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viernes, 1 de marzo de 2024

El caracol y el sable VII

 


La burguesía, su orden y sus intelectuales

La ideología del porfiriato fue la de la burguesía mexicana. El propósito fundamental de sus expositores: Justo Sierra, Jorge Hammeken Mejía, Santiago Sierra, Justo Benítez y Telésforo García es la enmienda de la Constitución de 1857 y la crítica del liberalismo. En 1878, bajo el patrocinio de Porfirio Díaz, el grupo mencionado funda una revista política: La Libertad, en la que divulgan, tenazmente, las ideas de la nueva dictadura.

La Constitución de 1857 fue el tema principal de la crítica de los porfiristas. La consideraban antigua y utópica. "Sus autores -escribe con juvenil pedantería Justo Sierra- en gran parte estaban imbuidos en las falacias filosóficas ya añejas en 57." Los ideales de los reformadores, afirmaban, habían sido desvanecidos como el humo por la filosofía alemana, la aplicación del método experimental de los ingleses y la escuela positivista de Comte. En realidad, trataban de abolir un código cuyo acatamiento impedía el ejercicio de la tiranía.

La Constitución  de 1857 no era obra acabada. La aspiración de los reformadores no llegó a cumplirse. La guerra de intervención, el exilio y la muerte, hicieron imposible la reforma pacífica de la Constitución. No fue, por tanto, mayor obra la del grupo porfirista abolir las leyes fundamentales de la Constitución. Con el poder en manos de Porfirio Díaz, los soldados apercibidos en los cuarteles, el terror como arma política y las concesiones otorgadas a los empresarios norteamericanos, la burguesía necesitaba de un ideario que la justificara y que impidiera, jurídicamente, la disputa del poder por las clases a las que sometería. "La insensata aspiración de mando a favor de un motín de cuartel, simbolizado por don Porfirio Díaz -escribió Guillermo Prieto en 1877-, escindió en dos partes a los mexicanos: los que buscaban, en la la práctica del derecho, el progreso y la libertad dentro del orden legal, frente a los que pretendían derribarlo todo y erigirse en árbitros del país." La espada de Díaz había de lograr que la nación retrocediera, políticamente,a los días de la dictadura de Santa Anna. De la Reforma habría de conservar la separación de la Iglesia y el Estado -la desamortización, al fin, había servido para el enriquecimiento inicial de la burguesía- el culto retórico por la independencia y la orientación educativa. "La burguesía -dijo Justo Sierra- hace todos los días prosélitos, asimilándose a unos por medio del presupuesto, y a otros por medio de la escuela."

La ideología de la dictadura se sustentaba en un principio fundamental: salvar al país de la absorción por Estados Unidos. No era una idea nueva. Paredes y Arrillaga también la había expuesto a su manera. El grupo porfirista le da otra interpretación, ante la obra de Juárez y Lerdo: evitar la influencia norteamericana y procurar la inversión europea sin excluir el concurso de los burgueses mexicanos. La amenaza norteamericana "obligaba" a los porfiristas al asalto del poder. A partir de entonces, la burguesía amedrentaría al pueblo con la anexión, la conquista militar y la imposición de Estados Unidos. La "penetración pacífica", se pensó, era preferible a la dominación militar y a la pérdida de la nacionalidad. Parecía que la guerra de intervención no hubiera sido ejemplo de cómo un pueblo armado era capaz de derrotar a militares profesionales y hacer imposible la conquista de la República. La enseñanza de Juárez: Fe inquebrantable en el pueblo que lucha por su independencia, fue borrada por los cuentos en que Porfirio Díaz era la fuerza providencial. A partir de entonces la burguesía mexicana, disfrazando sus intenciones de patriotismo, enajena el país a los inversionistas extranjeros, se confabula con ellos para la explotación de los recursos naturales y afirma que lo hace para salvarlo de los generales.

