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lunes, 12 de diciembre de 2022

Francisco Toledo

 


Francisco Toledo.

Desde las entrañas de Oaxaca.

Oaxaca, mayo de 1997.

Enjuto de rostro, como El Quijote. Ojos con marcado brillo, cabello, bigote y barba dispersos, figura cubierta por una manta blanca, los pies ocultos en delgados huaraches y manos fuertes, dedos largos... Así vi por primera vez a Francisco Toledo. Me saludó de mano, rápidamente. Musitó dos o tres palabras, le pedí una entrevista, asintió y se esfumó.

Este grande de la pintura contemporánea, el Divino Maestro, como lo conocen algunos, ha dejado huella no sólo en el arte plástico sino en el quehacer social, como promotor de los valores culturales de su estado natal.

Al otro día, sentado y en paz, ante un té de yerbas y un refresco, en el café del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), Toledo -entre tímido y divertido- se dispuso a narrarme pinceladas de su vida y del mundo que lo rodea.

Casualidad, todo fue por casualidad. Nací en Juchitán, un pequeño pueblo. Sólo hablaba zapoteco, el español lo aprendí ya mayor. Somos siete hermanos, hijos de padres comerciantes, de esa gente que viajaba por el Istmo. Y yo soy el único artista. Mi padre quería que fuera abogado, pero a mí no me gusta estudiar. De hecho, estudié sólo hasta primero de secundaria. Pero eso sí leía mucho. Libros que traían vendedores que llegaban hasta el pueblo. El Quijote, La divina comedia

Tenía 13 años cuando fui a Oaxaca. Entonces descubrí una maravilla: las iglesias, los retablos y las plazas. En ese entonces andaba por aquí Rufino Tamayo, aunque no lo conocí en ese momento. Mi amor hacia la pintura nació cuando estuve en la Escuela de Bellas Artes. Vi el arte de Siqueiros, Orozco y Rivera. Así fue como todo empezó.

¿Cuándo llegó a la Ciudad de México?

A los 17 años. Entré a la secundaria, pero ya era grande para estar ahí y me salí. El único lugar donde podía estudiar lo que me gustaba (sobre todo, litografía) era la Escuela de Artes y Oficios, ubicada en la Ciudadela y dirigida por Chávez Morado. En ese tiempo ya hacía mis primeros lienzos. En Oaxaca iva al río a pintar paisajes. Entonces estaba de moda el paisajista oaxaqueño Arturo García Núñez, y su pintura me motivó. Yo también quise hacerlos, era romántico. En México subsistía con la ayuda que me mandaba mi padre. Mi primera exposición fue en la galería de Toño Souza, allá por 1960. Ahí conocí a un pintor que venía de Washington que me contó lo que había visto. Me abrió los ojos. Quise viajar, arreglé una exposición en Texas. De ahí me fui a París. Yo hablaba mucho con Toño. Me decía qué leer, qué ver y dónde viajar. Por esas fechas llegó Tamayo a la Ciudad Luz y conoció mi trabajo. Toño me dijo: "Se va a ir pronto". Yo le regalé un cuadrito, que siempre tuvo en el comedor de su casa de Cuernavaca. La primera exposición en la que vendí fue en una colectiva con artistas como Carrillo Gil, Paul Westheim, Mariana Frenk y Juan Soriano.

En París llevé cierta amistad con Tamayo y con Octavio Paz. Ellos vieron mis cuadros pero yo estaba todavía inmaduro. Los dos me invitaban, Tamayo me decía: "Venga de vez en cuando". Gracias a él pude quedarme. Vivía modestamente, en un cuarto de servicio, sin calefacción ni agua. Pero gracias a Octavio pude trasladarme a la Casa de México donde estuve durante tres o cuatro años. Cuando Tamayo regresó a México me presentó a un amigo que me ayudaba dándome comida y dinero, y yo le daba cuadros a cambio.

