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lunes, 15 de septiembre de 2025

La organización de la CROM




 La organización


Desde el punto de vista formal, la CROM [Confederación Regional Obrera Mexicana] representaba todas las características de una organización democráticamente constituida. Su unidad básica era el sindicato de oficio, es el que se agrupaba los trabajadores de un ramo o de una fábrica. En el segundo nivel se hallaban las federaciones locales de una ciudad o de una región en que se producía principalmente una cosa. Estas federaciones integraban una federación estatal en cada entidad de la República. Por otra parte, la CROM emprendió la creación de federaciones industriales nacionales por oficios, logrando formar cuatro de éstas: Artes Gráficas, Obreros Portuarios, Ferrocarriles y Trabajadores de los Teatros

En teoría el ejecutivo de la CROM; es decir: su comité central, no debía ocuparse de otra cosa que de llevar a la práctica las decisiones de los congresos anuales. El párrafo que sigue es típico de la opinión que oficialmente representaban tanto Los líderes de la organización como sus propagandistas: 

Las bases de organización que se dio la CROM durante su primer año de vida resultaron ser psicológicamente sólidas, porque el carácter individualista del mexicano no admite mucho control desde arriba. Desde el punto de vista de su estructura interna, la CROM está armada internamente en forma menos compacta que, por ejemplo, el Trades Union Congress de La Gran Bretaña. Los sindicatos afiliados gozan de completa libertad para organizarse como mejor les parezca, con la única condición de que acepten las teorías generales del movimiento obrero

En la realidad las cosas eran muy distintas, como lo advirtieron algunos observadores extranjeros. En razón de su profunda participación en la política, las decisiones importantes de la CROM permanecían por lo general en secreto casi nunca eran reveladas ni siquiera a sus más altos funcionarios. 

El organismo interno que en la práctica tomaba las decisiones importantes era el conjunto de personas conocidos como Grupo Acción. Era encabezado por [Luis N.] Morones y lo integraban los socios de confianza del líder. No todos los dirigentes de la CROM formaban parte del Grupo Acción, que sólo en raras ocasiones tuvo más de veinte miembros; algunas figuras de gran influencia, como por ejemplo, Vicente Lombardo Toledano, nunca fueron miembros de este grupo, lo cual dio origen a muchos rencores y resentimientos contra Morones. La función del Grupo Acción era

…controlar todas las comisiones en los sindicatos y los puestos de elección popular, y para conseguirlo se dieron a la tarea de formar localmente y en cada sindicato un grupo con la misma denominación. 

Organizados en esa forma, los más listos y preparados se adueñaron de los puestos más jugosos que les rindieran mejor utilidad, y a los incondicionales, a cambio de un puesto inferior... se les comisionó para hacer escándalos, discutir y oponerse a todas las proposiciones que en los sindicatos se hicieron en contra del llamado grupo. La circulación de panfletos, libros y periódicos en que se atacaba a los líderes fue prohibida, y a todos los "enemigos" se les calificaron de "católicos" o de "rojos”.

En Puebla, por ejemplo, el Grupo Alpha procuró desde el principio ser la imagen fiel del Grupo Acción de la Ciudad de México.

Es evidente que la mayor parte de las maniobras políticas delicadas que hizo la CROM durante el gobierno de Calles fueron planeadas y discutidas por el Grupo Acción. El corolario de esta política fue la casi absoluta falta de información concreta sobre asuntos tales como la actitud de la organización hacia la táctica reeleccionista de Obregón. Cuando en 1928 se derrumbó la influencia política de la agrupación, en medio de la confusión surgida por el asesinato de Obregón, Lombardo Toledano y otros se apresuraron a acusar a Morones de realizar una especie de "diplomacia secreta" por encima de los dirigentes de la organización, diplomacia que consistía en el sacrificio de los mayores intereses de la clase obrera del país en aras de las egoístas luchas de facción. Morones fue obligado a presentar un informe que puso en evidencia la eficacia con que había logrado ocultar el curso y los resultados de su negociaciones con el gobierno.


(Tomado de Carr, Barry - El movimiento obrero y la política en México 1910-1929 ll. Secretaría de Educación Pública, Colección SepSetentas, #257, México, Distrito Federal, 1976)

domingo, 13 de julio de 2025

Convenio privado entre Álvaro Obregón y la CROM, 1919


Pacto secreto o convenio privado 


Puntos que, con el carácter de convenio privado, se presentan al C. Álvaro Obregón, como candidato de la clase obrera para ocupar la presidencia de la república. 


I. Nuestro deseo es que exista un ministerio especialmente para resolver todo lo relacionado con los intereses de los trabajadores, que se titule Ministerio de Trabajo, y que éste esté a cargo de persona identificada con las necesidades morales y materiales de los mismos.

II. Que mientras se lleva a efecto la iniciativa del punto Primero, sea nombrada una persona que tenga la identificación que señala el mismo punto, para que ocupe la cartera de Industria, Comercio y Trabajo. 

III. Que en la Secretaría de Agricultura y Fomento se dé cabida a un elemento suficientemente apto en el ramo, y que ese elemento le sean atendidas todas las indicaciones razonadas que sobre tal respecto haga. 

IV. Que para el nombramiento de las personas que señalan los puntos I, II y III se tome en consideración la opinión de los representantes del Partido Político que se formó a iniciativa de los suscritos; siendo condición para aquellos que reúnan las facultades propias para el desempeño del empleo. 

