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domingo, 24 de noviembre de 2024

Carta de Matías Romero acerca de Saligny, ministro de Francia, 1860

 

Carta de Matías Romero donde informa sobre Saligny, nuevo ministro de Francia en México, 1860 

Washington, octubre 10 de 1860.

Excelentísimo señor ministro de Relaciones Exteriores 

Heroica Veracruz 

Excelentísimo señor: 

Durante los tres días que pasé en Nueva York, a donde fui el 5 del corriente con el objeto que lo confidencial he tenido la honra de comunicar a V. E., me impuse de algunos pormenores sobre las ideas y miras en los asuntos de la República del Sr. Dubois de Saligny, nombrado ministro de Francia en México, que me apresuro a poner en conocimiento de V. E., para que el Supremo Gobierno pueda hacer de ellas el uso que estime conveniente. 

Dicho señor tuvo una larga conversación con un francés que ha residido mucho tiempo en México, que está al tanto de los sucesos ocurridos últimamente en la República y que en la actualidad está establecido en Nueva York. En esa conversación, que fue bastante confidencial y familiar, el señor de Saligny dijo que el Emperador nunca ha tenido mala disposición contra el Gobierno Constitucional; pero que cuando supo que había negociado con los Estados Unidos el tratado de 14 de diciembre último [se refiere al Tratado McLane-Ocampo], le pareció más patriótica y nacional la causa del llamado Gobierno de la reacción; que el Sr. Saligny va a México como Ministro Extraordinario, en comisión especial, pues Mr. de Gabriac es todavía el Ministro en propiedad de Francia en México; que al discutirse en el Gabinete de las Tullerías la cuestión mexicana, sólo el Emperador y uno de sus Ministros estuvieron porque se considerara al Gobierno Constitucional como tal Gobierno y que se tratara con él; pero que todos los demás Ministros estaban porque no se considerara con aquel carácter a la facción conservadora: que el mismo Sr. Saligny antes de salir de Francia vio al Emperador para informarse de sus miras y deseos respecto de los asuntos de México, y que recibió de S. M.  solamente la misión de mediar entre los dos Gobiernos que existen en la República para terminar la guerra que actualmente la ensangrienta; pero sin que estos buenos oficios importen intervención de ninguna clase. 

El mismo señor dijo que tenía que hacer reclamaciones a ambos Gobiernos, pero que no haría al uno responsable de los perjuicios ocasionados por los agentes subalternos del otro, y que no urgiría por la satisfacción inmediata de dichas reclamaciones, sino que se limitaría a exigir que se reconozca su justicia y que se garantice suficientemente su pago para cuando el estado del país permita verificarlo. 

Según manifestó, saldrá de Nueva Orleans por el vapor Tennessee el 1° de noviembre próximo, estará solamente unas cuantas horas en ese puerto por temor del mal clima y seguirá para la ciudad de México, de la que tal vez regresará a Veracruz en el invierno. 

Asegura que va sin prevenciones y ninguna especie y con el único deseo de conseguir el término de las diferencias de los partidos contendientes; pero califica de cuerda, prudente y conforme con los usos europeos la conducta de Mr. de Gabriac al reconocer en 1858 al llamado Gobierno de don Félix Zuloaga como Gobierno de México, y dice que en el lugar de Mr. De Gabriac habría él hecho otro tanto. 

Refirió por último, que en París vio al Sr. Lafragua y al Sr. Almonte; que ambos le hablaron en favor de los Gobiernos que representan; que las razones de los dos le parecieron fundadas y que quedó satisfecho con haber encontrado en ellos personas caballerosas que trabajan de buena fe por lo que cada uno cree que puede conducir al bienestar de su país. 

Lo que tengo la honra de comunicar a V. E. para conocimiento del Excmo. señor Presidente, reproduciendo a V. E. las seguridades de mi muy distinguida y respetuosa consideración. 

Dios y libertad. 

Matías Romero.