Mis influencias han sido a través de libros y los viajes, un viaje a Sicilia por tren... algunos los hice con mi padre: yo lo invité para demostrarle que ya podía hacerlo. Él estaba contento de que me bastara por mí mismo y que ya no necesitara dinero. Fuimos a España, Inglaterra, Francia e Italia. En esa época expuse en diversos sitios: la galería Finkler, en París; la Joan Prats, en Barcelona, donde también exponía el célebre pintor Tápies. Pero la soledad, lo aislado, la nostalgia, los inviernos, sobre todo eso, el frío, me hicieron regresar a México, a Juchitán, donde estuve algún tiempo aunque con algunos viajes por la región: vi otros pueblos no zapotecas, iba admirando la arqueología y buscando. Me interesaba la música, sobre todo la flauta y el tambor. Mandaba obras a París, y con el dinero patrociné un disco, y le pagué a un profesional de Bellas Artes para que lo dirigiera.

Posteriormente fui a Teotitlán del Valle, un pueblo de tejedores. Yo hacía dibujos para los tapices. Eso me daba para comer. Me iba a México para venderlos y expuse en la galería de Juan Martín. En 1968 conocí a Elisa Ramírez: ella vino a Oaxaca, nos relacionamos y nos fuimos a París. Con ella tuve dos hijos, Laureana que es fotógrafa y Gerónimo que es pintor. Tengo otra hija Natalia, que es poeta.

¿Es cierto que el Instituto, donde estamos, fue su casa?

Sí. Después de que me separé, la casa se quedó sola, se veía vacía y había muchos recuerdos. De ahí que hace ocho años la di para que fuera el Instituto de Artes Gráficas: aquí se organizan exposiciones temporales y ciclos de conferencias. Lo que más me interesa es aumentar la biblioteca. Actualmente cuenta con 12 mil volúmenes, de temas como pintura, gráfica, dibujo, arquitectura, escultura, arqueología, diseño, arte popular, textiles, fotografía, arte contemporáneo y arte mexicano desde sus orígenes hasta nuestros días.

Mis viajes continuaron desordenados. Iba a Nueva York, siempre a preparar y organizar exposiciones. Luego volví a Juchitán y fundamos la Casa de la Cultura; la idea era darles a las nuevas generaciones, lo que a mí me faltó: biblioteca, sala de exposiciones, un centro cultural, lo que no había cuando yo era estudiante. Crear un Instituto para ayudar a los jóvenes. Oaxaca es un lugar privilegiado, es un centro de creación, tiene todo un pasado en arqueología prehispánica, colonial, arte popular y la ciudad misma. Aquí Tamayo hizo su museo, eso despertó interés. Él me pidió que fuera director de la Escuela de Artes y ayudó a artistas para que dieran clase. Los artistas han sido dadivosos, siempre preocupados por que se divulgue el arte.

Actualmente mi estilo de vida es diferente. Las cosas me han llegado sin pedir mucho. No soy ambicioso. Mi familia es lo central en mi vida. Me importa mi labor cultural, por lo que he dejado de pintar, sólo lo hago de repente. No encuentro más interés. Ojalá que sea momentáneo.

Todas mis esposas -he tenido cuatro- significaron mucho para mí. Pero nos separamos porque éramos mundos distintos. Trine (Marie-Catherine) mi actual compañera, la conocí por medio del dueño de un taller de litografía en París. Él es danés. Me invitó a Dinamarca y ahí la conocí; es una excelente tejedora de tapices; tenemos dos hijos: Sara y Benjamín.

Volviendo a sus actividades sociales, ¿Qué es PROAX?

Es un Patronato Pro Defensa y Conservación del Patrimonio Cultural y Natural del Estado de Oaxaca. Está integrado por un arzobispo, un senador priísta, un senador del PRD, masones, arquitectos, pintores... Nos unió un solo fin: la preocupación por los problemas existentes en diferentes zonas del Estado. Por ejemplo el agua, la destrucción de los bosques, los asentamientos irregulares muy cerca de Monte Albán, la venta ilegal de terrenos.

A partir de que nos organizamos, hemos logrado que se respeten lo que fue el Convento de Santo Domingo. Había planes para adaptarlo como centro comercial, con todo y estacionamiento. Hemos conseguido que sea un gran centro cultural, con un jardín etno-botánico. Y en relación con Monte Albán, hemos propuesto que se indemniza la gente que vive en las áreas prohibidas (por decreto), y que se les traslade a otras zonas. Queremos que se construya un gran jardín botánico y viveros que sirvan como valla protectora de la zona arqueológica.

