viernes, 30 de noviembre de 2018

Chabela Vargas

 
 
 
(1919-2012) Cantante costarricense, naturalizada mexicana. Isabel Vargas, una de las más importantes intérpretes de la música popular mexicana, llegó al país a los 17 años tras fugarse de su familia. Aquí, se ganó la vida como cantante en bares y en 1961, a sus 42 años, grabó su primer disco. Fue amiga cercana de José Alfredo Jiménez. Entre los años setenta y ochenta cayó en el alcoholismo, lo que la invisibilizó de la escena pública durante casi dos décadas. Su carrera resurgió en 1990, y comienza una nueva etapa de giras y conciertos tanto en México como en Europa y Estados Unidos. Además de su esencial legado musical se le reconoce su lucha por la libertad sexual y la no discriminación
 
 
(Tomado de: Muy Interesante, septiembre de 2018, no. 09. 100 Extranjeros que amaron México)





 
 
 


miércoles, 28 de noviembre de 2018

Cuando llueve Oaxaca toma una coloración verde

 
Es la coloración de los edificios que con la humedad acentúa ese matiz. Entonces, Oaxaca es una ciudad de jade. Ahora Oaxaca es gris como las ciudades castellanas. Cada ciudad tiene su color inconfundible como tiene su espíritu: Querétaro es rosa, Puebla policromada con predominio de los azules y rojos; Cuautla verde; Zacatecas roja…

La plaza mayor, en Oaxaca, es de una exuberancia tropical. La sombra que dan sus árboles espesos es negra en la resolana, fresca en el calor, helada en el frío. El ornato principal de la plaza son las chicas que noche con noche gozan de la frescura paseando en grupos alrededor de las cuatro bandas. La vida de la provincia es así, con sencillez edénica, con regularidad cronométrica que vienen sólo a interrumpir las fiestas anuales o los acontecimientos políticos, temidos y odiados.

Fuera de eso, la santa paz reina en Oaxaca.

(Tomado de: Toussaint, Manuel - Oaxaca y Tasco. Grabados de Francisco Díaz de León. Lecturas mexicanas, primera serie, #80. Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 1985)

martes, 27 de noviembre de 2018

Gabino Barreda



Nació en Puebla, Pue., en 1818; murió en Tacubaya, D.F., en 1881. Cursó en el Colegio de San Ildefonso la carrera de Jurisprudencia, pero no obtuvo el título de abogado por su rechazo a los conocimientos no sujetos a comprobación. Estudió química en el Colegio de Minería y pasó después a la Escuela de Medicina. sirvió en el cuerpo médico militar en ocasión de la guerra con los Estados Unidos. En 1851 viajó a París y asistió a las conferencias de Augusto Comte en el Palais Royal. De regreso a México, en 1853, trajo consigo los 6 tomos del Cours de Philosophie Positive. En 1854 enseñó física médica y en 1855 historia natural y anatomía. Abandonó la capital durante el segundo Imperio y vivió en Guanajuato, ejerciendo la medicina, de 1863 a 1867. En este año, una vez triunfante la República, el presidente Juárez confió al ministro Antonio Martínez de Castro la tarea de reorientar la educación pública; y éste, a su vez, formó una comisión integrada por Barreda, Francisco y José Días Covarrubias, Ignacio Alvarado Eulalio María Ortega, de cuyos trabajos resultó la Ley del 2 de diciembre, que implantó la enseñanza elemental obligatoria y gratuita, eliminó la instrucción religiosa y trató de erradicar la ignorancia, conciliando la libertad con la concordia y el progreso con el orden. Consecuencia de esta disposición fue también la Escuela Nacional Preparatoria, que inició sus labores el 1° de febrero de 1868, conforme al plan de estudios redactado por Barreda y bajo la dirección de éste, que, conservó hasta 1878. Él mismo impartió la clase de Lógica y siguió enseñando Patología general en la Escuela de Medicina. fundó la Sociedad Metodófila. Sus ideas inspiraron a sus discípulos la formación del Partido Científico. Algunos de sus textos se reunieron en 1877 en Opúsculos, discusiones y discursos. Es notable la carta que dirigió a Mariano Riva Palacio, gobernador del Estado de México, el 10 de octubre de 1870 (Revista Positiva, Núm. 6, junio de 1901).
(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen II, Bajos-Colima)

lunes, 26 de noviembre de 2018

Política exterior, Centroamérica 1895

 
 