V. Que tan luego como esté aprobada la Ley del Trabajo, su promulgación sea inmediata, poniendo el Poder Ejecutivo de la Unión todo lo que esté en su parte para el mejor cumplimiento de la misma.

VI. Que se reconozca la personalidad legal al Comité Central de la Confederación Regional Obrera Mexicana para tratar directamente con el Ministerio de Trabajo, o en su defecto con el Poder Ejecutivo de la Unión, todos los asuntos relacionados con las agrupaciones de la República. 

VII. Que designe por lo menos un día de cada semana para efecto del punto anterior, salvo casos excepcionales que de suyo indicarán aquella necesidad. 

VIII. Que se den la facilidades necesarias para que puedan llevarse a la práctica todos los acuerdos tendientes a labrar el bienestar y progreso cultural de los trabajadores, a que han llegado en los Congresos Obreros efectuados en las ciudades de Saltillo, Coah.,  y Zacatecas, Zac., así como para los que se tomen en Congresos futuros. 

IX. Que se tomen en consideración las opiniones de los representantes de la organización Obrera del país, cuando se trate de llevar a cabo, por parte del Ejecutivo, reformas o procedimientos de interés general. 

X. Que se den las facilidades necesarias para la propaganda y organización obreras en el país. 

XI. Que se dé las facilidades necesarias para la propaganda de unificación obrera en el exterior de la República, con objeto de estrechar las relaciones de pueblo a pueblo, y así poder conjugar cualquier peligro internacional que pueda surgir. 


México, agosto 6 de 1919 


Álvaro Obregón    José F Gutiérrez 

Samuel O. Yúdico Ezequiel Salcedo 

Salvador Álvarez      Celestino Gasca 

Luis N. Morones      Eduardo Moneda 

Juan B. Fonseca Reynaldo Cervantes Torres 

Adalberto Polo José López Cortés


(Tomado de Carr, Barry - El movimiento obrero y la política en México, 1910-1929, ll. Secretaría de Educación Pública, Colección SepSetentas, #257, México, Distrito Federal, 1976)

lunes, 14 de noviembre de 2022

Causas y consecuencias de la guerra con México, 1847

 


Causas y consecuencias de la guerra con México

William Jay

[William Jay (1789-1858), hijo de John Jay, actor de la independencia norteamericana. Graduado de Yale, representa el tipo del reformador de la primera mitad del XIX, campeando por la abolición de la esclavitud, la paz y la difusión de la Biblia. Fundó la Sociedad Bíblica Americana y escribió para la Sociedad Británica Pacifista un librito para demostrar los males de la guerra (1842). Se opuso con ardor a la guerra y publicó en 1849 un libro para demostrar la culpabilidad de los Estados Unidos en la guerra del 47 (A Review of the Causes and Consequences of the Mexican War), que ha sido la obra más citada por los historiadores mexicanos. El trozo que incluimos es parte de ella]


INMEDIATAMENTE después que se obtuvo el voto final del senado en favor de la anexión de Texas, se levantó de su asiento un senador de la Florida y presentó una iniciativa en el sentido de que se declarara que el presidente debía emprender negociaciones inmediatas para obtener que se cediera la isla de Cuba a los Estados Unidos. No se proponía una acción determinada, pues el objeto que se perseguía con esa iniciativa era únicamente familiarizar al público con los métodos a que debía recurrirse para adquirir territorio esclavista. La anexión de Texas obraba exactamente en la misma forma en que el olor de la sangre excita a un lobo hambriento, y el ansia de adquirir territorios mexicanos, en vez de quedar satisfecha, provocaba una ferocidad voracísima. En realidad Texas había sido conquistada virtualmente bajo la administración de Mr. Tyler y hay razones para creer que Mr. Polk estaba decidido a que su administración se señalara por la anexión de California. Esta provincia había despertado desde hacía mucho tiempo la codicia de los esclavistas y se habían hecho grandes esfuerzos por orientar a la opinión pública de acuerdo con las funciones del presidente. Los periódicos abundaban en artículos referentes a la fertilidad de California, su enorme importancia para los Estados, como hecho incontrovertible los designios secretos de la Gran Bretaña de adjudicarse esos territorios ya fuese por la fuerza o bien mediante un tratado. Recordará el lector la prematura toma de posesión y anexión permanente de California que realizó el comodoro Jones; también tendrá presente que en un período anterior se hicieron muchos esfuerzos infructuosos por adquirir por compra esa provincia, en todo o en parte. Ya habían penetrado en esos territorios de California tan lejanos muchos aventureros incansables, y la opinión se había propagado extensamente de que una región demasiado valiosa y atractiva para que pudiera dejársele en poder de los mexicanos. El gobierno de México, aleccionado con lo ocurrido por efecto de la colonización de Texas, dio órdenes de que se expulsa de California a todos los ciudadanos de Estados Unidos. Nuestro ministro protestó contra esa disposición y entonces se modificó el ordenamiento del gobierno mexicano en el sentido de que quedaron incluidos todos los extranjeros considerados como peligrosos para la paz pública. Sin embargo, de ello, Mr. Calhoun secretario de Estado a la sazón, ordenó que se presentará una nueva protesta al gobierno mexicano.

