La Historia de Mexico y de los mexicanos como se ha escrito: a través de diarios, de proclamas, de actas, de folletos, de libros. Los testimonios, los datos fríos, los análisis, las letras espontáneas de los corridos. Finalmente, nuestra historia. ¡No nos pierdas la pista!
(¿?-1819) Doctor en teología, vicerrector del Seminario de Guadalajara, cura párroco en diferentes pueblos, se adhirió al movimiento independentista por problemas con las autoridades virreinales. En Zitácuaro ofrece sus servicios a la Junta y pronto se dedica a redactar e imprimir periódicos.
Cos, “criollo de comprensión profunda -a decir de Urbina-, rápido en la discusión, caprichoso y violento en el carácter, de muy educado ingenio, fundó el Ilustrador Nacional (11 de abril al 11 de mayo de 1812) en una población lejana del centro (Sultepec); lo fundó sin elementos, construyendo con sus propias manos una imprenta, labrando en trozos de madera unos caracteres, usando una mezcla de aceite y añil como tinta, poniendo no sólo su inteligencia y sabiduría al servicio de la causa sino también si inventiva, su trabajo mecánico, su industriosa habilidad”.
Después del Ilustrador Nacional, que fue el segundo periódico insurgente, Cos emprende la publicación del Ilustrador Americano (treinta y seis números comprendidos entre el 12 de octubre de 1812 y el 17 de abril de 1813) y del Semanario Político Americano (veintisiete números editados del 19 de julio de 1812 al 17 de enero de 1813). Estos dos últimos periódicos los imprime Cos en una verdadera imprenta, hecha llegar al frente por los Guadalupes.
En 1815 Cos pide y obtiene el indulto, después de enemistarse con sus antiguos compañeros de armas.
(Tomado de: Carballo, Emmanuel (Prólogo y selección) - El periodismo durante la guerra de Independencia. Editorial Jus, S. A. de C. V., México, D. F., 2010)
Henriette Sonntag, famosa coloratura alemana contratada por el Teatro Nacional de México para la temporada de ópera, estaba fatigada de los empalagosos homenajes que le rendía la sociedad capitalina de mediados del siglo XIX. Tenía además que soportar interminables demostraciones de talento musical de cuanta aristocrática señorita que estudiaba canto, y cuando el director de ópera Agustín Balderas le pidió que escuchara a su discípula de 9 años de edad, la prima donna exhaló un suspiro de desaliento antes de aceptar.
Cuando vio aparecer a la chiquilla en la sala de su residencia, quedó aturdida por la sorpresa. Pobremente vestida, chaparra y regordeta, de piernas flacas y torcidas, la niña tenía la cara ancha, el cutis de un prieto amarillento, la nariz chata y roma y una boca enorme. Lo más desagradable eran sus ojos, saltones y estrábicos. Acentuada la torpeza de sus movimientos por el miedo a la admirada cantante, saludó con grotesca falta de gracia y sin más preámbulos se puso a cantar la Cavatina de la ópera Belisario.
La diva cambió de expresión al percibir el timbre de increíble dulzura y la voz potente que la garganta modulaba con asombrosa flexibilidad. Desbordante de entusiasmo, en cuanto la niña hubo terminado, quiso probar las posibilidades de una voz que alcanzaba sin esfuerzos el do natural y que, en cuanto a puntos superiores flauteados, parecía no tener fin; trazó un pentagrama, inscribió en él algunos ejercicios con saltos que sólo ella dominaba y los puso en manos de su visitante. Ésta los estudió un momento y en seguida atacó y sorteó fácilmente todas las dificultades.
-¿Cómo te llamas, maravilla? -preguntó Henriette Sonntag.
-Ángela Peralta…
-Si te llevaran a Italia, llegarias a ser una de las cantantes más grandes de Europa.
Oírla sin verla
Poco se sabe de la vida de Ángela Peralta en los años anteriores a su encuentro con Henriette Sonntag. Era de condición evidentemente humilde y se asegura que trabajó de criada en Puebla. lo cierto es que llegó a ser una excelente soprano ligera, y que tenía 15 años cuando debutó en el Teatro Nacional de la ciudad de México, cantando el papel de Leonora en el Trovador de Verdi.
Meses más tarde viajó a Italia con el propósito de estudiar. De paso por Cádiz, la crítica española le tributó grandes elogios y le dio el título de “El ruiseñor mexicano”, que habría de ostentar toda su vida. La Peralta estudió en Milán, donde su maestro exclamaba entusiasmado: -¡Angelical de voz y de nombre! -y debutó en el teatro de la Scala de esa ciudad a los 18 años, el 13 de mayo de 1862, con Lucía de Lammernoor de Donizetti. En su siguiente actuación en Turín, en la que sería su gran creación, Sonámbula, de Bellini, deslumbró materialmente al público. Los contratos menudearon y la Peralta emprendió una gira por Piacenza, Alejandría, Reggio, Pisa, nuevamente Turín, Piamonte, Bérgamo, Cremona, Colonia, Lisboa. Muy pronto pudo jactarse de haber cantado en todas las grandes salas europeas y con los mejores tenores de su tiempo. Su interpretación de Los Puritanos de Bellini le valió una medalla de la Sociedad Filarmónica de Bolonia. En esa época, en la que no abundaban en la ópera los grandes actores, no era tan notoria como lo sería ahora su falta de gracia escénica. Su mímica exagerada rayaba a veces en lo grotesco y no había relación alguna entre la belleza de su voz y la fealdad de su apariencia. Pero era tal su magnetismo que el público, conquistado, se levantaba al terminar cada función para aplaudir gritando a coro: ¡Ángela!¡Ángela!
