señores feudales en la Edad Media. 

En las calles de San Francisco, Plateros, La Palma y el Refugio, trabajan noche y día las pequeñas bombas, que sacan el agua del interior de las casas, el ruido del émbolo alterna agradablemente con el chorro del agua que incesantemente corre; por todas partes se desprenden esas corrientes, por todas partes se bombea, por todas partes tubos de madera interceptan las banquetas y derrama sobre ellas el fecundante líquido que nuestro buen ayuntamiento tuvo a bien regalarnos. 

Las calles de San Felipe, las Damas, Tercer Orden de San Agustín, el Arco, el Ángel, etc., se convierten durante las noches en ríos caudalosos, capaces de ser surcados por los vapores-palacios del Mississippi. Algunos grupos informes se ven vagar a la débil luz de los faroles: es un hombre montado sobre otro, constituyendo un todo como el Sagitario y el Centauro, fantástico, raro, digno de la imaginación de Ossian. 

Ya también las señoras se han decidido a cabalgar en hombros de cargador. A algunas hemos visto echadas sobre las espaldas de un valiente hijo de San Cristóbal, con los pies colgando, escondiendo la cara para que no las conozcan y rogando al cielo para no ser depositadas en el fondo de los ríos. 

El juil, el meztlapique, el atepocate, el axolote, han tomado por asalto a la ciudad, encontrándola, según sospechamos, muy de su gusto, y más de su gusto a quien les abrió las puertas de los nuevos lagos y les dio por morada nuestros fastuosos bulevares. 

Afortunadamente, la ciudad halló gracia ante la presencia del señor ministro de Fomento, quien en un día pudo hacer más que el ayuntamiento en un mes. Ya el agua ha bajado en la mayor parte, si no en todas las calles, y todos con alegría principiamos a gritar: ¡Tierra, Tierra!


(Tomado de: Ruiz Castañeda, María del Carmen. La ciudad de México en el siglo XIX. Colección popular Ciudad de México #9. Departamento del Distrito Federal. Secretaría de Obras y Servicios, 1974).

jueves, 16 de enero de 2025

Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro

 

Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro 

Elizabeth Mejía 


En un pueblecito perdido en las montañas había un hombre muy viejo, de esos que siempre andan en busca de algún despistado para pescarlo y hacerlo que escuche sus historias, esas que relatan tiempos mejores, de cuando eran jóvenes. Pues bien, aquel hombre me pescó y me contó una historia, la misma que quiero compartir con ustedes. 


Mis tierras se llaman Sierra Gorda, y en ellas existían unos quinientos pueblos, cada uno de diferente tamaño; los había muy grandes, muy pocas verdaderas ciudades y muchos pueblecitos de apenas tres o cuatro casas. 

En ese lugar disponemos de una gran cantidad de recursos, en las partes altas de las montañas, que pasan buena parte del año coronadas por las nubes que vienen del norte y que se detienen a visitarnos con mucha frecuencia; el clima es templado con fuertes heladas, tan fuertes como nevadas, mientras que al norte de la sierra se encuentran valles cálidos, que al estar rodeados de montañas hacen que las nubes no bajen y hacen invernaderos cálidos donde hoy los españoles han sembrado muchas plantas, ya que se dan muy bien. 

Pero cuando todavía los blancos no habían llegado las cosas eran diferentes. Donde hoy se sientan las casas de los curas, que llaman misiones, antes hubo pueblos, unos, los que salen a Río Verde, donde se encuentra la hacienda de Concá, estaban gobernados por una gran ciudad, que hoy llaman San Rafael. Ahí los pueblos vivían abajo, en los valles, cerca de los ríos. De donde estamos hoy, llamado Jalpan, y hasta la salida a Xilitla, no hubo grandes ciudades, más bien pueblos medianos de gente huasteca, que fueron famosas por sus cultivos de algodón, que vivieron alrededor de grandes señoríos. Nosotros rendíamos tributo a los señores mexicas a través de uno de esos señoríos. Vivían en las laderas, ahí donde puedes bajar fácilmente, rodeados por sus cultivos, pero también emprender camino a las montañas. 

