jueves, 31 de octubre de 2019

Muerte de Carranza, 1920


El señor Carranza ha muerto


*Fue asesinado por el general ex federal Rodolfo Herrero
*El hecho ocurrió a la una de la mañana del jueves en Tlaxcalantongo
*Será traído el cadáver a México por el general Francisco de P. Mariel
*Los generales Barragán, Montes y González, el coronel Fontes y el ingeniero Bonillas están a salvo en Necaxa


(22 de mayo de 1920)


A las diez y cuarto de la noche, en el cuartel general del divisionario Álvaro Obregón, se nos entregó el siguiente boletín, que publicaremos textual:


“Se han recibido partes oficiales diciendo que el ex federal Rodolfo Herrero, rendido en el mes de marzo al general Mariel y perteneciente a las fuerzas del propio general, quien acompañaba al señor Carranza y a su comitiva, atacó a éstos a la una de la mañana de ayer en un punto denominado Tlaxcalantongo, habiendo resultado muerto el señor Carranza y sus acompañantes, sin que se conozcan aún los nombres de éstos.
“El ex federal Herrero se había rendido a las fuerzas de Mariel el mes de marzo último”.


TELEGRAMAS RECIBIDOS POR EL GENERAL GONZALEZ


De Tulancingo, Hidalgo, a México, D.F., a 21 de mayo de 1920, 6:30 p.m.- C. General de división, G. González:
Tengo la honra de poner en el superior conocimiento de usted, que en ampliación a mi conferencia de anoche relativa a los datos que me transmitió el teniente coronel Barrios acerca de que el señor Carranza y su comitiva se habían dirigido rumbo a la Huasteca veracruzana; que en conferencia que he tenido con el C. coronel Lindoro Hernández, este jefe me manifiesta que después de conferenciar con el teniente coronel Balderrábano recibió de este mismo un propio comunicándole que se rumoraba que había sido batido y capturado el señor Carranza por fuerzas de los generales Vega, Bernal, y Herrero, en uno de los puntos denominados Tlaxcalantongo y La Punta, cuyos lugares están distantes cuatro leguas de Villa Juárez, Puebla. El mismo coronel Lindoro Hernández envió un propio cerca del teniente coronel Balderrábano, a fin de que confirme o rectifique dicha noticia. Seguiré informando. Salúdolo respetuosamente. El general Jesús S. Novoa.


De Huauchinango, Puebla, a México, D.F., el 21 de mayo de 1920, 8:30 p.m. C. general de división P. González. Muy urgente.
Número 24. Con pena participo a usted de fuentes fidedignas que hoy a la una de la mañana el C. Presidente de la República, Venustiano Carranza, fue asesinado por fuerzas del ex federal rendido, Rodolfo Herrero, en punto llamado Tlaxcalantongo. Avísame general Francisco de P. Mariel, conduce cadáver a esa. Respetuosamente el coronel Lindoro Hernández.


De Tulancingo, Hidalgo, a México, D.F., el 21 de mayo de 1920, 10:20 p.m.- C. general de división P. Gonzalez.
Con pena participo a usted que por parte que me rinde el coronel Lindoro Hernández, de Huauchinango, Puebla, es ya noticia confirmada que el señor Carranza fue asesinado anoche a la una por el ex federal rendido Rodolfo Herrero, que se amnistió hará cuatro meses con el general Mariel. El asesinato se cometió en Tlaxcalantongo. No se tienen detalles, pero el general Mariel que llegó a Villa Juárez, ya salió a recoger el cadáver para traerlo a Beristáin, con sus acompañantes, ignorándose aún quiénes sean éstos. Yo salgo a Beristáin a recibirlos por ser esta la vía más apropiada, salvo las instrucciones que usted tenga a bien comunicarme sobre el particular. Además del cadáver del señor Carranza se encuentran los de seis de sus acompañantes, ignorándose aún quiénes sean. Respetuosamente. El general J. S. Novoa.


México, 21 de mayo, 1920
El capitán segundo jefe de la sección de mensajes del cuartel general, E. J. Rodríguez.


BOLETÍN DEL CUARTEL GENERAL DE OBREGÓN


Ya muy avanzada la noche llegó a México un enviado especial del general ex federal Rodolfo Herrero, cuyo enviado trae la comisión de informar al general Obregón de que ayer en la noche el general Rodolfo Herrero salió a un punto denominado La Unión Tlaxcalantongo, donde había pernoctado el C. Carranza, sus acompañantes y las fuerzas que lo escoltaban, recomendando a dicho enviado que hiciera la declaración de que si era derrotado en el combate, se replegaría hasta tener nuevos elementos.
El informe enviado por el general Herrero coincide en todos sus puntos con el parte telegráfico que se recibió en Huauchinango. El mismo enviado informa que fuerzas del general Mariel estaban fortificadas en Jalapa, y otras amagaban al general Herrero, a quien pretendían desarmar juntamente con sus fuerzas.


UN TREN ESPECIAL


Informes obtenidos a última hora dicen que se ha dispuesto que salga un tren para la estación de Beristáin, donde será recogido el cadáver del señor Carranza, trasladándosele a esta ciudad de acuerdo con las disposiciones que sobre el particular den las autoridades.
Este tren estará a las órdenes del general Novoa, quien a su llegada a Beristáin lo pondrá a las del general Mariel, quien ha sido comisionado para traer el cadáver del Presidente.
El tren fue despachado por el director de los Ferrocarriles, señor ingeniero Morales Hesse.


