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jueves, 19 de diciembre de 2019

Descomposición del Porfiriato


El porfiriato se hundía. El edificio construido a lo largo de una dictadura de tipo personal, se agrietaba en su propia base, a medida que esa dictadura personal perdía fuerza por la edad avanzada del Dictador. Al alborear el siglo presente el general Díaz había llegado ya a los setenta años y su muerte, esperada ya por sus amigos y colaboradores más cercanos, los alentaba a luchar entre sí por la conquista del poder.
“No era ya un misterio que la energía del viejo presidente se había convertido en un mito. Susurrábase en los corrillos de palacio, y aun de toda la corte, que el octogenario César trabajaba a fuerza de artificios: que un médico le aplicaba corrientes para animarlo, que le atormentaban los insomnios; perdía la memoria y hasta se decía que muchas veces, en los acuerdos con los ministros, caía en un sopor extraño y despachaba casi automáticamente los negocios.”
Aunque el porfiriato había surgido del esfuerzo del partido militar, éste veía ahora compartida su influencia con el partido científico, encabezado por el secretario de hacienda del própio régimen, José Ives Limantour, quien trataba de darle una filosofía, una tesis política y una base económica perdurables; apoyándose en la ciencia. “Los científicos -decía Luis Cabrera- aplican la ciencia a la resolución de nuestras cuestiones nacionales y para ello han estudiado todas las ciencias; todas menos una, que es la que ignoran… la ciencia del patriotismo.” Era, el partido científico, el más fuerte enemigo del partido militar. Y contra los científicos y los militares pugnaba, como tercero en discordia, el grupo encabezado por el gobernador de Veracruz, Teodoro A. Dehesa, el cual trataba de restar influjo, en el ánimo del general Díaz, a los científicos. En síntesis, en el seno de una dictadura surgida del poder del partido militar cuya fuerza dio al traste con el grupo civil de la Reforma, se suscitaba una lucha interna, a ratos disimulada, en otros violenta, que mermaba cada vez más la fuerza del régimen. 
Por otra parte, no mereciendo ya confianza a las fuerzas capitalistas exteriores un gobierno cuyo ocaso se hacía sentir cada vez más, aquéllas buscaban, en su afán de hacer sobrevivir el mismo estado de cosas reinante, a un nuevo caudillo popular que representara, en el futuro, el mismo papel que el propio general Díaz había representado, hasta entonces, en favor de sus poderosos intereses. Así, al despuntar el siglo presente [siglo XX], la dictadura porfiriana estaba herida de muerte. Su fin se aproximaba. Y si algo permitía que la vida del país permaneciera en relativa calma, no era la esperanza en la existencia, sino precisamente en la muerte del Dictador.