Veamos ahora lo que confesó en unas declaraciones nuestro ministro Mr. Thompson: "A fines de diciembre de 1843 recibí noticias de que el gobierno mexicano había expedido una orden de expulsión contra los nacionales de Estados Unidos que se hallaran en el departamento de California y territorios circunvecinos. Hasta ese momento, sin embargo, no se había pretendido aplicar tal disposición. Unos cuantos años antes se había dado una orden semejante, que incluía no sólo a los ciudadanos de los Estados Unidos, sino también a los súbditos británicos; y la disposición se había puesto en práctica con gran perjuicio y en algunas ocasiones hasta con ruina total de las personas expulsadas. Durante seis meses habían luchado inútilmente los ministros de Inglaterra y de los Estados Unidos solicitando que se derogará la ley. Tuve la buena suerte, sin embargo, después de dirigir algunas notas severas al gobierno mexicano, de que se anulara el decreto, pero no antes de apelar a la última ratio de la diplomacia: exigir mis pasaportes, medida a la que rara vez puede apelar con justificación un agente diplomático sin órdenes expresas de su gobierno. Confieso que sentí positivo miedo de que se me enviasen los pasaportes; pero me pareció que el paso estaba justificado por las circunstancias y que con él ponía fin a una larga discusión. El resultado demostró que mis cálculos eran exactos. Se derogó la ley y se enviaron instrucciones en ese sentido a todos los Departamentos, algunos de los cuales se hallan a 2,000 millas de la capital. Confieso que al asumir esa actitud altiva respecto a la orden de expulsar a nuestra gente de California, sentí ciertos escrúpulos, porque se me había informado que estaba urdiéndose un complot por los americanos y otros extranjeros que residían en California y que pensaban repetir en aquel territorio las escenas que se habían desarrollado en Texas".

Al describir California, decía Mr. Thompson: "El azúcar, el arroz y el algodón tienen allí un clima que les es perfectamente propio." Claro está que los mismos móviles que produjeron las "escenas desarrolladas en Texas" darían origen a su reproducción en California. Ya veremos después que Mr. Thompson no estaba mal informado.

Había dos modos de adquirir a California: mediante negociaciones y mediante una guerra. Lo primero era lo más económico y probablemente lo segundo sería lo más expedito, pero a menos que fuese México quien rompiera las hostilidades, resultaría en extremo peligroso recurrir a la guerra exponiendo la popularidad y la estabilidad de la administración.

Si obráramos con alguna fanfarronería al presentar nuestras reclamaciones, hinchándolas hasta el punto máximo posible, y después ofrecíamos bondadosamente el echarlo todo al olvido a cambio de que se nos cediera la California, a lo cual podíamos agregar, para dulcificar la cosa, unos cuantos millones de compensación, quizá podríamos amedrentar a México hasta el punto de inducirlo a que nos cediera su provincia. Pero el resultado era dudoso. México había sido siempre tenaz en la defensa de su suelo y se había rehusado a aceptar todo cohecho a cambio de una parte de él. La única alternativa en pie era la guerra. México se hallaba en ese momento con una sensibilidad extrema por obra de los de Texas. Su ministro en Washington había pedido sus pasaportes al aprobarse la resolución conjunta de las cámaras legislativas. Mr. Shannon, después de insultar al gobierno con su conducta ofensiva, había salido de México y todo trato diplomático entre los dos países se hallaba en suspenso. En tales circunstancias no sería difícil provocar una guerra, y tal conflicto nos daría posesión de California. Pero luego, una guerra, para ser popular o siquiera tolerable para la gente del norte de los Estados Unidos que participaría de las cargas de la Guerra sin participar a la vez del botín que se obtuviese, tendría que ser "una guerra provocada por actos de México".

Así que lo más conveniente era intentar en primer término negociaciones pacíficas, y si fracasaban, producir la guerra induciendo a México a dar el primer golpe. Una guerra de este orden sería defensiva, no agresiva; claro que México sería humillado inmediatamente y nos tocaría a nosotros imponer las condiciones de paz, una de las cuales sería la renuncia a la provincia codiciada. Los hechos posteriores prueban que la política que acabamos de explicar fue la que adoptó desde luego Mr. Polk y a la cual se aferró con una pertinancia sin titubeos.


(Tomado de: Vázquez de Knauth, Josefina - Mexicanos y norteamericanos ante la guerra del 47. Colección SEP/Setentas #19. SEP, México, D. F., 1972)

