lunes, 28 de octubre de 2024

Arenga de Iturbide al Congreso, 1822

 



Arenga de Iturbide 

Al instalar el Congreso el 24 de febrero de 1822 

[Alabanza a la Independencia.]


Agustín de Iturbide 

Señor:

Bien puede gloriarse el pueblo mexicano de que puesto en posesión de sus derechos, es árbitro para fijar la suerte y los destinos de ocho millones de habitantes y de sus innumerables futuras generaciones. Esta gloria, digna de una nación virtuosa e ilustrada, fue justamente uno de los motivos sublimes que me decidieron a formar el plan de independencia, que firmé hoy hace un año en Iguala, y dirigí al Virrey, y a todos los jefes y corporaciones de esta América; que el 2 de Marzo proclamé y juré sostener con el Ejército Trigarante y que ratificado en Córdoba el 24 de Agosto recibe por último todo el lleno en la feliz y deseada instalación de V.M. 

Confieso ingenuamente que si jamás me arredraron las grandes dificultades que de suyo presentaba la empresa, tampoco estuvo en mi previsión el colmo de los felices acontecimientos que apresuraron y siguieron el éxito, que creo no acaban aún de desenvolverse, y han de formar un cuadro que vean con asombro nuestros nietos. ¡Lejos de mí la vana presunción de arrogarme el pomposo título de libertador de la patria! Soy el primero que tributo la más sincera gratitud a los esforzados ciudadanos que con su valor, su celo, su ilustración y desinterés cooperaron a mi designio para llevarlo felizmente al último término. 

Empero, tengo las dulce satisfacción de haber colocado a V.M. augusta en el sitio donde deben dictarle las mejores leyes, en total quietud, sin enemigos exteriores ni en la vastísima extensión del Imperio, pues que no pueden considerarse como tales, por su nulidad, trescientos españoles imprudentes que existen en el castillo de San Juan de Ulúa, ni los poquísimos mexicanos que por equivocados conceptos o por ambición propia, pudieran intentar nuestro mal. La dominación que sufrimos trescientos años fue sacudida casi sin tiempo, sin sangre, sin hacienda, de un modo maravilloso. El país está enteramente tranquilo y bien dispuesto: el Dios de la Sabiduría y de los Ejércitos, así como protegió visiblemente al trigarante mexicano, se digne por su infinita misericordia ilustrar y sostener a V.M. 

En efecto, me lisonjeo de haber llegado al término de mis ardientes votos, y miro con placer levantarse el apoyo de las esperanzas más halagüeñas, porque nuestra felicidad verdadera ha de ser el fruto de los desvelos, de las virtudes y de la sabiduría de V.M. Señor, aún no hemos concluido la grande obra, y no faltan peligros que amenazan nuestra tranquilidad; no más que amenazan. 

Por fortuna está uniformado el espíritu de nuestras provincias; ellas espontáneamente han sancionado por sí mismas las bases de la regeneración, únicas capaces de hacer nuestra felicidad, y ya dan por concluida, conforme a sus votos, la constitución del sistema benéfico que ha de poner el sello a nuestra prosperidad; no faltan, con todo, genios turbulentos que arrebatados del furor de sus pasiones, trabajan activamente por dividir los ánimos e interrumpir la marcha tranquila y majestuosa de nuestra libertad. ¿Quién hay que pueda ni se atreva a renovar el sistema de la dominación absoluta, ni en un hombre solo, ni en muchos, ni en todos? ¿Quién será el temerario que pretenda reconciliarnos con las máximas aborrecidas de la superstición? 

Se habla, no obstante, se escribe, se declama contra el servilismo, bajo el concepto más odioso; se señalan con el dedo partidario de él; se cuenta su excesivo número; se exagera su poder, y tal vez se añade, por un audaz de mala intención, que el gobierno le favorece. Por el contrario, ¡qué de invectivas contra el liberalismo exaltado! Se persigue, se ataca, se desacredita, como si estuviéramos envueltos en los funestos horrores de una tumultuosa democracia, o como si no hubiese más ley que las voces desconcertadas de un pueblo ciego y enfurecido. Se cree minado el sodio augusto de la Religión y entronizada la impiedad. ¡Qué delirio! así se siembra el descontento, se provoca la desunión, se enciende la tea de la discordia, se preparan las animosidades, se fomentan las facciones y se buscan las trágicas escenas de la anarquía. Estas son puntualmente las miras atroces de unos pocos perturbadores de la dulce paz. ¡Seres miserables que vinculan su suerte en la disolución del Estado, que en las convulsiones y trastornos se prometen ocupar puestos que en el orden no pueden obtener, porque carecen de las virtudes necesarias para llegar a ellos; que a pretexto de salvar a los oprimidos, meditan alzarse con la tiranía más desenfrenada; que a fuer de protectores de la humanidad, precipitan su ruina y desolación! ¡Ah! líbrenos el cielo de los espantosos desastres que se nos han pronosticado por algunos espíritus débiles y por otros dañados para los momentos críticos en que vamos a constituirnos. Las naciones extranjeras nos observan cuidadosamente, esperando que se desmientan o verifiquen tan ominosos anuncios, para respetar nuestra cordura o para aprovecharse de nuestra ineptitud. 