Fuera del escenario se sentía sola y desvalida. Pero aprendió a desenvolverse en medio de musicófilos parlanchines, perdió la timidez y se transformó pronto en una mujer capaz de ir contra viento y marea.
El regreso a México
Entre tanto, las noticias de sus triunfos conmovían a la patria. Una de las anécdotas que corrían sobre la Peralta se refiere a la gran soprano Adelina Patti, mujer hermosísima, quien se mostraba indiferente y altiva frente a la mexicana. Invitada a cantar, la Patti quiso demostrar su superioridad e hizo prodigios. Al terminar su aria, dijo en voz baja a la Peralta: -Así cantamos en Italia.
Ángela logró que también la invitaran al estrado. Cantó entonces, como pocas veces volvería a hacerlo, la aria de Sonámbula, hechizando a toda los asistentes, que acudieron en masa a felicitarla. La oyeron susurrar a su competidora: -Así cantamos en México -y cuentan que uno de los violinistas gritó: -¡Así se canta en la gloria!
La anécdota, aunque de dudosa veracidad, muestra la simpatía con que veían en México a la Peralta, simpatía gratuita y nacionalista incubada durante los 5 años que duró su ausencia. La cantante tenía 20 años cuando regresó al Teatro Nacional por gestiones que hizo el emperador Maximiliano.
La recibieron tumultuosamente. La muchedumbre desenganchó los caballos de la carroza que la transportaba y tiró del vehículo entre gritos de bienvenida y lluvia de flores. Ángela quiso reaparecer en su papel preferido, la Amina de Sonámbula, y el público le tributó delirantes ovaciones. Durante uno de los entreactos se leyó una carta de Maximiliano, quien la nombraba Cantarina de Cámara de la casa imperial y le enviaba, como regalo especialísimo, un aderezo de brillantes. (En el momento en que la fuerza del emperador declinaba, este gesto despertó comentarios adversos y hasta el ataque periodístico de Ignacio Manuel Altamirano; pero la diva jamás perdió popularidad entre el pueblo.)
Los mejores años
Ángela hizo una gira por todo el país y 2 años más tarde partió de nuevo al extranjero. En 1866, a los 22 años de edad, casó con su primo Eugenio Castera. Al añosiguiente debutó en la Ópera de la Habana, donde recibió las primeras críticas adversas por sus limitaciones como actriz. Actuó luego en Nueva York, Módena, Brescia y Florencia. Como todas sus colegas de la época, pasó también, entre 1869 y 1870, por las prestigiadas compañías de opereta y zarzuela de Madrid.
Por aquellos días, la bohemia internacional comentaban en los cafés el mal trato que Eugenio Castera daba a la Peralta. Los compañeros de zarzuela se dieron cuenta muy pronto de que la salud mental de Castera distaba mucho de ser perfecta; poco después, éste tuvo crisis que preocuparon a los doctores, y llegó a empeorar en tal forma que Ángela se vio obligada a regresar a México tras declinar una invitación para cantar en la Ópera de Moscú y en la de San Petersburgo.
El público mexicano la recibió con el fervor de siempre. Esta vez, la soprano incluyó en sus temporadas algunas óperas nacionales, como el Guatimotzin, de Aniceto Ortega, que cantó en compañía de Enrico de Tamberlick, uno de los grandes tenores de su tiempo. Los triunfos de taquilla señalaban que la cantante estaba en su apogeo. Consciente de ello, integró su propia compañía y recorrió todo el país. Pero Eugenio Castera empeoró en tal forma que Ángela decidió retirarse temporalmente para cuidarlo. Con los años y los médicos se esfumaron sus bienes.
El “asesinato” de Ruy Blas
En 1876, a los 32 años, reapareció con una larga serie de óperas. En 4 abonos se pusieron 27 obras diferentes. Poco a poco, la opinión pública comenzó a cambiar. Se comentaban con sarcasmo las intimidades de Ángela con el licenciado Julián Montiel Duarte; los periódicos propagaban noticias malévolas sobre su vida privada; los antimaximilianistas no perdían ocasión de atacarla. En 1877 murió Eugenio Castera en una casa de salud.
Tres años después Ángela reorganizó su compañía. La situación era difícil y tuvo que contratar a cantantes baratos. Ella misma no era más que una sombra de lo que fue. El público se sintió defraudado y su reacción fue violenta. Durante la función de Aída, la mayoría de los espectadores sisearon y un crítico señaló: “Fue un fracaso de lo más extraordinario y colosal que recordamos”. A propósito del Ruy Blas de Marchetti, las crónicas no pudieron ser más crueles: “A las 8 de la noche del viernes de la última semana -comentaban- fue asesinado en el Teatro Nacional, con premeditación y ventaja, un extranjero que según algunos testigos se llamaba Ruy Blas. Fue imposible identificarlo por lo desfigurado del cadáver”. La temporada se suspendió con el pretexto de una enfermedad del director. Esto era el resultado de una carrera conducida con gran imprudencia. Se sabe que Ángela cantó 166 veces Lucía, 166 Los puritanos y 122 Sonámbula. Fue desenfrenada la forma en que explotó su garganta, gastada prematuramente.