Es de esas montañas de donde yo vengo, donde yo nací; pero antes de contarte de mi pueblo, déjame decirte, todos los pueblos que hoy ves se fundaron con los que quedamos, los que no pudimos irnos, y a los que no nos quedó más remedio que quedarnos, o sí lo eligieron, ya que la mayoría de los que vivían aquí los mataron cuando no permitieron que los dominaran. Se llamaban jonases. Eran grupos de personas que vivían organizados en bandas, muy diestros en el manejo del arco y la flecha; andaban desnudos, a veces vivían en cuevas porque no tenían pueblos fijos, ya que vagaban por toda la sierra, principalmente cerca del cerro de la Media Luna -donde, por cierto los mataron a todos-, en Xichu y hasta en Zimapán y Cadereyta; a ellos todos les teníamos miedo, ya que les gustaba asaltar a los que tenían pueblos fijos. 

Pero no todos eran guerreros, también hubo grupos de gente pacífica, como los huastecos, de quienes ya te hablé, y los pames, todos gente que vivía de sus cultivos y que fueron controlados por los misioneros, primero por los agustinos, después por los dominicos, y finalmente por los franciscanos, que construyeron las misiones más grandes y más bonitas. 

Pero déjame contarte del pueblo de mis abuelos, allá al sur de la sierra, arriba, en las montañas. Ese lugar estaba gobernado por dos ciudades al mismo tiempo, esas que los españoles llamaron Ranas y Toluquilla, y de las que no se guardó en la memoria el nombre original, ya que se encontraban abandonadas cuando llegaron los primeros conquistadores. 

Toluquilla era el pueblo de mis abuelos, se trata de un cerro alargado donde hubo habitantes desde hace mucho tiempo, pero que tomó fuerza y lustre después del año 500 de la cuenta española. Para hacer crecer el pueblo primero se niveló el terreno haciendo muros de contención con piedras del mismo lugar. Ya nivelado, construyeron los edificios principales, esto es, cuatro canchas de juego de pelota, y altos templos rematados por cuartos con altares, que estaban dedicados a nuestros dioses, pero que también sirvieron para depositar a nuestros muertos, o a los que tenían enfermedades graves, y para dejar a los sacrificados, a los muertos dedicados a los dioses. Todos eran rodeados por ofrendas, esto es, obsidiana, conchas en su ajuar de collares, cuentas, pendientes y orejeras, instrumentos de piedra y pectorales hechos con huesos de animales, vasijas que contenían cinabrio y el alimento necesario para llegar al otro mundo. 

Y hacia el fondo del cerro, ahí donde la ciudad es más cálida, se hicieron nivelaciones para pequeñas milpas y para las habitaciones de gente importante, los gobernantes y los sacerdotes. En total, cuando la ciudad se terminó, completaron hasta 120 construcciones para el año de 900 en la cuenta de los españoles. Si tú vas a visitarla, verás como el tiempo no la ha derrumbado totalmente y aún se puede observar la avenida principal que pasaba por el centro, con su calle mayor que cruzaban pequeños patios y algunos de los callejones que servían para pasar a las construcciones de los lados, y las dos avenidas laterales, las que van por cada lado. Siempre fue un lugar reservado, no se construyeron grandes plazas para reunir grupos numerosos de personas. Ahí se necesitaba invitación, pues en ese lugar se reunían para hacer ceremonias, ya que era un santuario donde se celebraba el juego de pelota. 

El juego que ahí se practicaba era uno de los conocidos entre el 900 y años posteriores; tenía marcas en el piso que dejaban ver cuál era la cancha, y no contaba con marcadores en los muros de los paramentos, como en otros lugares. 