Pero V.M., superior a las instigaciones y tentativas de los malvados, sabrá consolidar, entre todos los habitantes de ese imperio el bien precioso de la unión, sin el cual no pueden existir las sociedades; establecerá la igualdad delante de la ley justa; conciliará los deseos e intereses de las diversas clases, encaminándolas todas al común. V.M. será el antemural de nuestra independencia, que se aventuraría, manifiestamente destruida la unidad de sentimientos; será el protector de nuestros derechos, señalando los límites que la justicia y la razón prescriben a la libertad, para que ni quede expuesta a sucumbir al despotismo, ni degenere en licencia que comprometa a cada instante la pública seguridad. Bajo los auspicios de V.M. reinará la justicia, brillarán el mérito y la virtud; la agricultura, el comercio y la industria, recibirán nueva vida; florecerán las artes y las ciencias; en fin, el Imperio vendrá a ser la región de las delicias, el suelo de la abundancia, la patria de los cristianos, el apoyo de los buenos, el país de los racionales, la admiración del mundo y monumento eterno de las glorias del Primer Congreso Mexicano

Desde ahora me anticipo, Señor, a celebrarlas, y tan satisfecho del acierto en las deliberaciones del Congreso, como decidido a sostener su autoridad, porque ha de cerrar las puertas a la impiedad y a la superstición, al despotismo y a la licencia, al capricho y a la discordia, me atrevo a ofrecerle esta pequeña muestra de los sentimientos íntimos e inequívocos de mi corazón y de la veneración más profunda.


(Tomado de: Briseño Senosiain, Lillian; Ma. Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre (investigación y compilación) - La independencia de México: Textos de su historia. Tomo III El constitucionalismo: un logro. Coedición SEP/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, D.F., 1985)


jueves, 24 de octubre de 2024

Población mexicana en Estados Unidos 1900-1930

 


Población mexicana en Estados Unidos 

Segundo periodo 1900-1930


La primera década: (1900)

La tasa de emigración aumentó durante los primeros diez años del siglo XX debido al desarrollo de los ferrocarriles y la agricultura en el suroeste de Estados Unidos. El crecimiento decenal de los inmigrantes en la década 1890-1900 fue todavía de dos dígitos, 16 mil, mientras en la década siguiente fue de tres, 119 mil, siete veces más.

Cambió el patrón de migración, los mexicanos, antes sólo presentes en los territorios que fueron de México, empezaron a desplazarse hacia Illinois y otros estados, llevados por la construcción del ferrocarril y por la necesidad de mano de obra en las industrias de esa área

La segunda década: (1910)

La Revolución Mexicana (1910-1920) que cubre los años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), llevó a Estados Unidos la primera gran oleada de inmigrantes mexicanos. Dos razones se sumaron para inducir la emigración, la Revolución en México y las necesidades adicionales de mano de obra tanto en el campo como en las fábricas de Estados Unidos, por los que se iban a la guerra. Según los censos, México perdió casi un millón de habitantes entre 1910 y 1921. Se estima que menos de medio millón emigraron en ese periodo; los demás fueron los muertos de la Revolución. 

Por la Revolución Mexicana personas de clase media y alta abandonaron el país en esos años. Pocas de ellas se quedaron. En términos numéricos no fueron muchas, pero fueron relevantes por su calidad intelectual. Los que se quedaron no solo revitalizaron lo mexicano en la comunidad en campos de la cultura, sino que impulsaron el liderazgo ya que al contar con recursos tanto económicos como intelectuales, alcanzaron altas posiciones en la sociedad norteamericana y lograron educar mejor a sus hijos. Algunas familias de abolengo en San Antonio tiene sus orígenes en esos inmigrantes. 

La necesidad de mano de obra, a partir de 1916 cuando Estados inicia su participación en la guerra, acalló con rapidez el temor creciente que estaba motivando la migración mexicana en algunos sectores conservadores de la sociedad norteamericana. 

La Ley de Inmigración de 1917, que imponía un impuesto personal a los mexicanos, restringía la entrada a los analfabetas y concedía una estancia máxima de seis meses para los inmigrantes bajo contrato, fue objeto de fuertes protestas por los empleadores y las autoridades federales tuvieron que eliminar dicha restricciones, situación que prevaleció hasta 1921. 

Además, se incrementaron también las migraciones al medioeste, en particular hacia Illinois, Michigan, Ohio e Indiana donde había industria pesada y empacadoras de carne. Miles de trabajadores mexicanos fueron llevados a Chicago para romper la gran huelga de 1919. Así, el aumento decenal de migrantes en 1920 sobrepasa el doble del que hubo al final de la década anterior, como se puede observar en la tabla 2. En total, acumulados en la década 1910-1920 emigró cerca de un cuarto de millón de personas. 

