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lunes, 24 de marzo de 2025

Miguel Guridi y Alcocer

 


Guridi y Alcocer (Miguel) .-Nació en el pueblo de San Felipe Ixtacuiztla (E. de Tlaxcala). Hizo sus estudios en el seminario seminario Palafoxiano de Puebla, fue catedrático de Filosofía y Sagrada Escritura y censor de la Academia de Bellas Artes. En la Universidad de México fue graduado de doctor en Teología el 9 de octubre de 1790. Fue cura de Tacubaya y, nombrado diputado a Cortes, pasó a España en 1810. Volvió a México en 1813, y fue nombrado provisor y vicario general del arzobispado, y después cura del Sagrario. Escribió: Arte de la lengua latina. México, 1805. -Disertación sobre los daños que causa el juego. Representación de la diputación americana sobre las convulsiones de la América. Londres, 1812. -Curso de Filosofía moderna. Sermones. Tres tomos. Informes sobre la inmunidad eclesiástica. Discursos varios. Poesías líricas y dramáticas. Apología de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, México, 1820, y una larga y muy extraña relación de su propia vida.


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

jueves, 13 de febrero de 2025

José Miguel Gordoa

 


Gordoa (José Miguel). Nació en el Real de Álamos, Zacatecas. Estudió primero en el Colegio de San Ildefonso, de México, y después se incorporó a la Universidad de Guadalajara. Representó a la provincia de Zacatecas en las Cortes españolas, de las que era presidente cuando llegó el decreto de Fernando VII, de 4 de mayo de 1814, en que manifestaba que no juraría la Constitución y disolvía las Cortes. En esa ocasión pronunció un discurso que causó grandísima sensación y fue publicado en España y América. Regresó a México trayendo la cruz de Carlos III. Fue electo diputado por Zacatecas al Congreso Constituyente de 1824. Se le consagró obispo de Guadalajara en agosto de 1831.


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

viernes, 13 de diciembre de 2024

Miguel Ramos Arizpe

 


Ramos Arizpe (Miguel).- Nació en lo que entonces se llamaba Valle de San Nicolás, en Coahuila, y hoy tiene su nombre, el 15 de febrero de 1775. Comenzó sus estudios en el seminario de Monterrey y los terminó en Guadalajara, donde recibió el grado de bachiller en filosofía, cánones y leyes. En 1803 se ordenó sacerdote en México, y fue nombrado capellán familiar y sinodal del obispado de Monterrey; más tarde fue promotor fiscal, defensor de obras pías y catedrático de derecho civil y canónico en el seminario de esa ciudad. En 1807 pasó a Guadalajara, donde obtuvo el grado de licenciado y doctor en cánones, alcanzó un curato y fue propuesto para una canonjía. En septiembre de 1810 fue electo diputado a las Cortes de Cádiz, donde brilló por su talento y se distinguió por su ardiente patriotismo. Por eso fue puesto en la cárcel de Madrid y enseguida desterrado por cuatro años a la Cartuja de Arachristi, en Valencia, donde permaneció hasta 1820, en que fue nuevamente electo diputado a las Cortes españolas. En el mismo año fue nombrado chantre de la catedral de México. Consumada la independencia, volvió a México. Fue presidente de la comisión de Constitución del Congreso de 1823, de modo que contribuyó en gran parte a formar la Constitución federal de 1824. Después fue sucesivamente ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, ministro plenipotenciario para arreglar los tratados con la República de Chile deán de la catedral y nuevamente ministro de Negocios Eclesiásticos; diputado a los congresos de 1841 y 1842. Murió en México el 28 de abril de 1843. 


(Tomado de: México en las Cortes de Cádiz (Documentos). El liberalismo mexicano en pensamiento y en acción. Colección dirigida por Martín Luis Guzmán. Empresas Editoriales, S. A. México, D. F. 1949)

jueves, 24 de febrero de 2022

Por la senda constitucional, 1820


El 1° de enero de 1820 las unidades del ejército expedicionario estacionadas en Cádiz y en espera de embarcarse rumbo a América, secundaron al comandante Rafael de Riego cuando proclamó la restauración de la Constitución de 1813. Otras guarniciones militares se unieron posteriormente al pronunciamiento, y en vista de que los comandantes del ejército no manifestaban ningún deseo de reprimir las revueltas por la fuerza, el 9 de marzo de 1820 el propio Fernando VII declaró: "Marchemos todos, y yo el primero, por la senda constitucional." Entonces llegó el reconocimiento para el liberalismo: los diputados doceañistas, unos en prisión, otros en el exilio, regresaron a la refriega política acompañados por una nueva generación de radicales que habían conspirado contra el régimen saliente en sociedades secretas y logias masónicas. Si bien esta revolución adoptó la forma de una restauración, de cualquier manera se distinguió por una gran variedad de manifestaciones públicas: banquetes, bailes, fuegos artificiales, desfiles en las calles. Aquí estuvieron todos los elementos de una revolución-fiesta, tan característica de la España del siglo XIX. Un contemporáneo comentó: "La revolución de 1820 fue en alto grado filarmónica." Que todas las plazas mayores del país fueran rebautizadas sin demora plaza de la Constitución muestra el grado de renovación.