La otra ciudad, la que llamaron Ranas, es la más grande, con unas 150 construcciones. Ocupaba dos cerros completos y tenía tres secciones, una como en Toluquilla, que además era reservada, donde se construyeron tres canchas de juego de pelota, la otra tenía los edificios que reunían y organizaban la producción de alimentos y de cinabrio, uno de los productos que mi gente sacaba de la tierra, que fue de gran valor en nuestra época y que logró que nuestro pueblo conociera tierras lejanas y por el cual se pagaban grandes riquezas. Además, ahí vivían los encargados, los gobernantes. 

En ese lugar se construyeron plazas donde se reunían todas las personas que vivían cerca, que además eran muchas, por ejemplo, ahí donde hoy es San Joaquín hubo un gran pueblo de productores de alimentos, cerca de las tierras de cultivo y de los manantiales. 

Las dos ciudades fueron muy antiguas, tuvieron su primer esplendor en tiempos teotihuacanos, justo cuando se inició la habilitación de las minas, entre los años 100 y 200 después de nuestra era, es decir cuando surgió el comercio con Teotihuacán. Al parecer su relación con ese gran centro era sólo de intercambio, de forma que nunca hubo población teotihuacana en la Sierra Gorda y por ello los objetos que los teotihuacanos enviaron fueron como pago, que al paso del tiempo acabaron en basureros. En todo ese tiempo el comercio del cinabrio hizo que estas ciudades también se relacionaran con otros lugares, como la costa del golfo y la zona de San Rafael, todos huastecos, y cuya influencia se nota en la fabricación de vasijas negras pero con barro local. Otra de las grandes ciudades con las que la sierra tenía contacto era Tula, que tomó fuerte impulso en los años 600, y posteriormente fue la época en que Toluquilla vivió un gran crecimiento, alrededor del año 900. 

Entre los dos pueblos, Ranas y Toluquilla, controlaron toda la región sur de la sierra y con ello una de las zonas más ricas de mineralización de mercurio y cinabrio, lo que les permitió comerciar por un lapso muy prolongado, y en ese periodo nunca perdieron su identidad, hasta que alrededor del año 1400 la ciudad de Toluquilla inició su abandono gradual, hasta quedar totalmente desierta; mientras que Ranas fue invadida por grupos de nómadas que reocuparon las zonas habitacionales. Pero ello no significó que la región quedara desierta, ya que algunos poblados siguieron funcionando, como el pueblo donde se encuentra San Joaquín, que incluso conocieron a los españoles. 


Al llegar a este punto de la plática, el hombre se tomó un respiro para seguir recordando, y aprovechando la pausa y le hice varias preguntas al mismo tiempo: ¿qué tipo de riqueza se obtenían del cinabrio?, ¿para qué se usaba el cinabrio?, ¿Cómo era ese juego de pelota?, ¿era realmente un juego? Me miró, yo creo que pensando que de plano era yo o muy joven o muy ignorante, así que sólo suspiró y me dijo: 


El cinabrio o granate es un polvo rojo que se encuentra entre las rocas como venas el cual, usado como pintura, sirvió para que nuestro pueblo lograra comunicarse, pero también para comerciarlo desde la época de los teotihuacanos; de esta manera se enviaba este pigmento y a cambio se recibían conchas, obsidiana y varios otros que nuestras tierras no se obtenían. 

Ah, y ¿qué otra cosa quería saber?, ¿lo del juego, verdad? Bueno, el juego de pelota es un ritual también viejo como nuestro pueblo, ya que se pierde en la memoria de quienes lo inventaron, pero con los años ha tenido cambios; primero fue un ritual sagrado, ya que nuestro pueblo cree que el mundo tiene varios planos: arriba moran en varios niveles los dioses, en medio estamos nosotros y por debajo, en el inframundo, se encuentran las semillas esperando a ser germinadas, las aguas subterráneas, los muertos, los animales que viven de noche y otros dioses. A este mundo se llega a través de las cuevas, que son las entradas a la madre Tierra. Pero, a veces, el mundo sufre de desajustes, y para lograr el equilibrio es necesario que aquí en la Tierra se hagan ritos para reordenarlo. Uno de los ritos que tiene la finalidad de volver a equilibrar el mundo es el juego de pelota. 