(Tomado de: Tamayo, Jorge L. - Benito Juárez, documentos, discursos y correspondencia. Tomo 3. Secretaría del Patrimonio Nacional. México, 1965)

jueves, 17 de noviembre de 2022

Carlota de México


Carlota de México

El 9 de julio de 1866, muy temprano, la emperatriz Carlota salió de la Ciudad de México rumbo a Veracruz, donde abordaría un barco con destino a Europa. No iba en viaje de placer, sino a cumplir una misión política: convencer al emperador francés Napoleón III y al papa Pío IX para que ayudaran al tambaleante imperio que 2 años antes una junta de 215 notables decidiera establecer en tierras mexicanas. Su esposo Maximiliano, el archiduque de Austria y emperador de México, la había acompañado hasta Ayotla, en las estribaciones de la Sierra Nevada, donde medio de fragantes naranjales el matrimonio se dio el que sería su último beso.

A partir de ese momento la mala suerte pareció ensañarse con la soberana, de sólo 26 años. Llovía torrencialmente, los caminos estaban casi intransitables y una rueda del carruaje que la transportaba se partió en 2, retrasándola varias horas.

Niña bonita

Nacida en 1840, María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina pasó su niñez en el castillo de Laecken. De tarde en tarde, su padre, el rey Leopoldo I de Bélgica, la sentaba sobre sus piernas y acariciándole los cabellos castaños la llamaba "mi pequeña sílfide". Su madre, la piadosa Luisa María de Orleans, hija de Luis Felipe (rey de Francia entre 1830 y 1848) había muerto cuando Carlota tenía 10 años, pero la niña encontró a diario en los mimos de su progenitor y sus hermanos mayores: Felipe, príncipe de Flandes, y Leopoldo, duque de Brabante, quien más tarde sería rey de Bélgica y del Congo Belga.

Precoz, dotada de fuerte temperamento y notable perseverancia, la chiquilla poseía una figura esbelta y sus ojos color castaño oscuro cambiaban al verde claro cuando les daba la luz del sol. De adolescente,  leía las obras de los santos Alfonso de Ligorio y Francisco de Sales, del historiador griego Plutarco y de Carlos Forbes, Conde de Montalembert y defensor del catolicismo liberal.

Por aquellos tiempos llego a la corte de Bruselas un personaje que marcaría su destino: el archiduque Maximiliano de Habsburgo, hermano de Francisco José, emperador de Austria y Hungría. Al recién llegado le gustaba la buena comida, la danza, la música, la poesía y la literatura (en su castillo de Miramar, a orillas del mar Adriático, guardaba alrededor de 6,000 libros). No tenía una gran fortuna personal, por lo que su familia buscaba cazarlo con alguna acaudalada princesa.

Días de vino y rosas

Carlota, de 17 años, se enamoró profundamente del apuesto noble de 1.85 de altura, ojos azules y larga barba rubia. Él tenía 25 años y no aparentaba quererla con tanta intensidad; de hecho, había negociado con Leopoldo I casarse con ella, a cambio de un millón de francos que requería para terminar de construir su Palacio en Miramar.

El matrimonio se celebró el 27 de julio de 1857 en la catedral de Santa Gúdula. Carlota uso una diadema de brillantes entreverados con flores de naranjo, un velo confeccionado por hilanderas de Bruselas y un manto real bordado en Brujas. Maximiliano, por su parte, lucía el vistoso uniforme del ejército austríaco. Después de la ceremonia viajaron por el río Rhin y, a su paso, los lugareños arrojaban floridas guirnaldas.

Los recién casados fueron comisionados para gobernar las provincias lombardo-venecianas, al norte de Italia. En Milán fueron bien recibidos, pero los conflictos regionales y las intrigas palaciegas los obligaron poco después a dejar los asuntos de Estado y retirarse al castillo de Miramar.

La aventura mexicana

A Maximiliano le faltaban bienes y le sobraban deudas; en cambio la fortuna de Carlota era cuantiosa (algunos historiadores afirman que al morir, en 1927, era la mujer más rica del mundo). Leopoldo I, previendo que al archiduque no lo movía el amor sino la ambición, había incluido en el contrato matrimonial una cláusula según la cual las posesiones de Carlota no podían ser usadas por su consorte. El rey no se equivocaba: cuando Maximiliano aceptó gobernar México se fijó a sí mismo un sueldo de un millón 600,000 al año. En contraste, el presidente Benito Juárez (a quien la lucha contra los conservadores había obligado a asentarse en Paso del Norte, actual Ciudad Juárez) sólo percibió 30,000 pesos  anuales durante su gestión.