sábado, 21 de diciembre de 2019

El comercio de Nuevo México, 1821-1823


Apertura del comercio

El año de 1821, la consumación de la independencia tuvo como consecuencia la apertura de la frontera. Los comerciantes norteamericanos habían estado aguardando ese momento, y se apresuraron a entrar aprovechando lo que Manning, en su historia de la diplomacia entre las dos naciones, llama una “relajación de las leyes aduanales”, y que Bancroft considera completamente abolidas. En realidad no habían sido del todo abolidas ni el orden se relajó; simplemente no existían. Bork, en su estudio sobre el comercio de Santa Fe, relata que al llegar los comerciantes norteamericanos a Nuevo México no había aduana debido a que en 1805 el virrey había decretado que todos los efectos cambiados en la feria anual quedasen libres de impuestos. Después de un estudio de las listas de los derechos de entrada sobre artículos extranjeros, Bork concluye que esos derechos no empezaron a cobrarse en la subcomisaría de Santa Fe sino en 1823, cuando más remoto. Sin que importe mucho esa diferencia de opiniones meramente legales, lo cierto es que gracias a la iniciativa de William Becknell dio comienzo el comercio terrestre entre las dos naciones vecinas. Josiah Gregg, en su afamada obra acerca del comercio de Santa Fe, nos da una deliciosa descripción de la entrada de una caravana a esta población. Al son de los gritos “los americanos”, “los carros”, “la entrada de la caravana”, los comerciantes llegaban en medio de un espíritu de fiesta. En varios de los diarios de estos comerciantes podemos advertir su gran emoción al verse admirados por toda una población; depositaban sus vagones en la aduana, y comenzaban su estancia en Santa Fe con la asistencia a un fandango organizado en su honor. Los primeros años del comercio se caracterizaron por una sincera y mutua simpatía. Gregg anota que incluso el inspector aduanal abría sólo algunos paquetes, por simpatía hacia los comerciantes y por el deseo de ayudar al incremento del comercio. El gobernador Facundo Melgares recibió muy bien al comerciante norteamericano que llegó a Santa Fe después de la independencia de México, y expresó su deseo de que los norteamericanos continuasen el intercambio; incluso se refirió a que, en caso de que desearan emigrar a Nuevo México, gustosamente les ofrecería facilidades.
El 23 de diciembre de 1821 el dictamen presentado por la comisión de Relaciones Exteriores a la soberana junta gubernativa del imperio pedía que se impulsara la colonización de las regiones norteñas. El dictamen se basaba en las leyes aprobadas por España durante la última legislatura de las cortes que, según criterio de la junta, contenían “máximas muy liberales… que harían la felicidad de las provincias de Tejas, Coahuila y Nuevo México”.
Las excelentes ganancias, la libertad concedida a los comerciantes arrestados y la calurosa bienvenida a los que vinieron después de la consumación de la independencia hicieron que el llamado comercio de Santa Fe creciera con rapidez. Para 1825, a sólo cuatro años de haberse iniciado el comercio, los comerciantes norteamericanos comprobaron que los mercados de Santa Fe habían sido explotados al máximo, por lo que comenzaron la marcha a Chihuahua. Fue esa ciudad la que eventualmente se convirtió en el emporio del comercio por tierra ya que sus minas y gran cantidad de especies redujeron gradualmente a Santa Fe a un mero puerto de entrada hacia los mercados interiores. Para 1830 se llevaban doscientos vagones con mercancías con mercancía por valor de 200 mil pesos. Al comienzo de la guerra entre México y los Estados Unidos el valor de los bienes que llegaban por Santa Fe a Chihuahua era de 3 a 5 millones de pesos al año, sin considerar el contrabando.
El comercio entre las dos naciones se había desarrollado mucho, pero… ¿estaba satisfecho el gobierno mexicano con ese comercio? El 23 de diciembre de 1821 la comisión de Relaciones Exteriores presentó a la junta gubernativa un informe que hablaba de las tendencias expansionistas de los Estados Unidos y del peligro que corrían las regiones norteñas de México. En el dictamen se habló de que los Estados Unidos estaban interesados en el comercio con México porque sus bajos precios les daban ventajas sobre el mexicano, lo que podría resultar “en la ruina de la agricultura, industria y comercio exterior del país”. Poco tiempo bastó a nuestro gobierno para recordar las advertencias del conde de Aranda acerca de la ambición norteamericana.
Antes de la consumación de la independencia, James Smith Wilcocks se encontraba en México como agente norteamericano. Fue él quien entregó al secretario de Estado John Quincy Adams la primera comunicación diplomática de México a los Estados Unidos, en la que le notificaba del triunfo de la independencia y pedía su reconocimiento. Adams contestó el 23 de abril de 1822 prometiendo el nombramiento de un ministro. Sin embargo sólo mandó enviados especiales. Wilcocks fue nombrado cónsul en la ciudad de México. William Becknell, el comerciante que había entablado el comercio con Santa Fe, fue comisionado en esa ciudad, y el agente comercial en Veracruz fue reconocido como funcionario consular. Por su parte, el 24 de septiembre de 1822, el imperio mexicano nombró como primer enviado extraordinario y ministro plenipotenciario a José Manuel Zozaya, quien fue recibido por el presidente de los Estados Unidos el 20 de diciembre de 1822; a las dos semanas fue reconocido oficialmente por el gobierno de los Estados Unidos, aunque el reconocimiento formal no se hizo sino hasta el 27 de enero de 1823.Manning, en su Early Diplomatic Relations between the U.S. and Mexico, informa que para 1823, a sólo un año del comienzo del comercio, el encargado de negocios del gobierno mexicano en Washington había aconsejado “prohibir o regular este comercio”. Desde su primer informe Manuel Zozaya había recomendado dejar pasar el tiempo suficiente para estudiar la propuesta de un tratado de comercio, pues temía que redundara sólo en beneficio de los Estados Unidos. En cuanto al problema de fronteras recomendaba dejarlas como en el tratado Onís-Adams de 1819. Zozaya escribía que recelaba de la política norteamericana “ya que la soberbia de los norteamericanos no les permitía considerar a los mexicanos como iguales, sino como inferiores”.
Mientras tanto, el representante de Misuri ante el Congreso, el senador Charles Bent, presentaba ante el senado de los Estados Unidos un proyecto de nueva ley. Pedía que se establecieran tratados con los indígenas para proteger las caravanas de comerciantes entre Misuri y Santa Fe, cónsules para vigilar el cumplimiento de las estipulaciones aduanales y la construcción de un camino entre Franklin, Misuri, y Santa Fe, Nuevo México. En sus Memorias el senador relató su búsqueda de razones y acontecimientos en que fundamentar su petición para una legislación extraordinaria. Citó las experiencias de un tal Augusto Storr, de Franklin, Misuri, que había conducido una expedición a Santa Fe el verano de 1824.
Entre los precedentes citados por Bent para obtener la aprobación de la petición se encontraba el del camino construido a través de los dominios de los creek y los territorios españoles para llegar a Nueva Orleáns, recién adquirida de los franceses. Lo que no dijo, pero los otros senadores comprendieron, fue que ese territorio había terminado por pertenecerles. El discurso del senador Bent es de gran interés para la historia de México por ser el primero que, pretendiendo basarse en hechos, presentó la situación de la frontera mexicana al congreso norteamericano. Como hemos visto, la actitud de superioridad anglosajona es evidente: “la consolidación de las instituciones republicanas, la mejoría de su condición moral y social, la restauración de sus artes perdidas, son sólo algunos de los efectos que la filantropía espera de ese comercio”. Como veremos, todas las relaciones con México serían justificadas por tales conceptos. 