El trienio constitucional se caracterizó por una movilización política notable, en parte organizada por las logias masónicas que exponían sus políticas en periódicos fundados con tal fin, para debatir las, primero, en las tertulias que se celebraban en los cafés de Madrid, y luego en las cortes. Sin embargo, los liberales pronto se dividieron en moderados y exaltados; las divisiones llevaron a la formación de nada menos que cinco gobiernos sucesivos en tres años cuyas políticas eran cada vez más radicales. La Iglesia cargó con el peso de la reforma: se suprimió la Inquisición definitivamente; los jesuitas, que habían regresado en 1815, fueron expulsados de nueva cuenta; los conventos fueron cerrados, y se redujo notablemente el número de las órdenes mendicantes. El Estado confiscó las propiedades de todas las órdenes que se habían suprimido. Pese a todos los esfuerzos, no pudieron recaudar impuestos suficientes para cubrir el monto de sus presupuestos, y tuvieron que enfrentar una serie de revueltas.

El insurgente navarro Francisco Espoz y Mina destacó como un importante liberal, y fue nombrado capitán general; en cambio, muchos capitanes de la guerrilla se pasaron a la rebelión, encabezando bandas en nombre del rey. Después de todo, hombres como el cura Merino habían peleado por Fernando VII contra los franceses, y no titubearon en combatir a los liberales, mucho menos si atacaban a la Iglesia. Lo ocurrido en 1808 se repitió en 1823: una invasión francesa decidió el destino político de España. La Santa Alianza se había formado en Verona en 1822 con las principales potencias del continente. Temiendo el contagio de la revolución liberal española, la Alianza apoyó la decisión de Carlos X de enviar a "cien mil hijos de San Luis" a derrocar el régimen constitucional. Los exiliados españoles se unieron a esta expedición, que encontró poca resistencia efectiva. A los cinco meses de su entrada, el 1° de octubre de 1823, Fernando VII fue restaurado en el absoluto ejercicio de su poder. Sin embargo, no recuperó la confianza, pues hasta 1828 conservó una guarnición de 22 mil soldados franceses en España. Los sucesos de 1820 fueron sólo el principio de un siglo de disturbios políticos y guerra civil para España: en ambos lados del Atlántico, el colapso de la autoridad tradicional de la monarquía católica creó un vacío político que el proyecto liberal no pudo cubrir.

(Tomado de: Brading, David - Apogeo y derrumbe del imperio español. Traducción de Rossana Reyes Vega. Serie La antorcha encendida. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V. 1a. edición, México, 1996)

jueves, 20 de enero de 2022

Liberales en Cádiz, 1812

  


Mientras las guerrillas españolas y los soldados británicos combatían a los franceses, los liberales españoles pasaban el tiempo en Cádiz entre intrigas y peroratas. Cuando las cortes iniciaron sus procedimientos el 24 de septiembre de 1810, su primer acto fue declarar que estaban investidas con la soberanía de la nación española y que la regencia, como poder ejecutivo nacional que actuaba en representación de Fernando VII, debía reconocer esa soberanía mediante juramento formal. Fue entonces cuando el obispo de Orense prefirió renunciar a prestar juramento. El número de integrantes de las cortes fue muy variable en las distintas sesiones, pero según alguna fuente se componía de 158 diputados peninsulares y 53 americanos, aunque había entre estos últimos numerosos diputados suplentes. Un treinta por ciento de los diputados pertenecían al clero y un veinte por ciento eran funcionarios de gobierno; los demás eran abogados, militares y funcionarios locales en su mayoría. Desde un principio, predominaron en la asamblea los jóvenes liberales, quienes se habían nutrido de libros franceses, habían seguido modelos franceses en arte y literatura, y no veían razón alguna para optar por una política de corte británico. Al mismo tiempo temían la democracia pura y repudiaban el Terror que había ensombrecido el nombre de la revolución francesa.

El resultado de las deliberaciones de las cortes fue la Constitución de Cádiz, firmada el 18 de marzo de 1812 por 184 diputados. En ella se afirmaba que "la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios" y que "la soberanía reside esencialmente en la Nación..." La principal encarnación de esta soberanía eran las cortes, cuyos miembros debían ser elegidos mediante un complicado sistema de juntas electorales en diversos niveles. Las cortes tenían poder para legislar; pero "la potestad de hacer ejecutar las leyes reside exclusivamente en el Rey", quien también era responsable de mantener el orden público y la seguridad nacional. Así se estableció de hecho una rigurosa separación de los ramos legislativo y ejecutivo del gobierno. A diferencia de su ejemplo francés, no hubo en ella una declaración de los derechos del hombre; en cambio, estableció que "la religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica y romana, única verdadera". El propósito fue crear un Estado unitario, una nación homogénea compuesta por ciudadanos libres e iguales, pero se hizo caso omiso de las hondas lealtades provinciales de tantos españoles, en la península y en América.

Una vez concluidas las deliberaciones acerca de la Constitución, las cortes procedieron a suprimir todos los derechos y las jurisdicciones feudales que seguían existiendo, y luego, el 22 de enero de 1813, votaron por abolir la Inquisición. Con ánimo aún más desafiante, en febrero de 1813 prohibieron a las comunidades religiosas pedir dinero para restablecer sus casas tras la salida de las tropas francesas, y de hecho les ordenaron no admitir novicios. Estos actos fueron los que llevaron a Wellington a criticar a los diputados, porque "no se preocupan más que de su estúpida Constitución y de cómo seguir en guerra con obispos y sacerdotes..." Sin embargo, lo que más lo inquietaba era que la Constitución no ofrecía protección a los derechos y propiedades de los terratenientes. Por su parte, José María Blanco y Crespo, español exiliado en Inglaterra, descalificó la Constitución como pieza literaria, simple documento que no guardaba relación con las realidades de la sociedad y la política españolas.

(Tomado de: Brading, David - Apogeo y derrumbe del imperio español. Traducción de Rossana Reyes Vega. Serie La antorcha encendida. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V. 1a. edición, México, 1996)