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lunes, 22 de abril de 2024

La rebelión de los colgados (1954)



La rebelión de los colgados

México, 1954


Basada en una obra de Bruno Traven, este filme recrea la explotación de los campesinos en los campos madereros chiapanecos, así como su lucha por mejorar sus condiciones de vida. Es el inicio de la Revolución…


Marco Villa | Historiador


"En un ranchito que formaba parte de la colonia agrícola libre de Cuishin, en los alrededores de Chalchihuistán, vivía Cándido Castro, indio tzotzil, en compañía de su mujer, Marcelina de las Casas, y de sus hijitos, Angelino y Pedrito. Su propiedad alcanzaba más o menos dos hectáreas de un suelo pedregoso, seco, calcinado, que exigía un trabajo durísimo a fin de obtener de él el alimento necesario para los suyos", escribe Bruno Traven al inicio del cuento "La rebelión de los colgados", en que está basada la película aquí presentada.

Un día, Cándido (interpretado por el joven Pedro Armendáriz) se apresta a llevar a Marcelina a la ciudad más cercana porque ha enfermado. El doctor le diagnostica una posible apendicitis y por la operación le cobra doscientos pesos, que necesitará conseguir. Don Gabriel le presta el dinero a cambio de firmar un contrato que más que establecer el pago de la deuda, manda a Cándido a la montería de caoba de la que Félix Montellano (Carlos López Moctezuma) y sus hermanos Severo y Arcadio son los contratistas, pues el lugar es propiedad de manos extranjeras. Ahí será explotado con otros indígenas, quienes soportan los drásticos castigos y trabajan de sol a sol bajo el agobiante clima de la selva chiapaneca.

Es el tiempo en el que convergen el ocaso del Porfiriato y el estallido de la Revolución mexicana. También cuando las voces insurgentes encabezadas por Francisco I. Madero llamaron a sus filas a los sectores campesinos e indígenas, por décadas asolados por los abusos económicos y laborales, así como por la violencia. Y el campo maderero de los Montellano no es la excepción: los peones que cometen faltas son colgados de las manos toda la noche. Pero estos hacendados confían en que don Porfirio estabilizará al país luego de encarcelar A Madero. "Todo el país está en crisis [pero] nuestra respuesta debe ser caoba, caoba y más caoba. Mañana abriremos un nuevo campo cerca del río. Y sacaremos toda la madera, así tengamos que colgar a todos los indios de Chiapas por el cuello", dice don Severo, entre risas y sorbos de licor.

Filmada a partir de febrero de 1954 en los estudios Churubusco y en Chiapas y estrenada el siguiente noviembre en el cine Chapultepec de Ciudad de México, La rebelión de los colgados fue la segunda adaptación de una obra de Bruno Traven -la primera fue El tesoro de la Sierra Madre (EUA, 1947)-. Se cuenta que, durante el rodaje, los desacuerdos entre el productor José Kohn y el Indio Fernández terminaron con la renuncia de este y la llegada de Alfredo B. Crevenna a la dirección; sin embargo, el nuevo realizador no estuvo a la altura y "mucho fue salvado" por Gabriel Figueroa, a decir de la editora Gloria Schoemann. "Gracias a su maravillosa fotografía -añade- pudimos resolver el problema con una secuencia en la que faltaba una balacera que no se filmó. De su negativo pudimos sacar una escena de noche".

La película dividió opiniones de la crítica en nuestro país. Pese a ello, fue seleccionada para participar en el Festival de Venecia, donde la prensa publicó que "fueron plenamente merecidas las ovaciones finales de la numerosísima concurrencia que sobrepasó el cupo de la gran sala del Palazzo del Cinema y de la vasta Arena (Il Gazzetino)."


La rebelión de los colgados 

Dirección: Emilio Fernández y Alfredo B. Crevenna. 

Música: Antonio Díaz Conde. 

Protagonistas: Pedro Armendáriz, Ariadna Welter, Carlos López Moctezuma, Víctor Junco, Amanda del Llano, Tito Junco, Ismael Pérez Poncianito, Álvaro Matute.

Duración: 85 minutos.


