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sábado, 17 de septiembre de 2022

Expansión territorial y conquistas siglo XVI, II

  


Fundaciones

Las expediciones militares fundaron en su recorrido villas y fuertes que corrieron diferentes suertes. Unas se conservaron, otras con el tiempo se despoblaron y desaparecieron. Muchas de ellas originaron nuevos centros, que a su vez sirvieron de punto de partida para la penetración en territorios desconocidos.

Una de las principales fuerzas que movieron este avance paulatino a territorios inexplorados fue la misma que empujó a algunas expediciones militares: la búsqueda de metales preciosos. Pequeños grupos de hombres se internaban en tierras de chichimecas, impulsados por alguna vaga noticia acerca de la existencia de vetas. Los poblados fundados a causa de ello eran, a su vez, origen de otros.

Así como la expedición de Francisco de Ibarra tuvo su génesis en la zona minera de Zacatecas, se estimuló la formación de poblaciones en la zona del Bajío; en un principio fueron presidios (lugares donde estaba destacada una fuerza militar) y crecieron gracias al comercio que se efectuaba con la región minera. Tal es el caso de San Miguel el Grande.

Por 1554, los chichimecas comenzaron a asaltar y robar sistemáticamente las carretas que transitaban con mercaderías rumbo a Zacatecas. Al principio se intentó detener estos asaltos mediante una campaña militar, organizada por don Luis de Velasco, quien puso a Francisco de Herrera al frente de numerosos soldados. Pero esta fuerza no consiguió dominar a los indios, los cuales sistemáticamente se refugiaban en sitios inaccesibles ante la presencia de los soldados. Otras campañas militares, como la de Hernán Pérez de Bocanegra, consiguieron el mismo resultado.

Se vio, pues, que era indispensable buscar otra manera de proteger la seguridad de los caminos; la mejor manera de conseguirla sería fundar otras poblaciones además de San Miguel el Grande, que fueron Celaya, Aguascalientes y León. Pero estas fundaciones no bastaron para contener a los chichimecas, los cuales siempre encontraban un lugar o un momento propicio para atacar, de manera que se trató de lograr un acuerdo de paz con ellos. Un mestizo llamado Miguel Caldera estableció conversaciones con los indios y, finalmente, en la época de don Luis de Velasco el segundo, se logró la paz. El virrey comprometióse a darles carne para su sustento. En cambio, ellos aceptaron que se fundaran poblados de indios y de españoles en las regiones que habitaban. Así nacieron San Luis de la Paz, San Miguel Mezquitic y Colotlán.

También la ganadería originó el que se abrieran nuevos territorios a la expansión española. La rápida reproducción del ganado creó grandes problemas a la agricultura en las zonas centrales de Nueva España. Los cultivos de las regiones de Tepeapulco, del valle de Toluca, de Oaxaca y Jilotepec eran destruidos con mucha frecuencia por los rebaños; para evitarlo, el virrey ordenó que se dirigieran a zonas donde había grandes extensiones de tierra despoblada. Así fue como en los años posteriores a 1540 se inició el establecimiento de estancias ganaderas en tierras habitadas por chichimecas. Se introdujo la ganadería en los llanos de San Juan del Río, en la región de Apaseo y en Querétaro. Antes del descubrimiento de las vetas de plata, Guanajuato existía como estancia de ganado, propiedad de Pedro Muñoz. A medida que las regiones fueron aumentando su población, el ganado fue conducido más al norte; y con el tiempo llegó a ser una de las causas del nacimiento de grandes haciendas, como la de Francisco de Urdiñola, gobernador de Nueva Vizcaya, en Coahuila, a principios del siglo XVII.

Fundaciones hechas por indios.

El papel representado por los indios sedentarios en la colonización y población del virreinato de Nueva España es de suma importancia. Ya en las primeras expediciones que se llevaron a cabo para acrecentar el dominio español se encuentran los grandes ejércitos de indios aliados que las acompañaban. Pedro de Alvarado condujo tlaxcaltecas a Guatemala. De Tlaxcala, Huejotzingo y Cholula procedían los indios que auxiliaron a Nuño de Guzmán en la conquista de Nueva Galicia. Ibarra, Carbajal y Oñate utilizaron sus servicios, y cuando se consideró indispensable la colonización de Texas, los tlaxcaltecas fueron llevados también allí.