SE RINDEN ALGUNOS GENERALES


Hay motivos para creer que hayan perecido durante el combate el general Murguía y los hermanos Cabrera.
A las autoridades militares de esta plaza han enviado un telegrama y solicitando rendirse y ser trasladados a ésta los generales Marciano González, Federico Montes, Juan Barragán y Francisco de P. Mariel, así como el ingeniero Ignacio Bonillas.


(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 1, 1916-1925. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

miércoles, 30 de octubre de 2019

Muerte de Zapata, 1919


Continúan las noticias sobre la muerte de Zapata; su cadáver será expuesto en Cuautla


*Carranza felicita a González
*El rebelde será sepultado en el mausoleo de los firmantes del Plan de Ayala
*Fotografía del cadáver e ilustración del momento de su muerte
*Toda la información es servicio exclusivo de EL UNIVERSAL; es la más veraz y completa
*El señor Presidente felicita al general González


Únicamente para EL UNIVERSAL


Cuautla, Morelos, 11 de abril.- El señor Presidente de la República envió al señor general don Pablo González, jefe de las operaciones en esta región, el siguiente mensaje:


“Del Palacio Nacional de México, el 11 de abril de 1919.- Señor general de División don Pablo González .- Cuautla, Morelos.- Con satisfacción me enteré del parte que me rinde usted en su mensaje de anoche, comunicándome la muerte del cabecilla Emiliano Zapata, como resultado del plan que llevó a cabo con todo efecto el coronel Jesús M. Guajardo. Lo felicito por el importante triunfo que ha obtenido el Gobierno de la República con la caída del jefe de la revuelta del Sur y, por su conducto, al coronel Guajardo y a los demás jefes, oficiales y tropa que tomaron participación en ese combate, los felicito por el mismo hecho de armas, y atendiendo a la solicitud de usted, he dictado acuerdo a la Secretaría de Guerra y Marina para que sean ascendidos al grado inmediato el coronel Jesús M. Guajardo y los demás jefes y oficiales que a sus órdenes operaron en este encuentro, y cuya lista deberá usted remitir a la propia Secretaría de Estado. Salúdolo afectuosamente.- V. CARRANZA.”


El Enviado Especial
JOSE GONZALEZ M.


LA MUERTE DE ZAPATA, PLENAMENTE CONFIRMADA


(Únicamente para EL UNIVERSAL)


Cuartel General de Cuautla, Morelos, 11 de abril.- (Recibido a las 5 p.m.).- De manera plena fue confirmada la muerte del cabecilla Zapata. Durante todo el día de hoy desfilaron frente al palacio municipal, en donde se exhibe el cadáver, los habitantes de esta población y de los alrededores.
Por disposición del general González, los más honorables ciudadanos de la localidad dieron fe del cadáver, certificando satisfactoriamente su identificación.
El teatro de los acontecimientos fue la hacienda de Chinameca, ayer a las 2 de la tarde.


CUAL FUE EL ARDID QUE SE PUSO A ZAPATA


Los detalles que hasta ahora se tienen del suceso, son los siguientes: el coronel Guajardo llegó con sus hombres a conferenciar con Zapata, quien invitó a aquél a comer en su casa el día anterior; mas Guajardo, fingiéndose enfermo de cólico, no asistió a la invitación, ofreciendo que la reunión la tendrían ayer. Antes del mediodía se reunieron los jefes mencionados, con sus respectivas escoltas, en cierta cantina, en donde Guajardo invitó a Zapata a tomar la copa y a cuya invitación se negó el cabecilla; pero Guajardo insistió, diciéndole que tomaran la copa él y sus hombres a su salud. Entre tanto, la señal convenida para proceder a la captura de Zapata era el primer toque de clarín indicando atención, para que las tropas de Guajardo le presentaran armas al jefe rebelde, como una demostración de respeto. La acción se ejecutó rapidísima, porque las tropas leales comprendieron que Zapata empezaba a darse cuenta del ardid. Una vez que hubo llegado Zapata, el toque de clarín rompió los aires y las tropas dispararon sus armas.
Como consecuencia del bien tramado plan, se entabló reñidísimo tiroteo entre ambas escoltas y poco después el vértigo segó a las hordas surianas y a los soldados de la República, confundiéndose en la lucha todo el resto de las fuerzas contendientes.
Resultaron muertos Emiliano Zapata y los “divisionarios” Gil Muñoz y Feliciano Palacio, secretario este último de Emiliano Zapata; Ceferino Ortega y Castejón, el coronel Lucio Castida y herido el “general” Capistrani, que huyó después. Hubo cerca de cuarenta muertos, que fueron sepultados en Chinameca, a excepción de Zapata, cuyo cadáver se retuvo aquí, en donde permanecerá por espacio de cuatro días.


EL ENVIADO ESPECIAL, José González M.