En la época de Manuel González surgieron conflictos con Guatemala ocasionados por la política hegemónica de Justo Rufino Barrios. Este, sin embargo, tuvo en su momento que ceder, pero mantuvo mientras vivió un vivo interés por solucionar el supuesto problema fronterizo entre los dos países.

Sus sucesores en el poder, menos dotados que Barrios y más desconfiados de México, Manuel Lizandro Barillas, José María Reyna Barrios y Manuel Estrada Cabrera, defendieron con obstinación sus posiciones; aun siendo liberales, consideraron que la administración liberal mexicana apoyaba a sus enemigos los conservadores para obtener beneficios y favorecer la anexión de Centroamérica a México. El apoyo que México encontró en Costa Rica y en El Salvador, que se sentían defendidos de la hegemonía expansionista de Guatemala, nos predispuso con Guatemala, aun cuando en ocasiones, como en el caso de las reclamaciones pecuniarias, México pagara cumplidamente sus obligaciones. Los dirigentes de Guatemala pensaron siempre que México tenía pretensiones sobre Centroamérica, a las que había que oponerse, más lo que México deseaba era que no se constituyera en Centroamérica una potencia enemiga que, apoyada como lo estaba por los Estados Unidos, pudiera poner en peligro su seguridad. Esa preocupación de la diplomacia mexicana fue muy intensa, al grado que se traslució en el exterior y España ya reanudadas con ella las relaciones trató de actuar como intermediaria. La torpeza de la política norteamericana, llevada principalmente por James Blaine, fue un factor que intervino negativamente en la solución pronta y efectiva de las dificultades con esos países. El problema fronterizo fue por lo menos resuelto en 1895, año en el cual el presidente, en su Mensaje ante el Congreso, pudo anunciar que: “Debemos reconocer el buen sentido con que el gobierno de Guatemala se ha prestado de esta manera a la conclusión pacífica y amigable de una contienda que, por su carácter y duración, amenazaba con graves consecuencias. Congratulémonos, pues, de que, salvándose la honra y los justos intereses de ambas repúblicas, estén a punto de renovarse, sobre bases más sólidas, las relaciones amistosas de la Nación Mexicana con una de sus vecinas”.

Sin embargo este tratado, la tirantez diplomática entre Guatemala y México prosiguió. La explicación amplia de ella nos la proporciona don Daniel Cosío Villegas en su penetrante estudio, en el cual nos dice:
 
 

“Esas relaciones se complicaron más con el recurrente movimiento de unión de los cinco países centroamericanos. Además de haber formado una sola unidad de gobierno durante los siglos de la dominación española, sus semejanzas culturales, la ocupación de una región aparentemente propicia para formar una gran nación y el hecho más obvio y convincente de que cada uno de los cinco países esa demasiado pequeño y pobre para caminar con seguridad por el mundo moderno, los condujeron a formar una federación al separarse de España. La unión fracasó al poco tiempo, pero volvió a intentarse una y otra vez en el resto del siglo XIX y principios del XX. Para ello se usaron todos los procedimientos posibles: la negociación diplomática abierta, la intriga extensa y compleja, la imposición por las armas y la influencia de países extranjeros, sobre todo, claro, de México o los Estados Unidos. También se experimentan todas las formas de organización constitucional: desde el gobierno central con poderes casi ilimitados, pasando por una federación en que el gobierno general sólo tenía las facultades no reservadas expresamente a los estados federados, quienes conservaban así una gran autonomía interior, hasta la unificación limitada a las relaciones exteriores. En fin, se ensayó el método de meter en la unión, de un solo golpe, a los cinco países, o bien iniciarla con sólo dos o tres para que el tiempo y el ejemplo convencieran a los demás de sus ventajas.