La fiebre amarilla
Las relaciones de Ángela Peralta con el licenciado Montiel y Duarte se hicieron públicas y ambos organizaron giras por la provincia, donde la cantante fue recibida con cordialidad. A excepción de un evento oficial en el que se vio comprometida a participar por el año de 1882, la soprano nunca más volvió a cantar en la ciudad de México.
Sus últimos años fueron tristes. Cosechó pequeños triunfos en las ciudades del interior, pero una ceguera progresiva entorpecía su actuación sobre los escenarios; su amante le daba malos tratos, y su situación económica empeoró en tal forma que tuvo que regresar a México para vender sus casas hipotecadas y sus alhajas, entre ellas el aderezo que le diera Maximiliano.
En Mazatlán, cuando los carteles anunciaban el Trovador y la diva en decadencia recibía manifestaciones de cariño que alegraron sus días difíciles, la peste amarilla hizo estragos entre la compañía: en unos cuantos días sólo quedaron 6 de los 80 miembros. El 25 de agosto de 1883 ocurrió primero la muerte del tenor y, casi inmediatamente, la de Ángela Peralta.
Poco antes de morir, ella se había casado con el licenciado Montiel y Duarte; nunca se supo si este matrimonio se efectuó por mutuo deseo o por un posible interés, por parte del desposado, de heredar los bienes materiales de la compañía. El Semanario Independiente de Mazatlán relataba: “Uno de los artistas sostenía a doña Ángela por la espalda. En el momento en que el juez hizo la pregunta sacramental: -¿Acepta a este hombre por esposo? -el compañero de la enferma le movió la cabeza en señal afirmativa. La cantante prácticamente ya estaba muerta y tengo la seguridad de que no se enteró de la importancia del acto…” La Peralta tenía 38 años de edad.
Su deceso causó consternación. Los periódicos recordaron su admirable trayectoria y se declaró duelo nacional. Se olvidaron sus yerros políticos y los fracasos de los últimos años; el balance final era bueno y México saludaba a una artista que tan dignamente lo había representado con su voz.
(Tomado de: Flores, Ernesto - Ángela Peralta, el ruiseñor feo. Contenido ¡Extra! Mujeres que dejaron huella, segundo tomo. Editorial Contenido, S.A. de C.V. Mexico, D.F., 1998)
Un lugar clave entre lo imaginario y lo real, entre el pasado y el presente, es la montaña sagrada de Coatepec. Su significado procede del náhuatl: cóatl, serpiente y tépetl: cerro, Cerro de las serpientes.
Es el sitio donde surge la existencia de los mexicas; el libro tres del Códice Florentino cuenta que ahí es el escenario del nacimiento del dios Solar.
La leyenda de la diosa madre Coatlicue, quien mientras barría levantó un ovillo de pluma y la puso debajo de su vestimenta quedando preñada de quien sería el Sol: Huitzilopochtli. Tras enterarse su hija mayor Coyolxahuqui (La Luna) y sus 400 hermanos los huitznahuas (las estrellas) le dieron muerte; después de muchas peripecias Huitzilopochtli nace y sacrifica a los asesinos.
Su ubicación geográfica se contempla en Tula, Hidalgo, o en Tlaxcala, lo que hoy se conoce como Malinche; donde los sacerdotes lo ubican por la realización de sacrificios.
Es una elevación perteneciente a la cordillera Neovolcánica, actualmente poblada por chichimecas y otomíes, quienes la consideran un lugar celestial.
(Tomado de: Toledo Vega, Rafael. Enigmas de México, la otra historia. Grupo Editorial Tomo, S. A. de C. V. México, D. F., 2006)
Discografía: Maskatonians Al Stars & Friends, editado por Pp Lobo Records México y por Opción Sónica, en Estados Unidos y Canadá.
Influencias: Inspector, Víctor Wooten, Béla Fleck and The Flecktones, Madness, Skatalites, Auténticos Decadentes, Tokio SkaParadise Orchestra, etcétera.
Sonido: Ska
El D.F.,¿qué les inspira?: Confianza. La gente nos ha apoyado mucho. Nos inspira para seguir trabajando. Es nuestra casa y la escena central del rock mexicano. Es un orgullo ser de aquí y estar representados en el DF.
En la ciudad: Neza, Ecatepec, Cuautitlán Izcalli, Iztapalapa, el Centro o Tlatelolco.
En 5 años…: Tocando, con más discos. Vamos a estar de gira pronto por Estados Unidos.
(Tomado de: Sonidos Urbanos. 150 bandas 2000-2005 MX/DF. Sonidos Urbanos Producciones S. A. de C. V. 2007)
Nació en Ciudad del Maíz, San Luis Potosí, el 8 de marzo de 1789. Sus padres: Miguel Barragán y María Faustina Ortiz de Barragán.
Estudió en la escuela parroquial de su pueblo natal y en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo.