La tercera década: (1920) 

Los mexicanos siguieron llegando en números crecientes durante la primera parte de la década, pese a que los restriccionistas habían creado para entonces un ambiente hostil hacia los inmigrantes. El flujo tanto legal como de indocumentados había crecido y era evidente que decenas de inmigrantes se habían asentado en aquel país, lo que alarmó a los angloamericanos conservadores que atacaron a los mexicanos con todo tipo de argumentos racistas. Los debates que se dieron en esos años en el congreso estadounidense fueron candentes y constituyeron el primer precedente de fuertes discusiones sobre la migración mexicana al más alto nivel legislativo. 

Sin embargo la Ley de Inmigración de 1924 se aprobó sin restringir la inmigración mexicana, porque los representantes de los intereses económicos no tenían la certeza de que dada las cuotas impuestas para la inmigración europea, se pudiera satisfacer sus necesidades de mano de obra. Las discusiones sobre la inmigración mexicana cesaron cuando las condiciones económicas cambiaron hacia la mitad de la década y se reiniciaron con fuerza a fines de 1929, por el comienzo de la Gran Depresión. 

Las cifras acumuladas son ya menores que en la década anterior, 16 mil en 1930 contra 258 mil en 1920. Por primera vez, desde que comenzó la emigración de dos dígitos en 1900, el crecimiento se redujo. (Columna 3 de la tabla 2.)


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 21 de octubre de 2024

Panteón de San Fernando

 



Panteón de San Fernando 

Gerardo Díaz | Historiador

Un espacio difícil de imaginar como museo es un panteón, lugar que, independientemente de la religión que se adopte, es interpretado como un recinto de descanso para los restos de las personas y, por ende, digno de respeto. 

A unos pasos de la Alameda Central de Ciudad de México se encuentra el panteón de la iglesia de San Fernando. Este sitio alberga a importantes figuras de la historia mexicana. El más destacado de ellos es sin duda Benito Juárez, junto a él, tumbas y mausoleos de virreyes, militares y artistas pasan desapercibidos debido a las vialidades aledañas y por la búsqueda prioritaria de la estación Hidalgo del metro, que está a unos cuantos pasos. 

Este recinto llegó a ser la última morada más importante de México y una de las más caras y exclusivas. Ha sido refugio de las tumbas originales de otros constructores de la patria como Vicente Guerrero e Ignacio Zaragoza, quienes posteriormente fueron exhumados y trasladados a recintos distintos. La tumba del general conservador Miguel Miramón también se encuentra ahí, aunque vacía, pues al morir don Benito la viuda de Miguel, Concepción Lombardo, decidió que su esposo no podría descansar junto a su eterno enemigo y lo trasladó a Puebla. 

Dada su importancia histórica, el panteón fue declarado monumento histórico por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y con el paso de los años fue reconocido como un sitio que merece la pena ser visitado, entre otras cosas, para concientizarnos de lo efímero que es el ser humano.


(Tomado de: Díaz, Gerardo. Panteón de San Fernando. Relatos e historias en México. Año XII, número 137. Ciudad de México, 2020)








jueves, 17 de octubre de 2024

Noche Triste: victoria y duelo

 


XIX. Victoria y duelo 

Los días que siguieron a la huída de la Noche Tenebrosa fueron de victoria y duelo para los mexica. Durante varias semanas resonaron los atambores y teponaztles de las pirámides convocando a tlatelolcas, tenochcas y a sus aliados. Tres ceremonias embargaron a los de México: el sacrificio de los prisioneros teules; el duelo de los caídos, de los muertos en el canal de los Tolteca y de los llanos de Otumba; y la elección y consagración del nuevo señor. Finalmente trataron de reconstruir su ciudad y rehacer la moral del Imperio mexicano ganando aliados en las tribus neutrales. Una versión española pretende que un corto grupo de españoles cortados del núcleo de Cortés volviera sobre sus pasos y se hiciese fuerte en el Palacio de Axayácatl, en donde fueron lentamente exterminados.

Las versiones indígenas no mencionan el hecho, siendo además improbable si atendemos a la imposibilidad material de atravesar la erizada ciudad y el hecho de que los caballos y cadáveres rellenaron los tajos y sobre muertos pasaron las columnas de la retaguardia. El problema, pues, al que se enfrentaron los mexica al día siguiente fue el de limpiar de cadáveres la laguna. El informante de Sahagún nos dice que lo sacaron en lanchas y los regaron en los cañaverales; se les despojó del oro y del jade. A los españoles muertos los pusieron en lugar especial, "los retoños blancos del cañaveral, del maguey, del maíz, los retoños blancos del cañaveral son su carne", sacaron los caballos y las armas, la artillería pesada, arcabuces, ballestas, espadas de metal, lanzas y saetas, los cascos y las corazas de hierro, los escudos. También se recogió el oro disperso. 