El 14 de abril de 1864, a bordo de la fragata Novara, Maximiliano y Carlota enfilaron hacia México, convencidos por los conservadores mexicanos y por Napoleón III de que México entero anhelaba una monarquía y de que el emperador francés apoyaría el Imperio con tropas y recursos económicos. En junio llegaron a Veracruz; y cuando entraron a la Ciudad de México, con gran pompa y circunstancia, fueron seguidos por más de 200 carruajes en los que viajaba lo más lucido de la sociedad capitalina. Al anochecer fueron conducidos a las habitaciones del Palacio Nacional, pero la cama estaba tan llena de chinches que no pudieron dormir. El emperador pasó horas tendido sobre una mesa de billar y su esposa permaneció en un sillón, rascándose furiosamente. Por las ventanas se colaba el ruido ensordecedor de los cohetones y petardos que los partidarios de la monarquía lanzaban para festejar a sus regias majestades.

El principito

Radicados en el castillo de Chapultepec, Maximiliano y Carlota jamás volvieron a dormir juntos ni engendraron hijos. Un pasquín difundido por un por un tal Abate Alleau decía que Maximiliano era estéril debido a una enfermedad venérea que una mulata le contagio en un viaje por Brasil y otros murmuraban que era impotente. Al menos esta última versión era falsa: mientras Carlota se ocupaba de los quehaceres administrativos en México, el emperador solía escaparse a Morelos donde, en la Quinta Borda de Cuernavaca o en su quinta El Olvido, en Acapantzingo, recibía a mujeres como Guadalupe Martínez (la legendaria "India bonita") y Concha Sedano, hija del jardinero que cuidaba la quinta morelense.

Un biógrafo no muy confiable dijo que cuando Carlota partió hacia Europa a solicitar auxilio estaba embarazada del coronel Karl van der Smissen, jefe del cuerpo de voluntarios belgas que custodiaban a los emperadores. En todo caso, para asegurar la sucesión en el trono, Carlota y Maximiliano adoptaron a un nieto del ex gobernante Agustín de Iturbide; llamado igual que su abuelo, tenía 3 años de edad, era hijo de una estadounidense y hablaba con acento "pocho". Por la adopción, los familiares del pequeño fueron nombrados príncipes y princesas, indemnizados con 150,000 pesos cada uno y obligados a establecerse en Europa, con la promesa de no volver sin permiso de Maximiliano.

Momento de decisión

Durante los primeros meses del imperio, una parte del pueblo adoraba a los soberanos, en especial a Carlota, preocupada más por el bienestar de sus gobernados que por las banalidades del protocolo que su marido cumplía con fastidioso rigor. La emperatriz fundó la Casa de la Maternidad e Infancia e impulsó leyes que prohibían el castigo corporal y las jornadas excesivas de trabajo para los indígenas.

En febrero de 1866 Napoleón III a anuncio Maximiliano el retiro de las tropas francesas de México (porque su mantenimiento era muy costoso); sólo dejaría al servicio del mandatario a 10,000 integrantes de la Legión Extranjera. Desconsolado, el emperador decidió renunciar a su cargo y largarse del país, pero Carlota, en una elocuente carta, le hizo ver que abdicar era como extenderse un certificado de incapacidad. "Mientras en México haya un emperador, habrá un imperio", sentenció la archiduquesa.

Cinco meses después se embarca rumbo a Europa, donde la aguardaba un triste destino: la locura.

Diplomacia dudosa 

Respecto a la pérdida de sus facultades mentales se ha contado numerosas historias. Unos dicen que la archiduquesa fue víctima de hechizos del culto vudú; otros, que le dieron ciertas yerbas de origen prehispánico capaces de enloquecer a quien las ingiere, como el toloache o el ololiuque ("hongo de los ojos desorbitados" que causa "visiones o cosas espantables"). 

En todo caso, la emperatriz se trastornó a partir del desdeñoso recibimiento que tuvo en Europa. En Francia, Napoleón III y su consorte se negaron a verla y la hospedaron en un hotel y no en el Palacio de las Tullerías, como correspondería a su cargo imperial. Cuando por fin logró ver al monarca francés, lo acusó a gritos de traidor, advenedizo, desleal y carente de palabra. Como réplica, el aludido convocó a un consejo de ministros que decidió dejar a su suerte a Maximiliano frente a sus enemigos.