(Tomado de: Villa, Marco. Vamos al cine: La rebelión de los colgados. Relatos e historias en México, año 12, número 135. Ciudad de México, 2019)

jueves, 16 de noviembre de 2023

Tzotziles

 


Tzotziles 

su nombre deriva de sots'il winik, que significa "hombre murciélago". Viven sobre todo en la región de Los Altos, alrededor de San Cristóbal, por el noreste hasta Simojovel y por el sureste rumbo al río Grijalva (Venustiano Carranza). Colindan al oriente con los tzeltales, al norte con los choles y al norte y poniente con los zoques. Hay una gran migración hacia las ciudades, principalmente a San Cristóbal, y a haciendas o fincas cafetaleras, sobre todo dentro de Chiapas, donde ofrecen su mano de obra, aunque están muy arraigados a su tierra y la migración es sólo temporal. Sus asientos principales son: San Juan Chamula, San Cristóbal de las Casas, Zinacantán, San Pedro Chenalhó, Simojovel, Chalchihuitán, El Bosque, Huixtán, Venustiano Carranza, San Andrés Larráinzar, Pantelhó e Ixtapa.


(Tomado de: Recorridos por Chiapas. Guía visual. Arqueología, Naturaleza e Historia. Arqueología Mexicana, Edición especial #20. Editorial Raíces, México, 2006)

lunes, 18 de noviembre de 2019

Tabaco, alimento de los dioses


EL TABACO: “ALIMENTO APROPIADO DE LOS DIOSES”

El clero español clasificó desde un principio al tabaco al lado del peyote, las semillas de la virgen y los hongos como un intoxicante ritual de la cultura indígena tradicional. Esto puede resultar sorprendente, pero los sacerdotes de la iglesia colonial sabían de qué estaban hablando.
La historia natural y cultural del tabaco (nicotiana spp.) en cuanto cultivo de los aborígenes americanos (tan desconocido para el resto del mundo hace apenas quinientos años como lo eran el chocolate, el maíz y el caucho) es demasiado compleja y extensa para estas páginas. Pero difícilmente podemos ignorarla en el contexto presente no tanto porque, tal como usamos el tabaco en la actualidad, es potencialmente una de las sustancias conocidas más dañinas fisiológicamente, sino, más bien, porque en gran parte del mundo indígena tradicional el tabaco era y aún es considerado como un don especial de los dioses a la humanidad, conferido para auxiliar a la humanidad en el establecimiento de un puente que venciera el golfo entre “este” mundo y “el otro”, el de los dioses. En muchos casos, tal visión requiere el empleo del tabaco para obtener precisamente las variedades de estados místicos o el trance extático característicamente chamanista que por lo común sólo asociamos con los alucinógenos vegetales mejor conocidos. Para mencionar únicamente un ejemplo en México, desde antes de la Conquista, y también siglos después, los chamanes curanderos de las comunidades de habla náhuatl usaban el piciétl (nicotiana rustica), en conjunción con cantos de ciertos mitos primordiales, para colocarse en lo que podríamos llamar “el tiempo místico” —un tiempo en el que todo es posible— y para convocar el poder sobrenatural de los dioses creadores y de su artefacto primordial en beneficio de la salud y el equilibrio del paciente. Este uso del tabaco está tremendamente alejado del fumar hedonista.
Ya tendremos de nuevo ocasión de referirnos a este fenómeno particular de los aztecas en otro capítulo.
Tales eventos no escaparon a la atención de los cronistas españoles, y deben haber ameritado muchas investigaciones detalladas desde entonces; pero en la literatura etnográfica, el estudio reciente acerca de la intoxicación y el chamanismo, con su complejo mitológico y cosmológico subyacente entre los indios waraos de Venezuela (Wilbert, 1972) es literalmente el único tratamiento profundo y competente acerca de este importante tópico.