Alférez de Fieles del Potosí en 1810, acompañó a Calleja y a Bustamante en sus campañas y era coronel al secundar en Pátzcuaro, Michoacán, el Plan de Iguala. Comandó las caballerías del Ejército Trigarante el 27 de septiembre de 1821. Comandante militar de Veracruz, hizo capitular el Castillo de San Juan de Ulúa el 18 de noviembre de 1825.
Por adherirse al Plan de Montaño fue expulsado a París en 1828. Regresó en 1829 y por su “Exposición” de 1831, cuando era Comandante Militar de Jalisco, volvió a Francia.
Regresó en 1834; fue Secretario de Guerra de Santa Anna; Presidente de la República centralista; murió en México, D. F., el 1° de marzo de 1836, 3 días después de dejar el poder, cuando Santa Anna triunfaba en Texas y nada presagiaba la crisis que sobrevino dos meses después.
Promulgó la llamada Constitución Política Centralista que conocemos con el nombre de “Las Siete Leyes”.
(Tomado de: Covarrubias, Ricardo - Los 67 gobernantes del México independiente. Publicaciones mexicanas, S. C. L., México, D. F., 1968)
Triste notificación que reciben al efectuar su cobro anterior
El Diario, jueves 8 de junio de 1911
“El Demócrata Mexicano” de fecha de ayer dice lo siguiente que nos parece la mejor defensa a los burdos ataques que algunos periódicos, entre ellos el mismo Demócrata Mexicano han dirigido a El Diario imputándole arteramente que recibía subvención del pasado gobierno.
“Desde el día 1° del mes actual han quedado suprimidas las subvenciones que el gobierno les tenía otorgadas a la prensa. Al presentar los directores de periódicos su recibo por la subvención de mayo, se les notificó que no debían esperase seguir cobrando del nuevo gobierno ninguna cantidad de dinero en pago de su amistad.
Las subvenciones suprimidas son las siguientes, que pagaba cada mes el Tesoro Público.
El Imparcial $4,200
Mexican Herald $1,100
El Tiempo $400
La Iberia $400
Gil Blas $300
La Política de los Estados $150
Fue suprimida la subvención a varios otros periódicos de menor importancia, así como también a otros periódicos del extranjero.
Se ha hecho con esto una economía como de $100,000 anuales.
El público puede, ahora, apreciar lo que vale en efectivo, la opinión de esos periódicos, estimando, con exactitud, su conducta presente, ya sea que continúen su programa de adoración al sol que nace, o ya sea que se pongan a gruñir”.
(Tomado de: Labrandero Iñigo, Magdalena, et al, (coordinadores) - Nuestro México #3, La Revolución Maderista, 1910-1911. UNAM, México, D. F., 1983)
(1785-1853) Comerciante y empresario español. Fue cónsul de México en Nueva York, de 1842 a 1844, donde notó la importancia de tener una red telegráfica, y a su regreso comenzó a impulsar esta idea en México, logrando que el 5 de noviembre de 1851 se enviara el primer telegrama en el territorio nacional. Este servicio se instaló en el poblado de Nopalucan, Puebla, y servía para comunicarse con la capital del país. En ese municipio hay un monumento dedicado a Juan de la Granja, además de una colonia con su nombre. (Tomado de: 100 extranjeros que amaron México. Muy interesante, septiembre de 2018, no. 09)
El Galeón de Manila fue la prolongación en el Pacífico de la Flota de la Nueva España, con la que estaba interrelacionado. La conquista y colonización de Filipinas y el posterior descubrimiento de la ruta marítima que conectaba dicho archipiélago con América (efectuado por Urdaneta siguiendo la corriente del Kuro Shivo) permitieron realizar el viejo sueño colombino de conectar con el mundo asiático para realizar un comercio lucrativo.
El Galeón de Manila fue en realidad esto, un galeón de unas 500 a 1,500 toneladas (alguna vez fueron dos galeones), que hacia la ruta Manila-Acapulco transportando una mercancía muy costosa, valorada entre 300,000 a 2.500,000 pesos. Su primer viaje se realizó el año 1565 y el último en 1821 (éste galeón fue incautado por Agustín de Iturbide). La embarcación se construía usualmente en Filipinas (Bagatao) o en México (Autlán, Jalisco). Iba mandada por el comandante o general y llevaba una dotación de soldados. Solían viajar también numerosos pasajeros, que podían ayudar en la defensa. En total iban unas 250 personas a bordo.
La ruta era larga y compleja. Desde Acapulco ponía rumbo al sur y navegaba entre los paralelos 10 y 11, subía luego hacia el oeste y seguía entre los 13 y 14 hasta las Marianas, de aquí a Cavite, en Filipinas. En total cubría 2,200 leguas a lo largo de 50 a 60 días. El tornaviaje se hacía rumbo al Japón, para coger la corriente del Kuro Shivo, pero en el año de 1596 los japoneses capturaron dicho galeón y se aconsejó un cambio de itinerario. Partía entonces al sureste hasta los 11 grados, subiendo luego a los 22 y de allí a los 17. Arribaba a América a la altura del cabo Mendocino, desde donde bajaba costeando hasta Acapulco. Lo peligroso de la ruta aconsejaba salir de Manila en julio, si bien podía demorarse hasta agosto. Después de este mes era imposible realizar la travesía, que había que postergar durante un año. El tornaviaje demoraba cinco o seis meses y por ello el arribo a Acapulco se efectuaba en diciembre o enero. Aunque se intentó sostener una periodicidad anual, fue imposible de lograr. El éxito del Galeón de Manila era la plata mexicana, que tenía un precio muy alto en Asia, ya que el coeficiente bimetálico existente la favorecía en relación al oro. Digamos que en Asia la plata era más escasa que en Europa. Esto permitía comprar con ella casi todos los artículos suntuosos fabricados en Asia, a un precio muy barato y venderlos luego en América y en Europa con un inmenso margen de ganancia (fácilmente superior al 300 por 100).