Tampoco tuvo éxito con el papa Pío IX. El 2 de octubre llegó al Vaticano pero el pontífice (que estaba desayunando cuando la exaltada emperatriz, vestida de negro, irrumpió en sus aposentos) le dijo de mal talante que nada podía hacer por ella ni por su marido. Colérica, Carlota metió los dedos en la taza de chocolate de Pío IX; decía no haber bebido o comido nada tras el intento de Luis Napoleón y su mujer de envenenarla y calificó el emperador de "Satanás disfrazado". Luego se negó a salir de la residencia papal, asegurando que espías de Napoleón III la esperaban afuera para matarla, y tanto lloró y gritó que el papá se resignó a dejarla dormir en la biblioteca del edificio.

Paranoia

Al día siguiente, para lograr sacarla del Vaticano, inventaron una visita al orfanatorio de San Vicente de Paul donde, sedienta, Carlota metió la mano en un puchero hirviente y se desmayó. Los guardias vaticanos aprovecharon esta circunstancia para ponerle una camisa de fuerza y depositarla en el Grand Hotel de Roma.

De allí se escapaba regularmente para tomar agua de las fuentes y exigía que antes de probar bocado una tal señora Kruchacsévic y su gato cataran los alimentos. La camarera particular de la emperatriz, Matilde Doblinger, puso en las habitaciones de su ama un brasero y unas gallinas, porque la hija del rey Leopoldo solo accedía a comer los huevos que las aves ponían ante sus ojos.

Su hermano Felipe fue por ella a Roma y se la llevó a Miramar, donde la mantuvo enclaustrada por espacio de varios meses. Algunos biógrafos sostienen que allí vino al mundo el hijo de Carlota e identifican a ese vástago con el general Máximo Wygand, quien, nacido en 1867, fue sucesivamente gobernador de Argelia, ministro de guerra francés y jefe militar en África del Norte.

La hora final

Maximiliano se enteró de la locura de su esposa desde octubre de 1866, al recibir un telegrama del Vaticano y otro de Miramar. La noticia lo desmoronó por completo. Acosado por los liberales, inició una descontrolada huída, hasta que fue apresado, encerrado en el convento queretano de Las Capuchinas y fusilado el 19 de junio de 1867 en el cerro de las Campanas, junto con sus aliados conservadores Tomás Mejía y Miguel Miramón.

Carlota no solo sobrevivió a su marido sino a casi todos sus contemporáneos. Conservaba como reliquia una caja de palo de rosa que, según ella, contenía un fragmento del corazón de Maximiliano, órgano que presuntamente le habían arrancado después de fusilarlo. Como jamás soltaba la caja, sus damas de compañía tenían que darle de comer en la boca.

Durante sus últimos años quedó casi calva, tullida y semiciega, además de padecer cáncer de mama. Comía hilos de colchas, alfombras y cortinas, insectos, el jabón con que la bañaban y hasta sus propios y escasos cabellos.

Finalmente, murió el 19 de enero de 1927, a los 86 años de edad. En sus manos cruzadas fue colocado un rosario, en su cabeza, un gorro de encaje blanco (cuyas cintas le sostenían la mandíbula) y sobre su cuerpo docenas de rosas. Una helada tarde prolífica y nieve y ventiscas fue enterrada en la capilla del castillo de Laecken, donde había transcurrido su infancia, junto al lugar en que yacía el cuerpo de su madre.


(Tomado de: Estrada, Elsa R. de - Carlota de México. Contenido ¡Extra! Mujeres que han dejado huella. Segunda serie, segundo tomo. Editorial Contenido, S. A. de C. V. México, D. F., 1999)

martes, 18 de febrero de 2020

Achille Bazaine


Encargo a usted que haga saber a las tropas que están bajo sus órdenes, que no admito que se hagan prisioneros: todo individuo, cualquiera que sea, cogido con las armas en la mano, será fusilado. No habrá canje de prisioneros en lo sucesivo.