Los jugadores eran entrenados con mucho cuidado, se vestían como dioses, se preparaban con ayunos y con baños rituales; al final del juego se ofrecían sacrificios para que nuestros dioses estuvieran otra vez en paz. A los sacrificados se les sacaba el corazón o se les decapitaba. Pero al paso de los años y cuando se vieron las glorias del mundo mexica, el juego de pelota se transformó en un deporte, e incluso se hacían apuestas. El juego lo realizaban dos equipos; los jugadores se protegían con prendas especiales, ya que la pelota era gobernada con caderas y muslos para hacerla pasar por el lado por un aro y así lograr una anotación. A veces eran los prisioneros los que jugaban, y toda ciudad que fuera importante tenía por lo menos una cancha y templos para exhibir las cabezas de los decapitados, el tzompantli


Cuando el hombre me decía esto, vinieron a buscarme, por lo que, con mucha pena, me despedí de él, no sin antes comprometerme a regresar y seguir escuchando más de las historias de estas tierras.



(Tomado de Mejía, Elizabeth. Toluquilla, Sierra Gorda, Querétaro. Los guerreros de las llanuras norteñas. Pasajes de la Historia IX. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2003)

lunes, 13 de enero de 2025

México en las Cortes de Cádiz, I


 

México en las Cortes de Cádiz, I


Corría el año de 1809. España se debatía en una lucha heroica y desesperada contra las fuerzas invasoras de Napoleón I. Gobernaba el país la Suprema Junta Gubernativa del Reyno, instalada en Sevilla y fue ese organismo el que decretó la convocatoria definitiva de las Cortes, que llamó "generales y extraordinarias" de la nación, para el 1° de enero de 1810, de manera que estuviesen reunidas a principios de marzo de ese año. En este llamado no se citaba a las diputaciones de América y Asia, cosa que se hizo por instrucción especial del Consejo de Regencia de España e Indias el 14 de febrero de 1811. 

En la Nueva España recibió la convocatoria la Audiencia, la cual gobernaba por haber sido depuesto el anciano e inepto arzobispo virrey D. Francisco Javier Licona, y fue este cuerpo el que hizo publicar el decreto donde se contiene una larga y calurosa exposición de motivos para explicar el llamado a los españoles americanos a integrar las Cortes. En el preámbulo se decía: "Desde el principio de la Revolución declaró la patria esos dominios parte integrante y esencial de la monarquía española. Como tal les corresponden los mismos derechos y prerrogativas que a la metrópoli. Siguiendo este principio de eterna equidad y justicia, fueron llamados esos naturales a tomar parte en el Gobierno representativo que ha cesado; por él la tienen en la Regencia actual, y por él la tendrán también en la representación de las Cortes nacionales, enviando a ellas diputados según el tenor del decreto que va a continuación de este manifiesto. 

"Desde este momento, españoles americanos, os véis elevados a la dignidad de hombres libres; no sois ya los mismos que antes, encorvados bajo un yugo mucho más duro mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia y destruidos por la ignorancia. Tened presente que al pronunciar o al escribir el nombre del que ha de venir a representaros en el Congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gobernadores: están en vuestras manos. 

"Es preciso que en este acto, el más solemne, el más importante de vuestra vida civil, cada elector se diga a sí mismo: a ese hombre envío yo, para que, unido a los representantes de la metrópoli, haga frente a los designios destructores de Bonaparte; este hombre es el que ha de exponer y remediar todos los abusos, todas las extorsiones, todos los males que han causado en estos países la arbitrariedad y nulidad de los mandatarios del Gobierno antiguo; éste, el que ha de contribuir a formar con justas y sabias leyes un todo bien ordenado de tantos, tan vastos y tan separados dominios; éste, en fin, el que ha de determinar las cargas que he de sufrir, las gracias que me han de pertenecer, la guerra que he de sostener, la paz que he de jurar. 