(Tomado de: Moyano Pahissa, Ángela - El comercio de Santa Fe y la guerra del 47. Colección SepSetentas, #283. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1976)

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Francisco García Salinas


[1786-1841] Oriundo de Zacatecas, inició sus estudios en el convento de Guadalupe y los continuó en el Seminario Conciliar de Guadalajara. En el primero se preparaban entonces las misiones religiosas para todo el norte de la Nueva España y en el segundo los sacerdotes para el culto cristiano. En éste estudió latín, filosofía y teología pero, sin vocación para el sacerdocio, retornó a Zacatecas y se dedicó a los trabajos de la minería, como empleado algunas veces y como minero otras.
Con 35 años al consumarse la Independencia, se inició en las actividades políticas como miembro del ayuntamiento; más tarde como diputado al congreso constituyente de 1823; senador y ministro de Hacienda durante el gobierno de Guadalupe Victoria, y gobernador de su estado natal que era ya baluarte del federalismo. Eran los tiempos en que España intentaba la reconquista de México con la expedición de Barradas -1829-; en que la conjura de Alamán, Bustamante y Facio consumó el asesinato de Vicente Guerrero, y en que la lucha entre conservadores y liberales se presentaba en todos los campos de la actividad humana.
Pero entre los nubarrones que ensombrecían el porvenir de la Independencia, en la provincia zacatecana un hombre se empeñaba en plasmar en hechos el pensamiento liberal que ya se anunciaba en el horizonte de México: Francisco García Salinas. Minero de profesión y liberal por patriotismo, promovió como gobernante la creación de un Banco Agrícola para “proteger, a los agricultores pobres, por medio de la adquisición de terrenos que serían rentados perpetuamente a personas que carecieran de propiedad raíz”.
El fondo del banco debían formarlo: “La tercera parte de los productos líquidos de la renta del tabaco; la tercera parte de los diezmos que correspondían al Estado, y el valor de las obras pías consistentes en fincas rústicas bienes muebles y terrenos de cualquier clase.” Con ello pretendían “proporcionar trabajo a numerosas familias para combatir la vagancia y el bandolerismo… fomentar la enseñanza y evitar la dilapidación de los bienes o legados en favor de las obras pías, que eran entonces mal administradas”.
No es necesario indicar que de esta manera García Salinas se anticipó a la esencia misma de la Reforma que más tarde, en 1833, había de conformar Gómez Farías y consumar la generación liberal de 1857. “Con multitud de textos Bíblicos, doctrinas de Santos Padres, sentencias de príncipes y autores católicos y reglas canónicas”, el cabildo eclesiástico de Guadalajara se opuso a la ley, pero, no obstante, la legislatura de Zacatecas respondió decretando la prohibición para que los eclesiásticos fueran electos diputados, en virtud de que el ministerio espiritual de ellos era incompatible con las funciones legislativas.
Por conducto del Banco Agrícola, el gobierno de García Salinas compró algunas haciendas para dividirlas en lotes y repartirlos entre labradores pobres para su cultivo; abrió pozos artesianos para el riego y adquirió ganado merino fino para obtener, mediante el cruzamiento, lana de mejor calidad y renovar la confección de paños y casimires de Aguascalientes.
con el propósito de impulsar la minería y como contemporáneo de Lucas Alamán, de Gómez Farías y el doctor Mora, con quienes tuvo trato y amistad, Francisco García Salinas, más que como teórico o técnico como minero y liberal, organizó compañías con accionistas de la entidad; proyectó la construcción de un socavón de tres leguas para unir las mejores vetas de la región y desaguar las minas, aumentar su producción y favorecer el riego para la agricultura. Introdujo, también, las primeras máquinas de vapor en los tiros de las minas.
Concebida así la reforma liberal desde sus raíces económicas -minería, industria y agricultura-, la defensa del federalismo y de la soberanía de los estados, la libertad de imprenta y de pensamiento y la política educativa de la entidad, forzosamente concurrieron en el ideal liberal propuesto: la propagación de la educación primaria; la fundación de la primera biblioteca pública en el estado; la conversión de la cárcel colonial en teatro para el pueblo; la fundación de un colegio de enseñanza superior en Jerez, y la creación de una cátedra de dibujo en el colegio de San Luis Gonzaga. Todo eso a cargo del poder civil.
En Francisco García Salinas pues, llamado por sus coterráneos Tata Pachito, concurren sin complicaciones académicas ni retóricas liberales los pensamientos reformistas estrictamente económicos de Alamán, las concepciones políticas y educativas de Gómez Farías y el doctor Mora, sobre el escenario de la provincia mexicana, a doce años de la Independencia.
Más todavía, en 1831 en funciones de gobernador y por decreto de la legislatura local, convocó a un concurso nacional para seleccionar la mejor disertación acerca del Arreglo y aplicación de las rentas y los bienes eclesiásticos y, con ello, a más de remover la conciencia pública trasponiendo los límites de la provincia, descubrió para México al hombre que elaboró el documento liberal de más alta jerarquía: José María Luis Mora.