Aquiles Bazaine (1811-1888)

Aquiles Bazaine fue enviado a México en 1863 por el emperador Napoleón III, junto con el mariscal Forey, para relevar del mando de las tropas francesas al conde de Lorencez, luego de su humillante derrota en Puebla, el 5 de mayo de 1862. Los hombres al mando de Bazaine, más de 40 mil, iniciaron su marcha al interior del país en noviembre del mismo año.
Como jefe del cuerpo expedicionario, Bazaine llevaba órdenes de establecer un gobierno provisional una vez que las tropas francesas ocuparan la ciudad de México -lo cual ocurrió en junio de 1863- y de no devolver a la Iglesia, bajo ningún motivo, los bienes nacionalizados mediante las Leyes de Reforma.
Fue durante la Regencia cuando Bazaine comenzó a tener dificultades con los conservadores mexicanos; especialmente con Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, arzobispo de la ciudad de México. Decidido a respetar las Leyes de Reforma, Bazaine no regresó los bienes a la Iglesia a pesar de que el arzobio insistió en que la decisión le correspondía al nuevo emperador. El clero cerró las puertas de los tremplos en señal de protesta, y Bazaine amenazó con abrirlas a cañonazos, pero prefirió ignorar al arzobispo y disolver el Tribunal de Justicia, institución que se negaba a hacer válidos los pagarés de los bienes de la Iglesia emitidos por el gobierno de Juárez.
 En vísperas de la llegada de Maximiliano a Mexico, en mayo de 1864, la lucha entre las tropas juaristas y los invasores franceses parecía no tener fin. Pese a una serie de importantes victorias, Bazaine nunca pudo dispersar por completo a las fuerzas republicanas por más que permitió excesos, autorizó la violencia desmedida contra las guerrillas mexicanas y ordenó fusilamientos. "Es menester que sepan bien nuestros soldados -escribió- que no deben rendir las armas a semejantes adversarios. Esta es una guerra a muerte; una lucha sin cuartel que se empeña hoy entre la barbarie y la civilización; es menester, por ambas partes, matar o hacerse matar."
Instalado ya el Segundo Imperio, Maximiliano siempre fue desinformado y manipulado por Aquiles Bazaine. Bajo su influencia, el emperador expidió la ley del 3 de octubre de 1865, que condenaba fuerte, sin juicio, a todo aquel que fuera sorprendido con armas en mano o que prestara cualquier apoyo a los republicanos. Bajo esta ley murió fusilado el general José María Arteaga.
Bazaine se opuso siempre a la organización de un ejército imperial mexicano y, par deshacerse de rivales que pusieran en peligro su cargo, manipuló a Maximiliano para que enviara a Miramón a Berlín, a estudiar ciencia militar, y a Márquez a Constantinopla, con ministro plenipotenciario.
Pero la precaria situación económica del Segundo Imperio provocó dificultades entre Bazaine y el emperador, quien lo responsabilizó por los excesivos gastos de un ejército incapaz de sofocar la resistencia de los republicanos; a su vez, Bazaine culpaba a Maximiliano de no ser capaz de organizar la Hacienda pública y de gastar en la construcción de teatros y palacios.
Finalmente, en 1866, Napoleón III suspendió el apoyo económico al imperio mexicano y ordenó a Bazaine el retiro de las tropas francesas. El súbdito acató las órdenes: el embarque de tropas francesas se realizó del 13 de febrero al 12 de marzo de 1867. El mariscal Bazaine fue el último en abandonar el suelo mexicano.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)

lunes, 13 de mayo de 2019

Convención de Londres, 1861

La deuda exterior de México llegó a ocasionar una intervención armada en 1862. Tres potencias europeas, acreedoras, se reunieron a discutir la forma más idónea para cobrar sus empréstitos. De las tres, Francia era la más interesada en que esto se llevara a efecto. El negocio Jecker fue uno de los diversos motivos.