Pero quienes no habían muerto en combate, quienes no habían perecido ahogados en la laguna sino que habían sido arrancados de la columna de fugitivos y hechos prisioneros, fueron sacrificados. Durante varios días resonaron lúgubremente los huéhuetl del templo mayor convocando a tlatelolcas y a tenochcas a presenciar el sangriento rito destinado a aplacar la cólera de los dioses ofendidos; grupos de españoles y tlaxcaltecas fueron llevados al recinto del Coatepantli, se les hizo escalar las graderías de la pirámide y colgados en el área de los sacrificios (techácatl) se les abrió el pecho para ofrecer el corazón a Huitzilopochtli, el dios solar y de la guerra. Sus cráneos -el despojo y trofeo que recordaba su época de cazadores de cabezas- fueron colocados en el andamio de cráneos, el Tzompantli

Del hacinamiento de muertos de la laguna y calzadas separaron a los suyos. Buscaron a los nobles y a los sacerdotes, los condujeron en medio del llanto de los deudos, los ataviaron con sus plumas y joyeles. Entonces fueron incinerados sus cuerpos y la pira flameó en medio del llanto de la tribu.

Muchos eran los caciques muertos, muchos los guerreros de Tenayuca, de Cuautitlán, de Tula, de Tulancingo, de Texcoco. 

La ciudad de México contempló la cremación de los suyos y lloró amargamente. Creyeron que los españoles "no regresarían jamás”.

Habían huido el mes Tecuilhuitontli. Pero había que restaurar el brillo de las ceremonias de los meses: se barrió el templo, se colocaron los ídolos en los altares, se les adornó con plumas de quetzal y con collares de jade y turquesa, se les engalanó con sus máscaras de mosaico de piedras preciosas y se les atavió con florido ramos.

También la ciudad fue lentamente reconstruida; se limpiaron las calles de tierra, se quitaron los obstáculos en las calzadas se repararon los puentes. Pero las casas y los palacios quemados y derruidos quedaban como un mudo testimonio de la fuerza implacable de los blancos los "irresistibles”.

Algo que preocupó de inmediato al consejo de la tribu fue la elección del nuevo señor. El consejo electoral, sin el fausto y grandeza de antaño, señaló a su nuevo caudillo: Cuitláhuac, el animoso señor de Iztapalapa al que Gómara llama "hombre astuto y valiente"; era el noble afrentado que Cortés retuviera prisionero y sólo dejara libre a instancias de Moctezuma para pacificar a los suyos, pero en realidad el hombre que dejara los grilletes no para obedecer a su rey sino para conducir a su pueblo. Éste fue el elegido, el Huey tlatoani nuevo de México. Cuauhtémoc, el otro mancebo héroe de la resistencia, dio su voto por el valeroso señor de Iztapalapa. 

Ahora no habría caravanas de víctimas precediendo la exaltación. Pero es seguro que algunos prisioneros blancos fueron utilizados en las ceremonias propiciatorias. Cuitláhuac pudo contemplar a su alrededor a los caciques de su mermado imperio jurando fidelidad: allí estaban los caudillos del valle mexicano, del hoy Guerrero, parte de Veracruz y de Morelos. 

Otro príncipe fue ungido como Tlatoani:  Coanacochtzin. Texcoco pudo saludar a un descendiente de Nezahualcóyotl como su nuevo señor. Volvían así a quedar integradas las cabezas de la triple alianza: Cuitláhuac, Coanacoch y Tetlepanquetzal; los señores de México, Texcoco y Tacuba. 

Pero cuando el Imperio empezaba a incorporarse de su pasada ruina, cuando los mensajeros de México recorrían el país buscando la alianza de las tribus, se extendió una epidemia. Reinó un calor sofocante, llegó un temible y desconocido mal, las viruelas. Un soldado negro de Narváez había contagiado a los costeños, a los totonacas, y desde allá se propagó el mal; caía sobre una humanidad no vacunada por el mal, sobre hombres sin resistencias naturales, y el país entero fue víctima de la enfermedad. Los indios La llamaron huezáhuatl. Como lepra cubrió a los enfermos: 

"Mucha gente moría de ella, y muchos también morían de hambre; la gente, en general, moría de hambre, porque ya nadie se preocupaba de la gente [enferma], nadie se dedicaba a ellos. A algunos la erupción sólo acometía en lugares aislados [con pústulas] a grandes distancias y no los hacía sufrir mucho, ni de ella morían tampoco muchos. Y en muchos hombres se afeaba la cara, recibían manchas en la cara o en la nariz, algunos perdían un ojo [o] cegaban completamente.”

Y en el duelo de la epidemia, México hubo de llorar una pérdida: Cuitláhuac, el señor de México, quien murió a los ochenta días de su exaltación, víctima del maldito huezáhuatl, terminando así el caudillo de la expulsión de los teules. 