"Tal y tanta es, españoles de América, la confianza que vais a poner en vuestros diputados. No duda la patria ni la Regencia, que habla por ella ahora, que estos mandatarios serán dignos de las altas funciones que van a ejercer. Enviadlos, pues, con la celeridad que la situación de las cosas públicas exige; que vengan a contribuir con su celo y con sus luces a la restauración y recomposición de la monarquía; que formen con nosotros el plan de felicidad y perfección social de estos inmensos países, y que concurriendo a la ejecución de obra tan grande, se revistan de una gloria que sin la revolución presente ni España ni América pudieron esperar jamás. 

"Conforme a esta instrucción para que concurrieran diputados de los dominios españoles de América y de Asia, los cuales representarán digna y lealmente la voluntad de sus naturales en el Congreso, del que habrán de depender la restauración y la felicidad de toda la monarquía, tendrán parte en la representación nacional de las Cortes extraordinarias del Reyno diputados de los virreynatos de Nueva España, Perú, Santa Fe y Buenos Aires y de las capitanías generales de Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo, Guatemala, provincias internas, Venezuela, Chile y Filipinas. 

"Estos diputados serán uno por cada capital cabeza de partido de estas diferentes provincias. 

"Su elección será por el Ayuntamiento de cada capital, nombrándose primero tres individuos naturales de la provincia, dotados de probidad, talento e instrucción y exentos de toda nota, y sorteándose uno de los tres, el que salga a primera suerte será diputado. 

"Las dudas que puedan ocurrir sobre estas elecciones serán determinadas breve y perentoriamente por el virrey o capitán general de la provincia, en unión de la Audiencia…"

De esta manera, según frase del historiador Labra y Martínez, América entró por amplia puerta a compartir con las provincias de la metrópoli el gobierno y dirección de toda España, hecho singularísimo y de enorme trascendencia. 

Diecisiete fueron los diputados elegidos por la Nueva España, en su mayor parte eclesiásticos, y todos ellos, según afirmación del libro México a través de los siglos, mexicanos de nacimiento, con excepción de uno. Fueron estos diputados: 

el Dr. D. José Beye Cisneros, por México; 

el canónigo don José Simeón de Uria, por Guadalajara; 

el canónigo don José Cayetano de Fonserrada, por Valladolid; 

D. Joaquín Maniau, contador general de la renta del tabaco, por Veracruz;

D. Florencio Barragán, teniente coronel de milicias, por San Luis Potosí; 

el canónigo D. Antonio Joaquín Pérez, por Puebla; 

el eclesiástico D. Miguel González Lastri, por Yucatán; 

D. Octaviano Obregón, oidor honorario de la Audiencia de México, por Guanajuato;

el Dr. Don Mariano Mendiola, por Querétaro;

D. José Miguel de Gordoa, eclesiástico, por Zacatecas; 

el cura D. José Eduardo de Cárdenas, por Tabasco;

D. Juan José de La Garza, canónigo de Monterrey, por Nuevo León; 

el Lic. D. Juan María Ibáñez de Corvera, por Oaxaca;

D. José Miguel Guridi y Alcocer, cura de Tacubaya, por Tlaxcala, a cuya ciudad se concedió derecho de elección por los servicios prestados a los españoles durante la conquista. 

Las provincias internas de Sonora, Durango y Coahuila designaron su representantes a los eclesiásticos don Manuel María Moreno, Don Juan José Güereña y Don Miguel Ramos Arizpe. 

De estos diputados, D. José Florencio Barragán por San Luis Potosí, y el Lic. Corvera, por Oaxaca, no fueron a España, y el Dr. Manuel María Moreno, representante por Sonora, debía morir en Cádiz a las pocas semanas de su llegada.


