Mostrando las entradas con la etiqueta Cholula. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Cholula. Mostrar todas las entradas

viernes, 19 de abril de 2024

Historia cultural del cactus IV Historia antigua

  


Historia cultural del cactus 

4. Historia antigua


La planta que ven ustedes aquí, señores, es la Opuntia cochinellifera y fue cogida por mí en la Pirámide de las Serpientes que se alza no lejos de la Ciudad de México [en Tenayuca, Edo. de México]. Un muchachito indio que vendía ídolos junto a la pirámide, metió el dedo en la axila de la planta, sacó una cosita diminuta, rojiza, como espolvoreada de harina, me la alargó y me dijo: "Una cochinilla". La aplastó contra la planta y salió sangre, en tal cantidad, que una de las paletas del nopal, teñida por ella, parecía un pedazo de carne cruda. Del animalito no quedó nada.


Esta planta se cultivó antaño para fomentar la cochinilla que vive en ella. En tiempos de los aztecas, se juntaba toda la sangre de estas pulgas purpúreas para entregarla al erario imperial: los príncipes de las tribus y los héroes guerreros eran recompensados con vasijas llenas de esta especie de carmín. La clase más preciosa de todas, la sangre de las cochinillas vírgenes o, por lo menos, de las hembras no embarazadas, solo podía emplearse para teñir túnicas del propio emperador y el manto del supremo sacerdote. En aquel México todavía no descubierto, el emperador y el verdugo vestían ropa del mismo color, como en el Sacro imperio Romano de la nación germánica. Pues en realidad el supremo sacerdote sacerdote de los aztecas era, al mismo tiempo, el supremo verdugo y tenía por trono y por altar el patíbulo, como nos lo relata Heine: 


Sobre las gradas de mármol del altar 


Se encuclilla un hombrecillo de cien años 


Sin un pelo en la cabeza ni en la barba, 


Revestidos de una roja camisola. 


Es el supremo sacerdote


Y está afilando su cuchillo…


De nada le sirvió afilar el cuchillo, de nada sirvieron los sacrificios humanos. El invasor avanzaba sobre la capital de los aztecas para arrancar el manto púrpura de los hombros del emperador y la camisola escarlata de los hombros del sacerdote-verdugo. Y los dioses no lo impidieron.


Pero lo que no pudieron impedir los dioses, por poco lo impide un modesto cactus, un nopal de la región de Cholula. En Cholula, Hernán Cortés pasó a cuchillo a la población; en tres horas amontonaron seis mil muertos. El Nuevo Mundo no había visto jamás, hasta entonces, una matanza semejante. Consumada esta hazaña, los españoles avanzaron sobre la capital, precedidos por el estandarte de la caballería. Era un día caluroso; los caballeros chupaban afanosamente, para apagar la sed, los frutos rojos de los nopales de Cholula.


Por el camino se ordena hacer alto: "¡Desmonten! ¡Rompan filas!" Pero, ¿Qué es esto, Dios del Cielo? ¡Sangre, es sangre! ¡Los soldados de Cortés orinan sangre! No cabe duda, sus venas han reventado: es un castigo de la Providencia por los crímenes horrorosos cometidos por ellos contra los indios. Los jinetes se apiñan temblorosos, caen de rodillas, elevan sus oraciones a Santiago de Compostela, hacen voto de enmienda y se niegan a seguir bajo las armas.


Poco después llegan a pie las tropas auxiliares de los indios. También ellas orinan rojo, pero la cosa no parece inquietarlas poco ni mucho. Los pecadores arrepentidos averiguan por los naturales del país que aquella "sangre" es, simplemente, la orina teñida por el zumo de las tunas de Cholula. No hay, pues, tal castigo del cielo ni motivo para arrepentirse. Descargada su conciencia de escrúpulos, los católicos caballeros prosiguen sus crueles hazañas guerreras.


(Continuará)


Tomado de Kisch, Egon Erwin. Descubrimientos en México. Volumen 1. Prólogo de Elisabeth Siefer. Edición aumentada. Colección ideas, #62. EOSA, Editorial Offset, S.A. de C.V., México, Distrito Federal, 1988)

sábado, 15 de diciembre de 2018

Inundación de México, 1449

 
 
 
El año de 1449, formidables aguaceros hicieron subir de tal suerte el nivel de los lagos, que se inundó completamente la ciudad de México, no pudiendo efectuarse el tráfico sino en canoas. Motecuhzoma, para salvar la capital de su imperio, consultó lo que debería hacerse, con Netzahualcóyotl, que pasaba por gran ingeniero; y éste le aconsejó que construyera un gran dique, como lo hizo, del que aún quedan restos, especialmente en las cercanías de San Cristóbal Ecatepec, que son conocidos con el nombre de albarrada vieja de los indios. Fue ésta una notable obra de ingeniería indígena, que corría como tres kilómetros dentro de la laguna –en partes muy hondas-, tenía más de quince metros de ancho, y más de doce y medio kilómetros de largo. Fueron estos los primeros trabajos para intentar el desagüe de la ciudad de México.