(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 1, 1916-1925. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

martes, 29 de octubre de 2019

Muerte de Porfirio Díaz, 1915


TRÁNSITO SERENO DE PORFIRIO DÍAZ

Por abril o mayo de 1915 don Porfirio y Carmelita volvieron a París. Mejor dicho, volvió entonces a París todo el pequeño núcleo de la familia: ellos dos, los Elízaga, los Teresa, y Porfirito con su mujer y sus hijos. La explosión de la Guerra Mundial los había sorprendido mientras veraneaban en Biarritz y en San Juan de Luz, y a casi todos los había obligado a quedarse en las playas del sur de Francia el resto del año de 1914 y los cuatro primeros meses de 1915.
En París don Porfirio reanudó su vida de las primaveras anteriores. Fue a ocupar con Carmelita —y los Elízaga, como de costumbre— su departamento de la casa número 28 de la Avenida del Bosque.
Todas las mañanas, entre nueve y diez, salía a cumplir el rito de su ejercicio cotidiano, que era un paseo, largo y sin pausas, bajo los bellísimos árboles de la avenida. Generalmente lo acompañaba Porfirito; cuando no, Lila; cuando no, otro de los nietos o el hijo de Sofía. Su figura, severa en el traje y en el ademán, había acabado por ser a esa hora una de las imágenes características del paseo. Cuantos lo miraban advertían, más que el porte de distinción, el aire de dominio de aquel anciano que llevaba el bastón no para apoyarse, sino para aparecer más erguido. Porque siempre usaba su bastón de alma de hierro y puño de oro, tan pesado que los amigos solían sorprenderse de que lo llevara. “Es mi arma defensiva”, contestaba sonriente y un poco irónico.
Cada semana o cada quince días, Porfirito alquilaba caballos en la Pensión de la Faissanderie, próxima a la casa, y entonces, montados los dos, prolongaban el paseo hasta el interior del bosque. Aquellas caminatas, lo mismo que las otras, le sentaban muy bien: le vigorizaban su salud, ya bastante en declive, de hombre de ochenta y cinco años; le entonaban el cuerpo; le alegraban el espíritu.
Por las tardes, salvo que hubiera que corresponder alguna visita, se quedaba en casa. Era la hora de escuchar las noticias de los periódicos, que le leía el Chato, y de escribir o dictar cartas para los amigos que todavía no lo olvidaban. Porfirito llegaba a poco, y entonces era éste el encargado de la lectura, o, juntos los dos, o los tres —y a veces también con algún amigo—, estudiaban la marcha de la guerra y veían en unos mapas plantados de banderitas blancas y azules las posiciones de los ejércitos.
De la colosal contienda europea, a don Porfirio sólo le interesaba lo estrictamente militar, y esto en sus fases de carácter técnico. Sobre el posible resultado humano y político, ni una palabra. No tenía preferencias por unos ni por otros, o, si las tenía, las callaba, acaso por iguales sentimientos de gratitud hacia franceses, ingleses y alemanes, que lo habían recibido con análogos extremos de cordialidad. Francia lo acogió con los brazos abiertos; el Kaiser le pidió que viniera a sentarse a su lado; en el Cairo, lord Kitchener lo recibió oficialmente en nombre del gobierno inglés.
Un día a la semana su distracción eran los nietos, a quienes profesaba cariño profundo, si bien un poco reservado y estoico. Porfirito, que vivía en Neuilly llegaba con ellos desde por la mañana, para alargarles la estancia con el abuelo. Aunque Lila se mostraba siempre la más afectuosa, él prefería al primogénito, que era el tercer Porfirio.
Por las mañanas, o por las tardes —o a comer con él, con Carmelita y los Elízaga—, a menudo venía también María Luisa, la otra cuñada a quien acompañaba a veces su hijo José. Lo visitaban con asiduidad Eustaquio Escandón, Sebastián Mier, Fernando González, la señora Gavito. De cuando en cuando se presentaba algún otro mexicano de los que vivían en París o que por allí pasaban.
Carmelita lo acompañaba siempre, salvo en la hora del ejercicio matinal. Se desayunaban a las ocho, comían a la una, cenaban a las nueve, se acostaban a las diez. Como el departamento no era muy grande —se componía de un recibimiento, una sala, un comedor, dos baños, cuatro alcobas— aquella vida, sosegada y uniforme, transcurría en una atmósfera de constante intimidad y de un sabor netamente mexicano. Porque a toda hora se entretejía allí con la vida diaria, en lo importante y en lo minúsculo, la imagen de México, y aun había presencias accesorias y otras, mudas, que la evocaban. El cocinero, el criado, las recamareras eran los mismos que con don Porfirio habían salido al destierro desde la calle de Cadena. Algunos de los muebles habían estado en Chapultepec.