La convicción de que el mestizo era indolente, soñador, romántico, despilfarrador, irreflexivo, favoreció la tendencia a entregar los recursos naturales a los extranjeros. El pueblo era anárquico -aunque en la paz de los días del gobierno de Lerdo de Tejada, precisamente el grupo porfirista haya sido el organizador de revueltas, motines y asonadas- y las libertades individuales perjudiciales a la sociedad. El mexicano, "que mandar no sabe; obedecer no quiere", iba fatalmente a ser absorbido por los norteamericanos; la libertad de expresión, en tales condiciones era temible. A un pueblo anárquico, debía corresponder un gobierno fuerte; la ley debía amoldarse a los dictados de esa fuerza, cuyo poder era una delegación voluntaria de todos los individuos para procurar el orden político dentro de la libertad económica; la evolución impediría la revolución; el partido conservador, redimido por la "ciencia", era parte importante de la sociedad y su concurso indispensable; la paz, por sobre todo, garantizaba la colaboración de las fuerzas vivas del país; los pueblos tienen los gobiernos que merecen; en naciones como México, las tendencias disolventes son más enérgicas que las de cohesión y éstas son las únicas que pueden detener el progreso de la anarquía; los indios son "razas atrasadas", inferiores, que carecen de sentimientos patrióticos y mal pueden, alcoholizados como lo están, reclamar tierras y luchar por ellas; su amor a la tierra es el de los hombres primitivos; como seres inferiores, sin derechos, están incapacitados para sostenerlos; la tierra, por tanto, debe estar en manos de los que la hagan progresar; el beneficio de latifundista es el de la patria; los desórdenes se deben a la renovación frecuente de los funcionarios; la reelección es excepcionalmente recomendable y Díaz -y los gobernadores de los estados- eran hombres excepcionales; solo Díaz podía dar cima -la teoría del hombre necesario- a una obra compleja: la consolidación del crédito, factor de prosperidad; la organización fiscal, garantía de crédito; el progreso material, fuente de fortuna pública y de la potencia financiera. Todos los problemas, afirmaban los ideólogos porfiristas, dependen de uno solo: la paz. Porfirio Díaz explicaría en las siguientes palabras -no estrictamente suyas- el secreto de su gobierno: "No bien comenzaron a tenderse por los campos de la República Los rieles de los ferrocarriles y los alambres de los telégrafos, a mejorarse los puertos, a abrirse canales de riego, a deslindarse y adjudicarse las tierras baldías, la fuerza pública a acudir rápidamente a garantizar la vida y la propiedad y a perseguir y escarmentar el bandidaje; a fundarse colonias, a favorecer la explotación de nuevas culturas y el planteamiento de nuevas industrias; y, en suma, a desenvolverse todos los intereses y abrirse a nuevas perspectivas al trabajo perseverante y honrado, los estados comprendieron la misión del gobierno federal, sintieron su influencia bienhechora, palparon su afán por el bien público, lo reconocieron, no sólo como útil, sino como necesario, y desapareciendo las antiguas rencillas y los añejos antagonismos, se sintieron estimulados a colaborar, como han colaborado, a la conservación del orden. Tal es fundamentalmente, el secreto de la paz que impera en todo el territorio desde hace veinte años."

En los principios de la pacificación, hacia 1878, varias comunidades indígenas del Estado de Hidalgo se opusieron a la apropiación de sus tierras por particulares. Lucharon contra el despojo. Díaz hizo sentir su autoridad con violencia. Los redactores de La Libertad calificaron a los indios de trastornadores del orden público y comunistas. Los indios, que en conjunto eran juzgados como razas inferiores, al demandar la protección de la ley eran alborotadores, y al defender sus tierras, salteadores y comunistas. Francisco Islas, abogado defensor de los indios de Hidalgo, dirigió una carta a los redactores de La Libertad, explicándoles la actitud de las comunidades: "...lo que deseaban los pueblos del estado de Hidalgo no es más que justicia, y piden ante quien únicamente puede impartirla: los jueces de Hidalgo. ¿No creen ustedes, los redactores, que ya se hacen sospechosos los que para defender su causa, desfiguran los hechos y lastiman la honra, no ya de los individuos sino de los pueblos?"

Las respuestas de los redactores de La Libertad fue elaborar la teoría de la inferioridad de los indios y calificar todo acto lesivo a los latifundistas de comunismo.

A los obreros les fue aplicada una teoría semejante. Alcoholizados e ignorantes, era obra lenta, evolutiva, redimirlos por la escuela y la alimentación. 

Al consumar su obra el porfirismo, la burguesía juzgaba, no sin optimismo, ante la represión de las huelgas en Río Blanco y Cananea, que los trabajadores mexicanos eran resignados y sumisos y que, por temperamento, carecían de ambiciones: eran conformes y despreocupados. "¿Prospera el socialismo en México?" preguntaba El Imparcial el 22 de julio de 1906. Y respondiéndose a sí mismo el articulista, afirmaba: "...no puede existir el socialismo sino ahí donde el obrero tiene aspiraciones, en donde la competencia entre trabajadores es muy ruda y en donde la instrucción se ha difundido entre las clases laboriosas a un grado bastante para darles a conocer y hacerles comprender las teorías de los doctrinarios y los sistemas políticos y sociales de los reformadores." No era el caso de los obreros mexicanos. La mano de obra abundaba y no aspiraban a cambio social alguno. Los trabajadores eran vistos por la burguesía en actitud pasiva. "Esa paz de los espíritus -concluían los de El Imparcial- y ese modus vivendi a que hemos llegado entre el capital y el trabajo, deja, delante de nosotros, tiempo bastante para dar cima a nuestra reorganización económica."