(Tomado de: Mejía Zúñiga, Raúl - Benito Juárez y su generación. Colección SepSetentas, núm. 30. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1972)

lunes, 9 de septiembre de 2019

El comercio de Nuevo México, antes de 1821


Antecedentes del comercio de Santa Fe

[...]
Como las leyes coloniales prohibían todo comercio con el extranjero, el comercio entre Luisiana y Nuevo México que existía desde finales del siglo XVII se hacía a través de los pieles rojas. El derecho de asiento concedido a los ingleses empezó en 1713 con el tratado de Utrecht, y fue entonces cuando los franceses de la Luisiana establecieron el fuerte de Natchitoches, en el Misisipí. Un par de años después, en 1717, Louis Juchereau de St. Denis, que trataba de establecer comercio directo entre Luisiana y Nuevo México, fue apresado en territorio de Nuevo México y enviado a la capital. Sus guías, los pieles rojas, pudieron seguir acudiendo a las ferias anuales de Santa Fe y Taos, a las que llamaban cambalaches, y donde llevaban pieles de cíbola y tasajo para cambiar por cuchillos, pucheros, ollas de cobre.
Cuando en 1803 Luisiana pasó a manos de los Estados Unidos, los mercaderes franceses y los angloamericanos intercambiaron información, lo que habría de despertar el interés de la frontera norteamericana por un probable comercio con Santa Fe cuando esas notas fueron suficientemente conocidas.
A principios del siglo XIX Zabulon Montgomery Pike, en su estudio de las provincias fronterizas de la Nueva España, nombró a William Morrison, de Kaskasia, Illinois, como el primer norteamericano que organizó una aventura comercial hacia Nuevo México, doce años después de la apertura del Camino Real. Morrison había enviado a Batista Lalande a comerciar a Santa Fe, pero éste se quedó a vivir ahí, guardándose el producto de la mercancía. Pike, enviado a reconocer el territorio cercano a Nuevo México, pasó por Kaskasia, y Morrison le pidió que presentara una demanda contra Batista Lalande. La lectura del diario de Pike resulta de interés. Pike se valió de la demanda como pretexto para enviar a uno de sus acompañantes, el doctor Robinson, a explorar el territorio cercano a Santa Fe, en un intento por estudiar las perspectivas de comercio, fuerzas militares y conocimiento del país en general.
Pike relata el establecimiento de dos ciudadanos norteamericanos en Santa Fe: Lalande y un tal James Parsley, llegados en 1802. El permiso de residencia de ambos tal vez lo obtuvo don Pedro Bautista Pino, delegado de Nuevo México a las cortes de Cádiz, quien había recomendado al virrey la apertura de Santa Fe con el propósito de equilibrar su balanza comercial, puesto que el gobierno de Nuevo México tenía un déficit anual de 52 mil pesos debido a que sus importaciones ascendían a 112 mil pesos al año mientras que sus exportaciones sólo llegaban a 60 mil.
El teniente Zabulon Montgomery Pike había sido enviado por el gobierno estadounidense a reconocer y explorar el territorio desde San Luis Misuri hasta las fuentes del Misisipí, y de ahí a la Luisiana. Resulta curioso que en el momento de ser arrestado haya consignado en su diario que había tenido intención de penetrar en territorio español: “Nuestra mira era la de conseguir el conocimiento del país en cuanto a prospectos para el comercio, su fuerza, etcétera”.
Cleve Hallenbeck, en su Land of Conquistors, opina que los historiadores contemporáneos concuerdan en que Pike debe haber tenido instrucciones que nunca se hicieron públicas. No hay duda de que el viaje había sido organizado con algo de misterio; el mismo Pike se quejó de que muchos de sus compatriotas lo acusaban de haber sido parte de un siniestro proyecto organizado por el general Wilkinson. Años más tarde Josiah Gregg, en su importante estudio del comercio de Santa Fe, relató cómo muchos de sus contemporáneos creían que la expedición de Pike había tenido relación con el famoso proyecto de Aaron Burr, vicepresidente de los Estados Unidos, quien fue acusado de querer formar un imperio posiblemente con la Luisiana, Texas y México. Aunque su actuación es aún fuente de controversia, sabemos que dijo a Andrew Jackson que planeaba invadir la Nueva España. Sea como fuere, Hallenbeck insiste en que la reiterada aseveración de Pike de que no sabía que se encontraba en el Río Bravo era falsa, ya que para entonces había mapas españoles en los Estados Unidos y el general Wilkinson seguramente poseía alguno.
Esa fue la época en que la nación norteamericana discutía con España la extensión del recién adquirido territorio de la Luisiana. [...]
En ese marco histórico de desarrolló la expedición del teniente Zabulon Pike. Según Beck, en su Historia de Nuevo México, el más reciente estudio de la conspiración de Aaron Burr prueba que “la entrada del teniente Pike en Nuevo México fue un efecto secundario de la conspiración, y constituyó un probable intento de preparar el camino para un atentado filibustero”. Beck llama a Pike “cómplice involuntario del traidor general Wilkinson”, quien por haber perdido la confianza de Burr estaba listo para delatarlo. Considera que el doctor Robinson, acompañante de Pike, era probablemente un agente de Wilkinson que revelaría a los españoles los proyectos de Burr relativos a la posibilidad de invadir el norte de la Nueva España. En cuanto al pretexto de cobrar la deuda que Lalande, el comerciante prófugo, tenía con Morrison, fue un invento para proteger a Pike en caso de que la proyectada guerra con España comenzara durante su largo viaje. Pike construyó un fuerte en el Río Bravo, hacho que Beck interpreta como la creación de una excusa para poder reclamar ese territorio en caso de guerra con España. El análisis de la expedición de Pike lo lleva a afirmar que los papeles en poder de Pike convencieron a los españoles de que su finalidad era reclamar todo el territorio bañado por los tributarios del Misisipí, y controlar las tribus indígenas del área. [...]