También las conversaciones giraban alrededor de México, pero no de México como entidad actual, sino de un México convertido en sustancia del recuerdo. Era Oaxaca, era la Noria, eran matices o anécdotas de la vida, ya lejana, y tan diferente, que se había quedado atrás. Sonriendo recordaba él al viejo Zivy asomado a la puerta de “La Esmeralda” y diciéndole a sus empleados: “Pongan el cronómetro a las ocho menos tres minutos: allí viene el coche de don Porfirio.” A veces comentaba alguna frase de don Matías Romero, o de Justo Sierra, o lo que en tal ocasión había tenido que hacer Berriozábal, o Riva Palacio. De lo del día, de la lucha regeneradora o asoladora —unos se lo insinuaban de un modo, otros de otro—, no había para qué hablar. En esto su juicio era terminante: “Será buen mexicano —decía— quienquiera que logre la prosperidad y la paz de México. Pero el peligro está en el yanqui, que nos acecha.” De allí no había quien lo sacara ni quien se saliera. Sólo un suceso le merecía juicios en voz alta: el crimen de Victoriano Huerta. Lacónico, lo declaraba execrable; y concluía luego, para no dar tiempo a más amplias opiniones: “¡Pobre Félix!
A mediados de junio empezó a sentirse mal. Le sobrevino la misma desazón de dos años antes en Biarritz, la misma fatiga, los mismos amagos de bronquitis y de resequedad en la garganta. Pero ahora lo acometían más fuertes mareos al mover súbitamente la cabeza y se le nublaba más lo que estaban viendo sus ojos. Le zumbaban los oídos al grado de ahuyentarle el sueño. Se le dormían los dedos de las manos y de los pies.
Por de pronto no hizo caso: su hábito le ordenaba no enfermarse. Luego, consciente de que su malestar se acentuaba, mandó llamar al doctor Gascheau, un médico del barrio, que ya lo había atendido de alguna otra dolencia, ésa más leve, y que le inspiraba confianza y simpatía.
A él Gascheau le dijo que aquello no era nada: el cansancio natural de los años; convenía evitar todo ejercicio, todo esfuerzo; debía descansar más. Pero a Carmelita y Porfirito el médico no les disimuló lo que ocurría: era la arteriosclerosis en forma ya bastante aguda. Como dos años antes en Biarritz, quizá el enfermo se sobrepusiera y se aliviara; pero había más probabilidades de que eso no sucediese.
Don Porfirio dejó de salir. Ahora se estaba sentado en una silla que le ponían junto a la ventana. Desde allí miraba los árboles de la avenida, que diariamente lo habían acompañado en sus paseos. Se entretenía en escribir, de su puño y letra, una que otra carta. Le contaba a Teodoro Dehesa los detalles de su mal. Cansado o absorto, volvía la vista hacia la ventana; contemplaba las puestas del sol.
Cerca de él siempre, Carmelita le conversaba para distraerlo. Procuraba que los temas, variando, lo interesaran. Esfuerzos inútiles; a poco de abordar ella cualquier asunto, el pensamiento de don Porfirio y sus palabras ya estaban en Oaxaca o en la Noria. “¡Cómo le gustaría volver!” “Allá le gustaría descansar y morir.
El cuidado por el enfermo aumentó las visitas pero se procuraba abreviarlas para que no lo fatigase. Él pedía que le trajeran a los nietos y que los tuvieran jugando allí: eso no lo cansaba. Llegaba Lila con sus halagos; venía el segundo Porfirito a dejarse querer. Había un recién nacido; Luisa, la nuera, se acercaba a la silla, le ponía en las piernas al niño, y entonces él se quedaba mirándolo en ratos de profunda contemplación.
Para ocultar un poco la inquietud —porque todos estaban inquietos y temían revelarlo— Porfirito y Lorenzo comentaban entre sí la guerra, o con Carmelita, o con Sofía, o con María Luisa, o con José. Don Porfirio atendía unos instantes y luego tornaba a su obsesión: “¿Que noticias había de Oaxaca?” “Otros años, por esa época, la caña de la Noria ya estaba así” —aseguraba levantando la mano—. Se detenía en el recuerdo de su madre y de su hermana Nicolasa, o evocaba conversaciones y escenas de tiempos ya muy remotos: “Borges, el segundo marido de Nicolasa, le había dicho una vez esto o aquello.
El 28 de junio tuvo que guardar cama, pero no porque algo le doliera o le quebrantara particularmente, sino porque su desazón, su fatiga eran tan grandes que apenas si le dejaban ánimos de hablar. El hormigueo de los brazos, la sensación de tener como de corcho los dedos de las manos y de los pies, le atacaban ahora más a menudo. Procuraba no mover bruscamente la cabeza para no desvanecerse.