Pero no sólo se recurrió a ellos en las campañas militares, sino que como pacificadores fueron enviados para fundar en regiones alejadas de sus centros de origen. Se pensaba que ante el ejemplo de su vida, que transcurría en forma pacífica y organizada, los indios nómadas terminarían, a su vez, por aceptar ser reducidos. Así, fray Juan de San Miguel estableció con guamares, otomís y tarascos el pueblo de San Miguel, conocido actualmente como el Viejo para distinguirlo de la población española que se formó años después con el fin de detener los ataques de los chichimecas.

Cuando don Luis de Velasco logró la paz con estos últimos, se llevaron cuatrocientas familias de tlaxcaltecas, que fundaron Tlaxcalilla (muy cerca de San Luis Potosí), San Miguel Mezquitic, San Andrés y Colotlán. Para evitar que Saltillo continuara despoblándose, Francisco de Urdiñola fundó muy cerca San Esteban de la Nueva Tlaxcala.

Las poblaciones establecidas por las autoridades españolas con fines civilizadores tuvieron una organización especial que favorecía el que los indios ofrecieran menos resistencia a abandonar sus lugares de origen. A los habitantes se les dotaba de tierras y agua, se prohibía la proximidad de estancias propiedad de españoles, e incluso se limitaba su paso por ellas. Se les autorizaba tener ganados y poseer caballos, y sus parroquias eran administradas por frailes. No siempre se logró mantener estas condiciones, porque los españoles, que vivían o tenían estancias en las regiones donde estos pueblos se fundaron, trataban de obligarlos a trabajar en su provecho y procuraban apoderarse de las tierras que consideraban buenas, haciendo caso omiso de las disposiciones existentes para la protección de estos poblados. No fue posible conseguir la fusión de los indígenas llevados del centro con los nómadas que aceptaban reducirse, porque los primeros siempre miraron con menosprecio a los segundos.

Aparte los movimientos de población india, a los que nos hemos anteriormente, hubo otros hacia el norte, en que en forma espontánea un gran contingente de indios se dirigió en busca de la libre contratación a las zonas mineras y a las estancias de ganado.

La expansión misional.

A partir del territorio conquistado por Hernán Cortés, las órdenes religiosas extendieron sus labores misionales hasta regiones distantes y desconocidas. Los frailes seguían instaurando nuevos centros para la predicación, sin esperar que nuevos establecimientos de españoles dieran a los lugares una relativa seguridad. En esta actividad son muy conocidos fray Juan de San Miguel, quien predicando recorrió tierras que ahora pertenecen al estado de Guanajuato; fray Bernardo Cosin llegó al actual estado de San Luis Potosí; fray Andrés de Olmos evangelizó la Huasteca; fray Andrés de Segovia y fray Miguel de Bolonia, en 1541, fundaron el pueblo de Juchipila; fray Agustín Rodríguez, en 1581, predicaba en territorios inexplorados, los cuales en la actualidad pertenecen al estado de Chihuahua, y fray Juan de Larios, en 1674, fundó la misión de San Francisco de Coahuila. Los misioneros redujeron a muchos indios, que terminaron por adaptarse a la vida sedentaria, y facilitaron el posterior establecimiento de centros españoles, que encontraban en estos pueblos la mano de obra necesaria para sus estancias y haciendas.

Muchas veces la llegada de hacendados que trataban de obligar a los indios reducidos a que trabajasen en sus propiedades destruyó la labor de los evangelizadores, porque ellos, que habían aceptado paulatinamente la vida en los pueblos y que algunas veces difícilmente se habían sometido a la autoridad de los frailes, se rebelaban ante las exigencias de autoridades y propietarios de tierras, y se volvían a los montes o huían a las sierras, destruyendo las misiones y matando a la población blanca y a los misioneros.

A causa de ello, durante los siglos XVI y XVII, en el norte las misiones estuvieron constantemente expuestas a la destrucción, y el trabajo de los religiosos se vio muchas veces reducido a la nada; entonces volvían a empezar, construyendo nuevas misiones o reconstruyendo las perdidas.

Franciscanos y jesuitas fueron principalmente los encargados de la evangelización en tierras de chichimecas. Los franciscanos ejercieron las misiones principalmente en Zacatecas, Nueva Vizcaya (actualmente los estados de Durango y Chihuahua), Nuevo Reino de León, Coahuila y Texas; es decir, hacia el norte y este de Zacatecas.

Sinaloa (norte del estado que lleva ese nombre) fue punto de partida para los jesuitas; se extendieron hacia el este por la Sierra Madre Occidental, y hacia el norte por las regiones que llamaron Ostimuri, Sonora y Pimerías, en el actual estado mexicano de Sonora y en el norteamericano de California.

Expansión por necesidades de defensa.