Tomado de Toscano, Salvador (prólogo de Rafael Heliodoro Valle) - Cuauhtémoc. Lecturas Mexicanas, número 20, CFE/SEP, México Distrito Federal, 1984)

lunes, 14 de octubre de 2024

Amanda del Llano

 


Amanda del Llano 

(actriz)

(1920-1964, Chiapas, México) Se inició como extra y bailarina y poco a poco se forjó un lugar en el cine y en los teatros de variedades. En su debut cinematográfico en Al son de la marimba (1940), de Juan Bustillo Oro, tuvo oportunidad de exaltar sus orígenes como una bella mujer chiapaneca rodeada por los mejores actores, entre ellos Fernando Soler y Joaquín Pardavé. Entre las películas que más éxito le dieron está Espuelas de oro (1947), al lado de Crox Alvarado, quien fue su esposo. Otros éxitos fílmicos en su trayectoria, incluyendo giras en España, se cuentan películas como Campeón sin corona (1945) con David Silva, La oveja negra (1949) y Pepe "El Toro" (1952) con Pedro Infante. Fue precursora del desnudo en el cine mexicano con El seductor (1955). Obtuvo el Ariel por la mejor coactuación femenina por La rebelión de los colgados (1955). Murió víctima de una insuficiencia renal. 

Mauricio Peña 


(Tomado de: Dueñas, Pablo, y Flores, Jesús. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000)

viernes, 11 de octubre de 2024

Viento negro (1964)

 



Viento negro 

México, 1964 

Marco Villa | Historiador 

Filmada en el desierto de Altar, esta cinta recrea la trágica historia de una quinteta de trabajadores enviados ahí en 1937 para rectificar el trazo de la línea por la que correría el tren que comunicará a Mexicali con el resto del país. 


"Tengo tres razones para vivir: mi hijo, partir este maldito desierto y tu amistad", le responde el capataz Manuel Iglesias a Lorenzo Montes, luego de que este intentara agredirlo mientras le reclamaba por los golpes que dio a su propio hijo, así como por su rudo carácter para con sus subordinados. Cierto es que los une una gran amistad, pero Montes, envalentonado por la ebriedad, no repara en calificarlo de "ogro malencarado". Y es que además de su incansable tesón en el trabajo, al temerario Manuel lo distingue el inflexible trato que da a los rieleros, quienes se fajan de sol a sol para cumplir con la encomienda de montar las vías del ferrocarril Sonora-Baja California que atravesará el gran desierto de Altar. 

Es la década de 1930. Los años del esfuerzo cardenista por dar a México renovadas señales de progreso, como extender la red ferroviaria. A decir de la mesa directiva de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (SCOP), la empresa luce imposible y solo un hombre de la talla de Manuel (interpretado por David Reynoso) podría intentar sacarla adelante. Para los funcionarios, el inclemente clima, las limitaciones técnicas y de recursos podrían poner en riesgo la misión, pero la prestigiosa dirección del Mayor les significa una gran esperanza y por ello lo ha nombrado primer jefe de cuadrilla de la División del Sur. 

Manuel sabe que la vida no está exenta del caos y la angustia cuando se pasan largas temporadas en el desierto, "un tigre dormido que en cualquier momento puede despertar". Por si fuera poco, la súbita presencia del viento negro (tormenta de arena que acarrea con fuerza las cenizas y el polvo de roca volcánica negra del Pinacate) realza el drama y la posibilidad de la muerte cuando, en una misión de exploración, su hijo (Enrique Lizalde) se extravía junto con don Lorenzo (José Elías Moreno) y otros tres trabajadores. El hijo de Iglesias, ingeniero del IPN, tendrá que sacar lo mejor de sí para no sucumbir e incluso es quien anota las anheladas coordenadas que serán la referencia más importante para partir el desierto en dos, como tanto quería el Mayor. 

Esta película rememora los trabajos avalados por la administración de Lázaro Cárdenas, a través de la SCOP, para realizar el trazo y tendido de las vías férreas que conectarán la península bajacaliforniana con Sonora y otros territorios. La tarea, que supuso un gran reto para el gobierno, logró cumplirse al cabo de varios años contra todo pronóstico y pese a la tragedia de los desaparecidos contada en el filme y otras vicisitudes. Aparte, cuando por fin corrió el tren, comenzó una inmigración masiva hacia Mexicali, que pasó de ser una localidad de menor población e infraestructura a una importante ciudad del norte mexicano. Se ha dicho, además, que esta importante obra de las comunicaciones evitó que la península de Baja California terminara anexada a Estados Unidos. 

Con argumento de Mario Martini, el cineasta Servando González Hernández (1923-2008) no solo presenta una visión introspectiva de la industria del riel en los años treinta del siglo pasado, sino también una sensible descripción social y antropológica de los personajes.