Gascheau, que venía a mañana y tarde, le dijo que sólo eran trastornos de la circulación; que si se sentía mejor en la cama, le convenía no levantarse; acostado sentiría menos los desvanecimientos y no se le nublarían tanto los ojos. “ —comentaba él, con acento de quien todo lo sabe—: la circulación”, y paseaba la vista por sobre cada uno de los presentes, para quienes, en apariencia, todo seguía igual. Porque realmente sólo los accesos de tos, por la resequedad de la garganta, parecían ser algo mayores.
Cuando se iba el médico, don Porfirio decía, dirigiéndose a Carmelita, la cual no lo dejaba ya ni un instante: “Es la fatiga de ¡tantos años de trabajo!
El día 29, hablando a solas con Porfirito, Gascheau advirtió que el final podía producirse dentro de unos cuantos días o dentro de unas cuantas horas. El abatimiento físico, no el moral, empezaba a adueñarse de don Porfirio, que ya casi no se movía en su cama. Ahora tenía mareos continuos, y la resequedad de su garganta se había convertido en molestia permanente.
Esa mañana pidió que viniera un sacerdote. Por la tarde le trajeron uno, español —de la iglesia de Saint-Honoré l’Eylau—, al cual dijo que quería confesarse. Hizo confesión y en seguida se habilitaron altar y capilla para que comulgase. Además de aquel sacramento, recibió ese día la bendición apostólica, que le trajo el padre Carmelo Blay, un sacerdote mexicano del Colegio Pío Latino de Roma, a quien él conocía. Don Porfirio manifestó extraordinaria beatitud al verlo y puso visible atención a las sagradas palabras. El padre Carmelo Blay también lo ungió con los santos óleos.
A media mañana del 2 de julio la palabra se le fue acabando y el pensamiento haciéndosele más y más incoherente. Parecía decir algo de la Noria, de Oaxaca. Hablaba de su madre: “Mi madre me espera.” El nombre de Nicolasa lo repetía una y otra vez. A las dos de la tarde ya no pudo hablar. Era una como parálisis de la lengua y de los músculos de la boca. A señas, con la intención de la mirada, procuraba hacerse entender. Se dirigía casi exclusivamente a Carmelita. “¿Cómo?” “¿Qué decía?” “¡Ah, sí: la Noria!” “¿Oaxaca?” “Sí, sí: Oaxaca; que allá quería ir a morir y a descansar.
Se complació oyendo hablar de México: hizo que le dijeran que pronto se arreglarían allá todas las cosas, que todo iría bien. Poco a poco, hundiéndose en sí mismo, se iba quedando inmóvil. Todavía pudo, a señas, dar a entender que se le entumecía el cuerpo, que le dolía la cabeza. Estuvo un rato con los ojos entreabiertos e inexpresivos conforme la vida se le apagaba.
Perdió el conocimiento a las seis. Por la ventana entraba el sol, cuyos tonos crepusculares doraban afuera las copas de los castaños: los rayos, oblicuos, encendían los brazos y el asiento de la silla y casi atravesaban la estancia. Era el sol cálido de julio; pero él, vivo aún, tenía ya toda la frialdad de la muerte. Carmelita le acariciaba la cabeza y las manos; se le sentían heladas.
A las seis y media expiró, mientras a su lado el sol lo inundaba todo en luz. No había muerto en Oaxaca, pero sí entre los suyos. Rodeaban su cama Carmelita, Porfirito, Lorenzo, Luisa, Sofía, María Luisa, Pepe, Fernando González y los nietos mayores.
Se llenó la casa con funcionarios de la República Francesa y con delegados de la ciudad de París. Vino el jefe del cuarto militar del presidente Poincaré; se presentó el general Niox, que había recibido a don Porfirio a su llegada a Francia y le había puesto en las manos la espada de Napoleón; desfilaron comisiones de los ex combatientes. Acababa de morir algo más que una persona ilustre: el pueblo de Francia rendía homenaje al hombre que por treinta años había gobernado a otro pueblo; el ejército francés traía un saludo para el soldado que medio siglo antes había sabido combatirlo. Pero eso era el valor oficial: el duelo íntimo quedaba reservado para el país remoto y presente. Porque lo más de la colonia mexicana de París acudió en el acto trayendo su reverencia, y otros hijos de México, al conocer la noticia, llegaron desde Londres, desde España, desde Italia.
Quiso Carmelita que se hicieran honras fúnebres. El servicio religioso, a la vez solemne y modesto, se celebró en Saint-Honoré l'Eylau, y allí quedó depositado el cadáver en espera de su tumba definitiva. Año y medio después se sacaron los despojos para llevarlos al cementerio de Montparnasse. El sepulcro es una capilla pequeña, en cuyo interior, sobre una losa a modo de ara, se ve una urna de cristal que contiene un puño de tierra de Oaxaca. Por fuera, en lo alto, hay inscrita un águila mexicana, y debajo del águila un nombre compuesto de dos palabras.
Rugía en México la lucha entre Venustiano Carranza y Francisco Villa. El 2 de julio Carranza recibió en Veracruz un telegrama que lo apartó un momento de las preocupaciones de la contienda. El mensaje venía de Nueva York y, conciso, decía así:

Señor Venustiano Carranza, Veracruz: Prensa anuncia estos momentos hoy siete de la mañana murió en Biarritz el general Porfirio Díaz. —Salúdolo afectuosamente.— Juan T. Burns.”

México, septiembre de 1938.

(Tomado de: Guzmán Burgos, Francisco (Selección y notas) -Martín Luis Guzmán, Textos narrativos. Material de Lectura #49. Serie Cuento Contemporáneo. Dirección General de Difusión Cultural/UNAM. México, D.F., s/f)

lunes, 28 de octubre de 2019

Muerte de Madero y Pino Suárez, 1913


Nota del Día

Después de la tragedia

Diario Español, lunes 24 de febrero de 1913

***
La imaginación más robusta no habría forjado un final dramático más emocionante, más bárbaramente artístico, que el que la Fatalidad acaba de escribir en el libro sangriento de la gran tragedia mexicana.
El ánimo del espectador se conmueve, tocado de piedad, ante los supremos infortunios y al tender la vista por el escenario poblado de ruinas y salpicado de sangre, formula ardientes votos porque la púrpura derramada redima todos los pecados del pueblo, haciendo ya imposibles esas dolorosas hecatombes…
De nuestro colega “El Universal” recogemos la siguiente versión de este final trágico.

***
“Pudimos hablar, dice, con algún oficial que presenció la salida de los señores Madero y Pino Suárez, de la pieza de la Intendencia, que les sirvió de prisión durante estos días.
Según nos manifestó un grupo de soldados del 29 Batallón, al mando de un capitán penetraron a la pieza pocos minutos antes de las diez con el objeto de registrarlos y escoltarlos hasta los automóviles en que habían de ser trasladados.
Ya descansaban los señores Madero y Pino Suárez acostados en sus lechos. El señor Pino Suárez estaba profundamente dormido t el oficial tuvo que tocarle en el hombro para que despertara.
-¿A dónde vamos?
Esta fue la pregunta que ambos dirigieron a los soldados.
-No sabemos, contestó el oficial. Mi único encargo es registrar a ustedes, para ver que no tengan armas.
Como los prisioneros se encontraban en paños menores no fue necesario hacer el registro de sus personas, y sólo sus ropas fueron cuidadosamente examinadas.
Se les indicó que se vistieran, cosa que les causó extrañeza, la cual se disipó cuando se les comunicó que se les trasladaba a la Penitenciaría.
-Nos hubieran avisado antes -dijo el señor Madero- para no acostarnos, y sin pronunciar otras palabras se comenzó a vestir.
Terminado esto, con la escolta del 2° fueron llevados hasta la puerta de Palacio en donde esperaban los autos con las escoltas.
Tuvimos oportunidad de cambiar algunas palabras con el Comandante Francisco Cárdenas, en las oficinas de la Comandancia Militar.
El Mayor Cárdenas nos comunicó que había recibido órdenes para salir con los Sres. Madero y Pino Suárez y conducirlos a la Penitenciaría. Para cumplir con su comisión designó a dos oficiales -Rafael Pimiento y José Ugalde- y a un grupo de hombres del 7° de rurales, para que le dieran la escolta.
El señor Madero, que subió al automóvil custodiado por Cárdenas, le dijo:
-¿Para dónde me llevan? Supongo que a la Penitenciaría.
-Yo no lo sé, señor; el chauffer tiene ya órdenes.
-Si me llevan a la Penitenciaría, repuso el señor Madero, que me lleven por las calles del Reloj y Lecumberri.
Esta indicación bastó, naturalmente, nos dijo el Mayor Cárdenas, para que recomendara al chauffer tomara otro rumbo. El auto en que iba el señor Madero, seguido por la escolta y el auto que ocupaba el señor Pino Suárez, siguieron por las calles de la Moneda, y al cruzar el puente, sobre la línea del Ferrocarril, recibí una descarga cerrada de varios hombres que estaban allí pecho a tierra…
El chauffer se desconcertó y quiso detener el automóvil. Yo contesté el fuego con la pistola que llevaba, y cuando íbamos acercándonos a la Penitenciaría, otro pelotón de doce hombres, armados con rifles, nos hicieron nuevamente fuego.
Tanto el señor Madero, como el señor Pino Suárez en la confusión, bajaron de los coches y corrieron hacia los asaltantes. Se encontraron precisamente entre aquellos fuegos y el de la escolta; cuando cayeron muertos, retirándose los asaltantes, que dejaron a tres de ellos tendidos en el campo; pude ver que el señor Madero tenía heridas recibidas tanto por delante como por detrás.
Los detalles no se conocen en estos momentos. La reserva más absoluta se guarda acerca de ellos, y nuestros repórters han tenido que vencer infranqueables obstáculos para obtener las pocas notas informativas.

(Tomado de: Labrandero Iñigo, Magdalena, et al, (coordinadores) - Nuestro México #4, La Decena Trágica, 1913. UNAM, México, D. F., 1983)

sábado, 26 de octubre de 2019

Victoriano Huerta


Nació el 23 de marzo de 1845 en Colotlán, Jalisco.
Estudió las primeras letras en Guadalajara, ingresó al H. Colegio Militar y en 1894 era coronel del tercer Batallón de Línea. En 1903 hizo la campaña de Yucatán y Quintana Roo a las órdenes del Gral. Ignacio A. Bravo y durante cinco años radicó en Monterrey como Jefe de Obras Públicas en el gobierno del Gral. Bernardo Reyes.
Jefe de la campaña contra Zapata, (1911); al fracaso del Gral. González Salas recibió la comisión de batir a Pascual Orozco. El 9 de febrero de 1913, al ser herido el Gral. Villar, fue nombrado Comandante Militar de la Plaza de México. Traicionó a Madero, se apoderó de la Presidencia y gobernó asesinando y encarcelando. Huyó al extranjero; estuvo 11 meses en Europa y el 28 de junio de 1915 fue aprehendido por policías de los EE.UU. Sus hijos decían que lo envenenaron en Fort Bliss.
Su llamado gobierno fue dictatorial; estuvo al margen de la ley y la justicia. Militarizó hasta a sus secretarios de Estado y al cansarse de expedir despachos de generales, creó dos jerarquías superiores a los divisionarios: general de cuerpo de ejército y general de ejército.
Murió el 13 de enero de 1916 en el Paso, Texas, EE.UU.

(Tomado de: Covarrubias, Ricardo - Los 67 gobernantes del México independiente. Publicaciones del Partido Revolucionario Institucional. Publicaciones mexicanas, S.C.L., México, 1968)

viernes, 25 de octubre de 2019

Colonización de Texas, 1821, 1823, 1824


Colonización de Texas, 1821, 1823, 1824


El primero de los documentos transcritos a continuación fue concertado entre Moisés Austin y el gobierno español, el 17 de enero de 1821. El segundo, entre Stephen F. Austin y el gobierno mexicano el 11 de marzo de 1823. El último, un decreto del gobierno federal del 18 de agosto de 1824. El objetivo era poblar el vasto territorio norteño, que había sido descuidado por completo por el Virreinato. Austin se interesó en él y se le otorgaron los permisos necesarios ante la falta de interés de los mexicanos por colonizar el norte.


  1. Permiso concedido a Moisés Austin para colonizar Texas.
1a Que pudiesen establecer en Texas trescientas familias precisamente de la Luisiana, e introducirlas por Moisés Austin.
2a Los individuos de estas familias debían de ser todos católicos romanos, o hacerse tales antes de entrar en el territorio de Texas.
3a Que trajesen consigo constancias fidedignas de su buena vida y costumbres.
4a Que prestasen todos el debido juramento de obedecer y defender al gobierno de rey de España, y de observar la constitución política de la monarquía española, sancionada en 1812.