El Estado había renunciado a intervenir en las relaciones del trabajo, a ser árbitro en los conflictos derivados de la apropiación de tierras. El sueño dorado de la burguesía: confinar al Estado al papel protector de sus intereses, con exclusión de las otras clases, se aceptó como una de tantas teorías de los redactores de La Libertad. Años más tarde El Imparcial calificaba las peticiones de los trabajadores, de que el gobierno federal interviniera, en estos términos: "Esta forma de intervención -la del arbitraje- de las autoridades en asuntos de esta índole [los del trabajo] sería la fórmula del más estupendo de los socialismos de Estado; sería la absorción de todas las libertades y de todos los derechos del hombre por las autoridades políticas y administrativas..." Los desvelos de Sierra, Hammeken, García, Limantur... habían tenido fruto en la educación de otras generaciones. Su ideología era la de la clase gobernante.

La burguesía fue obra de Porfirio Díaz y éste de la burguesía. La compenetración de uno y otra fue tarea del grupo científico, que hábilmente creó la doctrina indispensable para hacer frente a los problemas derivados de la consolidación de sus intereses. Su visión de la realidad mexicana sostuvo la dictadura. Las teorías descendieron de la redacción de La Libertad a los ministros -los más connotados de sus redactores fueron secretarios de Estado- y de ahí a las escuelas y a las oficinas públicas. Cada una de las teorías elaboradas por los científicos las traducía Porfirio Díaz en apotegmas. En el curso de la dictadura habrían de ser el código político del país. No pudo darse, en verdad, mejor ejemplo de afinidad entre la burguesía y el gobierno. El orden político dentro de la libertad económica se traduce en "Poca política y mucha administración"; los indios, raza inferior, en "El mejor indio es el que está a cuatro metros bajo tierra"; la asociación libre a Estados Unidos, en "Un buen embajador en Washington y los demás, sobran"; la autoridad ilimitada, en "Mátalos en caliente"; la obediencia lograda por el escarmiento, en "No me alboroten la caballada". La certidumbre de que el gobernante era un instrumento lo llevó a afirmar, ante la reiterada petición de que fuera Teodoro Dehesa el candidato a la vicepresidencia y no Ramón Corral, uno de sus epitafios: "En política no siempre puede hacerse lo que se quiere."

La identificación de la burguesía y Díaz fue madurando al paso de los años de su administración. Los estados de la República -imaginó Alfonso Reyes- eran como circunvoluciones de su cerebro. "Me duele Tlaxcala", gemía, llevándose la mano a alguna región de la cabeza, y una hora después, como traído por los aires, el gobernador de Tlaxcala estaba temblando frente a él. Los científicos, al ver consumada su obra, no dudaron al afirmar que Díaz había creado la condición esencial de la organización económica, social y política de la burguesía, como ésta había delegado, en Díaz, la suma de autoridad que permitió el desarrollo de una clase a costa de la miseria, la ignorancia y la muerte de millones de seres humanos.

El derrumbe

Hacia 1912 Dehesa observaba, con zozobra, los hechos políticos del país. Desaparecido el porfirismo había que recopilar los episodios para formarse un juicio sobre el derrumbe. No era el único propósito de Dehesa. Su polémica por carta con Limantour, respecto de las responsabilidades de uno y otro, la inspiraba el deseo de dictar un fallo contra los culpables. Dehesa representó, al fin de sus días de gobierno, al partido tuxtepecano; al porfirismo que calificara de "rojo" Mariano Cuevas; al grupo que no pocos consideraban, ingenuamente, que había corrompido Limantour con sus finanzas. Dehesa era uno de los mexicanos -acaso como disculpa de sus mismos actos de gobernante- que admiten la pureza de los actos de la autoridad y la vileza de quienes le rodean, como si el Estado dependiera de actos iluminados a salvo del acoso de los perversos. En sus cartas a Limantour  le hace reproches y lo inculpa. Limantour da por terminada la discusión en carta del 12 de febrero de 1912. "Se equivoca usted -le escribió- completamente, al creer que la "atmósfera de bienestar" que mis amplios recursos económicos me proporcionan, medios que no adquirí, como otros, después de haber desempeñado un puesto público, me impiden darme cuenta de las consecuencias que la interrupción de la paz puede tener para el progreso del país o de su subsistencia como nación independiente". Dehesa no le contesta y pide por carta a Francisco de P. Sentíes que le relate la conferencia que Díaz tuviera con Huerta y otros colaboradores al caer Ciudad Juárez en poder de las fuerzas revolucionarias de Villa y Orozco, el 10 de mayo de 1911. Sentíes, casi un mes más tarde, responde a Dehesa. Había que verificar cuidadosamente los sucesos y escarbar en la memoria hasta el último detalle. Su carta pertenece por entero a la anecdótica de los desastres políticos.