Los terminales de Manila y Acapulco constituyeron en su tiempo los emporios comerciales de los artículos exóticos y sus ferias fueron más pintorescas que ninguna. En Manila se cargaban bellísimos marfiles y piedras preciosas hindúes, sedas y porcelanas chinas, sándalo de Timor, clavo de las Molucas, canela de Ceilán, alcanfor de Borneo, jengibre de Malabar, damascos, lacas, tibores, tapices, perfumes, etcétera. La feria de Acapulco se reglamentó en 1579 y duraba un mes por lo regular. En ella se vendían los géneros orientales y se cargaba cacao, vainilla, tintes, zarzaparrilla, cueros y, sobre todo, la plata mexicana contante y sonante que hacia posible todo aquel milagro comercial.
La mercancía introducida en América por el Galeón de Manila terminó con la producción mexicana de seda y estuvo a punto de dislocar el circuito comercial del Pacífico. La refinadísima sociedad peruana demandó pronto las sedas, perfumes y porcelanas chinas, ofreciendo comprarlas con plata potosina y los comerciantes limeños decidieron librar una batalla para hacerse con el negocio. A partir de 1581 enviaron directamente buques hacia Filipinas. Se alarmaron entonces los comerciantes sevillanos, que temieron una fuga de plata peruana al Oriente y en 1587 la Corona prohibió esta relación comercial directa con Asia. Quedó entonces el recurso de hacerla a través de Acapulco, pero también esto se frustró, pues los negociantes sevillanos lograron en 1591 que la Corona prohibiera el comercio entre ambos virreinatos.
Naturalmente los circuitos comerciales no se destruyen a base de prohibiciones y el negocio siguió, pero por vía ilícita. A fines del siglo XVI México y Perú intercambiaban casi tres millones de pesos anuales y a principios de la centuria siguiente el Cabildo de la capital mexicana calculaba que salían de Acapulco para Filipinas casi cinco millones de pesos, parte de los cuales provenía del Perú. Esto volvió a poner en guardia a los defensores del monopolio sevillano, que lograron imponer restricciones al comercio con Filipinas. A partir de entonces se estipuló que las importaciones chinas no excediesen los 250,000 pesos anuales y los pagos en plata efectuados en Manila fuesen inferiores a medio millón de pesos por año. Todo esto fueron incentivos para el contrabando, que siguió aumentando. En 1631 y 1634 la monarquía reiteró la prohibición de 1591 de traficar entre México y Perú, cosa que por lo visto habían olvidado todos. Hubo entonces que recurrir a utilizar los puertos intermedios del litoral pacífico, como los centroamericanos de Acajutia y Realejo, desde donde se surtía cacao de Soconusco a Acapulco, de brea al Perú y de mulas (de la cholulteca hondureña), zarzaparrilla, añil, vainilla y tintes de Panamá, lo que encubría en realidad el tráfico ilegal entre los dos virreinatos.
(Tomado de: Lucena Salmoral, Manuel - El Galeón de Manila. Cuadernos, Historia 16, fascículo #74, La flota de Indias. Información e Historia, S. L. España, 1996)
Hace doscientos ochenta años vino a México un hombre procedente de los Alpes bávaros. De cuantos lugares conoció, nada le apasionó tanto como un desierto en el que “la vida es sólo permitida a quien la merece”. Y tanto empeño puso por explorarlo que pasó veinticuatro años caminando a pie por aquellos calderos de arena. La muerte misma tuvo que ir por él hasta el desierto; se llamó Francisco Eusebio Kino, y su paraíso: el Desierto de Altar, en Sonora.
Seducidos por uno de los caminos narrados por ese hombre increíble, lo recorremos. Va de Bahía Kino a Caborca, después de desvanecerse al cruzar el Bacavochi, volverse mil veredas antes de llegar a Casa Vieja, y dar rodeos y tumbos a su paso por el Burro, Bonancita y Bámori.
Lo que ahí se ve puede ser ensueño o ser pesadilla, realidad o espejismo, pero nadie puede quedar impasible; no en ese país donde las rocas truenan de frío por la noche y de calor al mediodía. Hay zonas donde la arena es de cuarzo y la luz viaja en mil direcciones. La vida se rige por la implacable cronometría solar: cero animales, cero movimiento durante las horas de luz total; infinita acción de animales y alimañas durante el ciclo de la sombra. Todo es gigantesco, desde la silenciosa soledad hasta los fantasmales “cirios”, cactos de 8 y hasta 10 metros de altura. Es el lugar donde usted puede pararse en un sitio jamás hollado desde la creación del mundo.
Una advertencia, y muy seria: no se aventure sin la compañía de un lugareño conocedor. Las veredas o “rodadas” se multiplican y separan de pronto y ninguna va a ninguna parte; pueden hacer que se consuma todo el combustible y usted seguir en un laberinto.