Los indomables chalcas aprovecháronse de los perjuicios que la inundación había causado en la ciudad de México, para insurreccionarse de nuevo y sacudir su dominio; pero fueron otra vez vencidos y sujetados por Motecuhzoma.

Según el Códice Mendocino, este monarca conquistó también Atotonilco y Tollan (hoy Atotonilco y Tula, en el estado de Hidalgo). Hueipóchtla, Axocápan, Xilotepec, Itzcuitlopilco, Tlapacoyan y Chalpolicxitlan, situados al norte de México.
 
Otros fenómenos meteorológicos
 
Los años siguientes, desde 1450 a 1452, sobrevinieron fuertes nevadas, fenómeno absolutamente extraordinario en el Valle de México, que provocó la pérdida de las cosechas. La nieve causó muchas muertes, pues según se dice, les llegaba a los hombres a la rodilla y los indígenas no estaban preparados para resistir un clima tan desapacible. Además, las nevadas derribaron varios edificios y ocasionaron la interrupción del tráfico en la ciudad, produciendo una epidemia de gripa.

Como si esto no fuera bastante, el año siguiente de 1453, el calor y la sequía fueron tan grandes, que impidieron la fructificación de las mieses; así es que en 1454, que fue la fiesta secular del fuego nuevo, agotadas las reservas, vino el hambre a sentar sus reales en el imperio.
 
El año del hambre
 
En vano fue que los reyes aliados de México, Texcoco y Tacuba abrieran sus graneros e hicieran distribuciones públicas y gratuitas de maíz, pues eran ineficaces estos recursos para combatir la necesidad pública. La miserable gente se alimentaba con las más sucias alimañas, con las raíces de las plantas, y con las yerbas de los tulares; y aun se dio el caso de que muchos mexicanos se vendieran como esclavos por un puñado de maíz, en tanto que otros, abandonándolo todo, emigraban a tierras más fértiles. Como los mercaderes totonacas se presentaban comprando esclavos a cambio de maíz, hubo necesidad de dictar leyes sobre el caso, determinando que las ventas sólo serían válidas cuando se hicieran por quinientas mazorcas, tratándose de un hombre, y cuatrocientas tratándose de una mujer.

Tras el hambre se presentó la peste, su obligada compañera, y los caminos y la ciudad se veían regados de cadáveres de los que perecían, ya del hambre, ya del contagio.
 
La Guerra Florida o contra los enemigos en casa
 
Entonces, para aplacar a los dioses, que se suponían irritados, los sacerdotes decidieron que debía sacrificarse un gran número de hombres ordinariamente, sin esperar a tener cautivos hechos en guerra y que, para contar con ellos siempre, se hiciera un convenio con los de Tlaxcala, por el cual se señalase un campo donde combatieran los aliados con los tlaxcaltecas, simplemente para disponer de víctimas que sacrificar a los dioses, sin pretender los ejércitos combatientes ganar tierras ni señoríos, ni salir del campo señalado. Aceptada esta propuesta, se fijaron para tales combates las provincias de Tlaxcala, Huejotzinco y Cholula, que fueron llamados los enemigos de casa. En ella el número de los contendientes estaba igualado y, a consecuencia de ese pacto, no podían pasar los habitantes de esos lugares a México, ni a la inversa sin ser sacrificados. Esto explica por qué aquéllos señoríos no fueron conquistados por los mexicanos, a pesar de que otros muchos más poderosos y lejanos sí lo fueron.

La guerra que hacían –dice Pomar-, era cada veinte días, conforme a la cuenta de sus fiestas del año, de manera que una vez lo hacían con los tlaxcaltecas y otra con los huejotzincas, y ellos, por la propia cuenta, los aguardaban y los propios días en el campo y lugares de pelea, sin errarse jamás”.
 
(Tomado de: Alfonso Toro – Historia de México I, Historia Antigua)