En cuanto al proyectado reconocimiento de las provincias fronterizas de la Nueva España, Pike parece haberlo llevado a cabo extensamente, aunque no con profundidad. Además de escribir con detalle lo observado en el trayecto de Santa Fe a Chihuahua, Pike incluyó un extenso apéndice en el que proporcionaba infinidad de datos geográficos, políticos y económicos acerca de las provincias de la Nueva Vizcaya, Sonora, Sinaloa, Coahuila, Durango y hasta Guanajuato. Su relato es digno de leerse por ser el primero de una lista de relatos-diarios de norteamericanos que viajaron a Nuevo México y a otras provincias fronterizas en la época que precedió a la guerra con México. sus prejuicios encabezaron la lista de aquellos a quienes su fanatismo racial y religioso impidió ver algún valor en las costumbre hispanomexicanas.
Por medio de Pike sabemos cómo era Santa Fe entonces: un típico pueblo novohispano de la frontera, con su aspecto de aldea miserable, a excepción de sus iglesias. Santa Fe comerciaba con el resto de la Nueva España a través de Vizcaya, Sonora y Sinaloa, vendiendo 30 mil borregos al año, tabaco, pieles de venados, cabrito y búfalo, sal y estaño. Recibía productos manufacturados, armas, azúcar, hierro, municiones y vinos. De Sonora a Sinaloa llegaba oro, plata y queso. Durante su viaje Pike cayó en los prejuicios del tiempo y la tradicional leyenda negra, tan arraigada ya en las mentes estadounidenses: el atraso científico de los novohispanos, su degradación moral, la frivolidad de sus mujeres, el fanatismo y la superstición religiosa, su actitud servil ante las autoridades, no eran más que el fruto normal de su herencia española, y esto a pesar de que en su prólogo Pike dice haber suprimido muchas observaciones sobre las costumbres novohispanas por gratitud a aquellos que lo habían ayudado. Entre sus reflexiones anota que en “hospitalidad, generosidad y sobriedad la gente de la Nueva España destaca en el mundo, pero en patriotismo, energía de carácter e independencia de alma se encuentra entre lo más bajo”. Esto no dejaba de ser contradictorio. Una cosa era la realidad y otra los estereotipos.
Por el gran número de observaciones culturales y geográficas la lectura de la relación de Pike vale la pena. Además no hay que olvidar que fue el primer viajero estadounidense en nuestras provincias fronterizas. Su libro termina con la relación del viaje de regreso, durante el cual le fue prohibido hacer observaciones astronómicas o tomar cualquier nota. Los prisioneros fueron llevados por los caminos más desconocidos para que Pike no pudiese tomar nota mental, según él interpretó, por miedo de una invasión. No sabía que su sarcasmo anotaba lo que sería muy verdadero: Pickney, ministro de Estados Unidos en España, la amenazaría con una guerra si no vendía Florida oriental a su país. Como consecuencia de lo visto y oído, Pike terminó su libro pidiendo veinte mil voluntarios para ayudar a la Nueva España a obtener su independencia. Los Estados Unidos se beneficiarían si ayudaban a la emancipación ya que se podrían hacer cargo del comercio de un país rico que, en opinión de Pike, nunca sería una nación de marinos.
La influencia de la relación de Pike en la nación norteamericana fue grande, pues enfatizaba el contraste entre las baratísimas materias primas de los estados fronterizos de México y los exorbitantes precios que pagaban por los productos manufacturados provenientes del centro del país, por lo que no es raro que pensara que los norteamericanos podrían terminar el desequilibrio comercial con los productos de su país, sin duda más baratos.
Interesado por el relato de Pike, y quizá con la idea de que la revolución de Hidalgo habría terminado con las restricciones comerciales, en el verano de 1812 Robert McKnight llegó a Santa Fe con una expedición, pero fue arrestado y estuvo en la cárcel de Chihuahua hasta 1822. Durante esos diez años el senador Benton, representante de Misuri ante el congreso de los Estados Unidos, trató inútilmente de que el secretario de Estado lo liberara. En 1815 Auguste Choteau y su expedición recibieron permiso del gobernador de Nuevo México, Alberto Mainez, para acampar al este del río Rojo y desde ahí comerciar con San Fernando de Taos y Santa Fe. Dos años después el nuevo gobernador, Pedro María de Allende, les retiró el permiso y los mandó arrestar. Un batallón de doscientos hombres fue enviado a buscar un fuerte estadounidense que se decía existía en el río de las Ánimas. No encontraron el fuerte pero Choteau y sus hombres, además de ser arrestados, fueron despojados de todos sus bienes. Como éstos ascendían a 30,338 pesos, Choteau y sus acompañantes se dirigieron a San Luis Misuri a pedir protección y ayuda a su gobierno. Esa demanda por confiscación de bienes parece haber sido la primera demanda comercial hecha al gobierno virreinal en relación con el comercio de Santa Fe. El caso de Choteau tiene una gran importancia histórica porque fue el típico de lo que sucedería a través de la historia de este comercio: Las autoridades de Nuevo México, nativas de esa región, estarían siempre dispuestas a conceder privilegios, a lo que las autoridades llegadas de la capital del país se opondrían. El gobernador Mainez, nacido en Nuevo México, trató de desarrollar un comercio para levantar la situación económica de la región. Por eso dio la concesión a Choteau; en cambio, el gobernador Allende, enviado de la capital, estaba empeñado en hacer efectivos los mandatos de la misma. Desde tiempos de la colonia la política del gobierno mexicano pareció haber confundido el bien de la nación con el de la capital. En la capital se veía claro el problema de la soberanía, que no lo era tanto en la provincia.