Por lo demás, es fascinante la tierra donde “sólo vive el que lo merece”.
(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)
Nació en la hacienda de Las Mendes, Álamos, Sonora, en 1854; murió en París, Francia, en 1912. No cumplía 10 años de edad cuando en 1863 firmó en Chinipas, al lado de su padre, una protesta contra el establecimiento de la monarquía en México. De 1868 a 1873 trabajó en la hacienda de beneficio de Justina. Pasó a Álamos y dirigió los periódicos El Fantasma y La Voz de Álamos, de oposición a la reelección del gobernador Pesqueira. Al triunfo de éste, tomó las armas, huyó a Chihuahua y volvió a Justina, hasta 1876, en que cambió el régimen.
Fue empleado judicial, inició la organización de las sociedades mutualistas de artesanos, ocupó una curul en la Legislatura local por ausencia del titular (1877) y se vinculó al grupo político del coronel Luis E. Torres que privó en la política de Sonora hasta la caída del presidente Díaz. Desempeñó la secretaría de gobierno en 1879, y tras un paréntesis en que fue diputado federal, volvió a ella de 1883 a 1887, en que fue electo vicegobernador. El 19 de diciembre de ese año se hizo cargo del Ejecutivo [estatal]: construyó 300 kilómetros de líneas telegráficas, fundó el Colegio Sonora, contrató a los primeros profesores normalistas, defendió la enseñanza laica, creó el periódico oficial La Constitución y aportó al Paseo de la Reforma de la Ciudad de México las estatuas de Ignacio Pesqueira y Jesús García Morales.
De 1891 a 1895 fue nuevamente secretario de gobierno; participó en negocios mineros, instaló un molino de harina y se hizo accionista del Banco de Sonora. Fue electo gobernador constitucional para el período 1895-1899; durante su gestión, se introdujo el agua a Hermosillo, se otorgó concesión para el alumbrado público, se pavimentó la capital y se establecieron la Cervecería de Sonora y la fundición de metales de Nacozari.
Fue después gobernador del Distrito Federal, del 17 de diciembre de 1900 al 16 de enero de 1903, en que pasó a la Secretaría de Gobernación. El 26 de septiembre de 1904 el Congreso, erigido en Colegio Electoral, lo nombró vicepresidente de la República para un período de 6 años. Mientras fue ministro, concluyó el Hospital General y el Manicomio de La Castañeda, estableció las estaciones de desinfección en los puertos, expidió las leyes de Beneficencia Pública y Privada, reorganizó los Cuerpos Rurales y amplió la Penitenciaría; se opuso a la ejecución de los líderes de la huelga de Cananea e impulsó la construcción del Ferrocarril Sud Pacífico. En 1910 figuró nuevamente como candidato a la vicepresidencia al lado del general Porfirio Díaz; triunfante la fórmula oficial, rindió su protesta el 1° de diciembre y continuó en la Secretaría de Gobernación hasta el 28 de marzo de 1911, en que el presidente cambió su gabinete. El 4 de mayo, desde París, renunció a la vicepresidencia.
(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. de C. V. D. F., 1977 tomo III, Colima - Familia)
Nació el 24 de abril de 1897 en Teziutlán, Puebla. Segundo hijo de don Manuel Ávila Castillo y doña Eufrosina Camacho de Ávila.
Hizo sus estudios de primeras letras en su tierra natal.
A los 18 años (1915) se incorporó a la Brigada Sanitaria del Cuerpo del Ejército de Oriente, al mando del general Pablo González.
En 1920 alcanzó el grado de mayor y en la defensa de Morelia, en enero de 1924, el de Teniente coronel; escapó con vida y fue ascendido a coronel. General brigadier en 1926 y de brigada en 1929.
El 31 de diciembre de 1937 fue nombrado Secretario de la Defensa Nacional.
Entre los años de 1940 y 1946 fue Presidente de la República.
Casi todo su período gubernamental coincidió con la Segunda Guerra Mundial. Justamente se le ha llamado Presidente de la Unidad Nacional, ya que, en imponente ceremonia pública celebrada en la Plaza de la Constitución reunió a los ex presidentes Calles, Portes Gil, Ortiz Rubio, Rodríguez y Cárdenas.
Por sus altas virtudes cívicas se le llamó también el Presidente Caballero.
Murió el 13 de octubre de 1955, a las 8:45 horas, en el rancho de La Herradura, México. Allí mismo se levanta su tumba.