El maestro Toledo ha creado además dIversas bibliotecas infantiles en varias  comunidades indígenas; asimismo, el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO), el Centro Fotográfico Álvarez Bravo, la Biblioteca para Invidentes Jorge Luis Borges y la biblioteca Francisco de Burgoa, todos de entrada gratuita.


(Tomado de: Krauze, Hellen – Pláticas en el tiempo. Serie: Alios Ventos. Editorial Jus, S.A. de C.V. México, D.F., 2011)



jueves, 30 de diciembre de 2021

¿Quién es la Chingada?

 


Octavio Paz en El laberinto de la soledad se pregunta: "¿Quién es la chingada? Ante todo, es la madre. No una madre de carne y hueso, sino una figura mítica. La chingada es una de nuestras representaciones de la maternidad, como La Llorona o la sufrida madre mexicana que festejamos el 10 de mayo. La chingada es la madre que ha sufrido, metafóricamente o realmente, la acción corrosiva e infame en el verbo que le da nombre."

"La chingada es la madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El "hijo de la chingada" es el engendro de la violación, del rapto o de la burla. Si se compara esta expresión con la española "hijo de puta" se advierte inmediatamente la diferencia. Para el español la deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se entrega, de una prostituta; para el mexicano, el ser fruto de una violación."

"Si la chingada es una representación de la madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias. El símbolo de la entrega es doña Malinche, la amante de Cortés."

En México se acostumbra contrarreplicar la mentada de madre diciendo:

-A veinte, por las que te salgan podridas, o bien: la tuya, o bien: a la tuya que está en vinagre.

Son eufemismos de la mentada de madre: ve y vuelve a la tarde, hijo de la China Hilaria, hijo de tu mal dormir, hija de un... hijo de María Morales, hijo de la tostada, hijo del maíz, ve mucho al carajo (carajo: eufemismo de la chingada), (Un refrán afirma: "Al carajo, dijo el Rey David, y tiró el arpa.") Me lleva la chicharra, me lleva el tren, me lleva el diablo, me lleva la tía de las muchachas, me lleva Gestas, me lleva la chifosca, me lleva la jodida, etc.

El pueblo dice: "No Judas, mejor matraca."

Rius asegura en Los Agachados, "Cómo insultar a la Gente", que la historia de México puede contarse así:

"Hace un chingo de años, los indios éramos bien chingones. Cuauhtémoc era el gran chingón, pero llegaron un chingo de gachupines, y los muy hijos de la chingada hicieron mil chingaderas y chingaron a los indios, y nos llevó a todos la chingada."


(Tomado de: Lomas, Juan (recopilador). Teoría y práctica del insulto mexicano. Colección Duda semanal. Editorial Posada, S. A. México, 1974)

sábado, 16 de febrero de 2019

El mexicano, manual de usos y costumbres





El mexicano de Abel Quezada: manual de usos y costumbres


Ficción voluntariosa y anhelante, relato especular, la indagación sobre "el mexicano" requiere que todo un pueblo se convierta en persona, derive en carácter y al fin ascienda al cielo de los arquetipos. Desde esa altura metafísica tendrá que responder a nuestras acuciantes y repetitivas preguntas: ¿Qué somos? ¿Qué deuda acumulada nos inquieta? ¿Qué destino se manifiesta en nuestras abulias, desgracias, cantares, salsas picantes y bravatas de cantina?

En tonos que van de la comprensión condescendiente al regaño desesperado, no pocos de los intelectuales mexicanos del siglo XX han solicitado la comparecencia de un ente que es el albacea de nuestra diferencia idiosincrásica, en buena medida proyección de nuestra complicada estancia en los limbos e infiernos de la historia. Estos médicos de almas colectivas han concluido que "el mexicano" es el nombre común de un hondo desasosiego que requiere, para empezar, de muchas explicaciones, largas terapias y, sobretodo, de instructivos para su manejo. El diagnóstico conjunto señala que nuestro máximo representante es una criatura empachada de pasado, asolada por sus espectros y sitiada en su incurable soledad.



