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viernes, 4 de julio de 2025

Emiliano Zapata en Italia

 


CAPÍTULO PRIMERO

Aventuras de los aztecas en el Más Allá.

[…]

Las leyendas de los caudillos prodigiosamente longevos que viven ocultos y pueden volver para salvar a su pueblo o vengar las afrentas padecidas, son de todos los pueblos y de todas las épocas.


EMILIANO ZAPATA EN ITALIA


Aquí, en México, se repite el mito de Quetzalcóatl en pleno siglo xx. El caudillo que se va “por donde el sol sale” y debe regresar para restablecer la justicia, es Emiliano Zapata. El hombre asesinado en Chinameca el 10 de abril de 1919 no era el jefe agrarista, sino otra persona que se le parecía. Por una multitud de pormenores se ha comprobado que el individuo muerto por el coronel Guajardo se diferenciaba bastante de don Emiliano; me especificó varios de estos detalles doña Inés Alfaro Aguilar, que fue esposa del caudillo agrarista y le dio cinco hijos.

Hace algunos años asistía, el 8 de septiembre, a la fiesta del Tepozteco, en la plaza de Tepoztlán. Tres campesinos ancianos, de calzón blanco, me preguntaron de dónde venía. Cuando les dije que de Italia, se iluminaron sus rostros. ¡Italia, donde está viviendo don Emiliano Zapata! Me vieron como a un amigo y me abrazaron; más aún, quisieron que me enterara de los hechos de armas en que acompañaron a “mi general*’, hacía once lustros y más.

La versión de que Zapata vivía en Italia me la confirmaron otras personas en Anenecuilco; estaba difundida, por cierto, entre decenas de millares de campesinos, no sólo de Morelos, sino de Puebla, Guerrero y Oaxaca. Sin embargo, supe en Tlaltizapán, por doña Inés Alfaro, que en realidad don Emiliano se fue mucho más al oriente, hasta Arabia. Ahí se ocupó de distribuir tierras a los pobres.

—¿Todavía vive?

Doña Inés bajó la voz.

—Voy a confiarle un secreto —me contestó—. Ya murió. Fue hace seis años, en 1957. Me dio el dato doña Inés con gran sigilo, porque mucha gente cree que uno de estos días el general Zapata debe volver a México, donde tiene tantas cuentas que saldar. ¿Con quién?

Me lo explicó en Cuernavaca un anciano zapatista del sur de Morelos, que acompañó a su jefe a la toma de la Ciudad de México.

—¿Con quién tiene cuentas que saldar mi general Zapata? ¡Con los traidores de la revolución! ¡No hay bastantes árboles para colgarlos a todos!

No es aquí el lugar para comentar la ingenua virulencia de la invectiva; lo importante es comprobar la existencia, actualmente, del mito de Zapata y su singular analogía con el de Quetzalcóatl.


(Tomado de: Tibón, Gutierre - Historia del nombre y de la Fundación de México. Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1975)

lunes, 14 de febrero de 2022

Epitacio Huerta

 


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Epitacio Huerta (1827-1904)

"Era mi deber defender la Patria y la causa santa de sus leyes; y así lo hice -escribiría en sus memorias-. Era mi deber preferir, en el destierro, el hambre a la deshonra, el dolor a la ignominia; y con dignidad, y aún con placer, los preferí".El general había luchado contra el mejor ejército del mundo, el francés, y había sido derrotado. El castigo que tuvo que pagar por la defensa heroica de su patria fue muy caro. Y aún así, lo enfrentó con estoico carácter.

Epitacio Huerta era un reconocido militar que había entrado a la lucha ideológica durante la Revolución de Ayutla. Peleó contra Antonio López de Santa Anna en Jalisco y Michoacán, en donde estableció, con éxito, su centro de operaciones. Fue por ello nombrado comandante militar y gobernador de Michoacán. Las ideas liberales le convencían y peleó contra los conservadores en la Guerra de Reforma. Sin embargo, su mayor enemigo habría de provenir del exterior. Al inicio de la Intervención Francesa, habían pocos militares más decididos a desterrar a los invasores que Epitacio Huerta.

Estuvo en varias de las batallas más importantes de la época; sin embargo, la que habría de marcar su vida para siempre sería el sitio de Puebla de 1863. Tras varios meses de sacrificio y coraje, cayó la plaza, y lo aprehendieron. Se le ofreció un indulto a cambio de dejar las armas, lo cual rechazó tajantemente. Su castigo sería el exilio en Francia. Huerta era tan sólo uno de varios militares que no pudieron escapar en el camino de sus captores y que el 23 de julio fueron conducidos al país europeo.

En Francia, los prisioneros fueron intimidados en varias ocasiones para firmar un documento de sumisión al imperio francés. De los más de 500 soldados que llegaron al país galo, sólo 123 se negaron a firmarlo. Por supuesto, Epitacio Huerta, quien era el jefe de los prisioneros, estaba entre ellos. Por un año pasaron penas y humillaciones. No contaban con recursos para subsistir más que los que enviaban algunos mexicanos. Fue entonces cuando recibió la noticia que los prisioneros podían salir con libertad de Francia. El gobierno de Napoleón III, sin embargo, sólo pagaría el transporte a los que habían firmado la hoja de sumisión.