(Tomado de: Covarrubias, Ricardo - Los 67 gobernantes del México independiente. Publicaciones mexicanas, S. C. L., México, D. F., 1968)
(De abajo a arriba: Colhuacan y Xochimilco estàn en guerra, y Coxcox ordena llevar ante su presencia a los aztecas. Una vez hecho, manda a los aztecas combatir en Xochimilco y traer botìn de guerra. Còdice Boturini o Tira de la Peregrinaciòn)
(Coxcox o Coxcoxtli: Faisán, en náhuatl). Rey de Colhuacan en 1299, que permitió a los aztecas establecerse en sus tierras (Crónica Mexicáyotl). Según una leyenda, al verse envuelto en una guerra contra Xochimilco, pidió ayuda a sus vasallos tenochcas. Estos se precipitaron al combate e hicieron unos 30 prisioneros, a quienes llevaron a la retaguardia, tras cortarles sendas orejas. Al terminar el combate, Coxcox alabó su valor, pero les reprochó el haber regresado con las manos vacías. Entonces los aztecas abrieron sus bolsas y mostraron a los colhuas las orejas de los prisioneros. Con tal hazaña a su favor, los tenochcas pidieron la hija de Coxcox para esposa de su jefe y para transformarla en diosa. El rey accedió, pero quedó aterrorizado cuando durante la festividad de la divinización se dio cuenta de que habían matado a la joven y empleado su piel para cubrir a un sacerdote azteca, en su personificación de la diosa Toci. Coxcox inició en seguida la guerra contra los tenochcas. (Ixtlixóchitl, t.I)
(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. de C. V. D. F., 1977 tomo III, Colima - Familia)
Para contemplar su rostro desde el lecho de inválida y pintar sus autorretratos, Frida había mandado instalar un espejo en el techo de su dormitorio. Armada de pinceles copiaba sus expresivos ojos, el arco negrísimo de sus cejas, sus labios llenos, la extrema belleza de sus facciones.
La cama de madera torneada; el armario repleto de vestidos de tehuana; los floreros con alcatraces siempre frescos; la caja de cristal donde están guardados el ropón y los zapatos de estambres que usó en su bautismo un niño llamado Diego; la figura nerviosa y oscura del señor Xólotl, el perro azteca; los judas de cartón… todos esos objetos forman, dentro de la casona de Coyoacán, el mundo íntimo de Frida Kahlo, testigos de la lucha de años que entabló esta mujer contra el sufrimiento, empleando las armas que mejor manejaba: el amor y el arte.
En esa casa nació Frida en 1910 y allí vivió hasta el día de su muerte. En el patio cerrado, la pequeña jugaba, a veces desnuda, entre las macetas floridas, o se perdía en la pequeña selva del jardín, o corría por las habitaciones de altos techos y paredes adornadas con los retratos ovalados de sus abuelos o de la boda de sus padres, el fotógrafo húngaro Guillermo Kahlo y la dulce dama mexicana Matilde Calderón. A los 6 años enfermó de parálisis y aunque se repuso, la vida ya se había propuesto condenarla a la inmovilidad.
El accidente
Por 1926 Frida cursaba la preparatoria. No sólo desafiaba los convencionalismos en una época en que se creía que la mujer no debía pisar las universidades, sino que era el único miembro femenino de una pandilla de estudiantes rebeldes llamados Los Cachuchas.
Un día de septiembre abordó, en compañía de un amigo, uno de los frágiles autobuses que circulaban por la ciudad de México. Frente al mercado de San Juan, un tranvía aplastó al autobús contra una esquina. “Fue un choque extraño” escribiría más tarde Frida. “No fue violento, sino sordo, lento, y maltrató a todos. Y a mí mucho más”.
No sentía sus heridas ni lloraba, a pesar de que tenía fracturada la columna vertebral, la pelvis y el brazo izquierdo; la pierna derecha estaba rota en 11 pedazos y una varilla de acero le atravesaba el cuerpo de lado a lado.
Un hombre rescató a Frida de entre los fierros retorcidos, la llevó a un billar y la colocó sobre una mesa mientras llegaba la ambulancia. En el hospital la muchacha sintió por primera vez un dolor intenso. En aquella época no se hacían radiografías y los médicos no sospecharon la magnitud de sus lesiones. Más tarde llegó la familia; la madre enmudeció por un mes, la hermana se desmayó y el padre enfermó de tristeza. En una cama, Frida balbuceaba: “No tengo miedo a la muerte, pero quiero vivir”.
El accidente la condenó a una vida de invalidez intermitente; pero también le dio oportunidad de establecer contacto con el mundo maravilloso de la pintura. En su cama de hospital, aprisionada dentro de una coraza de yeso, Frida tomó los pinceles que le había obsequiado su padre y comenzó a pintar.
El encuentro
Años atrás se había fascinado al ver cómo Diego Rivera llenaba de color los muros del anfiteatro Bolívar, en la Preparatoria. El artista acababa de regresar de Europa con la fama de haber figurado entre los mejores pintores cubistas. Lleno de vitalidad hacía entonces las primeras incursiones en lo que comenzaba a llamarse el muralismo mexicano.
El día en que Diego y Frida se vieron por primera vez, él pintaba trepado en un andamio mientras Lupe Marín, su temperamental mujer, tejía a sus pies. Frida irrumpió en el sitio empujada por unos estudiantes. Parecía no tener más de 12 años de edad. Pidió permiso al artista para verlo trabajar y la celosa Lupe le lanzó un insulto que Frida recibió sin inmutarse. Lupe tuvo que sonreír al reconocer el valor y la presencia de ánimo de la joven.
En 1928 se produjo un segundo encuentro. Frida había mejorado de su invalidez y estaba dedicada por completo a pintar. Un día vio a Diego encaramado en sus andamios, pintado un mural en la Secretaría de Educación Pública. Ella le pidió que viera 3 retratos de mujer que acababa de pintar. Diego se entusiasmó con las pinturas y Frida lo invitó a su casa para mostrarle otras.