Nueva España siempre tuvo problemas de defensa en la región septentrional. La amenaza que representaba el avance de los establecimientos franceses obligó a las autoridades españolas a ocuparse de la colonización de provincias, que no habían presentado atractivos suficientes a fin de mover a su poblamiento espontáneo.

En 1682, Roberto Cavelier, señor de La Salle, partió de Nueva Francia (Canadá) y exploró el río Mississippi de norte a sur hasta llegar a su desembocadura. El gobierno francés consideró que la comunicación fluvial con el golfo de México era de gran trascendencia y ayudó a La Salle para que en una segunda exploración se adentrara por el río en sentido inverso al de la expedición anterior.

Los exploradores llegaron a La Florida en el año 1684; costeando, pasaron frente a la desembocadura del Mississippi, al parecer sin advertirla. Continuaron navegando y desembarcaron en la bahía del Espíritu Santo, donde fundaron el fuerte de San Luis. La Salle exploró la región, siempre en busca del río, que no encontró. Viendo que los bastimentos se habían perdido, decidió ir por tierra en busca de auxilio. En el camino algunos de sus compañeros lo asesinaron y los hombres del fuerte quedaron abandonados a su ventura. Los indios, que advirtieron su precaria situación, los atacaron y mataron.

En la capital del virreinato de Nueva España se tuvo noticias del desembarco de los franceses, porque capturaron a unos piratas que hablaron sobre la fundación del fuerte de San Luis. De Cuba y Veracruz partieron navíos que recorrieron las costas del golfo de México sin encontrar al enemigo, aunque hallaron los restos de una nave.

Mientras tanto, los gobernadores de Nueva Vizcaya y del Nuevo Reino de León recibieron informes de los misioneros y de los indios sobre algunos extranjeros vestidos de hierro, que andaban entre los texas preguntando por las minas de plata, y los aconsejaban en contra de los españoles, a los que decían no debían obedecer porque no eran buenos. El capitán Alonso de León hizo prisionero a un francés, el cual no pudo proporcionar datos sobre el sitio que buscaban porque no había pertenecido a la fuerza de La Salle, sino a un grupo que había salido de Nueva Francia con intenciones de encontrarlo. El indio Juan Xaviata procuró los datos que finalmente permitieron en el año 1689 la localización de las ruinas del fuerte de San Luis en la bahía del Espíritu Santo.

Con el fin de evitar que en lo venidero los franceses pudieran ocupar esa región, en 1690 el rey ordenó que los franciscanos de Santa Cruz de Querétaro se encargaran de fundar misiones entre los texas. La primera fue la de San Francisco y, apoyándose en ella, otras que no tuvieron muy larga vida, ya que se abandonaron en 1694 debido a los problemas que presentaban su abastecimiento y mantenimiento.


(Tomado de: Camelo, Rosa - Expansión territorial y conquistas. Historia de México, tomo 6, México colonial. Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, 1978)

viernes, 3 de mayo de 2019

Luis de Velasco (padre)


Al suceder en el mando a Antonio de Mendoza el nuevo virrey don Luis de Velasco, los proyectos de mejorar rápidamente las condiciones de las ciudades ya edificadas, tomaron gran incremento. El primer hecho notable de su gobierno, que le atrajo la simpatía total de los indios, fue la orden de libertad que dictó a 160,000 mineros.


Más importa la libertad de los indios -decía este virrey- que todas las minas del mundo; y las rentas que percibe la Corona no son de tal naturaleza que por ellas se deba atropellar las leyes divinas y humanas”. Estas palabras suyas nos revelan el gran carácter y el gran espíritu de su persona. Este año memorable en que liberta a los indios de tan penosos y arduos trabajos, marca un momento en la conciencia del dominio español de entonces. En el período de su mandato ocurrieron algunos hechos, que por su trascendencia en los destinos de la época, merecen significarse. Ellos son: el padre Francisco de Gómara publica su famoso libro Historia General de las Indias, y da comienzo el acueducto de Zempoala; el propio virrey, don Luis de Velasco inaugura la Universidad; y tiene lugar la queja que el padre Motolinía hiciera a Carlos V, sobre el comportamiento que fray Bartolomé de las Casas observaba en bien de los indios, para quienes tuvo siempre una política de provecho. En 1556, Carlos V abdica, y Bernardino de Sahagún escribe su gran obra Historia General de las cosas de Nueva España, dándole mucho prestigio a su autor. Poco después -en 1556- muere, en el convento de Atocha, el bondadoso padre Bartolomé de las Casas. De su espíritu humanitario y liberal, hablan muy alto estos conceptos suyos sobre el estado de vida que observaban los indios entonces. Hombre magnánimo, y alma abierta a todas las bondades, su posición era combatir las condiciones deprimentes que vivían en su época los nativos. Su valentía y sincera abnegación lo llevaron a manifestar a cada momento su modo de sentir y de pensar respecto al trato que los españoles daban a los indios. Una demostración de sus elevados sentimientos y de su amplia visión de los problemas de su época queda claramente demostrada en estas frases suyas sobre la esclavitud, a la cual se opuso siempre, sin importarle las consecuencias que tan digna postura trajera de desagradable a su persona.