Huerta, desde ese momento, buscó por todo París los medios para pagar el transporte de sus compañeros leales a su patria. Para el 11 de julio, los recursos no eran suficientes. El gobierno francés decidió que, de no salir en las siguientes 24 horas, los combatientes mexicanos serían reducidos a prisión. Huerta decidió que viajaran a España. Sin embargo, el camino hacia la patria se veía aún lejano.

Pidió recursos a todo el mundo. Solicitó auxilio de los hombres más acaudalados de México, la mayoría de quienes, temerosos del castigo de los franceses, dieron poco o nada. Los alimentos comenzaron a escasear a los prisioneros en libertad.

El año de 1864 transcurrió sin que se viera una solución próxima al problema. Por si fuera poco los prisioneros comenzaron, además, a tener problemas con algunos prestamistas a quienes habían pedido dinero para comer. Aunque la desesperación hacía presa de los mexicanos, Huerta siempre mantuvo ecuanimidad y liderazgo para resolver los problemas conforme se iban presentando. Sin embargo, su frustración por no ver llegar la ayuda, a pesar de poner su nombre como promesa de pago o sus propias tierras a la venta, fue creciendo conforme se acercaba diciembre.

En los primeros meses de 1865 olvidó toda posibilidad de que los recursos oficiales auxiliaran a los leales mexicanos. Contactó entonces a uno de sus socios en México, Manuel Terreros, quien pronto aceptó donar la mitad de los gastos. El propio Huerta, de su bolsillo y de algunos donativos de otros mexicanos, puso el dinero restante. El 26 de febrero Huerta les decía a los prisioneros: "Partid al suelo patrio, buscad en el campo del honor nuevas glorias, sostened con bravura el pabellón nacional". Los prisioneros salieron de Europa el 27 de febrero siguiente. La misión más complicada y patriota de Huerta había sido cumplida.

Hubiera sido más sencillo firmar el documento de sumisión. Los traidores a la patria llegaron al país al poco tiempo de su firma; pero pisaron suelo mexicano deshonrados. Huerta y los demás oficiales prefirieron el hambre a la deshonra.


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008) 



martes, 25 de junio de 2019

Pedro Santacilia

Nació en Santiago de Cuba, el 24 de junio de 1826. Su primaria la realizó en Cuba y al ser trasladado su padre a España, hizo en la Península la segunda enseñanza, regresando a la Isla en 1845, donde completó su educación, dedicándose al profesorado y a las letras. Se interesó en el periodismo y se acreditó como historiador erudito y poeta inspirado. Radicado en Santiago, participó activamente en la vida cultural de su ciudad natal y a partir de 1851 se hizo notoria su participación en los grupos insurgentes; aprehendido, se le envió con un grupo de personas a La Habana, acusándolo de actos de infidencia; se le confinó a España; en 1853 se escapó por Gibraltar y se trasladó a Estados Unidos. Se radicó en Nueva York donde publicó la primera edición de su obra poética El arpa del proscrito. Fue muy activa su participación dentro de los grupos revolucionarios y bien conocido como poeta.


En Nueva Orleáns, se asoció con otro exiliado cubano, Domingo Goicuría en una negociación comercial; Benito Juárez llegó a Nueva Orleáns también desterrado y se estableció entre ellos una firme amistad, no obstante la diferencia de edades.


Al regresar Juárez a México para incorporarse a los sublevados de Guerrero, al amparo del Plan de Ayutla, Pedro Santacilia lo va a despedir al muelle y le pregunta: “¿Dónde nos volveremos a encontrar?” Juárez en rápida respuesta le dijo: “En México libre o en la eternidad”.


Al establecerse el gobierno en Veracruz durante la Guerra de Reforma, Juárez solicitó frecuentes servicios de la Casa “Goicuría y Santacilia”; la que fue su agente comprador de armas, parque, embarcaciones, etcétera, en muchas ocasiones a crédito.


Santacilia visitó México en 1861, casó con Manuela, hija mayor de Juárez; en 1863, acompañó a la familia en la peregrinación hacia el norte y el 12 de agosto de 1864, en Monterrey, recibió de Juárez el encargo de llevar a la familia a Nueva York para quedar a salvo de posibles contingencias.


En 1867, al volver, asumió la Secretaría Particular del presidente Juárez, hasta su muerte en julio de 1872.


Varias veces fue diputado federal y durante el régimen de Lerdo de Tejada tuvo esa representación. Al triunfar el Plan de Tuxtepec se retiró a la vida privada, dedicándose a su familia y a cultivar la memoria de Juárez.


Afortunadamente recogió del Palacio Nacional el archivo del presidente, le cuidó celosamente y sus descendientes lo entregaron a la nación, depositándolo en la Biblioteca Nacional en el año de 1925. Tuvo una larga vida; alcanzó los 84 años de edad, muriendo en la ciudad de México el 1° de marzo de 1910 por trombosis.


(Tomado de: Tamayo, Jorge L. (Introducción, selección y notas) - Antología de Benito Juárez. Biblioteca del Estudiante Universitario #99. Dirección General de Publicaciones, UNAM, México, D. F. 1993)