Al siguiente domingo Diego tocó la puerta de la casa número 126 de la calle Londres, en Coyoacán. Frida lo esperaba en el jardín, al pie de un árbol y silbando La Internacional, vestida de overol para recalcar su condición de comunista. Poco después hacía desfilar sus pinturas ante el visitante. Días más tarde se repitió la visita; al despedirse, el pintor beso a Frida. Ella tenía 18 años; Diego el doble.
La primera boda
Al poco tiempo contraían matrimonio por lo civil ante el alcalde de Coyoacán, un comerciante en pulque. Un peluquero y un médico homeópata fueron los testigos. En la fiesta hizo irrupción Lupe Marín para llenar de insultos a la novia.
(Frida Kahlo: La Venadita)
Diego fue para Frida todo el amor y todo el sufrimiento. Después del accidente, los médicos le habían advertido que no intentara concebir un hijo. Ella los desobedeció. Su intento de ser madre reavivó las heridas y terminó en un fracaso doloroso. En 3 ocasiones más perdió a los vástagos que anhelaba. Expresaba su dolor en bellas imágenes, con la del cuadro en que se representaba a sí misma con su rostro injertado en un cuerpo de venado horriblemente lacerado por flechas.
(Frida Kahlo: Las dos Fridas)
Su pintura tenía obsesivas reminiscencias de salas de operaciones, camas de sanatorio, planchas de granito. Un sol agónico ilumina el cuadro en que dos Fridas, con los corazones descubiertos y unidas entre sí, dejan escapar la vida por unas venas que detienen levemente unas pinzas quirúrgicas. En otro autorretrato aparece mostrando en el tronco una columna rota, una lluvia de lágrimas en los ojos, y el cuerpo vendado y herido por mil clavos.
(Frida Kahlo: La Columna rota)
Cuando André Breton, el padre del surrealismo, visitó México, quedó sorprendido por aquella pintura que reflejaba el universo íntimo de un ser poseído por el dolor. En Nueva York y en París recibieron a la pintora con entusiasmo. Kandinsky la levantó en brazos y la besó en las mejillas; Picasso, avaro para los elogios, expresó públicamente su admiración ante los autorretratos de la mexicana. Frida se hizo célebre en París, y Schiaparelli presentó en una de sus colecciones el vestido Madame Rivera, versión de alta costura del traje mexicano que lucía la pintora.
El divorcio
Frida regresó a México enferma. Sufría además por las continuas infidelidades de Diego. “Supongo que todo el mundo espera de mí revelaciones indecentes”, dijo ella en una ocasión. “Tal vez esperen oír también mis lamentaciones por lo que me ha hecho sufrir Diego. Pero yo no creo que la tierra sufra a causa de la lluvia”.
Frida había descubierto que su mejor amiga era amante de su esposo y se dejó consumir por la amargura. Diego pensó que procuraría cierto alivio a su compañera divorciándose. Ella se opuso, diciendo que prefería el engaño a la separación. Hubo escenas en las cuales él confesó que deseaba el divorcio. Finalmente se separaron después de 13 años de matrimonio.
Producto de esa tormenta fue un autorretrato en el que Frida aparece vestida de tehuana, con el rostro de Diego en la frente. Finalmente se puso tan enferma que Rivera la llevó a un hospital de San Francisco, California.
La segunda boda
Cuando Frida se recuperó, Diego le propuso una reconciliación. Ella aceptó y el día en que el pintor cumplía 54 años, el 8 de diciembre de 1940, volvieron a casarse. Ella lo reincorporó a su vida consciente de cuáles eran sus defectos y con la certidumbre de seguir siendo engañada. Años más tarde Diego le pidió de nuevo el divorcio para casarse con María Félix. La propia María dijo a Frida que no se preocupara: ella no tenía ningún deseo de casarse con Diego.
La salud de Frida seguía empeorando. En 16 años los médicos le habían practicado 14 operaciones. Cuando le amputaron una pierna se sintió tan deprimida que ya no podía reír cuando Diego le contaba sus chistes habituales. Recluida en su cuarto, con el corsé de yeso que había decorado con florecitas y otras figuras de colores, contemplaba su piernas postiza y en un momento de cruel ironía decidió cubrirla con un botín rojo al que había cosido unos cascabeles.
(Frida Kahlo: Árbol de la esperanza, mantente firme)
Siguió entregando a la pintura sus últimas energías. Creó así ese paisaje agrietado en el que flotan dos desolados planetas y ella aparece desnuda sobre una camilla de hospital, con una herida en la espalda, un corsé ortopédico en el cuerpo y una banderita de papel en la mano: “Árbol de la esperanza, mantente firme”, dice el letrero de la bandera.
Frida lloraba y suplicaba que llegara la muerte. La víspera del 13 de julio de 1954 su enfermedad hizo crisis. Al anochecer dio a Diego un anillo, como regalo anticipado de sus 25 años de casados. Murió al amanecer.
Diego despidió en el cementerio al amor de su vida. Durante mucho tiempo buscó el recuerdo de Frida en la casa de Coyoacán. Luego quiso disfrutar de los últimos años que le quedaban, y volvió a su vida de siempre.
(Tomado de: Valdéz, Alejandro - Frida Kahlo: Te amo, Diego. Contenido ¡Extra! Mujeres que dejaron huella, segundo tomo. Editorial Contenido, S.A. de C.V. Mexico, D.F., 1998)