Cuatro muchachas asesinadas por un estudiante de ciencias químicas.
*Enterró los cadáveres en el jardín de su casa.
*Fue preso el asesino; confesó ya.
*La Policía hasta ahora sólo ha podido identificar el cadáver de una de las víctimas.
*El responsable de este caso espeluznante se fingió loco, pero se descubrió su superchería.
(8 de septiembre de 1942)
Un espantoso cuádruple crimen, en el que fueron víctimas cuatro agraciadas jóvenes, de las cuales una era estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria, fue descubierto ayer por la mañana por el Servicio Secreto de la Jefatura de Policía. Los cadáveres de tres de las infortunadas víctimas fueron encontrados enterrados casi a flor de tierra en el jardín de la propia casa del victimario, un estudiante de ciencias químicas pensionado por Petróleos Mexicanos, que al decir de varias personas es un joven de gran inteligencia y aprovechado alumno de la Universidad Nacional de México. El cuarto cadáver será desenterrado hoy, y se tuvo conocimiento de él por el propio asesino, que ha confesado ya sus crímenes.
Los móviles de estos horrendos asesinatos, únicos en los anales de la criminología mexicana, no han sido todavía bien puestos en claro, pero a juzgar por las declaraciones hechas por el asesino, son el producto de un espíritu morboso, de un gran sádico, que bien puede constituir la versión mexicana de aquel criminal francés llamado Landrú, o del legendario "Barba Azul".
Hasta estos momentos se tiene como autor de los crímenes, por confesión propia del criminal, al estudiante de primer año de ciencias químicas Gregorio Cárdenas Hernández, de 28 años de edad, quien fue pensionado para estudiar, dado su gran aprovechamiento, por Petróleos Mexicanos. De las víctimas tan sólo ha sido identificada una: la señorita Graciela Arias Ávalos, de 20 años de edad, hija del señor licenciado don Manuel Arias Córdova, que pertenece a una de las más conocidas familias de Morelia, Michoacán. Esta joven estudiaba el Bachillerato de Ciencias Químicas en la Escuela Nacional Preparatoria. De las otras se tienen pocos indicios. Tan sólo de una de ellas se sospecha que se trata de una joven llamada Enedina.
Para la misma Policía fue una sorpresa encontrar los tres cadáveres que halló. Creía encontrar tan sólo el de Graciela Arias, pero no tenía conocimiento alguno de que hubiese más víctimas enterradas.
El criminal estudiante, para eludir la acción de la justicia, después de enterrar el cadáver de la última de sus víctimas en el propio jardín de su casa, se fingió loco, pues temió que sus crímenes fuesen descubiertos, y el jueves pasado, acompañado de la autora de sus días, fue al sanatorio de enfermos mentales del doctor Gregorio Oneto Barenque, ubicado en la avenida Primavera, en Tacubaya, y se internó en el mismo.
Pero en él se le detuvo ayer mismo por la mañana. Según se nos dijo en el Servicio Secreto de la Jefatura de Policía, ya confesó haber dado muerte a las tres jóvenes encontradas, y a una más, que también enterró en su propio domicilio. Según el mismo asesino, violaba a sus víctimas y después las estrangulaba enterrándolas.
Parece que no todas las jóvenes fueron enterradas y muertas el mismo día. A juzgar por los antecedentes, el criminal estudiante inició sus actividades hace unos cuantos días, y las iba enterrando después de saciar sus apetitos.
UNA DESAPARICIÓN
MISTERIOSA
El jueves en la mañana se presentaron en el Servicio Secreto de la Jefatura de Policía, que está al mando del general Leopoldo Treviño Garza, el licenciado Manuel Arias Córdova, quien tiene su despacho en la calle de Justo Sierra y su domicilio en la avenida Tacubaya 63, acompañado de su socio de trabajos, el licenciado José Campuzano, con el fin de denunciar que había desaparecido desde la noche anterior la hija del primero, Graciela Arias Ávalos, que era estudiante en la preparatoria. El último informe que se tenía de ella era que había sido vista saliendo a las 20 horas de la clase de etimologías, en la Escuela Preparatoria, ubicada en la calle de San Ildefonso.
Desde las primeras investigaciones recayeron las sospechas sobre el estudiante de ciencias químicas Gregorio Cárdenas Hernández. Varios preparatorianos indicaron que este individuo frecuentaba el trato de Graciela, y que a bordo del coche Ford 1939, placa B-91-01 de su propiedad, la iba a esperar a sus clases. Dichos estudiantes indicaron también que en años anteriores, tanto Graciela como Gregorio habían sido compañeros en algunas clases.
Fueron comisionados para la investigación el agente 37, José Acosta Suárez, y el 104, Ana María Dorantes. El primero estuvo el jueves pasado por la mañana, inmediatamente después de la denuncia, en la casa que el estudiante de ciencias químicas tiene en la calle de Mar del Norte número 20, en Tacuba, D.F.