“Ahora bien: aun cuando de todos y cada uno de los cinco países partió alguna vez la iniciativa unionista, fue Guatemala la que más empeño puso en el asunto, no porque allí fuera más vivo el ideal unionista, sino porque sus recursos naturales y su población la hacía más fuerte. La probabilidad mayor, pues, fue que la unión se hiciera por iniciativa de Guatemala y que, en el nuevo estado, Guatemala tuviera un peso preponderante. México, lógicamente vio un peligro en que una nacionalidad fuerte resultara regida por un país con el que jamás había podido entenderse. Tener un vecino temible era ya motivo suficiente de preocupación; pero tenerlo a la espalda cuando se tenía al frente a Estados Unidos, significaba dividir en dos una vigilancia y unos recursos de por sí limitados. La preocupación de México llegó al punto máximo posible cuando descubrió que el campeón de la unión centroamericana eran los estados Unidos. Hecho de tal gravedad no podía significar sino una de dos cosas: o deliberadamente los Estados Unidos querían crearle esa situación, y entonces la intención era muy clara, o los Estados Unidos la prohijaba de buena fe, pero sin entender y sin importarle gran cosa ese peligro para México.

“En una situación aparentemente desesperada favoreció a México un elemento. Entre el fin de la primera federación y los muchos ensayos que la siguieron para reconstituirla, cada uno de los cinco países centroamericanos fue haciéndose un modo propio de vivir; muy particularmente, las clases gobernantes crearon en cada uno intereses poderosísimos. Y como la unión suponía el sometimiento a una autoridad nueva, más general y fuerte, la unión, en realidad, siempre tuvo opositores. La resistencia más frecuente provino de Costa Rica, pero en alguna ocasión partió de Nicaragua, Honduras o El Salvador y aun de la misma Guatemala. México, en consecuencia, tendió a favorecer a los países que en un momento dado eran opositores a la unión, o a quienes querían formarla sin la preponderancia de Guatemala. Esto significó, por supuesto, que México se sintió obligado a extender su actividad política a toda América Central, buscando entre los países centroamericanos individualmente considerados o entre las alianzas y bloques que nacían y desaparecían en el torbellino de la política centroamericana, el equilibrio de poder más favorable a su seguridad.

“Era inevitable que, dentro de este cuadro, México y los Estados Unidos se encontraran en la América Central y que sus intereses chocaran; pero hubo un factor más que dio un carácter casi permanente a ese choque, y que lo hizo más agudo. La desproporción territorial, demográfica y económica entre México y Guatemala, acentuada por el progreso material y la estabilidad política que México fue ganando a partir de 1877, creo en Guatemala la idea de que perdería siempre en un trato directo de sus negocios con México. Discurrió entonces buscar una proporción de fuerza no sólo equilibrada, sino que la favoreciera decididamente. Para ello, acudió a los Estados Unidos, y lo hizo con una constancia tan admirable como desmedida.

“En efecto, fue continua y desproporcionada la ayuda que Guatemala pidió a los Estados Unidos para defenderse de México, y verá también que la diplomacia guatemalteca no dejó de tener algún éxito. Esta comenzaba no sólo por halagar, sino por cohechar a los representantes diplomáticos norteamericanos en Guatemala y en Centroamérica en general. Seguía por poner a disposición de ellos toda la correspondencia diplomática, aún la más estrictamente confidencial, del gobierno de Guatemala con sus agentes diplomáticos en México y los Estados Unidos, para no mencionar la del gobierno de México con los representantes de Guatemala acreditados ante él y la que se cruzaba entre el ministro de México y el secretario de Relaciones de Guatemala. El halago y el cohecho llegaron a los extremos de la cesión a los Estados Unidos de los derechos de Guatemala a Chiapas y Soconusco, la venta de las islas de la Bahía, el derecho de tránsito y acuartelamiento de tropas de los Estados Unidos en territorio de Guatemala, o la idea de constituir ésta y aun a a la América Central toda en un protectorado norteamericano.