Samuel Ramos, el autor del primer clásico de estas pesquisas introspectivas, El perfil del hombre y la cultura en México (1934), extrapola un concepto de la teoría sicológica de Alfred Adler y lo coloca en el sufrido corazón del comportamiento mexicano: "Al nacer México, se encontró en el mundo civilizado en la misma relación del niño frente a sus mayores. Se presentaba en la historia cuando ya imperaba una civilización madura, que solo a medias puede comprender un espíritu infantil. De esta situación desventajosa nace el sentimiento de inferioridad que se agravó con la conquista, el mestizaje, y hasta por la magnitud desproporcionada de la naturaleza." A esta falla de origen, según Ramos, "el mexicano" le debe su gusto imitador de las modas extranjeras y su ánimo autodenigratorio, así como su recurrencia al camuflaje para ocultar sus debilidades, su engañosa percepción de la realidad y su "inmutabilidad egipcia".

Emilio Uranga, en su Ensayo de una ontología del mexicano (Cuadernos Americanos num. 2, marzo-abril de 1949), sustituye la inferioridad por la "insuficiencia" y califica a "el mexicano" de sentimental, un carácter determinado por "el juego de la emotividad, la inactividad y la rumiación interior infatigable". Nuestro compatriota es un ser ensimismado cuya frágil interioridad se esconde de las asechanzas e incitaciones del mundo exterior a través del fingimiento, el doblez y el disimulo. Su imaginación está enferma de melancolía; su ánimo desganado está siempre a la espera de ser salvado por los otros.



Jorge Portilla, en su Fenomenología del relajo (ensayo establecido en su versión definitiva en 1966, de manera póstuma), revela a "el mexicano" a través de una de las más socorridas expresiones de su conducta pública, el ruidoso comportamiento que a base de gestos, actitudes y palabras provocadoras, de reiteradas invocaciones al desorden, pone en suspenso a la seriedad y desvaloriza sus contenidos. Concluye el filósofo que aquel hombre de indudable simpatía, alma de todas las fiestas, no se define por el humor o la ironía, "modalidades de la libertad subjetiva [ que] aclaran los caminos de la acción", sino por el insustancial chisporroteo del relajo: el sabotaje, la abdicación, la seudo-libertad mediante las que consigue no elegir nada y escurrir de sus compromisos.

El laberinto de la soledad (1959) de Octavio Paz, el ensayo tótem sobre nuestra identidad nacional, reconfirma a "el mexicano" como un ser distante y hermético, un prófugo de sí y de los otros, que se evade tras la hueca muralla de los formalismos y las formas. El poeta descubre  que el rostro y la sonrisa, el silencio o la palabra, el trato cortés y reservado con los que "el mexicano" se presenta en sociedad y enfrenta la mirada ajena, son en realidad las máscaras de "un cuerpo y un alma a la intemperie", el disfraz de un "desollado" que quiere pasar desapercibido porque se sabe Ninguno, hijo de Don Nadie y de la Malinche, producto de la cópula violenta entre el Gran Chingón y la Chingada. Por debajo de las malas palabras y las dulces devociones sigue manando la hiel de la conquista, la orfandad que busca consuelo en Guadalupe-Tonantzin. La fiesta mexicana es el ritual estallido, la momentánea liberación, el alarido y la desgarradura de un pueblo en el fondo triste, tan indiferente a la vida como fascinado por la muerte. "La historia de México -resume Paz- es la del hombre que busca su filiación, su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, 'pocho', cruza su historia como un cometa de jade que de vez en cuando relampaguea. En su excéntrica tarea ¿qué persigue? Va tras su catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al centro de vida de donde un día -¿en la conquista ola independencia?-fue desprendido. Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la creación".



