Nació en Temascaltepec, estado de México.
Hizo sus estudios en el Seminario Tridentino de México, sobresaliendo entre sus condiscípulos por su talento extraordinario. Cursó teología con singular aprovechamiento, y habría sucedido lo mismo en todas las ciencias, dice Beristáin, si como emprendió el estudio de ellas hubiese seguido cultivándolas; pero su afición le hizo dedicarse con especialidad a la medicina, y para poseerla con perfección, se consagró a la física experimental, a las matemáticas, a la botánica y a la química.
Discípulo sobresaliente de Cervantes en 1789, fue dos años después acompañando a Sessé en la expedición científica de la entonces Nueva España, y por orden de Carlos IV dio principio a más extensos viajes en 1795, bajo la dirección del mismo Sessé, para examinar las producciones naturales de nuestra patria. En los ocho años corridos desde 1795 a 1804, anduvieron Sessé y Mociño más de tres mil leguas. Cervantes, que contribuyó a esas investigaciones, quedó en el Jardín Botánico de esta capital y la expedición se retiró, transportando a España preciosas colecciones que consistían principalmente en un considerable herbario y gran número de dibujos iluminados, hechos por Anastasio Echeverría, mexicano también, y por Juan de Dios Cerda, diestros artistas.
Había muerto Sessé en 1809, o poco antes, y tanto el herbario como los manuscritos destinados a la Flora mexicana, fueron a parar, en 1820, al Jardín Botánico de Madrid que desde 1815 poseía algunos; pero no así la colección de dibujos, siendo muy pocos los existentes en aquel establecimiento. Mociño conservaba la colección completa de los manuscritos, cuando vicisitudes políticas le hicieron abandonar España y refugiarse en Montpellier.
Allí los vio Decandolle, director a la sazón de aquél Jardín Botánico, y formó de su importancia la más alta idea. Esto, y las pocas esperanzas que Mociño tenía de volver a su patria, y más aún el creer que poco tiempo le quedaba de vida, le moviera a confiar aquel tesoro científico a Decandolle, quien debía publicar las láminas en su obra, como en parte lo hizo. Según una noticia que el sabio francés dejó manuscrita, el número de plantas dibujadas se acercaba a mil cuatrocientas, y había además otros tantos dibujos de animales, siendo muy considerable la cifra de géneros y especies nuevas, a pesar de no tener Mociño en su poder todos los frutos de la expedición. Cuando en 1816 trató Decantolle de retirarse a Ginebra, quiso devolver a Mociño los dibujos y manuscritos que le había confiado, pero el naturalista mexicano se negó, a recogerlos, diciéndole, según él mismo Decandolle dejó anotado:
“No, yo estoy demasiado viejo y enfermo; yo soy demasiado desgraciado; llevadlos a Ginebra; yo os los doy y os confío para el porvenir el cuidado de mi gloria.”
Llevóselos Decandolle, en efecto, y guardólos durante seis meses. Al cabo de ellos pudo Mociño regresar a España, y en abril de 1817 pidió a Decandolle la devolución de las colecciones, temiendo morir antes de que fuese permitido el paso de los Pirineos. La demanda debió haber sido hecha con urgencia, porque deseando Decandolle quedarse con copias de los dibujos, se vio precisado a recurrir a todos los dibujantes de Ginebra, quienes correspondieron con tal eficacia a sus deseos, que no dejó de concurrir ninguno, contándose muchas señoras y otras personas aficionadas. Doscientos fueron los individuos de uno y otro sexo que tomaron parte en este trabajo, logrando concluir en ocho o diez días más de 800 dibujos, dejando 109 delineados. En Montpellier habían sido copiados 71, y duplicados en la colección original que había cedido Mociño a Decandolle 305.
Con todos ellos formó el mismo Decandolle varios volúmenes, a cuya cabeza se haya una nota explicativa del origen e historia de aquellos dibujos, escrita de la propia mano de aquel sabio y de la cual proceden las noticias anteriores. “Decandolle nunca contaba, dice Dunal, este rasgo afectuoso de sus conciudadanos sin que sus ojos se llenasen de lágrimas de ternura”.
Para un sabio y entusiasta por la ciencia, era un grande obsequio y servicio de inapreciable valor, el empeño que tomaron sus compatriotas con sólo manifestarles el sentimiento que le causaba desprenderse de tan preciosa colección “que iba a perderse en algún rincón oscuro de España.” No se equivocó en su predicción, por desgracia.
¡Qué pena para Decandolle, dice Lacegue, ver que se escapaban de sus manos tantos materiales preciosos que se iban a perder quizá para la ciencia. “A esta nueva, dice Flourens, toda Ginebra se conmovió.” Mister Decandolle sólo pensaba hacer copiar algunas especies de las más raras; pero se resuelve copiarle la flora entera; más de cien señoras tomaron parte en este trabajo, y en diez días la Flora de México quedó copiada.
La importancia que los sabios extranjeros dieron a los trabajos preparados para la Flora mexicana, hacen inútiles todos los elogios que de Mociño pudiéramos hacer. Nuestro compatriota pudo por fin entrar a España con las colecciones devueltas por Decandolle, pero bien pronto se realizaron sus presentimientos y los de sus amigos, pues falleció el 12 de junio de 1819, según alguno de sus biógrafos, o de 1922 según otro; en Barcelona como afirman aquéllos, o en Madrid, como dicen éstos.
No se sabe a punto fijo quién se apoderó de sus manuscritos en aquel momento, más se cree que fue el médico que le asistió en su enfermedad, pues cierto pariente próximo de dicho médico los poseía en Barcelona en 1846.
La Flora mexicana, manuscrito que existe en el Jardín Botánico de Madrid , se compone de tres tomos en folio, y hay además el manuscrito de la Flora de Guatemala, formada por Mociño exclusivamente, y multitud de descripciones, índices, apuntes, listas y memorias sueltas que sería largo enumerar aquí y que pertenecen a la expedición de que en su lugar hablamos.
En la Gaceta de Literatura de México, se encuentra el discurso que Mociño pronunció en 1801 al abrirse las lecciones de botánica, discurso en que trató de las plantas medicinales del país. En los Anales de ciencias naturales de Madrid (1804) se halla un extracto de ese notable discurso, las Observaciones sobre la resina del hule, y un artículo intitulado De la Polygola mexicana.
Beristáin cita además: Descripción del volcán del Jorullo, en versos latinos, Impunidad de la Margileida de Larrañaga, Cartas y sátiras contra los aristotélicos y escolásticos, que fueron publicados con el nombre de José Velázquez.
En la obra intitulada La botánica y los botánicos de la península hispano-lusitana, impresa en Madrid en 1858 por el gobierno español y en la que se contienen los estudios bibliográficos y biográficos de Miguel Colmeneiro, se hacen de Mociño los más cumplidos elogios. Para que el lector aprecie más esto, preciso es decir que el señor Colmeneiro no sólo era doctor en medicina, cirugía y ciencias, sino también catedrático de orografía y fisiología en el museo de ciencias naturales de la coronada villa, habiéndolo sido antes de Barcelona y Sevilla. Agregaremos igualmente que la obra que citamos fue premiada en concurso público en enero de 1858.
Mociño es entre los naturalistas mexicanos el que mayor renombre ha alcanzado en el extranjero.
(Tomado de: Francisco Sosa: Biografías de mexicanos distinguidos)
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