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

jueves, 9 de enero de 2025

Columba Domínguez

 


Columba Domínguez

(Actriz) 

(1929-[2014], Sonora, México). Se inició como extra en los sets fílmicos, hasta que el director Emilio "El Indio" Fernández la descubrió y le dio su primera oportunidad importante en Río escondido (1947). Con Maclovia (1948), su belleza y personalidad causaron sensación tanto en México como en el extranjero, trabajo por el cual también obtuvo el Ariel por la mejor coactuación femenina. Se casó con su descubridor y bajo sus órdenes actuó en 10 películas. Su temperamento y gran capacidad histriónica encontró la cima en Pueblerina (1948) y La malquerida (1949), del "Indio" Fernández. Estuvo magnífica en Los hermanos del hierro (1961) y Ánimas Trujano (1961), de Ismael Rodríguez. Con Buñuel actuó en El río y la muerte (1954), La virtud desnuda (1955) y Ladrón de cadáveres (1956). Caracterizó tipos de mujer pasional que dibujó con un derroche de temperamento.

Luis Terán


(Tomado de: Dueñas, Pablo, y Flores, Jesús. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000)

martes, 7 de enero de 2025

Proclama de Ignacio Zaragoza a las fuerzas constitucionalistas, 1860

 


Proclama del Gral. Ignacio Zaragoza a las fuerzas constitucionalistas, 1860 


Compañeros:

Con el heroico combate del día 29 del mes anterior (y) la feliz jornada del 1° del presente [se refiere al asalto a Guadalajara y al combate de Zapotlanejo] habéis dado muerte a las últimas esperanzas de la reacción. La traición de Tacubaya queda vencida; los derechos del pueblo quedan garantizados.

Franco tenéis el paso hacia la Capital de la República: sus puertas se os abrirán y si vuestros enemigos, ciegos por sus crímenes, aún hicieren un esfuerzo para oponer resistencia, con otro combate arrancaréis de sus manos las cadenas allí forjadas para oprimir al pueblo mexicano. 

Soldados: paz quieren los habitantes de la República y la paz ha sido conquistada por vuestro valor. Después será necesario consolidarla: tal vez la Patria os volverá a exigir vuestros servicios. Si entonces, como ahora, los prestáis con el mismo entusiasmo, castigaréis a los revoltosos y jamás desaparecerán de nuestro suelo las instituciones republicanas y las bases consignadas en el Código Constitucional de 1857. 

Estad preparados para la última jornada: en ella seréis conducido siempre a la victoria, por vuestro jefe, el activo demócrata que en Peñuelas y Silao arrancó para su frente, en beneficio social, un laurel a la fortuna. Entretanto, recibid las felicitaciones de la Patria: ella saluda a los guerreros que le han dado vida cuando estaba amenazada su nacionalidad: os reconoce por sus buenos hijos y yo recordaré con orgullo que tuve el honor de mandar el ejército de operaciones en los días felices de sus más gloriosos triunfos. 


Guadalajara, noviembre 4 de 1860.

Ignacio Zaragoza


(Tomado de: Tamayo, Jorge L. - Benito Juárez, documentos, discursos y correspondencia. Tomo 3. Secretaría del Patrimonio Nacional. México, 1965)

jueves, 2 de enero de 2025

Maya, una civilización en la historia


 

Maya, una civilización en la historia 


Las investigaciones realizadas por múltiples disciplinas, entre las que destacan la historia, la arqueología y la epigrafía (el estudio de las escrituras antiguas), nos han dado a conocer la trayectoria histórica de los grupos mayances prehispánicos, que al parecer se inició hace alrededor de cuatro mil años.


Tras largas migraciones, diversos grupos tribales se establecieron en un extenso territorio de aproximadamente 400 000 km cuadrados que comprende los actuales estados mexicanos de Yucatán, Campeche, Quintana Roo y partes de Tabasco y Chiapas, así como Guatemala, Belice y las porciones occidentales de Honduras y El Salvador. A la gran variedad geográfica del área corresponde una notable diversidad cultural e histórica, pues los mayas no son un grupo homogéneo, sino un conjunto de etnias con distintas lenguas -aunque todas provenientes de una lengua madre- costumbres y formas de vinculación con su área. Pero la economía, la organización sociopolítica, las construcciones y las obras escultóricas y pictóricas, así como los conocimientos científicos y la religión de los grupos mayances, presentan semejanzas que permiten considerarlas como producto de una misma cultura. 