La oposición
Los voceros del porfiriato han llamado a este régimen el de la paz octaviana, queriendo significar, con esta denominación, que fue el régimen del reinado de la paz. Pero nada más falso. Porque en realidad, el porfiriato se asentó sobre la violencia, sobre la injusticia social y sobre los crímenes que, dizque para mantener la tranquilidad pública, perpetró día a día.
En el año de 1877 se sublevó, en la frontera norte del país, el coronel Pedro Valdés, proclamando la restauración del lerdismo; en 1876, lo había hecho ya el general Mariano Escobedo; en 1878, en Jalapa, Veracruz, Lorenzo Hernández y, en Tlapacoyan, Javier Espino. En 1879 en Monte Alto, el general Miguel Negrete; en Perote, el coronel Manuel Carreón; en Cosamaloapan, el teniente coronel José del Río; en Tlacotalpan, el comandante Francisco A. Nava. Igualmente en 1879, tuvieron lugar los fusilamientos de Veracruz. en el mismo año de 1879 la situación militar de Tepic revistió características alarmantes, mientras en Sinaloa se sublevaba el general Jesús Ramírez Terrones y en Baja California el general Manuel Márquez León. En 1886 fue asesinado el general García de la Cadena y preso el capitán Martínez Arista.
En 1890 pasó la frontera, procedente de los Estados Unidos en donde se había organizado el Partido Revolucionario Mexicano, el general Francisco Ruiz Sandoval, quien obligado a retornar a su punto de salida, fue aprehendido por fuerzas norteamericanas prontas a socorrer al gobierno porfiriano. En 1892, tomaron incremento las actividades estudiantiles, en contra del Dictador.
El 8 de septiembre de 1893, El Hijo del Ahuizote se atrevió a denunciar: “Cincuenta muertos resultaron de un encuentro o encontrón entre sublevados de la frontera y las fuerzas del gobierno, en un punto llamado El Venado, cerca de Río Grande. La prensa amarilla no da importancia a aquellos mitotes, y nosotros repetimos: ‘No es nada lo del ojo’ “.
No fue, sin embargo, sino hasta finales del siglo pasado [siglo XIX] y principios del presente [siglo XX] cuando la oposición se organizó. No se trataba ya únicamente de alentar las sublevaciones, desvinculadas las unas de las otras, de tipo militar.
Se quería darle forma y señalar sus verdaderos móviles, que pretendían no sólo arrojar del poder al general Díaz, sino subvertir todo el orden establecido en el país.
Luis Cabrera, apuntando tiempo después las verdaderas causas de la lucha contra el porfiriato, señaló el origen de ellas: el caciquismo, el peonismo, el fabriquismo, el hacendismo, el cientificismo y el extranjerismo. Pero mientras no maduraban las ideas económicas y sociales, entre los oposicionistas la lucha contra la dictadura no adoptó sino caracteres meramente políticos. Fue hasta 1901, cuando nació el primer esfuerzo coordinado con un programa político a cumplir y con principios sociales a desarrollar. Al terminar el siglo XIX se había organizado, en San Luis Potosí, el grupo político Ponciano Arriaga bajo la dirección del ingeniero Camilo Arriaga. Los elementos que lo integraron perseguían, como objetivo concreto, el de una transformación radical en la vida de la nación. Figuraron en primera línea, en este club, el animador del mismo, ingeniero Arriaga y, con él, Juan Sarabia, Antonio Díaz Soto y Gama, Librado Rivera, Rosalío Bustamante, Humberto Macías Valadés, José y Benjamín Millán, Carlos y Julio B. Uranga y, aunque no tan destacadamente, sí con igual pasión Enrique Martínez Vargas Heliodoro Gómez, Juan Antonio Flores, José y Adalberto Muñoz, Armando Lozano, Alfredo Vázquez, Patricio Monsiváiz, Félix Gómez, Baldomero Camargo, Enrique espinosa, Víctor Monjaraz y otros.