Una década más tarde, de regreso a esos conflictivos orígenes donde dos mundos se encontraron de manera por demás dramática, Santiago Ramírez conduce a "el mexicano" hacia el diván sicoanalítico e indaga sobre la formación de una personalidad calificada de insegura, fatalista, "chipilona", mimética e "importamadrista", según el término acuñado por Jorge Carrión. En El mexicano. Psicología de sus motivaciones (1959) Ramírez perfila un eterno adolescente afectado por "un conflicto oagudo de identificaciones múltiples" que ha crecido con la imagen de un padre ausente y una madre desvalorizada. Este trauma de la infancia histórica explicaría nuestra debilidad por los caudillos y los héroes, nuestra ambivalente relación con la autoridad, el poder y Estados Unidos, nuestro alcoholismo y guadalupanismo –según esto, expresiones, sicopática y sublimada, del anhelo de madre- y nuestra afición por las canciones con falsete. "El mexicano" sería, entonces, la prolongada y doliente queja que va del "¿Somos acaso algo?" del libro de los Coloquios de Tlatelolco a "La vida no vale nada" del guanajuatense José Alfredo Jiménez.

(Tomado de: Alfonso Morales (prólogo) - Abel Quesada: El Mexicano. Los mejores cartones. Colección Espejo de México. Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.; México, D.F., 1999)


lunes, 6 de agosto de 2018

Bernardo Ortiz de Montellano

Bernardo Ortiz de Montellano

(México, 3 de enero de 1899 – México, 13 de abril de 1949)



Fue director de la revista Contemporáneos (1928-1931). A diferencia de sus compañeros, nunca desempeñó cargos importantes en la burocracia ni hizo viajes al exterior. De la ingenuidad a la reflexión, de la sencillez que muestra el mundo inmediato al descubrimiento del sueño interior, fue descendiendo la poesía de Bernardo Ortiz de Montellano. En su “Segundo Sueño”, escrito después de sufrir una intervención quirúrgica y nacido de los recuerdos de la anestesia, logró definitivamente desasirse de los objetos cercanos para comenzar el viaje por el interior de la conciencia. “Una máscara de cloroformo verde y olorosa a éter –dice en un texto explicativo-, cae sobre mi cuerpo angustiado, horizontal, sobre la mesa de operaciones erizada de signos como un barco empavesado”. A partir de entonces, sus preferencias lo indujeron a buscar, guiado siempre por el afán del desencanto, la intimidad de donde brota la magia que deseaba dejar inscrita en sus poemas. Sin embargo, y él mismo lo aclaró alguna vez, esa poesía no se desborda de la simple imaginación sino que suele apoyarse vivamente en la realidad de la experiencia. Ni el “Segundo sueño” ni los demás poemas en que abordó temas afines fueron sólo imaginarias emociones. Por el contrario, revivían temas previamente vividos por el poeta.

Libros de poesía:

Avidez (1921).


El trompo de siete colores (1925).


Red (1928).


Sueños (1933).


Muerte de cielo azul (1937).


Sueño y poesía [reúne los títulos anteriores y, además, Hipnos, Diario de mis sueños, Libro de Lázaro y Poemas no coleccionados] (1952).


(Tomado de: Octavio Paz, Alí Chumacero, et al: Poesía en Movimiento, II)



Los 5 sentidos

1



En el telar de la lluvia
tejieron la enredadera
—¡Madreselva, blanca y rubia—
de tu cabellera negra.



2

¡Si el Picaflor conociera
a lo que tu boca sabe…!


3

Iluminados y oscuros
capulines de tus ojos,
como el agua de los pozos
copian luceros ilusos.


4

Cuando te toco parece
que el mundo a mí se confía
porque en tu cuerpo amanece,
desnudo pétalo, el día.


5

Por tu voz de mañanitas
he sabido despertar
de la realidad al sueño,
del sueño a la realidad.




El aeroplano


Para que las nubes no le desconozcan, permitiéndole andar entre ellas, fue vestido de pájaro. Para que pudiera volar, en giros elegantes y atrevidos, le dieron forma de c a b a l l i t o d e l d i a b l o . Para que supiéramos que trabaja y es inteligente, le colocaron en el abdomen una máquina y en la cabeza una hélice que zumba como abeja sin panal.