Todos los indios que se han hecho esclavos en las Indias del mar Océano -dice fray Bartolomé de las Casas- desde que se descubrieron hasta hoy, han sido injustamente hechos esclavos, y los españoles poseen a los que hoy son vivos por la mayor parte con mala conciencia, aunque sean de los que hubieron de los indios”.


La primera parte de esta conclusión se prueba por esta razón generalmente: porque la menor y menos fea e injusta causa que los españoles pudieron haber tenido para hacer a los indios esclavos era moviendo contra ellos injustas guerras; pues por esta causa de injustas guerras no pudieron justamente hacer uno ni ningún esclavo; luego todos los esclavos que se han hecho en las Indias desde que se descubrieron hasta hoy, han sido hecho injustamente esclavos.


Que la menos mala y menos fea e injusta causa que los españoles pudieron haber tenido y tuvieron para ver los indios esclavos que hicieron, era y fue moviendo contra ellos injustas guerras, fueron llenas al menos de mayor nequicia y deformidad, pruébase por resta manera: porque todas las otras causas y vías que han tenido los españoles sin las de las guerras para hacer a los indios esclavos, tales fraudes, tales dolosas maquinaciones y exquisitas invenciones, y novedades de maldad, para poner en admiración a toda los hombres”.


Conocida es la carta que don Luis de Velasco dirigió al rey Felipe II, en la que le dice: “ Los mestizos van en gran aumento y todos salen mal inclinados y tan osados para las maldades que a éstos y a los negros se ha de temer. Son tantos que no basta corrección ni castigo ni hacerse en ellos ordinariamente justicia. No veo por el presente mejor remedio que enviar a V. A. a mandar que se lleven a España en cada navío quince o veinte para soldados, que traspuestos allá será buena gente para la guerra, y éstos habían de llevar capitanes y pagarles sueldo y proveerlos de mataloje. Con esto y con darles a entender que S. M. quiere servirse de ellos, creo irán de buena voluntad”. En tal concepto tenía el virrey don Luis de Velasco la rebeldía y bravura de los indios mexicanos, cuyo desacato a las normas de gobierno español, no era sino una manifestación independentista de su espíritu y de encendido decoro. Eran renuentes a ser dominados por gentes extrañas; querían el libre desarrollo de su personalidad, sin coacciones y modos opresivos. Sean cuales fueren las normas generales de su gobierno, dejó a su paso por el mismo, huellas inolvidables en la historia inicial de la Colonia. “Don Luis de Velasco, de la casa de los condestables de Castilla, fue íntegro, justiciero, amigo y protector de los indios -dice Manuel Orozco y Berra-. A sus esfuerzos se debió la abolición de la esclavitud que pesaba sobre los vencidos; y si sus disposiciones no lograron ponerlos en la condición de hombres libres, al menos delante de la ley no eran siervos, activo y trabajador, dio lustre y ensanche a la colonia, ya adelantando algunos ramos de la industria, ya avanzando sobre los bárbaros los límites de la frontera. Castellanos e indios le dieron el glorioso nombre de Padre de la Patria, título que explica por sí solo las virtudes que le adornaban. Su muerte fue mirada con un mal público, vistiendo tos a porfía luto en señal de sentimiento. Sus funerales fueron suntuosos: cuatro obispos de los que estaban reuniéndose para el segundo concilio provincial le llevaron en hombros. Seguían el ataúd la Audiencia, los tribunales, el regimiento de la ciudad y un concurso inmenso, cerrando la marcha las tropas reclutadas para ir a las Islas. El cadáver fue sepultado en la Iglesia vieja de Santo Domingo, y cuando se construyó la nueva se transportaron sus huesos a un suntuoso sepulcro al lado del altar mayor de orden de don Luis de Velasco el segundo, hijo de ese benemérito ciudadano”.


La muerte de este ilustre virrey acaeció el 31 de julio de 1564.


(Tomado de: Soler Alonso, Pedro - Virreyes de la Nueva España. Biblioteca Enciclopédica Popular, #63, Secretaría de Educación Pública, México, D. F., 1945)