La Historia de Mexico y de los mexicanos como se ha escrito: a través de diarios, de proclamas, de actas, de folletos, de libros. Los testimonios, los datos fríos, los análisis, las letras espontáneas de los corridos. Finalmente, nuestra historia. ¡No nos pierdas la pista!
En el centro de la laguna, frente a los esteros de Infiernillo, Empalizada y Comboy, hay dos diminutas islas-islotes: Isla Montosa e Isla Presidio, con playas y sitios para la fotografía subacuática, en agua dulce.
Luego, hacia el oeste, está la Isla Pájaros, con agradables rincones tropicales, y en dirección opuesta, siempre en la laguna, junto a la playa, una zona arqueológica virtualmente desconocida.
En las aguas, para la pesca deportiva, discurren los robalos, bagres, malacapas, mojarras, pargos y lisas, en tanto que las jaibas corretean por los tupidos manglares de las riberas.
Continuando el recorrido de la laguna, por el canal que forman Tangara y el Cocotal, está la jungla, paraíso de los marabúes, flamencos rosa, picopandos, patos y garzas.
Hasta aquí, omitimos el nombre de la laguna, en la esperanza de que usted la reconozca; si no le suena conocida no se extrañe, según parece sólo una persona de cada mil ha recorrido en lancha este pequeño edén del trópico guerrerense, y, sin embargo, está a solamente diez minutos del centro de Acapulco. Sí, se trata de la Laguna de Coyuca, ésa que se mira de reojo estando en la multivisitada Pie de la Cuesta.
Acepte usted nuestra sugestión: haga un recorrido en lancha por el lugar, desde el "embarcadero Nogueda", en Pie de la Cuesta, hasta la Barra de Coyuca, ya ante el mar; y por favor no olvide la cámara. Su viaje transcurrirá en una deliciosa paz silenciosa ante paisajes sedantes y gratos. No hallará nada sensacionalmente espectacular, pero sí conocerá uno de los lugares hermosos de Acapulco. El costo del recorrido es de cincuenta pesos por adulto, la mitad los chamacos, y "si son muchos hacemos una rebajita", le dicen los amables lancheros. No se arrepentirá usted, y menos aún si va en la época de lluvias o poco después, cuando el verdor es absoluto.
(Tomado de: Mollër, Harry. México Desconocido. INJUVE, México, D. F., 1973)
El fuerte de San Diego de Acapulco fue erigido al fondo de la gran bahía, en la cima de un cerro. Por la importancia que adquirió Acapulco desde mediados del s. XVI -era el puerto de entrada de las mercancías llegadas del Oriente- el virreinato decidió protegerlo de los ataques piratas. La obra se construyó de 1778 a 1784; resultó muy deteriorada a consecuencia del terremoto ocurrido en 1776 y fue reconstruida en el último tercio del s. XVIII, según proyecto del Ing. Miguel Constanzó.
Tiene una forma pentagonal regular y el recinto fortificado está constituido por 5 baluartes, unidos por otras tantas cortinas en cuyos interiores hay galerías abovedadas, con techo a prueba de bombas, para servir como alojamientos y depósitos de víveres y municiones.
La fortaleza tiene un foso cavado en la roca, que rodea al recinto; en el frente de gola se halla la puerta de entrada, a la que se llega por un puente fijo de mampostería y por un puente levadizo.
Fue asediada por primera vez y ocupada militarmente, el 20 de agosto de 1813 por Morelos, y recuperada posteriormente por los españoles. Constituyó el último baluarte del gobierno virreinal en la Costa del Pacífico, pues fue entregada al gobierno independiente el 15 de octubre de 1821. La atacó sin éxito Santa Anna en 1854, durante la Revolución de Ayutla. Durante la revolución maderista (1911) Acapulco fue, gracias a su fortaleza, la única ciudad de Guerrero que los revolucionarios no pudieron ocupar, no obstante que la atacaron con denuedo. Actualmente el fuerte es monumento nacional.
(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen IV, - Familia - Futbol)
El Galeón de Manila fue la prolongación en el Pacífico de la Flota de la Nueva España, con la que estaba interrelacionado. La conquista y colonización de Filipinas y el posterior descubrimiento de la ruta marítima que conectaba dicho archipiélago con América (efectuado por Urdaneta siguiendo la corriente del Kuro Shivo) permitieron realizar el viejo sueño colombino de conectar con el mundo asiático para realizar un comercio lucrativo.
El Galeón de Manila fue en realidad esto, un galeón de unas 500 a 1,500 toneladas (alguna vez fueron dos galeones), que hacia la ruta Manila-Acapulco transportando una mercancía muy costosa, valorada entre 300,000 a 2.500,000 pesos. Su primer viaje se realizó el año 1565 y el último en 1821 (éste galeón fue incautado por Agustín de Iturbide). La embarcación se construía usualmente en Filipinas (Bagatao) o en México (Autlán, Jalisco). Iba mandada por el comandante o general y llevaba una dotación de soldados. Solían viajar también numerosos pasajeros, que podían ayudar en la defensa. En total iban unas 250 personas a bordo.
