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lunes, 27 de septiembre de 2021

Nicolás Romero

 


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Nicolás Romero (1827-1865)

Fue un jinete excepcional. Recorría las veredas de los estados de México, Michoacán y Guerrero cual si hubiera nacido guerrillero. Su instinto le ayudaba a desaparecer cuando no quería ser visto y a atacar cuando nadie lo esperaba. Era una calamidad para el enemigo, que veía burlados todos sus intentos para capturarlo. El hidalguense jamás recibió instrucción militar, y sin embargo las tropas del mejor ejército del mundo se vieron incapaces de frenar las escaramuzas de Nicolás Romero, "El león de las montañas".

Sus manos estaban hechas para el trabajo duro. Su jornada laboral comenzaba muy temprano y terminaba tarde. Así es la vida de quienes tienen que trabajar para mantener a sus familias día con día. Desde joven tuvo la oportunidad de trabajar en la pujante industria textil que se desarrollaba en la Ciudad de México. Como textilero, gozó de cierta tranquilidad económica, aun y cuando no pudo ascender dentro de las clases sociales. Nicolás Romero luchaba por vivir al día. En varias ocasiones, de acuerdo con las ondulaciones de la economía nacional, cambiaba de empresa. Llegó incluso a trabajar en fábricas en el entonces lejano poblado de Tlalpan. En otras se dedicaba a la agricultura. Así que cuando tuvo la oportunidad de servir a su patria, con la fortaleza de los justos, no dudó en hacerse a las armas.

Sus ideales eran republicanos y patriotas. No contaba con experiencia en las armas cuando se unió al grupo de Aureliano Rivera durante la Guerra de Reforma. Fue ahí donde aprendió la táctica y estrategia de la guerra de guerrillas. Sus operaciones tuvieron gran éxito y fueron de mucha importancia para la causa liberal. Con esa experiencia, Romero comenzó a forjarse como hombre, como guerrillero y héroe.

Cuando supo que un invasor extranjero pretendía controlar el país, no dudó en enfrentarlo. De inmediato se unió a las tropas de Vicente Riva Palacio y a su lado participó en las campañas de Michoacán, Guerrero, Querétaro y el Estado de México. Una y otra vez consiguió sorprender a las tropas francesas. Muy pronto, Romero se convirtió en uno de los enemigos más peligrosos del imperio de Maximiliano de Habsburgo.

Los franceses lo buscaron exhaustivamente. Durante días y meses siguieron su huella sin poderlo capturar, hasta aquel fatídico día en que se enfrentó al ejército imperial en la cañada de Papanzidán, en el estado de Michoacán. Después de una fuerte batida, Romero fue hecho prisionero y conducido a la Ciudad de México en donde se le juzgó. La sentencia era de todos conocida y fue fusilado el 11 de marzo de 1865 en la plazuela de Mixcalco.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 

lunes, 14 de diciembre de 2020

Corrido de Nicolás Romero

 


Viene Nicolás Romero,

como valiente y osado,

con Aureliano Rivera

que al mocho ya ha derrotado.


Es impetuoso y ardiente,

y combate con valor

al francés y al mexicano

que se ha unido al traidor.


En cien acciones de guerra

como valiente ha lucido,

Michoacán fue ya testigo

de sus hechos singulares.


-Ahora sobre ellos, muchachos

-grita Nicolás Romero-,

vamos a desbaratarlos

cual manada de borregos.


El francés retrocedía,

cuando miraba al valiente,

que con grandiosa osadía,

con su guerrilla combate.


Ganó en acciones de guerra,

y combatió valeroso,

con su espada que blandía

se portó como un coloso.


Michoacán fue la guarida,

fue el sitio de sus hazañas;

y como buen guerrillero

tuvo siempre buenas mañas.


Era el rayo de la guerra

ese rústico campeón,

y no había otro tan valiente

en todita la nación.


Los franceses le temieron,

porque él no conocía el miedo,

y a su nombre a más de cuatro

se les arrugaba el cuero.


En las guerras contra Francia

fue el primero entre los bravos,

ya que siempre repetía:

-México no tiene esclavos.


En Tacámbaro y por Ario,

y lo mismo en las montañas,

se batió como guerrero;

grandes fueron sus hazañas.


Riva Palacio decía:

-Ahora sí que venceremos,

viene Nicolás Romero,

y a franceses comparemos.


Toditos los combatientes

reconocieron su hombría,

y él en su caballo moro

su machete así blandía.


Estando ya por Zitácuaro,

le vinieron a decir

que el francés con sus legiones

lo atacaba y debía huir.


Él les respondió altanero;

-Combatiré con denuedo,

que soy puro mexicano,

y no conozco yo el miedo.


A inmediaciones del pueblo

fue la acción y la perdieron

los valientes de Romero,

que a la mala sucumbieron.


Él ya sólo busca abrigo

en las ramas de árbol grande,

mas al fin lo descubrieron,

sin que él pidiera las frías.


Un gallo lanzó un volido,

n'el árbol buscó refugio,

cuando vió que perseguido

se le llegaba su turno.


Ésa fue su perdición

y no hubo ya componendas,

y sorprendido en el punto

le pusieron centinelas.


Lo trajeron prisionero,

a la mera capital,

y sin ningún miramiento

le aplicaron el dogal.


En la plaza de Mixcalco,

al sonido de la diana,

fue matado aquel valiente

a la luz de la mañana.


Antes de la ejecución

-¡Viva México! -decía-,

mátenme, que al cabo a ustedes

se les llegará su día.


El año sesenta y cinco,

miren lo que sucedió:

un valiente entre los bravos,

por valiente se murió.


Nicolás Romero fue

el guerrillero afamado

que con nobleza y valor

por doquiera fue aclamado.


Vuela, vuela, palomita,

llévale la despedida

a ese que murió luchando

por la patria tan querida.

(Tomado de: Mendoza, Vicente T. – Corridos mexicanos. Lecturas Mexicanas #71; 1a serie. Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1985)