Artículo 1° S. M. la Reina del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda, S. M. La Reina de España y S. M. el Emperador de los franceses, se comprometen a adoptar inmediatamente después de que sea firmada la presente convención, las medidas necesarias para enviar a las costas de México fuerzas combinadas de mar y tierra, cuyo efectivo se determinará en las comunicaciones que se cambien en lo sucesivo entre sus gobiernos, pero cuyo conjunto deberá ser suficiente para poder tomar y ocupar las diversas fortalezas y posiciones militares del litoral mexicano. Además, se autorizará a los comandantes de las fuerzas aliadas para practicar las demás operaciones que se juzguen más a propósito, en el lugar de loa sucesos, para realizar el objeto indicado en la presente convención, y especialmente para garantizar la seguridad de los residentes extranjeros. Todas las medidas de que se trata en este artículo se dictarán en nombre de las altas partes contratantes, y por cuenta de ellas, sin excepción de la nacionalidad particular de las fuerzas empleadas en su ejecución.


Artículo 2° Las altas partes contratantes se comprometen a no buscar para sí, al emplear las medidas coercitivas previstas por la presente convención, ninguna adquisición de territorio ni ventaja alguna particular, y a no ejercer en los asuntos interiores de México ninguna influencia que pueda afectar el derecho de la nación mexicana, de elegir y constituir libremente la forma de su gobierno.


Artículo 3° Se establecerá una comisión compuesta de tres comisionados, cada uno de los cuales será nombrado por cada una de las potencias contratantes, y quienes serán plenamente facultados para resolver todas las cuestiones que pudieran suscitarse, con motivo del empleo o de la distribución de las sumas de dinero que se recobren de México, teniendo en consideración los derechos respectivos de las tres potencias contratantes.


Artículo 4° Deseando, además las altas partes contratantes, que las medidas que se proponen adoptar no tengan un carácter exclusivo, y sabiendo que los Estados Unidos tienen como ellas reclamaciones que hacer por su parte contra la República Mexicana, convienen en que inmediatamente después de que sea firmada la presente convención, se remita copia de ella al gobierno de los Estados Unidos, y que se invite a dicho gobierno a adherirse a ella; y que previniendo esa adhesión, se faculte desde luego ampliamente a sus respectivos ministros de Washington, para que celebren y firmen colectivamente o por a separado, con el Plenipotenciario que designe el Presidente de los Estados Unidos, una convención idéntica a la que ellas firman en esta fecha, a excepción del presente artículo. Pero como las altas partes contratantes se expondrían a no conseguir el objeto que se proponen, si retardasen en poner en ejecución los artículos 1° y 2° de la presente convención, en espera de la adhesión de los Estados Unidos, han convenido en no diferir el principio de las operaciones arriba mencionadas, más allá de la época en que pueden estar reunidas sus fuerzas combinadas en las cercanías de Veracruz.


Artículo 5° La presente convención será ratificada, y el canje de las ratificaciones deberá hacerse en Londres dentro de quince días.


En fe de lo cual los Plenipotenciarios respectivos la han firmado y sellado con sus armas. -Hecho en Londres por triplicado a los treinta y un días del mes de octubre del año del Señor de Mil ochocientos sesenta y uno. -(Lugar del sello). -Russell. -(Lugar del sello). -Xavier de Istúriz. -(Lugar del sello). -Flahaut.


(Tomado de: Matute, Álvaro – Antología. México en el siglo XIX. Lecturas Universitarias #12. Universidad Nacional Autónoma de México, Dirección General de Publicaciones, México, D.F., 1981)

sábado, 5 de enero de 2019

Achille Bazaine

 
 
Nació en Versalles, en 1811; murió en Madrid en 1888. Mariscal de Francia, encabezó la invasión que apoyó el breve Imperio de Maximiliano de Habsburgo (1864-1867). En 1865, cuando contaba con 54 años, contrajo matrimonio con una mexicana de 17, Josefa Peña Azcárate, quien le dio 4 hijos. Pepita Peña de Bazaine se conoció como La Mariscala. Bazaine puso todo su empeño en convencer al emperador de que abdicara y saliese del país con las tropas francesas, que empezaron a replegarse en julio de 1866 y se embarcaron en febrero de 1867. El mariscal dirigió la retirada, dejando gran parte de sus pertrechos abandonados a los republicanos. A consecuencia de su conducta durante la guerra franco-alemana (1870), fue condenado a muerte, pena que luego se conmutó por la de prisión perpetua. Se evadió de la cárcel para refugiarse en España, donde tomó parte en la guerra carlista.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen II, Bajos-Colima)