En la conferencia en casa de Díaz, estaban su hijo Porfirio, Limantour y los generales Huerta y González Cossío. Huerta encuentra al Presidente de la República, "vendado del cráneo a la mandíbula, que le habían fracturado, y visiblemente abatido por Los crueles dolores que sin duda le producía la fractura. Este daño tal parecía que aumentaba la sordera que padece como antiguo soldado acostumbrado al estruendo de los cañones. Indudablemente que el señor general Díaz, sordo y abatido por los crueles dolores que con toda seguridad  le afectaban todo el organismo y especialmente la cabeza, tenía la imperiosa necesidad de entregarse por completo a sus consejeros, observándose que, de éstos, al parecer, el señor Limantour era el que ejercía predominio e influencia decisiva. Y tan esto es así, que fue el señor Limantour quien, haciéndose cabeza, interrogó al general Huerta pidiéndole su opinión, en aquel entonces, sobre los últimos acontecimientos.

"El señor general Huerta, según ratificó, con toda intención se dirigió al señor general Díaz, gritándole al oído, que se auxiliaba acercando su mano al pabellón de la oreja, y le dijo: El señor Limantour me pide mi opinión sobre los últimos acontecimientos, pero yo pregunto: ¿a qué acontecimientos se refiere? El señor Limantour, visiblemente nervioso, respondió: ¿Cómo que a qué acontecimientos? ¡Pues al decisivo, a la caída de Ciudad Juárez!"

Huerta -y en su relato a Sentíes es probable que enalteciera su participación en la conferencia- no consideraba "acontecimiento decisivo" la ocupación de Ciudad Juárez. Como en los días de su bárbara campaña contra los indios mayas, Huerta afirma que si rechazaban una columna se mandaría otra y otra y otra hasta desalojar la plaza y hacer huir a los revolucionarios a Estados Unidos para que allí los capturaran. Según Huerta, Limantour respondió que no había elemento. Huerta le replica si no había dinero; Limantour le responde que había 70 millones de pesos. Huerta insiste, sin ironía alguna, que era mucho dinero "para tan poca cosa". Y así el diálogo, de absurdo en absurdo. No había caballos para el ejército federal en su imaginaria campaña contra la caballería de Villa y Orozco. Huerta, anticipándose a los revolucionarios de Pablo González, le dice que había que requisar todos los caballos, empezando por los de Limantour. También se habló de los zapatistas. Díaz, deteniéndose la mandíbula, pregunto a Huerta si podía salir a batir a los sureños. Salió Huerta, y ya en la zona de Zapata se enteró de que, "a puerta cerrada", había entregado Limantour al gobierno con enseres, dinero, y el propio dictador, a los revolucionarios.

¡De modo que la mandíbula, la firme mandíbula de don Porfirio, que parecía, como todo él, una parte de la geografía política del país, fue la causa, rota y doliente, del derrumbe de su dictadura! La conferencia evocada por Sentíes parece un grabado de Posada. El viejo dictador, vendado, sordo, quejoso, no oye lo que se le dice; le gritan y no entiende. ¿Caballos? ¿Villa? ¿Zapata? ¿Panchito? Acaso ya se iba cayendo desde la piel al alma.

Al subir por la escalerilla del Ipiranga alguien, contenido por la escolta militar, lo vio llorar. "¡Lágrimas de cocodrilo!", le gritó. Gimió Porfirio Díaz. Su mandíbula estaba rota.


(Tomado de: García Cantú, Gastón - El Caracol y el Sable. Cuadernos Mexicanos, año II, número 56. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

