martes, 27 de agosto de 2019

Córdova, Alaska


Hace años me sobrecogió el descubrimiento,en el mapa de Alasca, de Córdova, el puerto más cercano al cabo San Elías. Escribí al alcalde Roy Goodman y poco a poco me enteré de la historia de la pequeña metrópoli hiperbórea que ostenta un nombre “tan nuestro”. Goodman y los demás cordoveses (o cordovanos, como ellos se definen) ignoraban que Córdova se originó en las expediciones de conquista que llevaron a cabo en el lejano norte España y Nueva España. El 16 de julio de 1741 es la fecha de descubrimiento de América desde el oeste: Vito Bering, navegante danés al servicio del zar de Rusia, entrevió en la bruma el monte San Elías, gigantesco pico volcánico visible desde el mar a 300 kilómetros de distancia; tiene una altura de 5,516 metros, poco menos que el pico de Orizaba. Las expediciones novohispanas, que salieron todas del puerto nayarita de San Blas entre 1774 y 1792 para ganarle a los rusos e ingleses la posesión de aquellas regiones boreales en el extremo de California, dejaron en la costa canadiense nombres muy nuestros: el estrecho Juan de Fuca, las islas Galiano, Valdés y Texada, la bahía Redonda. El estrecho de Malaspina recuerda al navegante italiano al servicio de España, Alejandro Malaspina, quien en 1791 midió la altura del San Elías. Más al norte se encuentran los estrechos de Laredo y de Caamaño y la isla de Aristazábal; más al norte todavía, ya en Alasca, a una latitud de 61 grados, está la ciudad de Valdéz, (hoy Valdez), así llamada por Cayetano Valdéz, jefe de la expedición compuesta por las goletas Mexicana y Sutil. El vecino puerto de Fidalgo inmortaliza al teniente de navío Salvador Fidalgo, comandante del paquebote San Carlos; un poco al sureste, el puerto Gravina es homenaje al siciliano duque de Gravina, capitán general de la Armada Española y futuro héroe de Trafalgar. Casi paralelo a la bahía Orca (también nombre castellano que recuerda el encuentro con uno de estos feroces cetáceos de los mares fríos) se encuentra el puerto de Córdova.
Está por investigarse en los archivos de la Marina el día de la toma de posesión de Córdova. Su nombre es una fabulosa reminiscencia, en el extremo norte de América, de la Córdoba del Guadalquivir, debida a hispanos y novohispanos. No es menos impresionante el nombre de la goleta de Valdéz, llamada La Mexicana decenios antes de la independencia y que se adoptara el nombre de México para la nueva nación.
A principios del siglo XX, cuando se descubrió en el retrotierra una prodigiosa riqueza mineraria, MIke Heney, constructor del Ferrocarril Alascano, escogió Córdova como puerto ideal para la exportación del cobre. Córdova se volvió el más conspicuo canal del mundo por el cual pasaba el rojo metal; esto duró hasta el agotamiento de las minas. En 1939 se oyó en el puerto el último silbido de la locomotora. Los cordovanos tuvieron que dedicarse a una nueva actividad: la pesca. Se multiplicaron las empacadoras de salmón y de cangrejo; hoy en día Córdova es una ciudad moderna, ansiosa de progreso, una meca de los que buscan su futuro en el norte. Desde hace poco sacude a Alasca una nueva fiebre del oro, mil veces más fuerte que la de 1982. Esta vez se debe al descubrimiento del oro negro. ¿Cómo llevarlo al mar? En lugar de arriesgar el transporte por superpetroleros rompehielos, que se abrirían camino a través de un dédalo de islas polares, -venciendo rutinariamente el fabuloso pasaje del noroeste- se ha optado por la construcción de un oleoducto transalascano que desembocará en Valdés, puerto libre de hielos todo el año. El Pacífico en lugar del Atlántico.
Las autoridades de Córdova, Alasca, aceptaron mi proposición de establecer una relación de hermandad con Córdoba, Veracruz. Ignoraban las raíces mexicanas de su ciudad: en el museo que planeé para los cordovanos habrá piezas arqueológicas totonacas, bordados de Amatlán de los Reyes, muestras de café y de ron cordobés; en tanto que el museo de nuestra Córdoba se enriquecerá con muestras de antiguas piezas de cobre de los indígenas alascanos, cabezas de alce y de oso pardo, muestras de los exquisitos cangrejos enlatados. Desde luego, habrá intercambio de fotomurales, hábilmente iluminados.


(Tomado de Tibón, Gutierre - México en Europa y en África. Colección Biblioteca Joven, #14. Fondo de Cultura Económica, S.A. de C.V. México, D.F., 1986)

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