El trabajo preliminar del club Ponciano Arriaga se desarrolló con un criterio anticlerical. La declaración del obispo de San Luis Potosí. Ignacio Montes de Oca y Obregón, en la que afirmó que el gobierno del general Díaz mantenía con el clero una política de conciliación, hasta el grado de que las leyes de Reforma no se aplicaban para beneficio de los intereses de la Iglesia, sirvió de acicate a todos los elementos liberales del país y los puso en pie de lucha. Fue entonces, cuando el ingeniero Arriaga excitó a quienes estaban decididos a oponerse a los designios del clero a fin de que organizaran grupos similares en toda la República convocándolos a un congreso, de carácter liberal, que se efectuó en San Luis Potosí, el 5 de febrero de 1901. Verificada la reunión, los ataque no se enderezaron solamente contra el clero, sino también contra el gobierno que los protegía.” Las primeras censuras que se escucharon estaban dirigidas contra el clero; pero después de haberse hecho consideraciones fundamentales, se tuvieron orientaciones más definidas y no sólo se atacaba al clero sino también al régimen de gobierno que era el verdadero responsable de aquella situación. Estas orientaciones se debieron principalmente a Juan Sarabia y a Ricardo Flores Magón (quien se encontraba como delegado), los cuales atacaron en sus discursos de una manera formidable a la dictadura.
Naturalmente, el gobierno del general Díaz hizo lo indecible por reprimir estas manifestaciones oposicionistas, aprovechando una nueva reunión de los liberales convocada en la propia ciudad de San Luis Potosí, para el 24 de enero de 1902. Todavía no se iniciaba la primera sesión cuando fueron detenidos todos los presentes, a quienes se mantuvo presos durante ocho meses, acusados del delito de rebelión, en la penitenciaría del Estado. No se evitó, sin embargo, que las ideas se concretaran alrededor de temas tan interesantes como los que el ingeniero Arriaga presentó a la consideración de los asambleístas: “1° Manera de complementar las leyes de Reforma y de hacer más exacta y eficaz su observancia. 2° Medidas encaminadas a hacer efectiva la libertad de imprenta. 3° Manera de implementar prácticamente y de garantizar la libertad del sufragio. 4° Organización y libertad municipales, y supresión de los jefes políticos.
Perseguidos los grupos liberales identificados con los propósitos del ingeniero Arriaga, la oposición no se desorganizó, sino que se ramificó en todas partes. Regeneración, el vocero mejor orientado de todos los órganos periodísticos de la época, hizo oír hasta en las más apartadas regiones de la República su palabra. “A Veracruz, a Tabasco, a Sonora, a Puebla, a Yucatán, etcétera, llevaba Regeneración gritos de rebeldía e impulsos de revolución social, política, económica y religiosa.
Mas no fue solamente Regeneración quien combatió contra el régimen porfiriano. A su protesta se unieron El Colmillo Público, Redención, Excélsior, El Diablito Rojo, El Paladín, La República, La Patria, El Constitucional, La Voz de Juárez, El Insurgente, El Chinaco, La Guacamaya, Aurora Democrática, El Progreso Latino, El mexicano, El Antireeleccionista, Nuevo México… La prensa oposicionista, perseguida, se reproducía constantemente bajo la creciente audacia de los periodistas independientes cuyos nombres se popularizaron en la lucha contra la dictadura. Paulino Martínez, Antonio Villarreal, Heriberto Jara, José D. Ramírez Garrido, Teodoro Hernández, Alfonso cravioto, Fernando Celada, Francisco César Morales, Ricardo Flores Magón, Santiago de la Vega, Santiago de la Hoz, Juan Sarabia… toda una generación dispuesta a enfrentarse a un estado de cosas cuya violencia hería su condición humana. “México -decía un periodista norteamericano- es un país sin libertad de palabra, sin prensa libre…” Con todo, la oposición tomaba forma. Se vertebraba. Dejaba de ser caótica y se orientaba, a la sombra de nuevos partidos políticos, con una dirección perfectamente organizada.