(Tomado de: Moyano Pahissa, Ángela - El comercio de Santa Fe y la guerra del 47. Colección SepSetentas, #283. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1976)    

sábado, 19 de mayo de 2018

José María Luis Mora

José María Luis Mora



Con la firma de Un ciudadano de Zacatecas, en 1831, cierto estudio magistral triunfó en un concurso convocado por la legislatura local de esa entidad. El estudio se intitulaba: Discurso sobre la naturaleza y aplicación de las rentas y los bienes eclesiásticos. Su autor era José María Luis Mora.


Con dicho estudio inició el largo proceso de secularización de la nación mexicana; en la calidad y el ejemplo, la visión clara de la realidad, la honestidad y desinterés de ese hombre, la generación liberal de 1857 tuvo a uno de sus mejores maestros. Su pensamiento la dotó del primer programa económico, político y social que llevó a la estructuración de México en el curso del siglo XIX.



Nacido en Chamacuero (hoy Comonfort, Guanajuato) Mora estudió en Querétaro y en la ciudad de México. Licenciado y doctor en Teología se ordenó sacerdote y en 1825 realizó por sí mismo los estudios de abogado y presentó el examen correspondiente en el estado de México. Armado con un enorme caudal de conocimientos que abarcaban –dice Silva Herzog- todas las ciencias sociales: derecho, historia, sociología, ciencia económica, política, ciencia de la educación, estadística y un acabado pensamiento filosófico, el doctor Mora abordó la vida pública como el más acabado y prístino reformador.



Maestro de latín y humanidades en el colegio de San Ildefonso en 1820, y del curso de economía política por él establecido en la misma institución en 1823, contempló desde la cátedra y el estudio los acontecimientos que estremecían a la nación, y los analizó con frialdad y con valor a través de su amplísima cultura. Como diputado al congreso constituyente del estado de México, colaboró en la formulación de leyes hacendarias, de ayuntamientos y de las que creó el Instituto Científico y Literario de dicha entidad, donde más tarde estudiaron Ignacio M. Altamirano e Ignacio Ramírez.



En 1831 reveses políticos lo hicieron refugiarse en Zacatecas, al amparo del grupo liberal formado por Valentín Gómez Farías y Francisco García Salinas. En ese lugar Mora escribió el Catecismo Político de la Federación y el Discurso sobre la naturaleza y aplicación de las rentas y los bienes eclesiásticos, considerado como “el documento más concienzudo, erudito y dialéctico que sobre esa materia se ha escrito en México y en toda América”.



Electo diputado al congreso general de la República por el estado de Guanajuato en 1833, inspiró la brillante administración de Gómez Farías, en la que culminó la actividad creadora del doctor Mora, para continuar en 1835 en el exilio y perpetuarse hasta nuestros días pues, en palabras de Herzog, “su figura crece cada día, como el árbol copudo y frondoso que ofrece en la llanura asilo al caminante”.



Fue entonces uno de los seis directores de la Dirección General de Instrucción Pública, director de Ciencias Ideológicas y Humanidades y el encargado de la elaboración del plan educativo para México. Sencillo y modesto, Mora trató siempre de ocultarse tras su propio pensamiento al considerar que “las cuestiones se hacen odiosas porque personalizan, ya que el medio más seguro para hacer ilusorias las reformas es envolver las cosas en las personas”.



Su decisión y energía se aprecian en sus palabras: “Si a todo se le tiene miedo y se buscan medidas que carezcan absolutamente de inconvenientes, no será posible hallarlas, ni se adelantará jamás un paso en las reformas sociales tan urgentes en el estado actual de la República.” El sociólogo y educador se revela: “Si la educación es el monopolio de ciertas clases y de un número más o menos reducido de familias, no hay que esperar ni pensar en sistema representativo, menos republicano, y todavía menos popular. La oligarquía es el régimen inevitable de un pueblo ignorante.”



Mora opuso a la escolástica colonial, hace un siglo, el culto a los héroes; y al absolutismo de los Borbones el sistema representativo, la división de poderes en el gobierno, elecciones periódicas y populares, la libertad de producir y de comerciar, de imprenta y de pensamiento, la inviolabilidad de la propiedad y la responsabilidad de los funcionarios públicos.



Las obras de Mora bien pueden considerarse como los documentos reformistas más completos de la época.


(Tomado de: Mejía Zúñiga, Raúl - Benito Juárez y su generación. Colección SepSetentas, núm. 30. Secretaría de Educación Pública, México, D.F., 1972)