Historia del Pronunciamiento del General Emiliano Zapata
El día 30 de agosto de 1911
Marciano Silva
Atención pido, público sensato,
voy a dar mi explicación,
aquí en esta historia que yo les redacto
en mi mal pronunciación.
Voy a dar un pormenor
citando lo positivo,
porque ya estoy enterado
como también persuadido.
El jefe Zapata no estando conforme
después de haber conquistado,
se salió de Cuautla según los informes
pensando en los resultados.
Se fue rumbo a Anenecuilco
que era su tierra natal.
porque conoció el peligro,
pues lo iban a traicionar.
Estando en su casa aunque no tranquilo
pensando en lo que sería
el nuevo gobierno quiso perseguirlo
por su grande bizarría.
Porque era un hombre valiente
nuestro general suriano,
querían políticamente
por completo exterminarlo.
Llegó la noticia, según se declara,
al pueblo de Anenecuilco,
que luego al momento él se retirara
que iban a formarle sitio.
Mandó tocar las campanas
nuestro invicto general
“Vamos de nuevo a campaña
la defensa es natural”.
En aquel momento se reunió su pueblo
para ver lo que pasaba,
y les dio a saber que el nuevo gobierno
asesinarlo trataba.
“Yo no ambiciono la silla
ni tampoco un alto puesto,
siento a mi patria querida
verla en tan cruel sufrimiento”.
Hablóle a su hermano con toda firmeza
y le dijo en el momento:
“Rendir yo mis armas sería una tristeza,
sólo ya después de muerto”.
“Esta política es falsa,
la tengo bien conocida,
quieren que entregue las armas
para quitarnos la vida”.
Respondió don Eufemio con acento fijo
y un valor sin segundo,
“Ya no condesciendas, bajo el armisticio,
ya ves los pagos del mundo”.
“Levantémonos en armas
vamos de nuevo a sufrir,
las conferencias dejarlas
hasta vencer o morir”.
“Hoy lo que interesa es otra providencia
a lo que el tiempo depare,
para recibir de la Omnipotencia
lo que del cielo mandare”.
“Saldremos, después veremos,
qué descubra el firmamento,
al fin después volveremos
si nos da lugar el tiempo”.
Día treinta de agosto dieron ese grito,
todos en conformidad,
¡Viva nuestra patria y este requisito
de paz, tierra y libertad!
Vámonos a padecer
vamos de nuevo a sufrir,
traidor nunca lo he de ser
por mi patria he de morir.
Salieron de Ayala rumbo a Chinameca
donde se reunieron todos
pidieron permiso con toda presteza
para jugar unos toros.
Dos días de toros jugaron
nos quedan como recuerdos
y un hombre vil por trasmano
mandó un parte a Morelos.
“Aquí en esta hacienda se encuentra Zapata
si lo quieren agarrar,
tiene cuarenta hombres, pero mal armados
ahora se han de aprovechar”.
“Fórmenle una entretenida
sin dársela a maliciar,
denle todo lo que él pida
que su día se va a llegar”.
Pusieron violento el parte a Morales
puesto por la presidencia:
“A traerme a Zapata se va usted al momento,
se halla en San Juan chinameca”.
“Con mucho gusto lo haré,
ahora sí no se me escapa,
hoy mismo le traigo a usted
la cabeza de Zapata”.
Con seiscientos hombres marchó entusiasmado
queriendo igualar al viento
pero sólo Dios, que es dueño de lo creado
no le concedió su intento.
Como a las once del día
por Santa Rita pasaron,
dos hombres iban de guía
al punto donde llegaron.
Hacia una rendija donde dispusieron
dividirse por la altura,
y por La Cañada, doscientos se fueron,
los demás por La Herradura.
Sin saber que el general
había puesto su avanzada,
al pie de un buen tecorral
les preparó su emboscada.
Cuando les mandaron el: “¡Alto, quién vive!”,
“Figueroa”, todos gritaron,
con un par de bombas, luego los reciben
para comenzar la loa.
Diez eran los zapatistas
contrarios seiscientos fueron,
pero sus grandes conquistas
con valor las defendieron.
De cada descarga de los zapatistas
diez o doce se tumbaron,
porque ya su gente estaba bien lista
y bien muertos los dejaron.
Los bombazos resonaban
sin cesar cada momento,
los zapatistas peleaban
haciéndoles muchos muertos.
Cuando el general se hallaba gustando
con don Santiago Posadas,
llegó la noticia que el gobierno había dado
y a la hacienda se acercaban.