(Tomado de: Villa, Marco. Viento negro. Relatos e historias en México. Año XII, número 137. Ciudad de México, 2020)

lunes, 7 de octubre de 2024

La lengua mexicana



Las lenguas de América, dice Paw, son tan estrechas y escasas de palabras, que no es posible explicar en ellas ningún concepto metafísico. “No hay ninguna de estas lenguas en que se pueda contar arriba de tres. No es posible traducir un libro, no digo en las lenguas de los algonquines y de los guaranís o paraguayos, pero ni aun en las de México o del Perú, por no tener un número suficiente de términos propios para enunciar las nociones generales."
Cualquiera que lea estas decisiones magistrales de Paw, se persuadirá sin duda que decide así después de haber viajado por toda la América, de haber tratado con todas aquellas naciones y haber examinado todas sus lenguas. Pero no es así. Paw sin salir de su gabinete de Berlín, sabe las cosas de América mejor que los mismos americanos, y en el conocimiento de aquellas lenguas excede a los que las hablan.


Yo aprendí la lengua mexicana y la oí hablar a los mexicanos muchos años, y sin embargo, no sabía que fuera tan escasa de voces numerales y de términos significativos de ideas universales, hasta que vino Paw a ilustrarme. Yo sabía que los mexicanos pusieron el nombre centzontli (400), o más bien el de centzontlatale (el que tiene 400 voces) a aquél pájaro tan celebrado por su singular dulzura y por la incomparable variedad de su canto. Yo sabía también que los mexicanos contaban antiguamente por xiquipili, así las almendras de cacao en su comercio como sus tropas en la guerra; que xiquipili valía ocho mil, y así para decir que un ejército se componía, por ejemplo, de cuarenta mil hombres, decían que tenía cinco xiquipili.


Yo sabía, finalmente, que los mexicanos tenían voces numerales para significar cuantos millares y millones querían; pero Paw sabe todo lo contrario y no hay duda que lo sabrá mejor que yo, porque tuve la desgracia de nacer bajo un clima menos favorable a las operaciones intelectuales. Sin embargo, quiero, por complacer la curiosidad de mis lectores, poner abajo la serie de los nombres numerales de que se ha valido siempre los mexicanos, en la cual se ve que los que, según dice Paw, no tenían voces para contar más que tres, a pesar suyo las tienen para contar por lo menos cuarenta y ocho millones. Del mismo modo podemos convencer el error de [Charles-Marie de] La Condamine y Paw en otras muchas lenguas de América, aun de aquellas que se han reputado las más rudas, pues se hallan actualmente en Italia personas experimentadas de aquel Nuevo Mundo y capaces de dar plena noticia de más de sesenta lenguas americanas; pero no queremos cansar la paciencia de los lectores. Entre los materiales recogidos para esta mi obra, tengo los nombres numerales de la lengua araucana, que a pesar de de ser la lengua de una nación más guerrera que civil, tiene voces para explicar aun millones.


No es menor el error de Paw en afirmar que son tan escasas las lenguas americanas, que no son capaces de explicar un concepto metafísico, lección que aprendió de La Condamine. “Tiempo, dice este filósofo hablando de las lenguas de los americanos, duración, espacio, ser, sustancia, materia, cuerpo. Todas estas palabras y otras muchas no tienen voces equivalentes en sus lenguas, y no sólo los nombres de los seres metafísicos, pero ni aun de los seres morales, pueden explicarse por ellos sino impropiamente y por largos circunloquios”. Pero La Condamine sabía tanto de las lenguas americanas como Paw, y tomó sin duda este informe de algún hombre ignorante, como sucede frecuentemente a los viajeros. Estamos seguros de que muchas lenguas americanas no tienen la escasez de voces que piensa La Condamine; pero omitiendo por ahora lo que mira a las otras, discurramos sobre la mexicana, principal asunto de nuestra contienda.


Es verdad que los mexicanos no tenían voces para explicar los conceptos de la materia, sustancia, accidente y semejantes; pero es igualmente cierto que ninguna lengua, de Asia o de Europa, tenía tales voces antes que los griegos comenzasen a adelgazar, abstraer sus ideas y crear nuevos términos para explicarlas. El gran Cicerón, que sabía tan bien la lengua latina y floreció en los tiempos en que estaba en su mayor perfección, a pesar de estimarla más abundante que la griega, lucha muchas veces en sus obras filosóficas para encontrar voces correspondientes a las ideas metafísicas de los griegos. ¿Cuántas veces se vio precisado a crear nuevas voces equivalentes en algún modo a las griegas, porque no las encontraba entre las voces usadas por los romanos? Pero aun hoy día, después de que aquella lengua fue enriquecida por muchas palabras inventadas por Cicerón y otros doctos romanos, que a ejemplo suyo se dedicaron al estudio de la filosofía, le faltan términos para explicar muchos conceptos metafísicos, si no se recurre al bárbaro lenguaje de las escuelas.