DIOS Y HOMBRES ADICTOS AL TABACO

No quiero decir que el tabaco era usado generalmente para provocar estados alternos de conciencia. Por el contrario, probablemente servia para una variedad mayor de propósitos sagrados que cualquier otra planta del Nuevo Mundo. Entre sus funciones más importantes y virtualmente generales, se hallaba la del sustento divino de los dioses, principalmente en forma de humo; también servía como un auxiliar indispensable en las curas chamánicas, primariamente como un fumigante con carga sobrenatural pero en ocasiones también como panacea. Sin embargo, parece haber habido cuando menos un elemento de intoxicación incipiente en el fumar chamanista en muchas sociedades indígenas de América del Norte y del Sur; y una verdadera intoxicación de tabaco, hasta el punto de alterar la conciencia o de llegar al trance psiquedélico, era ciertamente de considerable importancia en el complejo extático del Nuevo Mundo en su totalidad. Este elemento, junto con lo que conocemos actualmente de la actividad química de la nicotiana, justifica que se asigne al tabaco (como hacían los indígenas) en la flora psiquedélica, pero con esta importante distinción: a diferencia de las plantas que usualmente llamamos alucinogénicas, de las cuales ni una sola especie ha resultado adictiva, el tabaco sí puede serlo. Parece que no hay ninguna razón científica para dudar, y sí más de las evidencias suficientes para sugerir (incluyendo observaciones entre los indios sudamericanos y testimonios de los mismos), que el tabaco no sólo crea hábito psicológico, como algunos han sostenido, sino que de hecho también crea dependencia física; es decir, resulta adictivo en el verdadero sentido de la palabra, y éste es un hecho que muchas poblaciones indias reconocieron y codificaron en sus mitologías, hasta el punto de que atribuyeron a sus dioses la misma necesidad de tabaco que observaban en sus chamanes, pues ellos eran arquetípicamente los hacedores de mitos. El antropólogo Johannes Wilbert (comunicación personal), advierte que muchas sociedades indígenas de Norte y Sudamérica comparten la tradición de que al dar tabaco a sus pueblos los dioses se quedaron sin nada (“ni siquiera para una pipa”, el Zorro cita al Suave Espíritu). Puesto que los dioses anhelan el tabaco como su alimento espiritual y esencial (por lo general en forma de humo, aunque no siempre ni en todas partes), mediante ese acto de generosidad puede decirse que ellos mismos se han colocado en una posición de dependencia, sujetos a la manipulación de los practicantes religiosos. Sin embargo, puesto que el pueblo también depende de la buena voluntad de los seres sobrenaturales, la relación era de reciprocidad e interdependencia, fundamentalmente diversa de los conceptos judeo-cristianos. A causa de esta similitud de creencias y ritos con el tabaco en áreas ampliamente separadas de la América aborigen del Norte y del Sur, Wilbert piensa que los rituales se difundieron hace mucho tiempo de un punto común de origen, junto con las primeras plantas.
Edward Brecher et al (1972) han tratado adecuadamente el problema de la adicción al tabaco en el contexto de la sociedad estadounidense contemporánea (pp. 209-244), y no hay necesidad de abarcar aquí ese tema. Lo que nos concierne, más bien, es el uso tradicional de la nicotiana como enervante ritual y muy sagrado, del cual algunos indios eran y son muy conscientes de su tendencia a la adicción, aún cuando no lo planteaban en esos exactos términos.
El género nicotiana pertenece, como el datura, y como algunas plantas alimenticias importantes (el jitomate y la papa), a la familia de la dulcamara o de las papas (solanaceae), que también incluye una cantidad de importantes géneros narcóticos como la atropa (a. belladonna). Puede haber hasta cuarenta y cinco especies distintas de tabaco, la mayoría de ellas resultado de cultivos, pero sólo unas cuantas obtuvieron una amplia diseminación preeuropea. Las más prominentes de éstas son la n. tabacum, que pudo originarse como un híbrido cultivado de otras dos especies en los valles orientales de los Andes bolivianos, y esparcirse por el norte de América del Sur hacia el Caribe y hacia la parte inferior de México; y la n. rustica, otro híbrido cultivado se encuentra desde los Andes hasta Canadá y que rivaliza con el maíz en su distribución pre-europea. En la Gran Cuenca del oeste de los Estados Unidos, particularmente en California y en los desiertos adyacentes de Nevada y Arizona, otras tres especies, la n. bigelovi la n. attenuata y la n. trigonophylla, eran los tabacos importantes en el ritual nativo. La n. glauca el llamado “árbol del tabaco” que crece al pie de las colinas de la costa del Pacífico en California, es una importación comparativamente reciente de Sudamérica que al parecer nunca fue empleada por los indios de California en tiempos aborígenes (Zigmond, 1941).