miércoles, 22 de julio de 2020

Porfirio Díaz y Elihu Root, 1907

Don Porfirio y Elihu Root

La paz es un mito. En todo el país, desde los remotos tiempos del cuartelazo de Tuxtepec hasta septiembre de 1907, el silencio ha sido alterado por el estallido de balas subversivas, por el ir y venir de caballerías federales, por el marchar de agresivos pelotones de fusilamiento y por el grito de los inconformes encerrados en Belén y en San Juan de Ulúa.
Nuestros vecinos dudan ya de esa paz tan contada, tan traída y tan llevada. Y envían a extravagantes personas a recorrer el territorio con el agradable pretexto de cazar venados o liebres o de estudiar arqueología o etnografía. Bajo los atavíos inofensivos del turista, estos ciudadanos llevan en la cartera los documentos que los acreditan como funcionarios al servicio confidencial de sus respectivos gobiernos. Es importante para las naciones extranjeras salvaguardar los intereses de sus compatriotas radicados en tierra mexicana. Urge saber en las grandes capitales europeas y americanas la verdad acerca de este gobernante a quien llaman Caudillo de la paz.
Se vive, al despuntar el siglo XX, la tremenda época de la expansión imperialista. Y México es un punto del globo terrestre que concentra la mirada de los poderosos.
Nos ven, atentos, los señores de allí enfrente. Porfirio Díaz advierte este hecho y, para disipar recelos, dudas, malos entendimientos, el 7 de junio de 1907, por conducto del embajador mexicano en Washington, Creel invita a Elihu Root, Secretario de Estado norteamericano, a visitar México. Root, dicen los panegiristas de aquel tiempo, "uno de los abogados más notables del foro de Nueva York. Pero no es eso tan sólo; es, además, el colaborador eficaz del Presidente Teodoro A. Roosevelt."
El señor Root acepta la invitación y a mediados de septiembre del mismo año, acompañado por su familia, inicia el viaje. Entra por Nuevo Laredo. Aborda el tren presidencial. Pasa por Monterrey, Saltillo, San Luis Potosí y Querétaro. Y se le recibe pomposamente en la estación ferroviaria del Nacional Mexicano. Le abrazan efusivos Limantour, Ignacio Mariscal, de Landa y Escandón, Enrique C. Creel y otros altos representantes oficiales.
Root no traía ojos de turista. Sus miradas eran escudriñadoras. Deseaba percatarse personalmente del estado de cosas prevaleciente. Así lo estimaron ciertos periódicos antiporfiristas.
Root viose obligado a desmentir tales rumores. "He negado más de cuarenta veces que haya venido a este país con miras políticas de las que estoy muy distante; pero hay ciertos periodistas que piensan que la mejor manera de proceder es la de no creer lo que se les dice. Hacen muy mal observando está conducta, pero en esta ocasión es peor todavía", comentó el Secretario de Estado norteamericano.
-"Deseo ver cuánto antes al señor Presidente de la República, para estrechar su mano, pues tengo de él altísima idea por haber logrado, como sabio estadista, engrandecer y hacer progresar a la nación mexicana, haciéndola respetable y respetada."
Cómo a las 11 de la mañana, míster Root abandona sus habitaciones del Castillo de Chapultepec y se dirige al Palacio Nacional, a bordo de magnífico landau, en compañía de Mariscal y numerosos diplomáticos. Cómo es tradicional en estos casos, el Jefe del Estado Mayor recibe al visitante al pie de escalera principal, y lo conduce al Salón Verde. Allí están ya el Presidente Díaz y todo su Gabinete.
Con las formalidades protocolarias, Mariscal presenta a Porfirio Díaz con Elihu Root. Afectuosas palabras brotan de los labios de ambos personajes después de efusivo apretón de manos. Mariscal desempeña el papel de intérprete. En honor de su anfitrión, míster Root afirma que "es digno, en verdad, de elogios al pueblo mexicano por haber buscado en el trabajo su prosperidad; mas para trabajar con éxito se necesitan el orden y la paz y vos se los habéis dado." Se deslizan corteses alusiones a la Conferencia de Washington que trabaja en favor de la paz centroamericana. Quizá, muy en el fondo, Root desea decirle, sin palabras, a Díaz: "Evita el artillamiento de Salina Cruz."
Porfirio Díaz manifiesta a su visitante que él es digno de las mayores atenciones, porque "no sólo eran al estadística de talento sino al amigo y al político que se afana por afianzar las relaciones internacionales por medio de la paz continental."
En la noche de ese mismo día, Root y el Presidente se sientan a la mesa en que se sirve estupenda cena, en el Palacio Nacional. Uno y otro pronuncian discursos oficiales, abundantes en retórica y buenos deseos. Se exaltan a la paz y al progreso porfiriana. Se dice que México es el Edén.
En el Arbeu, la orquesta del Conservatorio Nacional de música deleita, días más tarde, a Root y al Primer Magistrado. Se suceden otras actividades: visita a las obras de construcción del Teatro Nacional, al nuevo edificio de Correos, la Escuela Nacional de Ingeniería, la Catedral, el Colegio de las Vizcaínas, Chapultepec y hace breves viajes, a Cuernavaca, Tlaxcala, Puebla, Veracruz, Jalisco y Estado de México.
Trata el régimen tuxtepecano de mostrar al diplomático yanqui un México pacífico, constructor, trabajador. En el "Garden Party" que se ofrece en Chapultepec a Root, un invitado exclama: "¡Con el solo champaña de está fiesta, habría habido el suficiente para servir dos veces el memorable banquete de los diez mil alcaldes de París!"
Continúan las visitas a los establecimientos oficiales. En la Cámara de Diputados se le recibe con extraordinaria formalidad. Calero pronuncia un discurso de paz y de amistad. Root contesta en idénticos términos.
Root, después de 15 días de estancia en México, se despide del general Díaz, con quien charla tres horas en el Palacio Nacional. Retorna a los Estados Unidos con el cerebro pletórico de imágenes que describen el trabajo, la paz, el progreso.
Por allí anda un iluso: Francisco I. Madero. El no cree en la traída y llevada paz porfiriana, ni en el falso panorama mostrado a Root. El demostrará, a su hora, todo lo contrario. En Cananea, en Río Blanco, en El Yaqui, en Quintana Roo, en todos lados la sangre ya ha corrido. El 18 de noviembre de 1810 correrá más, pero México seguirá por nuevos senderos. Y las falacias de la entrevista Root-Díaz se vendrá por tierra, como el gigante de los pies de barro.