Manchado de azul y desgranando la rubia mazorca del día va el aeroplano, sujeto a la mano del piloto y a la voluntad de las cataratas del viento, dibujando el paisaje —magueyes, torres de iglesia, indios cargados como hormigas— en su cuaderno de notas cuadriculado.







miércoles, 25 de julio de 2018

Renato Leduc

Renato Leduc
(México, 16 de noviembre de 1898 - Ciudad de México, 2 de agosto de 1986)
 
 
 

Su profesión es la de periodista y sólo al margen de esa vocación, acaso porque desdeña el afán de hacer perdurables los sentimientos, ha escrito una poesía que se distingue muy incisivamente de la de sus contemporáneos. La burla con que a veces derrota su entusiasmo corre pareja con la gracia a la cual, también a veces, recurre en sus expresiones. De López Velarde y del colombiano Luis Carlos López, principalmente, Renato Leduc hizo derivar en un principio el léxico y las intenciones de su obra. Algo del gusto por desnudar la significación de ciertas experiencias remoza las intenciones de sus versos. Por eso mismo, algunos de sus poemas, particularmente inclinados a lo erótico, han sido impresos sin su nombre, y muchos, decididamente directos, se han conservado al través de los años en labios de amigos y desconocidos. Su poesía se aparta de las corrientes naturales de los últimos lustros y buena porción de ella, por ciertas razones, se aviene con la persistencia que otorga la tradición oral.

Libros de poesía:

El aula, etc… (1929).
Unos cuantos sonetos… (1932).
Algunos poemas (1933).
Algunos poemas deliberadamente románticos (1933).
Sonetos (1933).
Poema del Mar Caribe (1933).
Prometeo (1934).
Glosas (anticipo) (1935).
Breve glosa al Libro de Buen Amor ((1939).
Odiseo (1940).
Versos y poemas (1940).
XV fabulillas de animales, niños y espantos (1957).
Catorce poemas burocráticos y un corrido reaccionario (1963).
Fábulas y poemas (1966).



(Tomado de: Octavio Paz, Alí Chumacero, et al: Poesía en Movimiento, II)





Temas
 
No haremos obra perdurable. No
tenemos de la mosca la voluntad tenaz.

Mientras haya vigor
pasaremos revista
a cuanta niña vista
y calce regular…

Como Nerón, emperador
y mártir de moralistas cursis,
coronados de rosas
o cualquier otra flor de estación,
miraremos las cosas
detrás de una esmeralda de ilusión…

Va pasando de moda meditar.
Oh sabios, aprended un oficio.
Los temas trascendentes han quedado,
como Dios, retirados de servicio.
La ciencia… los salarios…
el arte… la mujer…
Problemas didascálicos, se tratan
cuando más, a la hora del cocktail.

¿Y el dolor? ¿y la muerte ineluctable…?
Asuntos de farmacia y notaría.
Una noche —la noche es más propicia—
vendrán con aspavientos de pariente,
pero ya nuestra trémula vejez
encogeráse de hombros, y si acaso,
murmurará cristianamente…

                                                  Pues...



 
El aula
 
 
El maestro de griego nos decía: Las palabras 
macularon su antigua pureza. Las palabras
fueron antes más bellas... Las palabras...

Y la voz del maestro se quedaba prendida
de una tela de araña.
Y un muchacho con cara de Hamlet repetía:
Palabras... Palabras... Palabras...

Pequeños refranes: El que calla otorga.
Oh amada,
que calzas tus frases con chanclos de goma,
pero nunca otorgas.

¿Conoces la nueva? 
El silencio es oro, la palabra es plata.
Ergo, pignorables.
Y existen palabras que solo se dicen
en casos fortuitos,
como la palabra del Abracadabra...

El maestro sigue diciendo palabras.
El arte... la ciencia...
Algunas abstrusas, algunas preclaras.

