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miércoles, 10 de octubre de 2018

Las montañas de la Nueva España

Las montañas de la Nueva España



Apenas hay un punto en el globo en donde las montañas presenten una construcción tan extraordinaria como las de Nueva España. […]

La cadena de las montañas que forman la grande llanura del reino de México, es la misma que con el nombre los andes atraviesa toda la América Meridional; pero la construcción, o digamos el armazón de esta cadena, se diferencia mucho al sur y al norte del ecuador. En el hemisferio austral, la cordillera está por todas partes hendida y cortada, como si fuera por venas de minas abiertas y no llenas de sustancias heterogéneas. Si algunas llanuras hay elevadas de 2,700 a 3,000 metros, como en el reino de Quito y más al norte en la provincia de Los Pastos, no pueden compararse en extensión con las de Nueva España; son más bien valles altos longitudinales, cerrados por dos ramales de la gran Cordillera de los Andes. Pero en México, por el contrario, la loma misma de las montañas es la que forma el llano; de modo que la dirección de la llanura es la que va marcando, por decirlo así, la de toda la cadena. En el Perú, las cimas más elevadas forman la cresta de los Andes; y en México, estas mismas cimas, menos colosales a la verdad, pero siempre de 4,900 a 5,400 metros de altura, están o dispersas en la llanura, o coordinadas en líneas que no tienen ninguna relación de paralelismo con la dirección de la cordillera.


El Perú y el reino de la Nueva Granada presentan valles transversales, cuya profundidad perpendicular es a veces de 1,400 metros. Estos valles son los que impiden a los habitantes viajar si no es a caballo, a pie, o llevados a hombros de los indios que se llaman cargadores. En el reino de Nueva España, al contrario, van los carruajes desde la capital hasta Santa Fe, en la provincia del Nuevo México, por un espacio de más de 500 leguas comunes; sin que en todo este camino haya tenido el arte que vencer dificultades de consideración.


En general, el llano mexicano está tan poco interrumpido por los valles, y su pendiente uniforme es tan suave, que, hasta la ciudad de Durango situada en la Nueva Vizcaya, a 140 leguas de distancia de México, se mantiene el suelo constantemente elevado, de 1,700 a 2,700 metros, sobre el nivel del océano vecino; altura a que están los pasos del Montcenis, del San Gotardo y del gran san Bernardo. Para examinar este fenómeno geológico con toda la atención que merece, yo hice cinco nivelaciones barométricas. La 1ª, atravesando el reino de Nueva España desde las costas del Grande Océano hasta las del Golfo mexicano, desde Acapulco a México, y desde esta capital a Veracruz. La 2ª, desde México por Tula, Querétaro y Salamanca, hasta Guanajuato; la 3ª, comprende la intendencia de Valladolid desde Guanajuato hasta Pátzcuaro, en el volcán de Jorullo. La 4ª, desde Valladolid a Toluca, y de aquí a México; y la 5ª abraza los contornos de Morán y de Actopan. Los puntos cuya altura he determinado, ya por medio del barómetro, ya trigonométricamente, son 208; distribuidos todos en un terreno comprendido entre los 16° 50’ y 21° 0’ de latitud boreal, y los 102° 8’ y 98° 28’ de longitud (occidental de París). Fuera de estos límites, no conozco sino un solo paraje cuya elevación esté determinada con exactitud, es, a saber, la ciudad de Durango, cuya elevación, deducida de la altura barométrica, es de 2,087 metros. El llano de México conserva por consiguiente su extraordinaria altura, aun extendiéndose por el norte mucho más allá del trópico de Cáncer.

(Tomado de: Humboldt, Alejandro de – Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España. Estudio preliminar, revisión del texto, cotejos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina. Editorial Porrúa, colección “Sepan Cuantos…” #39. México, D.F.,2004)




martes, 18 de septiembre de 2018

Volcanes de Nueva España


Volcanes de Nueva España



El descanso de los habitantes de México es menos turbado por temblores de tierra y explosiones volcánicas que el de los habitantes del reino de Quito y de las provincias de Guatemala y de Cumaná. En toda la Nueva España no hay sino cinco volcanes encendidos, esto es, el Orizaba, el Popocatépetl, y las montañas de Tuxtla, de Jorullo y de Colima. Los temblores de tierra, que son bastante frecuentes en las costas del océano Pacífico y en los alrededores de la capital, no causan en aquellos parajes desastres semejantes a los que han afligido a las ciudades de Lima, de Riobamba, de Guatemala y de Cumaná. Una horrible catástrofe hizo brotar de la tierra, el día 14 de septiembre de 1759, el volcán de Jorullo, rodeado de innumerable multitud de pequeños conos humeantes. En el mes de enero de 1784 se oyeron en Guanajuato truenos subterráneos que eran casi más espantosos por lo mismo que no venían acompañados de ningún otro fenómeno. Todo esto parece probar que el país contenido entre los paralelos de 18 y 22° oculta un fuego activo que rompe de tiempo en tiempo la costra del globo, incluso a grandes distancias de la costa del océano.

(Tomado de: Humboldt, Alejandro de – Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España. Estudio preliminar, revisión del texto, cotejos, notas y anexos de Juan A. Ortega y Medina. Editorial Porrúa, colección “Sepan Cuantos…” #39. México, D.F.,2004)



lunes, 30 de abril de 2018

Agustín Ahumada y Villalón

Agustín Ahumada y Villalón



Marqués de las Amarillas. Se ignoran el lugar y fecha de su nacimiento; murió en Cuernavaca el 5 de febrero de 1760. Cuadragésimo segundo virrey de la Nueva España, había cobrado prestigio militar en las guerras de Italia y gobernado la ciudad de Barcelona. Entró a México el 10 de noviembre de 1755. Celebró la institución del patronato de la Virgen de Guadalupe (1756); trató de corregir los vicios de los eclesiásticos de Puebla; intervino, tratando de avenir a las partes, en los litigios que suscitó el descubrimiento de los minerales de plata nativa de la Iguana, en el Nuevo Reino de León; consiguió pacificar, por conducto del gobernador Miguel Sesma, la provincia de Coahuila; continuó las obras del desagüe del valle de México; envió auxilios a Filipinas, amagada por los infieles, y a Florida, para contener a los ingleses; organizó los lutos por la muerte de la reina María Bárbara de Portugal; despachó a España una flota de 11 navíos, custodiados por 2 de guerra (1756); y asistió con oportunidad al presidio de San Sabás, cercano a san Antonio de Béjar, sitiado por los indios comanches sublevados.

   En 1757 las tropas virreinales constaban de 2897 hombres, organizados en 15 cuerpos formados por 61 compañías. Los mayores efectivos se encontraban en Veracruz y México; en el interior había partidas de 7 a 100 soldados.

Las minas de plata más productivas en esa época eran las de Bolaños, en Jalisco, y la Voladora, en Nuevo León. El situado a Filipinas se aumentó a 70 mil pesos anuales, pues el producto de la Real Hacienda montaba a $7.4 millones. En 1759 nació el volcán del Jorullo, en la jurisdicción de Ario (Michoacán), y el 10 de agosto de ese año murió el rey Felipe IV, quedando la reina como gobernadora hasta la mayoría de edad de Carlos III. Una de las últimas acciones del virrey fue mandar limpiar de arena las calles de Veracruz, pues a muchas de las casas se entraba ya por las ventanas a causa de los médanos. Muerto en Cuernavaca, fue sucedido por la Audiencia, presidida por Francisco de Echávarri, hasta que llegó el nuevo virrey Francisco Cajigal de la Vega, gobernador que había sido de La Habana.


(Tomado de: Enciclopedia de México)