(Tomado de: Morales Jiménez, Alberto - 20 encuentros históricos en la Revolución Mexicana. Don Porfirio y Elihu Root. Colección METROpolitana, #2, Complejo Editorial Mexicano, S.A. de C.V., México, D.F., 1973)

lunes, 20 de julio de 2020

Porfirio Díaz Mori III 1867-1915 2a parte


Fuera de dos amagos de guerra con Guatemala, el primero por las pretensiones de ese país sobre el Soconusco y el segundo por el asesinato en México de un presidente guatemalteco derrocado, la política internacional de Porfirio Díaz fue pacífica y amigable con todas las naciones, inclusive con Francia, con cuyo gobierno firmó la paz. A propuesta de Estados Unidos, la capital mexicana fue sede de la Segunda Conferencia Internacional Americana, reunida en el Palacio Nacional del 23 de octubre de 1901 al 31 de enero de 1902, sin resultados importantes, excepto la firma de un tratado por el cual las naciones del continente se sujetaban en sus controversias al arbitraje. Inmediatamente después, Estados Unidos, como representante de la Iglesia Católica de California, reclamó a México el pago de los intereses vencidos del fondo piadoso de las Californias; el asunto se sometió a arbitraje y México fue condenado a pagar $1.420,682 y una anualidad perpetua. En 1902 las fuerzas norteamericanas que habían peleado en Cuba contra España abandonaron la isla, ésta se constituyó en nación soberana y México estableció relaciones con la nueva república. En 1903 el gobierno norteamericano, con el propósito de obtener el dominio sobre el canal interoceánico que pensaba abrir en el Istmo de Panamá, provocó la segregación de este departamento, que lo era de Colombia; el gobierno de Díaz tardó en reconocer la independencia de Panamá, pero al fin lo hizo el 1° de marzo de 1904. En ocasión del conflicto bélico de Guatemala contra El Salvador y Honduras, Estados Unidos y México actuaron como árbitros y lograron armonizar a los contendientes en julio de 1906. A poco estalló otra contienda entre Honduras y Nicaragua; México fue nuevamente invitado por Estados Unidos como socio en el arbitraje, pero como el presidente Teodoro Roosevelt deseaba que el fallo fuera apoyado con la fuerza de las armas, Porfirio Díaz se rehusó. Sin embargo, en una reunión de los estados centroamericanos celebrada en Washington y convocada por los gobiernos de Estados Unidos y México, se llegó a un tratado de paz entre ambas naciones. A principios del siglo XX ocurrieron varios hechos que incomodaron al gobierno de Washington: la Suprema Corte de Justicia mexicana falló contra los reclamantes norteamericanos de la empresa de Tlahualillo; el gobierno mexicano solicitó la devolución de las tierras de El Chamizal, incorporadas a Estados Unidos por desviación del río Bravo; México dio asilo al presidente de Nicaragua, José Santos Zelaya, derrocado por una revuelta apoyada por Estados Unidos, cuyo gobierno pretendía que el exmandatario fuera enviado a Washington para ser juzgado por la muerte de dos filibusteros norteamericanos; el gobierno de Díaz contrató con la casa inglesa de Pearson la administración del ferrocarril de Tehuantepec, artilló el istmo defensivamente y, por último, se negó a prorrogar el arrendamiento de la Bahía Magdalena.
La obra educativa del régimen porfirista fue modesta en relación con el tiempo en que se realizó, pero apreciable en cuanto a sus logros. En 1887 se fundaron escuelas normales de maestros en Jalapa y en México. En 1891 se creó el Consejo Superior de Instrucción Pública, elevado en 1905 al rango de Secretaría. Justo Sierra, su primer titular, reunió las escuelas de especialidades (medicina, leyes, minería y otras) y en 1910 las organizó en una Universidad Nacional, con lo cual restauró la antigua Real y Pontificia, suprimida en 1833 por Valentín Gómez Farías. En 1878 había 4,498 escuelas primarias oficiales y 696 particulares. Treinta años después, las del gobierno se habían duplicado (9,541) y las privadas, triplicado (2,527), dando un total de 12,068. Sin embargo, se carecía de maestros, pues era un oficio mal remunerado.
La obra principal del porfirismo fue el impulso económico, basado en el capitalismo liberal. Desde su primer período presidencial, Díaz fomentó los transportes por ferrocarril. Ante la mezquindad de los inversionistas mexicanos, recurrió a los extranjeros, a quienes otorgó ventajosas concesiones para construir vías férreas. Los contratos más importantes se firmaron con compañías norteamericanas: James, Sullivan, Symons y Camacho y David Ferguson. Se concedieron subvenciones de $6,500 (México-Laredo) a $9,500 (México-El Paso) por kilómetro. En 1897 se habían tendido 13,584 kilómetros de vía, en comparación con los 578 que existían cuando Díaz asumió el poder. México era entonces el primer país de Latinoamérica en comunicaciones ferroviarias. En 1898, a instancias del ministro de Hacienda, José Ives Limantour, se pensó nacionalizar los ferrocarriles, cesaron las concesiones y el gobierno procuró adquirir el mayor número de acciones de las compañías. El 28 de febrero de 1908 se consolidaron las propiedades ferrocarrileras en una sola empresa constituida y ubicada en el país y 3 meses después se crearon los Ferrocarriles Nacionales de México, con participación preponderante del Estado. Al término del porfirismo (mayo de 1911) había en la República 50 líneas de vía ancha y 49 de vía angosta, con un total de 19,748 kilómetros de jurisdicción federal aparte otros 4,840 de líneas estatales y particulares. La minería (no el petróleo, que apenas comenzaba a explotarse en el mundo) era la principal fuente de riqueza de México. Gracias a las vías férreas, las compañías fundidoras norteamericanas se establecieron en México e introdujeron técnicas modernas para el tratamiento de los metales. Contribuyó a acelerar este fenómeno la energía eléctrica y la mayor producción de cobre.