“Puede decirse que, salvo dos, todos los ministros de los Estados Unidos en Guatemala cayeron en la trampa del halago y el cohecho. Todos los secretarios de Estado examinaron con interés gasta las proposiciones más extravagantes de Guatemala, aun cuando sin aceptar ninguna. Lo cierto es, sin embargo, que rara vez se negaron a intervenir en favor de Guatemala, y, en consecuencia, en contra de México. En el caso concreto de José Santos Zelaya –del cual, según Salado Álvarez, no se les daba un bledo a nuestros intereses nacionales-, México tenía la prolongada experiencia del favor apenas disimulado de los Estados Unidos por Estrada Cabrera, gobernante que, más que ningún otro, sentía por México la más arraigada antipatía. Apoyar a Zelaya, enemigo de Estrada Cabrera, era restaurar el equilibrio de fuerzas en favor de México y, por tanto, en desmedro de Guatemala y los Estados Unidos
”.

Después del año de 1898, en que se apoderó de la presidencia de Guatemala Manuel Estrada Cabrera, las relaciones con Guatemala volvieron a ser críticas debido a que un grupo de enemigos del dictador, encabezado por el ex presidente Manuel Lizandro Barillas, José León Castillo y el general Salvador Toledo, quienes contaban con el apoyo del presidente de El Salvador Pedro José Escalón y del ex presidente Tomás Regalado, inició una revuelta, salida en parte de Chiapas y en parte de El Salvador, la cual originó un estado de guerra entre El Salvador y Guatemala. Para contenerla, intervinieron los Estados Unidos, que invitaron a México a mediar, habiendo logrado imponer paz, volver al “statu quo ante” y a comprometerse a que en caso de conflicto llamarían como mediadores a los Estados Unidos y a México. En el año de 1907, el ex presidente de Guatemala Manuel Lizandro Barillas fue asesinado en México, en donde vivía alejado de la política, por órdenes de Estrada Cabrera. México pidió la extradición del general José M. Lizama, quien contrató a los asesinos, pero Guatemala la negó. En el mes de mayo, un grupo de jóvenes enemigos del dictador realizaron un atentado terrorista contra Estrada Cabrera, el cual desgraciadamente falló. Estrada Cabrera afirmó que la Legación Mexicana había favorecido el complot. Federico Gamboa, ministro de México en ese país, mostró una actitud digna y prudente ante las acechanzas de Estrada Cabrera, pero recibió órdenes de México de trasladarse a El Salvador. La tirantez aumentó y se pensó que en un momento dado México pudiera declarar la guerra a Guatemala. Las relaciones con ese país se normalizaron en 1908, al ordenar que la Legación volviera a Guatemala y nombrar al licenciado Luis G. Pardo como nuevo ministro.

Si por el lado de Guatemala las cosas no marcharon bien, hay que mencionar que México adoptó una actitud de altura en el conflicto que suscitó el dictador de Nicaragua José Santos Zelaya contra Honduras y en el cual el gobierno de Roosevelt quiso que México mediara, pero en forma activa, con intervención armada, habiéndose Díaz negado a ello y manifestado que únicamente intervendría siempre que ambas partes lo solicitaran y sin recurrir a la fuerza.
 
(Tomado de: Ernesto de la Torre Villar – Segundo período presidencial de Díaz e inicio de su reelección hasta 1910. Historia de México, tomo 10, Etapa Reforma, Imperio y República; Salvat Mexicana de Ediciones, S.A. de C.V. México, D.F., 1978)

domingo, 25 de noviembre de 2018

Félix Díaz Mori

Ha costado alguna sangre que es inevitable en la guerra, pero se ha destruido el centro del vandalismo donde no se ha conocido mas ley que la del fuerte y se ha asegurado la paz por muchos años.

Félix Díaz Mori


1833-1872. A diferencia de su hermano Porfirio, Félix Díaz Mori tenía un carácter explosivo; era arrebatado, temerario e irreflexivo. Quizá debido a su formación militar inicialmente se acercó a los conservadores, pero con el tiempo se sumó a las filas de su hermano y combatió a su lado contra la intervención y el Imperio.