Se montó en su buen caballo
paso a paso se fue yendo,
con unos cinco soldados
se quedó reconociendo.
Cuando el general divisó el gobierno
que se acercaba al poniente,
echó mano al rifle, se apeó muy sereno,
con cinco les hizo frente.
Lo rodearon cuatrocientos
pero no se acobardó,
le hicieron fuego al momento
y entre ellos se revolvió.
A pocos momentos de que tirotearon
Zapata se despidió,
haciéndoles fuego con tres que quedaron
a los cerros se internó.
Dicen que los derrotaron
porque así corrió la voz,
pero sólo a tres mataron
contrarios sesenta y dos.
De testigo pongo aquí al siglo veinte
como certero y seguro,
para que nadie noticie el hecho presente
de lo pasado y futuro.
De Zapata estos recuerdos
quedaron siempre grabados,
en todo el plan de Morelos
y los pechos mexicanos.
***
El día 30 de agosto de 1911
Marciano Silva
Atención pido, público sensato,
voy a dar mi explicación,
aquí en esta historia que yo les redacto
en mi mal pronunciación.
Voy a dar un pormenor
citando lo positivo,
porque ya estoy enterado
como también persuadido.
El jefe Zapata no estando conforme
después de haber conquistado,
se salió de Cuautla según los informes
pensando en los resultados.
Se fue rumbo a Anenecuilco
que era su tierra natal.
porque conoció el peligro,
pues lo iban a traicionar.
Estando en su casa aunque no tranquilo
pensando en lo que sería
el nuevo gobierno quiso perseguirlo
por su grande bizarría.
Porque era un hombre valiente
nuestro general suriano,
querían políticamente
por completo exterminarlo.
Llegó la noticia, según se declara,
al pueblo de Anenecuilco,
que luego al momento él se retirara
que iban a formarle sitio.
Mandó tocar las campanas
nuestro invicto general
“Vamos de nuevo a campaña
la defensa es natural”.
En aquel momento se reunió su pueblo
para ver lo que pasaba,
y les dio a saber que el nuevo gobierno
asesinarlo trataba.
“Yo no ambiciono la silla
ni tampoco un alto puesto,
siento a mi patria querida
verla en tan cruel sufrimiento”.
Hablóle a su hermano con toda firmeza
y le dijo en el momento:
“Rendir yo mis armas sería una tristeza,
sólo ya después de muerto”.
“Esta política es falsa,
la tengo bien conocida,
quieren que entregue las armas
para quitarnos la vida”.
Respondió don Eufemio con acento fijo
y un valor sin segundo,
“Ya no condesciendas, bajo el armisticio,
ya ves los pagos del mundo”.
“Levantémonos en armas
vamos de nuevo a sufrir,
las conferencias dejarlas
hasta vencer o morir”.
“Hoy lo que interesa es otra providencia
a lo que el tiempo depare,
para recibir de la Omnipotencia
lo que del cielo mandare”.
“Saldremos, después veremos,
qué descubra el firmamento,
al fin después volveremos
si nos da lugar el tiempo”.
Día treinta de agosto dieron ese grito,
todos en conformidad,
¡Viva nuestra patria y este requisito
de paz, tierra y libertad!
Vámonos a padecer
vamos de nuevo a sufrir,
traidor nunca lo he de ser
por mi patria he de morir.
Salieron de Ayala rumbo a Chinameca
donde se reunieron todos
pidieron permiso con toda presteza
para jugar unos toros.
Dos días de toros jugaron
nos quedan como recuerdos
y un hombre vil por trasmano
mandó un parte a Morelos.
“Aquí en esta hacienda se encuentra Zapata
si lo quieren agarrar,
tiene cuarenta hombres, pero mal armados
ahora se han de aprovechar”.
“Fórmenle una entretenida
sin dársela a maliciar,
denle todo lo que él pida
que su día se va a llegar”.
Pusieron violento el parte a Morales
puesto por la presidencia:
“A traerme a Zapata se va usted al momento,
se halla en San Juan chinameca”.
“Con mucho gusto lo haré,
ahora sí no se me escapa,
hoy mismo le traigo a usted
la cabeza de Zapata”.
Con seiscientos hombres marchó entusiasmado
queriendo igualar al viento
pero sólo Dios, que es dueño de lo creado
no le concedió su intento.
Como a las once del día
por Santa Rita pasaron,
dos hombres iban de guía
al punto donde llegaron.
Hacia una rendija donde dispusieron
dividirse por la altura,
y por La Cañada, doscientos se fueron,
los demás por La Herradura.
Sin saber que el general
había puesto su avanzada,
al pie de un buen tecorral
les preparó su emboscada.