De las 1,030 compañías mineras que operaban en el país en 1910, 840 eran norteamericanas; 148, mexicanas; y el resto, inglesas o francesas. En 1877 Porfirio Díaz llegó a la Presidencia en una situación financiera de completa bancarrota. La paz impuesta dio seguridades al capital extranjero. El prestamista más pródigo fue Inglaterra, cuya moneda era la más fuerte en aquel tiempo. En las postrimerías del porfirismo la deuda exterior ascendía a 22.700,000 libras esterlinas, pero el país tenía una capacidad de pago muy superior a esa cifra. El ministro de Hacienda más notable que tuvo el presidente Díaz fue José Ives Limantour, hijo de francesa, pero mexicano por nacimiento. Para superar el presupuesto deficitario, agregó a los impuestos ya existentes gravámenes sobre bebidas alcohólicas, tabaco y herencias; rebajó los sueldos de los empleados públicos y redujo el número de plazas; y suprimió los derechos que imponían al comercio los estados.
Con estas medidas el presupuesto gubernamental de 1895 tuvo ya un supéravit de $2 millones, que llegó a 10 en 1897. Con tales excedentes se emprendieron obras en toda la República y particularmente en la Ciudad de México, como el gran canal del desagüe y el Hospital General. El Teatro Nacional (hoy Palacio de las Bellas Artes), el Palacio de Correos y el Ministerio de Comunicaciones. Se inició la construcción de un Palacio Legislativo, a imitación del Capitolio de Washington, parte de cuya estructura se convirtió posteriormente en el Monumento a la Revolución. Con apoyo en la inversión extranjera, se introdujo la energía eléctrica. Cuando se terminó la presa de Necaxa, era la más grande del mundo. Primero en los estados y luego en la capital, se estableció el servicio de tranvías eléctricos. El alumbrado público se renovó para utilizar la nueva energía. La Ciudad de México rivalizaba con las mejores de Europa.
Las principales leyes porfiristas en materia de propiedad territorial fueron las de Colonización (1883), de Aprovechamiento de aguas (1888), y de Enajenación y Ocupación de Terrenos Baldíos (1894), todas las cuales contribuyeron a incrementar el latifundismo. A este fenómeno estuvieron vinculadas las compañías deslindadoras, que recibían en pago de su trabajo una tercera parte de las superficies mesuradas. Hacia 1890, cuando ya se habían deslindado 32 millones de hectáreas, 28 de ellos (14% de la superficie total de la República) estaban en poder de 27 compañías. Este proceso de concentración de la propiedad en el campo llegó a su máximo en 1910, cuando las haciendas, en manos de 830 terratenientes, comprendían el 97% de la superficie rural; el 2% correspondía a los pequeños propietarios y el 1% a los pueblos.
La producción de maíz siempre fue deficitaria; se obtuvieron, en cambio, grandes excedentes de azúcar. Los peones agrícolas ganaban de 8 a 25 centavos diarios, lo mismo que en 1810, y se les proveía de lo indispensable en las tiendas de raya, mediante un sistema de crédito que los mantenía sujetos al amo hasta la redención de las deudas, que nunca podían pagar. Esta situación propició las rebeliones agrarias. Los obreros, a su vez, percibían salarios irrisorios a cambio de jornadas de 16 horas, sin disponer de un día de descanso en todo el año. Esto dio motivo a que fructificaran las prédicas socialistas y a que apareciera el sindicalismo en las circunstancias más adversas. En ocasiones desesperadas los trabajadores recurrieron a la huelga, considerada entonces como un delito, según ocurrió en Cananea (1° de junio de 1906) y Río Blanco (1907), movimientos que fueron reprimidos con crueldad.
En 1903, cuando Porfirio Díaz contaba ya con 73 años de edad, se reformó la Constitución para alargar a 6 años el periodo presidencial. Al año siguiente Díaz fue reelegido por sexta vez. En 1908 concedió una entrevista al periodista norteamericano James Creelman, que fue publicada en el Pearson's Magazine, en el cual anunció sus deseos de retirarse del poder y el agrado con que vería la formación de partidos políticos que contendieran en las elecciones de 1910. Estás declaraciones estimularon a la juventud ansiosa de entrar en política, pero estaba ya tan consagrada la figura de Díaz, que los partidos se conformaron con disputarse la vicepresidencia. El Reeleccionista sostenía la fórmula Díaz-Corral; el Nacional Democrático, la planilla Díaz-Bernardo Reyes, hasta que éste manifestó su decisión de apoyar el binomio propuesto por los reeleccionistas; y el Antireeleccionista, que acabó postulando a Madero  y Emilio Vázquez Gómez. 
Mientras tanto, se celebró con gran pompa el primer centenario de la Independencia nacional. El 27 de septiembre de 1910 el Congreso declaró reelectos a Porfirio Díaz y Ramón Corral, y el 1° de diciembre tomaron posesión de su cargo para el siguiente sexenio. El descontento era ya general y los barruntos de revolución, evidentes. Madero expidió el Plan de San Luis el 5 de octubre de 1910, por el cual desconocía al gobierno e invitaba a la rebelión para el día 20 de noviembre. La revolución iniciada en Chihuahua, cundió rápidamente por todo el país. Ciudad Juárez se rindió a los revolucionarios el 10 de mayo de 1911; Colima, el 20; Acapulco y Chilpancingo, el 21; Tehuacán, Torreón y Cuernavaca, el 22. El 21 de mayo se firmó un convenio de paz por el cual Porfirio Díaz y Corral renunciarían a sus puestos. El primero tardó en hacerlo y el pueblo n la Ciudad de México se amotinó ante la casa del caudillo tuxtepecano. El 31 de mayo Díaz embarcó rumbo a Europa en el vapor alemán Ipiranga, acompañado de su familia y otras personas. Había cumplido 80 años y 30 de haber gobernado con poderes absolutos. Residió en París, Francia, donde murió el 2 de julio de 1915, a los 84 años cumplidos.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)