La historia prehispánica de los mayas cubre casi 3,500 años, desde el establecimiento de las primeras aldeas, hacia el 2,000 a.C., hasta el sometimiento paulatino a la Corona española, en los siglos XVI y XVII d.C. Los estudiosos del mundo indígena prehispánico han dividido su historia en distintos periodos a fin de comprenderla mejor. Esos periodos son: 


Periodo Preclásico 

Entre los años 1,800 a.C. y 250 d.C. se fueron configurando los rasgos que darían su carácter propio a la cultura maya, con diversas influencias de otros grupos de la gran área cultural llamada Mesoamérica, como los olmecas de la Costa del Golfo de México y los creadores de la cultura de Izapa, en la porción sur de la propia área maya. La domesticación y el cultivo del maíz, aunado al del frijol, la calabaza y el chile, permitió el desarrollo de las primeras aldeas, generalmente en las márgenes de los ríos. Con el incremento de la agricultura sobrevino un aumento de población, se construyeron edificios específicos para el culto religioso y surgió una estratificación de la sociedad como resultado del despliegue de actividades más libres y especializadas, entre ellas la escritura, el arte plástico y los conocimientos científicos. 


Periodo Clásico

Alrededor del siglo III d.C. se inició una época de florecimiento en todos los órdenes, llamada por ello "clásica", que culminó en el siglo IX. En este periodo se intensificaron las relaciones con otros pueblos de Mesoamérica, como los teotihuacanos, y debido al incontenible aumento de la población los asentamientos se convirtieron en núcleos urbanos, con una estructura de poder religioso y civil muy bien organizada, que encabezaba una clase gobernante investida de poderes sagrados. Para este momento la religión ya presentaba un alto grado de complejidad, y los conocimientos científicos y las artes plásticas se encontraban en pleno auge. Entre los muchos sitios que florecieron durante ese periodo podemos destacar a Kaminaljuyú, Tikal, Palenque, Caracol, Yaxchilán, Bonampack, Chinkultik, Copán, Quiriguá, Calakmul, Cobá, Edzná, Uxmal, Ek Balamalam y la Chichén Itzá clásica. 

Hacia el siglo IX se desencadenó una serie de cambios profundos, en lo que se ha denominado "colapso maya", que consistió principalmente en el cese de las actividades políticas y culturales de las grandes ciudades del área central, muchas de las cuales fueron abandonadas para luego desaparecer bajo la espesa selva. Hay varias hipótesis sobre las causas de este fenómeno, entre las que se mencionan crisis agrícolas, ruptura del equilibrio ecológico y hambrunas, que pudieron acarrear grandes conflictos políticos. 

Contrariamente a lo que ocurre en el área central, donde no volverá a florecer con el mismo esplendor la cultura maya, en las regiones norte y sur (norte de la península de Yucatán y Tierras Altas de Guatemala y Chiapas, respectivamente) se produce notables cambios influidos por la llegada de diversos grupos de otras regiones de Mesoamérica. 


Periodo Posclásico 

A las Tierras Altas del sur del área maya arribaron varios pueblos extranjeros que modificaron el rumbo de la historia de esta civilización. Las migraciones están relatadas en los libros que los mayas escribieron durante los primeros años de la época colonial, en sus propias lenguas, pero usando el alfabeto latino que les enseñaron los frailes españoles. El Popol Vuh, libro sagrado de los quichés, dice que después de la creación de los hombres por parte de los dioses: "Muchos hombres fueron hechos y en la oscuridad se multiplicaron. No había nacido el sol ni la luz cuando se multiplicaron. Juntos vivían todos y andaban allá en el Oriente. Una misma era la lengua de todos". Los primeros cuatro hombres creados, que son los ancestros del pueblo quiché, rogaban al creador: "Oh Dios, Corazón del Cielo, Corazón de la Tierra, danos nuestra descendencia mientras camina el sol y haya claridad. ¡Danos buenos caminos, caminos planos! ¡Que los pueblos tengan paz, mucha paz y sean felices; y danos buena vida y útil existencia”.