(Tomado de: Mancisidor, José - El fin del Porfiriato. Cuadernos Mexicanos, año I, número 41. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)

jueves, 31 de enero de 2019

Luis Cabrera, La Revolución de entonces y la de ahora

En el año de 1937 apareció un libro de título homónimo al de Alejandro Dumas: Veinte años después. Se hacía en él un balance de lo acontecido veinte años después de que Huerta usurpara el poder tras el asesinato de Madero, y veinte años después de haber sido promulgada la constitución de 1917. Su autor era el ya sexagenario Luis Cabrera, quien a partir de 1908 se distinguiría como periodista de oposición al régimen de Porfirio Díaz; en 1911 como ideólogo  de la revolución naciente; en 1912 como parlamentario revolucionario y, años más tarde, al lado de Venustiano Carranza, como ideólogo de la reforma agraria y hacendista notable. Cabrera, después de la tragedia de Tlaxcalantongo, decidió retirarse al ejercicio de su profesión de abogado.

Su reaparición en los medios políticos causó revuelo. Dictó una conferencia en la biblioteca Nacional titulada “El balance de la Revolución”. En ella hacía un análisis sociológico de lo que debe ser una revolución y aplicó sus criterios al caso mexicano. Mostró a quienes lo escucharon y a los lectores de El Universal, diario en que se publicó el texto político de la conferencia, que la “revolución hecha gobierno” no había satisfecho las demandas económicas, políticas y sociales que impulsaron a las masas a luchar por sus reivindicaciones. Tal cosa fue entendida en los círculos oficiales como un ataque al gobierno del presidente Pascual Ortiz rubio, quien, en los discursos de un banquete celebrado en Texcoco, tachó a Cabrera junto con Antonio Díaz Soto y Gama, antiguo ideólogo zapatista y agrarista, de “tránsfugas de la Revolución”.

La reprimenda a Cabrera –el viejo “Blas Urrea”- no quedó en discursos. También le costó “un viaje a Guatemala sin boleto de regreso”. Y el presidente Ortiz Rubio no sólo se dedicaría a responder a los conceptos de Cabrera, sino que lo hicieron también altos funcionarios del Partido Nacional Revolucionario, como Lázaro Cárdenas y Manlio Fabio Altamirano, que señalaron los aspectos negativos de la administración carrancista.

Hicieron ver que el Primer Jefe no puso atención en el problema agrario ni ofreció reformas sociales, sino que fue Obregón quien realmente emprendió un programa de acción tendente a hacer efectivos los principios consagrados por la Constitución de 1917. Asimismo recordaron que Carranza obstruyó el proceso democrático cuando trató de imponer como candidato oficial al ingeniero Ignacio Bonillas frente a Obregón, quien contaba con el apoyo popular.

Estos señalamientos trataban de descalificar a Cabrera como autoridad para juzgar lo que se había hecho en el proceso revolucionario. Pero el hecho de que fuera deportado del país implicaba inseguridad por parte del gobierno ortizrubista.

Cabrera siguió criticando a la administración pública mexicana, en especial a la de Lázaro Cárdenas. El viejo ideólogo agrarista reaccionó frente a las ideas y acciones de Cárdenas, particularmente en materia agraria. Cárdenas repartió grandes extensiones de tierra cultivable en regiones como La Laguna, el valle del Yaqui y la Nueva Italia en Michoacán, terrenos henequeneros en Yucatán. No lo hizo para fraccionar terrenos otorgando pequeñas propiedades privadas, sino ejidos colectivos. En una mentalidad liberal como la de Cabrera, esto se le antojaba como “un ensayo comunista en México” aduciendo que el ejido colectivo era una imitación del koljos soviético
.
Posteriormente, ideólogos cardenistas como Luis Chávez Orozco han tomado argumentos del propio Cabrera para explicar que, en realidad, Cárdenas estaba reviviendo instituciones que habían dado buen resultado en Nueva España y que el ejido colectivo no era imitación de instituciones extranjeras.

El problema, en realidad, era la vieja polémica entre liberales y radicales, que tuvo su mayor enfrentamiento en el seno del Congreso Constituyente  de 1916-1917. Para los liberales, el Estado sólo debía regular y no intervenir, mientras que para los radicales el Estado debía ser el medio propulsor y efectivo de las nuevas reformas. De ahí su fuerza y su participación legalmente sancionada.

En suma, se trata de dos maneras de entender la revolución. La del viejo precursor que contempla hechos que no previó, frente a la del nuevo revolucionario, que busca nuevas fórmulas para acelerar el proceso social de una revolución que amenazaba estancarse bajo la política del maximato. De ahí que el lector de la polémica encuentre razones fundamentadas en ambos bandos. Todo estriba en comprender las diferentes ideologías.

Por otra parte, la cada vez mayor participación del Estado en los aspectos economicosociales no es un fenómeno privativo del México de los años treinta. En la Unión Soviética se forjaba un estado socialista; los Estados Unidos, con el new deal de Roosevelt, dejaban atrás al liberalismo clásico, y Alemania, Italia y Japón se organizaban bajo la guía del nacionalsocialismo. La política del laissez-faire se antojaba por entonces como una cosa del pasado.
(Tomado de: Álvaro Matute – La Revolución de entonces y la de ahora. Historia de México, tomo 11, Etapa La Revolución Mexicana; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, D.F., 1978)