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Margarito Zuazo (¿?-1847)
El fulgor de la batalla era continuo. Durante varias horas, el ejército invasor golpeó a los defensores con el fuego de sus armas. El Molino del Rey, en la entrada de la capital, se convirtió en el escenario de una de las más escalofriantes batallas en la historia del país. La defensa de la edificación, que los estadounidenses creían contenía una fábrica de cañones y pólvora, era resoluta. Sin embargo, no había hombre, de un bando o del otro, que no supiera que era cuestión de tiempo para que las fortificaciones cayeran.
Los invasores estaban mejor armados. Pero del bando defensor estaban la gallardía y el orgullo. Ya los estadounidenses habían sido testigos de la ferocidad con que los mexicanos actuaron en batallas anteriores. Tan sólo unos días antes, el 20 de agosto, habían tenido problemas para tomar el Convento de Churubusco. La batalla del Molino del Rey, aquel 8 de septiembre de 1847, no iba a ser distinta.
La defensa había sido establecida y coordinada por el propio Santa Anna, que esperaba el ataque el día 7. Sin embargo, ante la falta de acciones del enemigo, decidió desguarnecer en la noche parte de la defensa hacia el sur de la Ciudad de México. Al día siguiente, el error sería evidente.
La batalla dio inicio desde temprana hora. El general Antonio León y los coroneles Lucas Balderas y Gregorio Gelati hicieron todo lo posible por contener la fortaleza de los enemigos. Durante varias horas, los hombres de ambos bandos comenzaron a caer. A nadie le quedaba duda que la entrada a la capital le costaría caro a los estadounidenses.
La victoria enemiga comenzó a materializarse en el transcurso del día. Héroes anónimos caían mientras otros continuaban en la lucha sin detenerse un solo instante. Uno de ellos tenía el nombre de Margarito Zuazo, del batallón Mina. "Era un mocetón arrugado y listo -escribió de él Guillermo Prieto-; a la hora de los pujidos, él estaba en primera; él era muy hombre". Y tan lo era que, a pesar de haber sido herido, bañado en sangre se acercó a tomar la bandera de su batallón que estaba a punto de ser tomada por los enemigos. Con la fuerza que le quedó, siguió combatiendo contra los invasores sin soltar un momento el estandarte. El fuego de las armas lo envolvía, y sin embargo logró llegar hacia uno de los edificios cercanos, donde se descubrió el pecho y enredó la bandera contra su cuerpo.
No olvidó su obligación y regresó al combate. Las bayonetas de los estadounidenses encontraron una vez más su cuerpo. Zuazo sólo protegía el pabellón sagrado y con debilidad se arrastró hacia la gloria. Ese héroe desconocido no deberá jamás quedar en el olvido.
Los invasores estaban mejor armados. Pero del bando defensor estaban la gallardía y el orgullo. Ya los estadounidenses habían sido testigos de la ferocidad con que los mexicanos actuaron en batallas anteriores. Tan sólo unos días antes, el 20 de agosto, habían tenido problemas para tomar el Convento de Churubusco. La batalla del Molino del Rey, aquel 8 de septiembre de 1847, no iba a ser distinta.
La defensa había sido establecida y coordinada por el propio Santa Anna, que esperaba el ataque el día 7. Sin embargo, ante la falta de acciones del enemigo, decidió desguarnecer en la noche parte de la defensa hacia el sur de la Ciudad de México. Al día siguiente, el error sería evidente.
La batalla dio inicio desde temprana hora. El general Antonio León y los coroneles Lucas Balderas y Gregorio Gelati hicieron todo lo posible por contener la fortaleza de los enemigos. Durante varias horas, los hombres de ambos bandos comenzaron a caer. A nadie le quedaba duda que la entrada a la capital le costaría caro a los estadounidenses.
La victoria enemiga comenzó a materializarse en el transcurso del día. Héroes anónimos caían mientras otros continuaban en la lucha sin detenerse un solo instante. Uno de ellos tenía el nombre de Margarito Zuazo, del batallón Mina. "Era un mocetón arrugado y listo -escribió de él Guillermo Prieto-; a la hora de los pujidos, él estaba en primera; él era muy hombre". Y tan lo era que, a pesar de haber sido herido, bañado en sangre se acercó a tomar la bandera de su batallón que estaba a punto de ser tomada por los enemigos. Con la fuerza que le quedó, siguió combatiendo contra los invasores sin soltar un momento el estandarte. El fuego de las armas lo envolvía, y sin embargo logró llegar hacia uno de los edificios cercanos, donde se descubrió el pecho y enredó la bandera contra su cuerpo.
No olvidó su obligación y regresó al combate. Las bayonetas de los estadounidenses encontraron una vez más su cuerpo. Zuazo sólo protegía el pabellón sagrado y con debilidad se arrastró hacia la gloria. Ese héroe desconocido no deberá jamás quedar en el olvido.
(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008)
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