miércoles, 8 de abril de 2020

José Yves Limantour


Sostengo que con el prestigio inconmensurable del general Díaz, el crédito del país no lo funda Limantour, pues lo único que ha  hecho es explotarlo.

Teodoro Dehesa

José Yves Limantour [1854-1935], amigo y compadre de Porfirio Díaz, ocupó durante dieciocho años ininterrumpidos la secretaría de Hacienda; dirigía a Los Científicos; fue enemigo político de Bernardo Reyes y Teodoro Dehesa y, tras las negociaciones de paz que efectuó con los revolucionarios en Ciudad Juárez, fue acusado de traición a Díaz y de precipitar su caída.
Estaba de moda entonces la filosofía positivista, la cual apoyaba, pero su empeño por una administración práctica y planificada tuvo como costo la falta de una cultura política y de desarrollo social. Secundó la política represiva del dictador pero, al mismo tiempo, fue el gran artífice de la estabilidad y del crecimiento económico que vivió el país durante el porfiriato, y el responsable del primer superávit alcanzado por las finanzas públicas en la historia de nuestro país, que contó entonces con altas dosis de inversión extranjera.
Aunque era un hombre de finanzas, en lo político dio apoyo total a Díaz en todas sus reelecciones; se encargó de remover a quienes le estorbaban, como Reyes y Dehesa, y en 1904 logró impulsar a uno de sus incondicionales, Ramón Corral, como vicepresidente de la República. Pero seis años más tarde su relación con el presidente estaba desgastada, a tal punto que prefirió estar en París que en las fiestas del Centenario de la Independencia. Díaz tomó su ausencia como un desaire personal.
Limantour recibió en la capital francesa noticias del inicio de la revolución y regresó a México con la intención de mediar entre el gobierno y los revolucionarios. Incluso sugirió al presidente, en 1911, adoptar reformas políticas que satisficieran las demandas revolucionarias. El dictador aceptó y, como primera medida, pidió la renuncia a todo su gabinete. Los Científicos, que controlaban importantes capitales nacionales y extranjeros, se vieron de pronto sin en apoyo de Limantour.
El ministro de Hacienda se reunió en varias ocasiones con Madero y sus colaboradores para negociar la paz, que sólo llegó en mayo de 1911 con el triunfo de la revolución maderista y la firma de los tratados de Ciudad Juárez, en los cuales se establecía, como condición para la paz, la renuncia de Porfirio Díaz. A Limantour estas negociaciones le costaron que le llamaran traidor, aunque nunca aceptó ninguno de los cargos que le ofrecieron tanto Madero como Francisco León de la Barra. Su vida política terminó con la caída de la dictadura. Sólo le quedó el exilio.

(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)