Luego del triunfo de la República, en diciembre de 1867, fue electo gobernador de Oaxaca. Durante su gestión condecoró e indemnizó a quienes habían participado en la lucha contra la Intervención y el Imperio, inauguró una línea telegráfica entre Tehuacán y Oaxaca, fundó un Montepío, inició los trabajos de construcción de un camino entre Oaxaca y Tehuantepec y estableció juzgados de la primera instancia en todos los distritos del estado. Pero también es cierto que fue un gobernador violento, autoritario y caprichoso.

Díaz gobernó como liberal radical y jacobino, limitó los actos de culto religiosos y ridiculizó a todos los miembros del clero. En uno de sus muchos excesos autorizó la destrucción de catorce retablos del templo de Santo Domingo, en la capital oaxaqueña, y esto a su vez propició el saqueo y la destrucción de un sinnúmero de obras de arte. Su falta de respeto a la fe católica le valió, además, el repudio popular.

En 1870, un año antes de concluir su gobierno, los juchitecos atacaron un contingente oficial para protestar por los abusos cometidos en el Itsmo por el ejército. El gobernador marchó personalmente hasta Juchitán. Después de tres días de combates, las fuerzas del Estado ocuparon el pueblo, al que Félix Díaz ordenó prender fuego. Los sublevados que salieron despavoridos de sus casas fueron exterminados.

Por si esto fuera poco, Díaz entró al templo del pueblo montado en su caballo, lazó a su santo patrono, San Vicente Ferrer y, ante la mirada atónita de los juchitecos, lo arrastró por las calles. Abandonó el pueblo con estas palabras: “…considerando que multitud de familias inofensivas han quedado en la orfandad, vagando por los campos, sin esperanza de ninguna especie, y el pueblo privado de gran parte de sus brazos para atender a su engrandecimiento y felicidad, [el gobierno de Oaxaca] no puede menos que dirigirles la palabra, en cumplimiento de los deberes que tiene de conservar la sociedad, y ofrecerles el indulto y olvido de sus pasajeros descarríos, a condición de que se presenten ante este gobierno, haciendo entrega de las armas que existan en su poder”.

Tan pronto el presidente Juárez se enteró de los hechos, ordenó a Félix Díaz que devolviera a los juchitecos su santo patrono. El mandatario local obedeció, pero como el santo no cabía en la caja donde había de enviarlo, decidió cortarle los pies, los brazos y la cabeza, la cual quedó en poder de su suegro. Los habitantes del pueblo no perdonaron la ofensa.

Durante la rebelión de la Noria contra Benito Juárez, Félix Díaz fue tomado prisionero en el Cerro del Perico, el 21 de enero de 1872. Cayó en manos de juchitecos, quienes lo atormentaron durante dos días y el 23 de enero lo mataron utilizando los mismos métodos que él empleó contra San Vicente Ferrer. Su cuerpo quedó irreconocible.


(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)


***

Nació en la ciudad de Oaxaca en 1833; murió fusilado en Chacalapa, Oax., en 1872. Estudió en el Seminario y en el Instituto de Ciencias y Artes del Estado y más tarde en el Colegio Militar. Combatió contra los liberales durante la revolución de Ayutla y la Guerra de Tres Años, pero en agosto de 1860 ya aparece en la toma de Oaxaca al lado de su hermano, el entonces coronel Porfirio Díaz. En esa ocasión persiguió al jefe conservador Cobos hasta Las Sedas, donde le arrebató 10 cañones y le hizo 400 prisioneros. Participó en la batalla de Calpulalpan, en la recuperación de la plaza de México (1° de enero de 1861), en el primer combate contra los franceses (19 de abril de 1862) y en la defensa (5 de mayo) y caída de Puebla (17 de mayo de 1863). Al cabo de varias acciones contra los invasores, en 1866 levantó en Ixtepeji un batallón de serranos para incursionar en los valles centrales de Oaxaca; en septiembre se reunió con su hermano en Nochistlán, el día 6 contribuyó a la toma de la capital del Estado y el 18 asistió a la batalla de la Carbonera. El 23 de febrero de 1867 fue nombrado comandante militar de Oaxaca y el 1° de diciembre, gobernador. En noviembre de 1871 se sublevó en apoyo del Plan de la Noria, pero derrotados los porfiristas en San Mateo Xindihui (22 de diciembre), él cayó prisionero en el Cerro del Perico (21 de enero de 1872) y fue fusilado por los juchitecos en Chacalapa.