     b)  Permiso de colonización a Stephen F. Austin
En cuanto a lo 2o se autoriza a Austin, para que, acompañado del gobernador de Texas o de un comisionado que éste nombre, proceda a repartir, señalar, y poner en posesión a cada uno de los nuevos colonos de la cantidad de tierra que va indicada, y que les espida el título a nombre del gobierno a cuyo fin y para los demás que indica el expediente, se remita copia testimoniada de él al expresado gobernador. En cuanto a lo tercero, todas las familias que a más de las trescientas citadas vengan a poblar Texas, deberán establecerse en lo interior de la provincia, y al lado de las antiguas poblaciones, en los términos prevenidos por la ley de colonización. En conformidad de la misma, y por lo tocante al cuarto punto se conceden a Austin por vía de indemnización de los gastos que ha erogado las porciones de terreno que corresponden a su familia, según lo dispuesto en el artículo 19 bajo las condiciones que en él se individualizan. En cuanto al quinto punto, se autoriza a Austin, para que con total arreglo a la ley indicada, proceda a formar una población de las familias que se hayan introducido e introduzcan hasta las trescientas del permiso en el sitio más a propósito del que actualmente ocupan, procurando que sea el más central posible de los terrenos distribuidos a los colonos, quienes deberían acreditar que son católicos, apostólicos Romanos, y de buenas costumbres; advirtiéndose que el gobernador de Texas o su comisionado en unión de Austin señale y mida el terreno donde deba fundarse la población indicada, vendiendo los terrenos para la fabricación de casas al precio  que se regule por peritos. Y en cuanto a los demás pormenores que se contienen en el referido punto, como pide Austin, quedando a cargo del gobernador de Texas, informar lo que se le ocurra para el arreglo del gobierno de esta población y que en ella y las demás que se funden sean auxiliadas con el Pasto espiritual, acerca de la ciudadanía que solicita Austin notifíquesele ocurra a la junta nacional instituyente a quien toca concedérsela; y por último se le autoriza para que organice a los nuevos colonos en cuerpos de milicia nacional, a fin de conservar la tranquilidad interior, dando cuenta de todo al gobernador de Texas y obrando bajo sus órdenes a las del capitán general de la provincia encargándosele al mismo tiempo que mientras se organiza el gobierno de la población administre justicia, corte las diferencias que se susciten entre los habitantes y conserve el buen orden y tranquilidad dando parte al gobierno de cualquier cosa notable que ocurra. -Andrés Quintana.
Es copia de sus originales de que certifico.- México 11 de marzo de 1823.- Valle.



c) Decreto del Gobierno Federal para colonización.
En plenas sesiones del segundo Congreso Constituyente, se dio el decreto de la colonización que a continuación se transcribe.

“El soberano Congreso general constituyente de los Estados Unidos Mexicanos, ha tenido a bien decretar:
1° La nación mexicana ofrece a los extranjeros que vengan a establecerse en su territorio, seguridad en sus personas y en sus propiedades, con tal que se sujeten a las leyes del país.
2° Son objeto de esta ley aquellos terrenos de la nación, que no siendo de propiedad particular, ni pertenecientes a corporación alguna o pueblo, pueden ser colonizados.
3° Para este efecto, los congresos de los Estados formarán a la mayor brevedad las leyes o reglamentos de colonización de su respectiva demarcación, conformándose en todo a la acta constitutiva, constitución general y reglas establecidas en esta ley…
...7° Antes del año de 1840 no podrá el congreso general prohibir la entrada de extranjeros a colonizar a no ser que circunstancias imperiosas lo obliguen a ello con respecto a los individuos de alguna nación.
8° El gobierno, sin perjudicar el objeto de esta ley, tomará las medidas de precaución que juzgue oportunas para la seguridad de la federación con respecto a los estranjeros que vengan a colonizar.
16° El gobierno, conforme a los principios establecidos en esta ley, procederá a la colonización de los territorios de la República.


(Tomado de: Matute, Álvaro - Antología. México en el siglo XIX. Fuentes e interpretaciones históricas. Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)






jueves, 24 de octubre de 2019

Félix Cuevas



Nació en Villa de Potes, Santander, España; murió en la Ciudad de México en 1918. Llegó al país en el último tercio del siglo XIX, amasó una fortuna considerable y a su muerte dejó dispuesto que con el valor de 4 mil acciones del Banco Nacional y algunos bonos de la Compañía de Ferrocarriles del Distrito se adquirieran inmuebles para dotar de habitación a personas desvalidas. Al constituirse la Fundación que llevó su nombre (23 de diciembre de 1922) se hizo constar que los ejecutores testamentarios habían adquirido los predios 92 y 94 de la calle del Doctor Navarro, los cuales cedieron a la Fundación Rafael Dondé para que estableciera en ellos un centro escolar para niños pobres.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Tomo III, Colima-Familia; México, D.F. 1977)