Encontraron en esta búsqueda un pañuelo y unos zapatos y tuvieron el indicio de que en la noche del miércoles a jueves, en la que llovió torrencialmente, el coche del estudiante, contrariando a la costumbre que éste tenía, se había detenido precisamente frente a la puerta de su domicilio, y que había permanecido allí toda la noche, pues se "atascó".
Por su parte la agente 104 pudo investigar que no había relaciones amorosas entre Gregorio y Graciela, sino que aquél estaba enamorado locamente de ésta, y que la perseguía constantemente, e iba por ella a esperarla a sus clases.
Los agentes supieron también que la madre de Gregorio, llamada María Vicenta Ávalos, que vive en la calle Violeta 3, había llevado el jueves, a las 15 horas, a su hijo al sanatorio del doctor Gregorio Oneto Barenque, ubicado en la avenida Primavera, de Tacubaya, diciendo que estaba loco.
Fue entrevistado Gregorio y éste fingió que realmente estaba loco, dijo a los agentes que había inventado unas pastillas para hacerse invisible, y les daba pedazos de gis. Cuando lo interrogaron acerca de Graciela, guardó silencio.
El doctor Oneto Barenque hizo un examen detenido del presunto loco, y llegó a la conclusión de que no lo estaba. Lo interrogó, y entonces le confesó éste que estaba cuerdo, pero que se fingía loco porque el licenciado Arias Córdova creía que él había hecho desaparecer a su hija.
UN MACABRO ENCUENTRO
Ya con estos datos el agente número 37, José Acosta Suárez, se presentó nuevamente en la calle de Mar del Norte Núm. 20, donde vivía el estudiante. Allí le informaron los vecinos que las moscas revoloteaban sobre el jardín y olía muy mal. Que el jueves pasado habían encontrado la tierra removida y que ayer "habían visto abrirse ésta".
Penetró el agente en la casa que ya había sido visitada y en la que nada sospechoso se había encontrado el jueves, y al examinar con detenimiento el jardín, vio con sorpresa que emergían apenas los dedos del pie de un cadáver que estaba allí enterrado.
Inmediatamente se dirigió a la Jefatura de Policía y con asistencia del Ministerio Público, de Identificación, etc., se procedió a exhumar el cadáver, que indiscutiblemente era el de Graciela Arias.
UN VERDADERO
CEMENTERIO
poco después de las 14:30 horas llegaron a la casa del estudiante el jefe del Servicio Secreto, general Leopoldo Treviño Garza; el subjefe, Simón Estrada; el agente del Ministerio Público adscrito a la Jefatura de Policía, licenciado Francisco Orozco; los agentes que practicaron la investigación, así como los representantes de los diversos diarios metropolitanos y del licenciado José Campuzano, amigo del padre de una de las víctimas.
La calle de Mar del Norte es una callejuela estrecha que parte hacia el norte de la vía de los trenes que van hacia Tacuba y Azcapotzalco, y está muy cercana a la Escuela de Ciencias Químicas, así como al Zócalo de Tacuba. No está asfaltada y a causa de las lluvias presenta verdaderos surcos.
En una esquina casi cercana al lugar donde se cierra la calle, está la casa del estudiante. Esta tiene un jardín como de seis metros de ancho por diez de largo, y la puerta de entrada da precisamente a este jardín. Al lado sur están las habitaciones (de un solo piso). En una de ellas dormía el estudiante en su catre de campaña. En otra está un laboratorio perfectamente bien montado y una pequeña biblioteca.
Ya dentro del jardín, el agente Acosta señaló el lugar donde emergían los dedos del pie del cadáver que había descubierto. Pero al entrar algunas personas al jardín, alguien que estaba un poco alejado del lugar donde se hallaba enterrado el cadáver dijo:
-Siento bajo mis pies otro cadáver.
Y uno más agregó:
- Pues en este lugar hay otro.
El pequeño jardín era un verdadero cementerio, en el que los cadáveres estaban casi a flor de tierra.
IMPRESIONANTE
EXHUMACIÓN
Dos agentes de la Policía provistos de unas palas que les fueron proporcionadas por los vecinos, principiaron a cavar para desenterrar el cadáver cuyo pie emergía de la tierra. Inmediatamente se dieron cuenta de que otro cadáver estaba enterrado en un lugar muy cercano. El otro se hallaba un poco más alejado.
Al ir desenterrando los cuerpos, un hedor, hasta eso bastante soportable, se esparció por todo el local, pues los cadáveres no se hallaban muy descompuestos, ya que indudablemente no tenían ni cinco días de haber sido enterrados.
El cadáver que primero se descubrió totalmente hacia el fondo del jardín, estaba en decúbito ventral, con la cabeza hacia el Sur. Se hallaba completamente desnudo, pero cubierto con una colcha. Estaba sin zapatos (unos zapatos de color guinda que fueron descubiertos en el interior de la casa). Junto al cadáver se encontró una bolsa de mujer con un monedero adentro y unos cuantos centavos, así como un abrigo de color verde. Tenía las manos amarradas.