Ninguna de aquellas lenguas que hablan los filósofos de Europa, tenía palabras significativas de la materia, la sustancia, el accidente y otros semejantes conceptos, y por lo tanto fue necesario que los que filosofaban adoptasen las voces latinas o las griegas. Los mexicanos antiguos, porque no se ocupaban en el estudio de la metafísica, son excusables por no haber inventado voces para explicar aquellas ideas; pero no por esto es tan escasa su lengua en términos significativos de cosas metafísicas y morales, como afirma La Condamine que son las de la América meridional; antes aseguro que no es tan fácil encontrar una lengua más apta que la mexicana para tratar las materias de la metafísica, pues es difícil de encontrar otra que abunde tanto en nombres abstractos, pues pocos son en ella los verbos de los cuales no se formen verbales correspondientes a los en io de los latinos, y pocos son también los nombres sustantivos o adjetivos de los cuales no se formen nombres abstractos que significan el ser o, como dicen en las escuelas, la quiditad de las cosas, cuyos equivalentes no puedo encontrar en hebreo, ni en griego, ni en latín, ni en francés, ni en italiano, ni en inglés, ni en español, ni en portugués, de las cuales lenguas me parece tener el conocimiento que se requiere para hacer el cotejo. Pues para dar alguna muestra de esta lengua y por complacer a la curiosidad de los lectores, pondré aquí a su vista algunas voces que significan conceptos metafísicos y morales, y que las entienden aun los indios más rudos.


La excesiva abundancia de semejantes voces ha sido causa de haberse expuesto sin gran dificultad en la lengua mexicana los más altos misterios de la religión cristiana y haberse traducido en ella algunos libros de la Sagrada Escritura, y entre otros los de los Proverbios de Salomón y los Evangelios, los cuales, así como la Imitación de Cristo, de Tomás Kempis, y otros semejantes trasladados también al mexicano, no pueden ciertamente traducirse a aquellas lenguas que son escasas de términos significativos de cosas morales y metafísicas. Son tantos los libros publicados en mexicano sobre la religión y la moral cristiana, que de ellos solos se podría formar una buena biblioteca. Después de esta disertación pondremos un breve catálogo de los principales autores de que nos acordamos, así para confirmar cuanto decimos como para manifestar nuestra gratitud a sus fatigas. Unos han publicado un gran número de obras que hemos visto. Otros, para facilitar a los españoles la inteligencia de la lengua mexicana, han compuesto gramáticas y diccionarios.


Lo que decimos del mexicano podemos en gran parte afirmarlo de otras lenguas que se hablaban en los dominios de los mexicanos, como la otomí, matlatzinca, mixteca, zapoteca, totonaca y popoluca, pues igualmente se han compuesto gramáticas y diccionarios de todas estas lenguas y en todas se han publicado tratados de religión, como haremos ver en el catálogo prometido.


Los europeos que han aprendido el mexicano, entre los cuales hay italianos, franceses, flamencos, alemanes y españoles, han celebrado con grandes elogios aquella lengua, ponderándola al grado de que algunos la han estimado superior a la latín y la griega,como hemos dicho en otra parte. Boturini afirma que “en la urbanidad, elegancia y sublimidad de las expresiones, no hay ninguna lengua que pueda compararse con la mexicana”. Este autor no era español sino milanés; no era hombre vulgar sino erudito y crítico; sabía muy bien, por lo menos, el latín, el italiano, el francés y el español, y del mexicano supo cuanto bastaba para hacer un juicio comparativo. Reconozca, pues, Paw su error y aprenda a no decidir en las materias que ignora.


Entre las pruebas en que quiere apoyar [Georges Louis Leclerc, conde de] Buffon su sistema de la reciente organización de la materia en el Nuevo Mundo, dice que los órganos de los americanos eran toscos y su lengua bárbara. “Véase -añade- la lista de sus animales, y sus nombres son tan difíciles de pronunciar que es de admirar haya habido europeos que se hayan tomado el trabajo de escribirlos.” No me admira tanto de su fatiga en escribirlos como de su descuido en copiarlos. Entre tantos autores europeos que han escrito en Europa, la historia civil o natural de México, no he encontrado ni uno que no haya alterado y desfigurado los nombres de las personas, animales y ciudades mexicanas, y algunos lo han hecho en tal grado, que no es posible adivinar lo que quisieron escribir. La historia de los animales de México pasó de las manos de su autor el Dr. Hernández, a las de Nardo Antonio Recchi, el cual nada sabía de mexicano; de las manos de Recchi pasó a las de los académicos Linces de Roma, los cuales la publicaron con notas y disertaciones y de esta edición se sirvió Buffon. Entre tantas manos de europeos ignorantes de la lengua mexicana, tenían que alterarse los nombres de los animales. Para convencerse de la alteración que sufrieron en las manos de Buffon, basta confrontar los nombres mexicanos que se leen en su Historia Natural, con los de la edición romana del Dr. Hernández.