Cuando les mandaron el: “¡Alto, quién vive!”,
“Figueroa”, todos gritaron,
con un par de bombas, luego los reciben
para comenzar la loa.
Diez eran los zapatistas
contrarios seiscientos fueron,
pero sus grandes conquistas
con valor las defendieron.
De cada descarga de los zapatistas
diez o doce se tumbaron,
porque ya su gente estaba bien lista
y bien muertos los dejaron.
Los bombazos resonaban
sin cesar cada momento,
los zapatistas peleaban
haciéndoles muchos muertos.
Cuando el general se hallaba gustando
con don Santiago Posadas,
llegó la noticia que el gobierno había dado
y a la hacienda se acercaban.
Se montó en su buen caballo
paso a paso se fue yendo,
con unos cinco soldados
se quedó reconociendo.
Cuando el general divisó el gobierno
que se acercaba al poniente,
echó mano al rifle, se apeó muy sereno,
con cinco les hizo frente.
Lo rodearon cuatrocientos
pero no se acobardó,
le hicieron fuego al momento
y entre ellos se revolvió.
A pocos momentos de que tirotearon
Zapata se despidió,
haciéndoles fuego con tres que quedaron
a los cerros se internó.
Dicen que los derrotaron
porque así corrió la voz,
pero sólo a tres mataron
contrarios sesenta y dos.
De testigo pongo aquí al siglo veinte
como certero y seguro,
para que nadie noticie el hecho presente
de lo pasado y futuro.
De Zapata estos recuerdos
quedaron siempre grabados,
en todo el plan de Morelos
y los pechos mexicanos.
***
Al triunfo de los maderistas, el presidente interino Francisco León de la Barra inició el licenciamiento de las tropas revolucionarias en el país.
En el estado de Morelos, las presiones de los hacendados locales, obligaban al licenciamiento de las tropas de Emiliano Zapata, mientras éste se obstinaba en la exigencia del cumplimiento del artículo tercero del Plan de San Luis.
Luego de algunas conferencias entre Francisco I. Madero y Emiliano Zapata, se inició el licenciamiento de las fuerzas en junio de 1911 y se dio a Zapata, de manera no oficial, el cargo de Comandante de Policía Federal del estado de Morelos; cargo que, de hecho, Zapata nunca ejerció.
Al no licenciarse el total de las partidas zapatistas del estado de Morelos, los ataques de la prensa de la ciudad de México se incrementaron, mientras Francisco León de la Barra enviaba al Trigésimo segundo Batallón de Infantería bajo las órdenes de Victoriano Huerta para hacer campaña contra los jefes zapatistas no licenciados de Morelos; de la misma manera, el 11 de agosto, de la Barra suspendió la soberanía del estado.
Por su parte, Zapata, tratando de regresar a su vida comunitaria, contrajo matrimonio en julio, pero fue atosigado por sus enemigos locales, quienes veían en él, luego de la toma de Cuautla, al principal y más peligroso jefe revolucionario de Morelos.
Con la promesa del retiro de tropas federales del estado de Morelos, Zapata logró convencer a los jefes insumisos a deponer las armas para el 22 de agosto; sin embargo, las tropas federales de Huerta y las auxiliares guerrerenses de Ambrosio Figueroa, siguieron ocupando posiciones en Morelos y Zapata se vio obligado a huir a Anenecuilco.
El 30 de agosto, en Villa de Ayala y Chinameca, Zapata sufrió el ataque de las tropas irregulares guerrerenses de Federico Morales y Silvestre Mariscal, “Federico Morales, agente de Figueroa, lo había hecho mal y lo había dejado escapar. Tratando de atrapar a Zapata dentro de los muros de la hacienda de Chinameca, estúpidamente había ordenado una carga contra la guardia de la puerta del frente. Zapata había oído los disparos, y como conocía el terreno de la hacienda, se había escapado del edificio principal y había echado a correr por los cañaverales que quedaban atrás del mismo” [Womack, John. Zapata y la Revolución Mexicana. p. 118].
De la hacienda de Chinameca, Zapata huyó aparentemente al estado de Puebla, sin embargo se remontó a la sierra de Morelos y recomenzó su forzada rebelión.
Los gobiernistas guerrerenses de Ambrosio Figueroa fueron conocidos por los zapatistas como Los Colorados.
(Tomado de: Avitia Hernández, Antonio - Corrido Histórico mexicano (1910-1916) Tomo II. Editorial Porrúa, colección “Sepan cuántos…” #676. México, D.F. 1997)
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