El licenciado Campuzano reconoció desde luego las ropas como las que había llevado Graciela el último día en que fue vista. Por lo que toca a los zapatos, y dada la amistad que tiene con el padre de la muchacha:
"Los reconozco como si fueran míos. Se los vi en infinidad de ocasiones".
El cadáver de la segunda muchacha que fue desenterrado estaba también en decúbito ventral, pero con la cabeza hacia el Norte. Se hallaba semivestido, con un traje negro y un saco café a cuadros. La cabeza estaba envuelta en unos "bloomers" color rosa.
Esta infeliz estaba amarrada de pies y manos, por la espalda, con unas cintas. Tenía calzado un zapato color café. Junto se hallaba el otro zapato.
El último cadáver también tenía las manos amarradas y se hallaba completamente desnudo. Se ve que perteneció a una mujer de regular estatura. Tenía zapatos color azul y junto a él estaba un suéter de este último color.
La tarea de la exhumación se vio interrumpida por un torrencial aguacero y en ella tuvieron que coadyuvar los bomberos de Tacuba, que se presentaron en el carro número 5 al mando del sargento Enrique L. Meneses.
Se encontraron diversos bolsos de mujer, uno negro y otro gris. Como había, además, unos calcetines de niño, se temió que también estuviese enterrado el cadáver de un pequeñuelo que, al decir de una de las vecinas, se le vio en alguna ocasión por la casa.
YA ESTABAN MUERTAS
Uno de nuestros reporteros pudo hablar con el señor Albino Peña, quien vive en la casa número 18 de la propia calle de Mar del Norte. El nos manifestó que estaba encargado por el dueño de la finca, señor Amador Curiel, tanto de la casa del estudiante como de las de junto.
Que el miércoles pasado, como a las 21 horas, llegó de un lugar denominado La Floresta en donde tiene unas vacas, habiéndose entregado al sueño desde luego. Pero que como a las 11 de la noche oyó que tocaban en la cortina que protege su habitación, que antes había sido un expendio de pan denominado "La Paloma", y escuchó la voz del estudiante, bastante alterada, que le pidió que lo ayudara, pues su coche se había atascado.
Dice que él le manifestó que con todo gusto lo ayudaría, pero que creía que nada podrían hacer. Que entonces el estudiante le manifestó que buscaría la ayuda de unos carboneros, y ya no lo oyó más.
Agregó que toda la noche permaneció despierto, pero que no oyó ningún ruido, ni voces, quizá a causa del torrencial aguacero que estuvo cayendo. Indicó además que una mujer joven iba con frecuencia a la casa del estudiante y que por las mañanas salían los dos con libros bajo el brazo. Le mostramos una fotografía de Graciela, pero tuvo dudas para reconocer en ella a la mujer que iba a visitar al químico en ciernes.
Por su parte la señora Cristina Martínez, comadre del anterior que también vive en el número 20 de la calle de Mar del Norte, nos dijo que como a las 11 había oído los pasos del estudiante y como que eran depositados unos bultos en el suelo. Esto hace creer que las tres mujeres que fueron enterradas murieron en otro lugar o que venían narcotizadas.
EL ASESINO, DETENIDO
Pudimos informarnos que agentes del Servicio Secreto de la Jefatura de Policía habían detenido ayer mismo, en el sanatorio del doctor Oneto Barenque, al estudiante Gregorio Cárdenas Hernández y lo llevaron a la Guardia Especial de Agentes de la Sexta Delegación.
CONFESIÓN DEL ASESINO
Anoche Cárdenas Hernández fue llevado a la Jefatura de Policía con el fin de ser interrogado.
En presencia de los periodistas, paladinamente confesó haber dado muerte a las tres mujeres que fueron encontradas ayer en el jardín de su casa, y agregó que la otra que no fue encontrada y a la que ya hemos hecho referencia la había enterrado cerca de la puerta.
Indicó que tiene 27 años de edad y es natural de Veracruz. Fue casado, habiéndolo engañado su mujer, por lo que tiene gran odio para las de este sexo. Principió a cometer sus crímenes hace cerca de un mes, pero indica que la única mujer decente que mató fue Graciela Arias Ávalos. Señala que de las otras tres no sabe ni sus nombres, pues fueron mujeres de la vida galante, y que una la recogió de las calles de Aquiles Serdán; a otra, cerca del Ángel de la Independencia, y a una última, cerca de Chapultepec.
Las llevaba a su domicilio ubicado en las calles de Mar del Norte, donde saciaba con ellas sus apetitos y las mataba después.
A todas las ahorcó. Cuando estaba satisfecho de las mujeres sentía un odio tremendo hacia ellas y asegura que por tal motivo les daba muerte. Después se levantaba de la cama, escarbaba en el jardín y las sepultaba. Sobre uno de los cadáveres -que, como indicamos, estaba semivestido y con las manos y los pies atados por la espalda-, dijo que hallándose tan cansado, la amarró en tal forma para que ocupase menos lugar y, en consecuencia, tuviese el menor trabajo por cavar la fosa.
(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)