La ruta era larga y compleja. Desde Acapulco ponía rumbo al sur y navegaba entre los paralelos 10 y 11, subía luego hacia el oeste y seguía entre los 13 y 14 hasta las Marianas, de aquí a Cavite, en Filipinas. En total cubría 2,200 leguas a lo largo de 50 a 60 días. El tornaviaje se hacía rumbo al Japón, para coger la corriente del Kuro Shivo, pero en el año de 1596 los japoneses capturaron dicho galeón y se aconsejó un cambio de itinerario. Partía entonces al sureste hasta los 11 grados, subiendo luego a los 22 y de allí a los 17. Arribaba a América a la altura del cabo Mendocino, desde donde bajaba costeando hasta Acapulco. Lo peligroso de la ruta aconsejaba salir de Manila en julio, si bien podía demorarse hasta agosto. Después de este mes era imposible realizar la travesía, que había que postergar durante un año. El tornaviaje demoraba cinco o seis meses y por ello el arribo a Acapulco se efectuaba en diciembre o enero. Aunque se intentó sostener una periodicidad anual, fue imposible de lograr. El éxito del Galeón de Manila era la plata mexicana, que tenía un precio muy alto en Asia, ya que el coeficiente bimetálico existente la favorecía en relación al oro. Digamos que en Asia la plata era más escasa que en Europa. Esto permitía comprar con ella casi todos los artículos suntuosos fabricados en Asia, a un precio muy barato y venderlos luego en América y en Europa con un inmenso margen de ganancia (fácilmente superior al 300 por 100).
Los terminales de Manila y Acapulco constituyeron en su tiempo los emporios comerciales de los artículos exóticos y sus ferias fueron más pintorescas que ninguna. En Manila se cargaban bellísimos marfiles y piedras preciosas hindúes, sedas y porcelanas chinas, sándalo de Timor, clavo de las Molucas, canela de Ceilán, alcanfor de Borneo, jengibre de Malabar, damascos, lacas, tibores, tapices, perfumes, etcétera. La feria de Acapulco se reglamentó en 1579 y duraba un mes por lo regular. En ella se vendían los géneros orientales y se cargaba cacao, vainilla, tintes, zarzaparrilla, cueros y, sobre todo, la plata mexicana contante y sonante que hacia posible todo aquel milagro comercial.
La mercancía introducida en América por el Galeón de Manila terminó con la producción mexicana de seda y estuvo a punto de dislocar el circuito comercial del Pacífico. La refinadísima sociedad peruana demandó pronto las sedas, perfumes y porcelanas chinas, ofreciendo comprarlas con plata potosina y los comerciantes limeños decidieron librar una batalla para hacerse con el negocio. A partir de 1581 enviaron directamente buques hacia Filipinas. Se alarmaron entonces los comerciantes sevillanos, que temieron una fuga de plata peruana al Oriente y en 1587 la Corona prohibió esta relación comercial directa con Asia. Quedó entonces el recurso de hacerla a través de Acapulco, pero también esto se frustró, pues los negociantes sevillanos lograron en 1591 que la Corona prohibiera el comercio entre ambos virreinatos.
Naturalmente los circuitos comerciales no se destruyen a base de prohibiciones y el negocio siguió, pero por vía ilícita. A fines del siglo XVI México y Perú intercambiaban casi tres millones de pesos anuales y a principios de la centuria siguiente el Cabildo de la capital mexicana calculaba que salían de Acapulco para Filipinas casi cinco millones de pesos, parte de los cuales provenía del Perú. Esto volvió a poner en guardia a los defensores del monopolio sevillano, que lograron imponer restricciones al comercio con Filipinas. A partir de entonces se estipuló que las importaciones chinas no excediesen los 250,000 pesos anuales y los pagos en plata efectuados en Manila fuesen inferiores a medio millón de pesos por año. Todo esto fueron incentivos para el contrabando, que siguió aumentando. En 1631 y 1634 la monarquía reiteró la prohibición de 1591 de traficar entre México y Perú, cosa que por lo visto habían olvidado todos. Hubo entonces que recurrir a utilizar los puertos intermedios del litoral pacífico, como los centroamericanos de Acajutia y Realejo, desde donde se surtía cacao de Soconusco a Acapulco, de brea al Perú y de mulas (de la cholulteca hondureña), zarzaparrilla, añil, vainilla y tintes de Panamá, lo que encubría en realidad el tráfico ilegal entre los dos virreinatos.
(Tomado de: Lucena Salmoral, Manuel - El Galeón de Manila. Cuadernos, Historia 16, fascículo #74, La flota de Indias. Información e Historia, S. L. España, 1996)
Nació en Orizaba en 1877. Sacrificó su vida para mantener la soberanía nacional en una remota tierra mexicana. En 1905 marchó al frente de un pelotón a guarnecer la isla de la Pasión o Cliperton, a 911 millas náuticas de Acapulco; posteriormente se le nombró gobernador de ella. En 1916, al cabo de dos años de aislamiento, debido a la revolución en que se debatía la República, el escorbuto hizo estragos en la isla, y sólo quedaron con vida la familia Arnaud, cuatro soldados y tres mujeres. Arnaud habría podido regresar al continente en un barco californiano, pero no quiso abandonar su puesto antes de recibir instrucciones del gobierno. El 5 de octubre de 1916 él y tres de los soldados abordaron la única lancha que había para acercarse a un navío que habían atisbando, pero una mantarraya provocó el hundimiento de la frágil embarcación y los hombres no aparecieron más. Poco tiempo después, un barco de guerra norteamericano llegó casualmente a Cliperton y recogió a los supervivientes (tres mujeres y los niños) para conducirlos hasta Salina Cruz.