miércoles, 23 de octubre de 2019

La sal en Baja California



En cuanto a sales, hay allí sal común, sal gema y nitro. Estando la California rodeada del mar, casi todas por partes, no puede dejar de haber en ellas buenas salinas. Y en efecto, hay muchas: pero ninguna es comparable con la de la isla del Carmen situada en el golfo a los 26° frente al puerto de Loreto, del cual dista cuatro leguas. Esta isla, que tiene trece leguas de circunferencia, está toda desierta, y no se alimentan en ella más que ratones y un gran número de serpientes: en la parte occidental tiene una áspera montaña; pero el terreno de la parte oriental es llano, y en él se halla aquella salina que sin contradicción es una de las mejores del universo. Comienza a distancia de media legua del mar, y se extiende tanto, que no se alcanza a ver el fin, presentando al observador el espectáculo de una inmensa llanura cubierta de nieve. Su sal es blanquísima, cristalizada y pura, sin mezcla de tierra ni de otros cuerpos cuerpos extraños. Aunque no es tan dura como la piedra, se necesitan picos para trozarla, y de este modo la dividen en panes cuadrados de un tamaño proporcionado para que cada operario pueda llevar uno de ellos a cuestas. Este trabajo se ejecuta en las primeras y en las últimas horas del día, porque en las restantes refractan en ella los rayos del sol con tanta viveza, que deslumbran a los trabajadores. Aunque todas las flotas de Europa acudiesen a cargar sal de aquella salina, jamás podrían agotarla, no sólo por su grande extensión, sino principalmente porque se reproduce luego la sal que de ella se extrae: apenas pasan siete u ocho días después de haberle sacado la cantidad necesaria para cargar un barco, cuando la excavación está llena de nueva sal. Si ésta salina estuviera en algún país de la Europa, produciría al soberano que la poseyera una de las rentas más considerable que la que producen las famosas de Williska en Polonia, en cuya tenebrosa y horrible profundidad se sepultan tantos centenares de esclavos a sacar sal; mas en el Golfo de California no sirve más que de proveer a los pocos habitantes de aquella península. Aun en el lugar en que dios la puso pudiera ser mucho más útil si se excitara la industria de los habitantes de Sinaloa, de Culiacán y de los otros pueblos de la costa; porque siendo allí tan abundante y excelente la pesca, como después diremos, y habiendo toda la sal que se quiera sin que cueste nada, podrían hacer un comercio muy lucrativo de pescado salado con las provincias mediterráneas de la Nueva España.

Dos criaderos de sal gema se han descubierto en la península: el uno en la costa del mar Pacífico a los 26°, y el otro a los 28° en la llanura perteneciente a la misión de San Ignacio. La sal que de ellos se extrae es semejante en la blancura y pureza a la del Carmen, pero no es tan tersa y reluciente. En el monte del Rosario hay nitro puro, y en varios lugares le hay mezclado con tierra. 

El llamado por los mexicanos tequizquitl y por los españoles de México tequesquite, es más bien la espuma del nitro, de la cual se suelen servir en la Nueva España, como en Egipto, para hacer la legía de blanquear los lienzos, y para cocer las legumbres, que con este mineral se ponen más suaves y más sabrosas.

(Tomado de: Clavijero, Francisco Xavier - Historia de la antigua o Baja California. Estudio preliminar por Miguel León-Portilla. Colección “Sepan cuantos…” #143. Editorial Porrúa, S.A. México 1990)

martes, 22 de octubre de 2019

¿Por qué fue tan importante la minería en la Nueva España?

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¿Por qué fue tan importante la minería en la Nueva España?


Aunque inicialmente los conquistadores esperaron encontrar abundante oro y plata de forma accesible, los primeros resultados fueron más bien pobres. Fue hasta mediados del siglo XVI que colonizadores del norte descubrieron y explotaron los primeros yacimientos importantes de plata en Zacatecas. La búsqueda de nuevos yacimientos pronto se intensificó con buenos resultados pues ya para finales de dicho siglo se habían establecido destacadas exploraciones mineras, fundamentalmente de plata, en Guanajuato, Pachuca y otros enclaves. A ello se sumó la invención de un procedimiento novedoso de “beneficio”, es decir, de separación del mineral de los otros materiales que lo acompañan, por medio de la utilización del mercurio o azogue, como se le nombraba con más frecuencia en aquella época. Inició entonces un primer período de auge minero que concluyó hacia 1630, se recuperó lentamente a partir de 1665 y que volvió a despuntar a finales del periodo colonial, gracias a nuevas e importantes inversiones.
A pesar de que en un principio la producción de plata novohispana era modesta comparada con la de Perú (“la mesa con patas de plata”), a la postre resultó ser mucho más constante y creciente a pesar de sus altibajos, al punto que llegó a convertirse en la principal fuente de ingresos de la Corona. Ésta es una de las primeras razones de su importancia, puesto que, debido al constante estado de guerra de España con las demás potencias europeas, el rey dependió para mantener la administración y sus ejércitos de los impuestos que recababa por la explotación y comercio de los metales americanos. Este dinero no se quedaba en la metrópoli ya que la Corona se encontraba casi siempre endeudada con los banqueros de los países a los que combatía, quienes invertían sus ganancias en la naciente industria, de modo destacado, la de producción de telas de lana. Así las cosas, la plata de las colonias fue imprescindible en la formación de una burguesía financiera y, como consecuencia, en la primera etapa de industrialización europea. Además, debido a que en fechas tempranas se estableció en la Nueva España la primera Casa de Moneda en América (1537), la plata novohispana, convertida en moneda acuñada, también sirvió como instrumento de comercio prácticamente en todo el mundo durante muchas décadas.
Al interior del virreinato la minería también fue trascendental pues dio lugar a la formación de una poderosa clase social distinta a la de los conquistadores y encomenderos que diversificó sus inversiones y favoreció nuevas empresas. Esta clase contribuyó a la exploración de los territorios del norte y a su colonización, con gran éxito ahí donde se encontraron yacimientos mineros. Estos nuevos establecimientos, al igual que los otros centros mineros, produjeron a su vez un complejo económico en el que, alrededor de la mina y para satisfacer sus necesidades de abasto tanto de alimento como de bestias de carga, de insumos varios, etc., se fueron creando haciendas agrícolas y ganaderas que terminaron por abastecer no sólo a las propias minas, sino a las ciudades cercanas. De este modo se dibujó el escenario predominante del campo novohispano.


(Tomado de: Silva, Carlos - 101 preguntas de historia de México. Todo lo que un mexicano debería saber. Random House Mondadori, S. A. de C. V., México, D. F., 2008)