Aunque otros alcaloides pueden contribuir a los aspectos psiquedélicos de la intoxicación nicotiana, el principio activo más importante es la nicotina, un alcaloide piridino que aparece en las especies aborígenes en concentraciones mucho más altas (hasta cuatro veces más) que en el tabaco de los cigarrillos modernos. La nicotina es la que produce el ansia por el tabaco en los fumadores confirmados, como lo hace entre los indios que lo usan en grandes cantidades más para el ritual que para el placer. El contenido de nicotina de la n. rustica es significativamente mayor que en la n. tabacum, lo cual, aunado al hecho de que la n. rustica es también la más vigorosa de las especies y requiere menos cuidado en su cultivo, probablemente cuenta para que su distribución geográfica y cultural haya sido más extensa.
En cualquier caso, siendo más poderosa, la n. rustica se utilizó con mayor amplitud en contextos metafísicos y terapéuticos. Era el sagrado piciétl de la medicina y del ritual azteca, también el tabaco divino de los indios de los bosques orientales y también, probablemente, el petiúm del Brasil aborigen. Fumar tabaco comercial por placer, algo totalmente desconocido en América en las épocas pre-europeas, en la actualidad es probablemente común entre la mayoría de las poblaciones indígenas exceptuando aquéllas del interior remoto de Sudamérica. No obstante, los tabacos indígenas aborígenes no han pasado del todo a un uso cotidiano. Incluso muchos indios relativamente aculturados, que participan de uno u otro grado en la economía nacional, todavía hacen una distinción entre el tabaco del hombre blanco y el suyo. Los cigarrillos y los puros comerciales pueden fumarse libremente en cualquier momento (en ocasiones, se fuman ceremonialmente), pero la poderosa n. rustica en todas partes continúa reservada para propósitos metafísicos y terapéuticos tradicionales. Esta diferenciación es también enfatizada en los términos que se aplican a las especies tradicionales. Por ejemplo, los huicholes de México se refieren a la n. rustica como “el tabaco propio del chamán”, mientras que los senecas de Nueva York le llaman oyengwe onwe, “tabaco verdadero”. Al mismo tiempo, parece que algunos indios, los huicholes incluidos, son conscientes de que la n. rustica no está exenta de peligros; entre los huicholes hay, incluso, reportes de bebedores de una infusión de tabaco que han caído enfermos con lo que aparentemente es un envenenamiento de nicotina. También hay historias de peregrinos de peyote que mueren después de una ordalía de purificación con tabaco durante su búsqueda ritual del peyote. Considerando el alto contenido nicotínico de la n. rustica son ciertamente posibles los accidentes ocasionales de este tipo.
La importancia del tabaco en el chamanismo huichol es especialmente interesante porque es incluso otro ejemplo de la coexistencia funcional y simbólica del tabaco con un alucinógeno sagrado, el peyote en este caso. El chamán a quien se dice pertenece el tabaco no es solamente el chamán real de un grupo determinado sino también la deidad principal, el “Primer Chamán”, Nuestro Abuelo, el fuego deífico, quien estableció el ritual del tabaco y del peyote también, y a quien la n. rustica se sacrifica ceremonialmente, no sólo en los ritos del peyote sino también en otras ceremonias. Además, el humo del tabaco es tan esencial para la curación chamanista entre los huicholes como lo es en el resto del chamanismo indígena americano. Los chamanes huicholes “con mal corazón” (en su papel malévolo, como brujos) también usan el tabaco para lanzar “flechas de enfermedad” a sus víctimas, un fenómeno al cual volveré a referirme en breve. Mis informantes huicholes dicen que los chamanes malos tienen su propio tabaco especial, lo cual puede ser cierto o no en un sentido literal, pero que, en cualquier caso, recuerda la tradición de los indios caribes de una contienda mitológica entre un chamán bueno y otro malo. En cierto momento, el chamán bueno desafía a su rival para que revele todas las clases de tabaco que tiene, y si el otro no puede enumerar más de diez, lo derrota al producir mágicamente muchas más variedades suyas (Koch-Grünberg, 1923:213-214).
El tabaco también entra en una contienda entre los Jóvenes Señores o Héroes Gemelos en el Popol Vuh, el libro sagrado de los maya-quichés de la Alta Guatemala, y los gobernantes del Submundo. Estos últimos retan a sus visitantes del Mundo Superior a que conserven encendidos dos puros durante la noche. Los Héroes Gemelos pasan la prueba colocando luciérnagas en las puntas de sus puros apagados, fingiendo que los fuman sin cesar, y volviendo a encender después, en la mañana, sus puros aún frescos, hazaña que intriga a los gobernantes de los muertos. En realidad, los maya-tzotziles de Chiapas, México, aún creen que el tabaco lo protege a. uno de los seres maléficos del Submundo y de la muerte, y los maya-lacandones de la región del Usumacinta aún ofrecen el primer tabaco cosechado a sus dioses en forma de puros (Thompson, 1970). Prácticas y tradiciones similares abundan en toda América.


(Tomado de: Furst, Peter T. - Alucinógenos y Cultura. Colección Popular #190. Traducción de José Agustín. Fondo de Cultura Económica, México, 1980)