El muchacho con cara de Hamlet, bosteza;
y fuera del aula,
un pájaro canta
silencios de oro
en campo de plata...





domingo, 15 de julio de 2018

Julio Torri

Julio Torri



(Saltillo, Coahuila, 27 de junio de 1889- Ciudad de México, 11 de mayo de 1970)

Perteneció al grupo del Ateneo de la Juventud (1910). Fue profesor de letras españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México. El poema en prosa alcanza en Julio Torri el extremo de resolver, en unas cuantas proposiciones, series complicadas de supuestos, a veces de origen culto y en ocasiones tomados de fuentes populares. Por encima del sentimiento, ha preferido la emoción de la inteligencia, y contra la elocución farragosa se ha propuesto el juego de la síntesis. Malicia e ironía, a menudo buen humor, trascienden de sus breves trabajos. La heroicidad, los grandes ademanes, los desplantes oratorios, el afán de superioridad, caen bajo su vigilante sonrisa más entregada a la suspicacia que a la aceptación.  De él dijo Alfonso Reyes que solía fingir “fuegos de artificio con las llamas de la catástrofe”. Injustamente parca su producción, resume el testimonio de “los escritores que no escriben”, alienta el fervor de buscar en lo que cuenta el lado menos inmediato, el matiz capaz de darnos la sorpresa. Contra la corriente, delata el aspecto casi desconocido de un personaje o de una idea. Desde el rincón de su biblioteca, Torri ha procurado los asuntos que, en unas cuantas frases, tuercen el significado normal que estamos acostumbrados a otorgarles.

Obras:

Ensayos y poemas (1917 y 1937).

De fusilamientos (1940).

Tres libros [contiene los dos libros anteriores y Prosas dispersas] (1964).

(Tomado de: Octavio Paz, Alí Chumacero, et al: Poesía en Movimiento, II)

 
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La cocinera

 
Julio Torri

 
 
... más vale que vayan los fieles a perder su
tiempo en la maroma, que su dinero en el
juego, o su pellejo en los fandangos.

General Riva Palacio, Calvario y Tabor
  Por inaudito que parezca hubo cierta vez una cocinera excelente. La familia a quien servía se transportaba, a la hora de comer, a una región superior de bienaventuranza. El señor manducaba sin medida, olvidado de su vieja dispepsia, a la que aun osó desconocer públicamente. La señora no soportaba tampoco que se le recordara su antiguo régimen para enflaquecer, que ahora descuidaba del todo. Y como los comensales eran cada vez más numerosos renacía en la parentela la esperanza de casar a una tía abuela, esperanza perdida hacía ya mucho.
Cierta noche, en esta mesa dichosa, comíamos unos tamales, que nadie los engulló mejores.
Mi vecino de la derecha, profesor de Economía Política, disertaba con erudición amena acerca de si el enfriamiento progresivo del planeta influye en el abaratamiento de los caloríferos eléctricos y en el consumo mundial de la carne de oso blanco.
—Su conversación, profesor, es muy instructiva. Y los textos que usted aduce vienen muy a pelo.
—Debe citarse, a mi parecer —dijo una señora—, cuando se empieza a olvidar lo que se cita.
—O más bien cuando se ha olvidado del todo, señora. Las citas solo valen por su inexactitud.
Un personaje allí presente afirmó que nunca traía a cuento citas de libros, porque su esposa le demostraba después que no hacían al caso.
—Señores —dijo alguien al llenar su plato por sexta vez—, como he sido hasta hoy el más recalcitrante sostenedor del vegetarianismo entre nosotros, mañana, por estos tamales de carne, me aguardan la deshonra y el escándalo.
—Por solo uno de ellos —dijo un sujeto grave a mi izquierda— perdería gustoso mi embajada en Mozambique.
Entonces una niña…
(¿Habéis notado la educación lamentable de los niños de hoy? Interrumpen con desatinos e impertinencias las ocupaciones más serias de las personas mayores.)
…Una niña hizo cesar la música de dentelladas y de gemidos que proferíamos los que no podíamos ya comer más, y dijo:
—Mirad lo que hallé en mi tamal.
Y la atolondrada, la aguafiestas, señalaba entre la tierna y leve masa un precioso dedo meñique de niño.
Se produjo gran alboroto. Intervino la justicia. Se hicieron indagaciones. Quedó explicada la frecuente desaparición de criaturas en el lugar. Y sin consideración para su arte peregrina, pocos días después moría en la horca la milagrosa cocinera, con gran sentimiento de algunos gastrónomos y otras gentes de bien que cubrimos piadosamente de flores su tumba.