Por lo demás, es cierto que la dificultad en pronunciar una lengua a la que no estamos acostumbrados, y principalmente si la articulación de ella es muy diversa de la de nuestra propia lengua, nos convence que sea bárbara. La misma dificultad que experimenta Buffon para pronunciar los nombres mexicanos, experimentarían los mexicanos para pronunciar los nombres franceses. Los que están acostumbrados a la lengua española, tienen gran dificultad para pronunciar la alemana y la polaca, y les parecen las más ásperas y duras de todas. La lengua mexicana no ha sido la de mis padres ni la aprendí de niño y, sin embargo, todos los nombres mexicanos de animales que cita Buffon como prueba de la barbarie de aquella lengua, me parecen más fáciles de pronunciar que muchos otros tomados de algunas lenguas europeas, de las cuales usa en su Historia Natural. Tal vez parecerá lo mismo a los europeos que no están acostumbrados ni a una ni a otras lenguas; y no faltará quien se admire de que Buffon se haya tomado el trabajo de escribir aquellos nombres, capaces de causar miedo a los más valientes escritores. Finalmente, en lo que respecta a las lenguas americanas, debe estarse al juicio de los europeos que las supieron, más bien que a la opinión de los que nada saben.


(Tomado de: Clavijero, Francisco Javier - Historia Antigua de México. Prólogo de Mariano Cuevas. Editorial Porrúa, S. A, Colección “Sepan Cuántos…” #29, México, D. F., 1982)

jueves, 3 de octubre de 2024

Daniel Zaragoza, el conocimiento del oficio

 


Daniel Zaragoza el conocimiento del oficio 



Daniel Zaragoza viene de una familia en la que el boxeo ha sido una pasión y una práctica comunes. Su padre, Agustín Zaragoza, fue boxeador profesional cuando la luz que emanaban los grandes ídolos de los años treinta, Casanova, Kid "Azteca" y Conde, oscurecía todo a su alrededor. Don Agustín, comentaría alguna vez, se dio cuenta de que no iba a trascender pero que lo que obtuviera de las tres o cuatro peleas semanales que realizaba en arenas pequeñas le ayudaría para sacar adelante a su familia. 

Después vino su hermano Javier, quien se entusiasmó con la posibilidad de representar a México en la Olimpiada de 1968. Ese espíritu lo llevó a obtener la medalla de bronce en la división de los gallos. Esas dos experiencias sin duda animaron a Daniel a decidirse por la práctica de ese deporte. 

En 1978 decidió asistir a las Olimpiadas y las próximas se realizarían en Moscú 1980. Llegar a los Juegos Olímpicos y ganar una medalla eran las metas que quería cumplir. En el camino de su preparación encontraría tres elementos fundamentales para su carrera: un amigo, Gilberto Román; un maestro, Rafael Beristáin, y -factor determinante- la fortaleza física y psicológica para llegar a ser un grande entre los grandes.

Las expectativas que llevaba a Moscú no se cumplieron. Si la decisión, en los inicios de su carrera, era sólo dedicarse al boxeo amateur, a su regreso y motivado por las buenas bolsas que le prometieron, determinó su entrada al profesionalismo. Debutó el 17 de octubre de 1980. Un día en que se preparaba para una pelea en puerta escuchó los gritos de "¡campeón! ¡campeón!" a la puerta del gimnasio. Eran para Pipino Cuevas, que había llegado. Se acercó a la ventana y vio un Corvette rojo estacionado: de él había bajado Cuevas. Daniel se prometió comprarse uno cuando fuera campeón. Siguió entrenando, ahora con más ganas. 

Para 1982 y con cerca de 15 peleas en su cuenta, se coronó campeón nacional de los pesos gallo. Ya como tal, las buenas bolsas llegaron y las defensas se sucedieron hasta que el 4 de mayo de 1985 enfrentó, como retador al campeonato mundial de los gallos, a Freddy Jackson, en Aruba. Zaragoza recuerda la pelea: "Era como las tachuelas para el águila descalza, tenía un estilo que nunca se me acomodó... pero lo vencí, gracias a que yo ya me sentía campeón mundial y no me iba a quitar el gusto este peleador.”

En su primera defensa perdió por decisión ante el colombiano Miguel Happy Lora; tuvo problemas con la báscula: "Ya no marcaba [el peso y] tuve un error garrafal, tremendo... me metí a la división 15 días antes... es de las peores tonterías que se pueden cometer pues se tiene que seguir corriendo duro, entrenando duro y sin comer... llegué muy debilitado a la pelea.”

Hasta el 29 de febrero de 1988, recibió la revancha, ahora en peso súper gallo. La pelea era ante otro mexicano que había tenido años de mayor Gloria, Carlos Zárate. La pelea se llevó a cabo en California y Zaragoza lo noqueó en diez rounds. Perdió el campeonato después de cinco defensas, frente a Paul Banke, en abril de 1990. 

Recibió su tercera oportunidad a los 34 años, contra el japonés Kyoshi Hatanaka. Daniel triunfó de nuevo y en Oriente el combate fue declarado la mejor pelea de la década. Perdió el título ante Tracy Patterson, el 25 de septiembre de 1993. El retiro estaba cerca. Pero, como Ave Fénix, volvió a ganar un campeonato mundial ante Héctor Acero; lo perdería finalmente ante otro mexicano. Daniel Zaragoza conquistó cuatro campeonatos mundiales, todos a base de disciplina y constancia.



(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)