luego de reunir a sus hijos, los cuatro patriarcas se dirigieron a la ciudad de Tulán, donde recibieron las imágenes de sus dioses, y con ellas a cuestas emprendieron el largo viaje hacia las tierras mayas, donde fundarían nuevas ciudades. 

Asímismo, algunos cakchiqueles que aprendieron el alfabeto latino narraron el origen del universo y de su propio pueblo en otro libro extraordinario, el Memorial de Sololá, que corrobora los acontecimientos mencionados en el Popol Vuh

Todos estos hechos ocurren históricamente a fines del primer milenio después de Cristo, y con ello se inicia el periodo llamado Posclásico, que va del 900 al 1524. 

Los quichés de la Tierras Altas de Guatemala crearon un poderoso estado militar que sojuzgó a las otras etnias, como los cakchiqueles y los zutuhiles, y mantuvieron fuertes contactos con los mexicas del Altiplano Central a quienes rendían tributo. En 1524, a la llegada de los españoles comandados por Pedro de Alvarado, su capital, Gumarcaah, tuvo un fin violento, como el de Tenochtitlan ocurrido sólo tres años antes. Esta conquista es narrada, entre otros textos, por un emotivo documento colonial llamado Título del Ahpop Uitzitzil Tzunún

En el norte de la península yucateca, durante el Posclásico hubo un gran cambio cultural, ocasionado también por la llegada de grupos muy diversos procedentes de la Costa del Golfo de México que se asentaron en sitios como Uxmal, Chichén Itzá y Mayapán.

En este periodo se intensifican los contactos con varios pueblos; el comercio adquiere un papel central en la vida de los mayas y se crean emporios comerciales, como el de los chontales o putunes. Asimismo, muchas actividades pierden su carácter religioso debido tal vez al militarismo y a los intereses utilitarios. Los mayas destacan ahora ya no como matemáticos y astrónomos, sino como hombres de negocios capaces de organizar y mantener una importante red comercial. 

Pero los mayas nunca dejaron de ser religiosos. En el Posclásico se introdujeron nuevos dioses y cultos provenientes de otras regiones de Mesoamérica, como la veneración al dios Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada del Altiplano Central de México, que los mayas llamaron Kukulcán. También surgieron nuevos estilos artísticos y se vivió un gran auge cultural que se reflejó principalmente en la ciudad de Chichén Itzá. 

La conquista del norte de la península de Yucatán no presentó el carácter de epopeya que tuvieron la de Tenochtitlan en México y la de Gumarcaah en Guatemala. Para entonces las constantes guerras ya habían conducido a la región a una decadencia cultural, y entre 1527 y 1546 cayó en manos de Francisco de Montejo, de su hijo y de su sobrino, del mismo nombre ambos. Pero los itzáes de Chichén Itzá que habían huído hacia las selvas de Guatemala, y fundado la ciudad de Ta Itzá, a orillas del lago Petén, lograron mantenerse libres hasta 1697. 

Después de la conquista española la historia de los pueblos mayances sufrió un cambio radical, pero a quinientos años de ese momento aciago para los mayas, la mayoría de las etnias habita aún en sus territorios, hablan sus lenguas y conservan algunas de sus creencias y costumbres cotidianas, aunque modificadas, lógicamente, por la imposición violenta de otra cultura.


(Tomado de: de la Garza Camino, Mercedes. Una civilización en la historia. Los misterios de Palenque. Pasajes de la Historia II. México Desconocido, Editorial México Desconocido, S.A. de C.V. México, Distrito Federal, 2000)