La llegada del siglo XX trajo aparejados para México cambios en todos los aspectos, principalmente en el social y económico, mismos que repercutieron en muchos otros.
Sustituido únicamente por la gestión del tamaulipeco Manuel González (diciembre de 1880 a noviembre de 1884), el general Porfirio Díaz se mantuvo en la presidencia del país de noviembre de 1876 a mayo de 1911.
Se conjuntaron así más de 30 años de modernidad -abundaron grandes obras materiales- de fiestas elitistas de oropel, de un Congreso y gobiernos estatales serviles, de una prensa aduladora y de férrea represión y aplastamiento contra disidentes políticos.
Esas autoridades -como las de Europa y Estados Unidos- celebraron el arribo de una nueva centuria el 1 de enero de 1901. El escritor Federico Gamboa redactó en su diario que, al fenecer la última noche del siglo XIX, comenzaron a escucharse cohetes, dianas, repiques de campanas de templos y silbatos de máquinas para saludar "a este primer año del siglo XX".
Este cambio, sin embargo, no tuvo mayor repercusión en los escenarios teatrales como se desprende de lo consignado por el historiador Enrique de Olavarría y Ferrari en su monumental Reseña histórica del teatro en México.
"Sin traer consigo novedad alguna -sostuvo-, dio principio el Siglo Veinte (.) y brilló el sol del martes 1 de enero de 1901: no vale la pena [...] decir más acerca de ello."
Figuras señeras
El medio del espectáculo vivía entonces una enorme crisis. En el caso de la incipiente industria fílmica, 20 de los 22 locales cinematográficos de la ciudad de México cerraron sus puertas, debido a los continuos escándalos generados por el público, inconforme por la repetición de películas.
El teatro no era la excepción. Como su precio de entrada era relativamente barato, los artistas -la mayoría de ellos improvisados- enfrentaban abiertamente las agresiones del populacho.
Demolido el Gran Teatro Nacional -ubicado en la calle de Vergara, hoy Bolívar- los foros que funcionaron en la capital durante 1901 fueron, entre otros, el Principal -que se consolidó en "La Catedral de la Tanda"-, el Renacimiento -de moda y que más tarde se convertiría en el Virginia Fábregas- y el vetusto Arbeu (inaugurado en 1875). También estaban el Hidalgo, el María Guerrero y varios jacalones. El único circo que llevaba variedades diversas a los citadinos era el de los hermanos Orrín.
Las zarzuelas españolas tenían gran arraigo en esos espacios. En el Principal, dos tiples del género se disputaban los aplausos de los encendidos tandófilos: la española Rosario Soler, apodada "La Patita", y la mexicana Luisa Obregón.
En una lista, dada a conocer en 1899 por la Agencia Teatral de Manuel Castro y Compañía de México, aparecen registrados 217 artistas que se presentaban en la ciudad de México. Entre los 15 tenores sólo destaca José Vigil y Robles, quien después descolló como compositor del teatro de revista.
En cuanto a tenores cómicos figuran Eduardo Bachiller, Carlos Obregón, Anastasio Otero y Ricardo Pardavé. Ninguno de los 15 barítonos y de los 19 bajos alcanzaron la fama, a excepción de Eduardo "El Nanche" Arozamena -después director de cine mudo y actor incidental en numerosas cintas en la etapa sonora-, y el español Francisco Paco Gavilanes, toda una leyenda en el teatro ligero.
Un solo actor figura en la relación: Miguel Inclán, padre de la tiple Guadalupe Inclán y del célebre histrión del mismo nombre que caracterizó villanos en la época dorada del cine mexicano.
De las 26 tiples de zarzuela citadas por la mencionada agencia, actualmente reconocemos a Delfina Arce, madre de Joaquín Pardavé; Esperanza Iris, quien se consagraría después como la Reina de la Opereta, y a la hermosa Elena Ureña.
De las 11 características -es decir, cantantes y actrices que interpretaban papeles de personas de edad-, sobresalió la española Etelvina Rodríguez, quien noche a noche hizo reír a los tandófilos del Principal.
Tomado de: Ceballos, Edgar - Somos Uno, especial de colección, Las reinas de la risa. Año 12, núm. 216. Editorial Televisa, S.A. de C.V., México, D.F., 2002)