(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S.A. México, D.F. 1977, volumen III, Colima-Familia)


sábado, 24 de noviembre de 2018

Joaquín Cantolla y Rico

 
 
 
La gran ascensión

de Don Joaquín Cantolla y Rico

(Anónimo)
 
Corrido cantado por don Chepito
Mariguano en la capital de México
 
Don Joaquín de la Cantolla
aeronauta singular,
el domingo va a subir
en su globo original.
 
Nunca pierde don Joaquín
la ocasión que se presenta,
y las veces que ha ascendido
son mucho más de noventa.
 
Tanto y tanto sube y baja
al traste dará con él,
y el día menos pensado
con alas va a amanecer.
 
Es el aire su elemento,
allí come, fuma y ronca,
en México no se ha visto
otro que iguale a Cantolla.
 
El mundo entero lo envidia,
los muchachos sobre todo
pues quisieran a porfía
de su canasto ir a bordo.
 
Recibe cartas a miles
pero él a todas desprecia
su globo es lo que le importa
lo demás es paja y tierra.
 
Es cierto que tiene amores,
pero es con los zopilotes,
que allá arriba lo visitan
y le dicen tiernas cosas.
 
En domingo en la mañana
gran ascensión nos ofrece
vitoreando a nuestra patria
y a todo lo que se eleve.
 
Alboroto como pocos
hay para aquella ascensión
pues tiempo hace no se mira
tan bonita diversión.
 
A todos los reservistas
también dedica su fiesta,
don Joaquín de la Cantolla
para que le armen la gresca.
 
Quisiera poder llevar
a la altura a todititos
para que vieran las guerras
que allí hacen los pajaritos.
 
La ascensión será magnífica
en esto no hay que dudar,
así es que vayan puntiales,
cuidadito con faltar.
 
Ya saben bien, a las doce,
se arrancará don Joaquín
de la vil tierra que pisa
para el céruleo confín.
 
Cara a cara al sol verá
como águila que ya es,
fíjense en sus facciones
y me lo dirán después.
 
Con tanto y tanto subir
a ese cielo renombrado,
ojos, narices y boca
se le han ido transformando.
 
De repente lo veremos
al señor Cantolla y Rico
por los espacios subir
con su culebra en el pico.
 
El domingo se promete
llegar al centro del Sol;
y llegará hasta la Gloria
si no se vuelve carbón.
 
Inter tanto desde aquí
exclamaremos un grito:
¡Viva México! Y que viva
don Joaquín Cantolla y Rico.
 
Don Joaquín de la Cantolla y Rico, nacido en la ciudad de México el 25 de junio de 1829, estudió en el Colegio Militar y después vivió de su trabajo como telegrafista.

Lo poco que Cantolla sacaba como telegrafista, lo invertía en su pasión: los globos aerostáticos.

Cantolla diseñó y fabricó tres globos: el Moctezuma I, el Moctezuma II y el Vulcano.

Las múltiples ascensiones de Cantolla, con sus triunfos y accidentes, en las fiestas de la ciudad de México, provocaron: admiración, burlas, y fama, siendo inspirador de: canciones, poemas, caricaturas, zarzuelas y corridos. A pesar de todo, Cantolla es considerado como uno de los pioneros de la aerostática nacional.

Cantolla murió el 25 de enero de 1914, luego de su última ascensión en un globo de gas, propiedad de Alberto Braniff. El corrido de La gran Ascensión fue compuesto de ocasión de una elevación realizada durante una fiesta en el año de 1902.

(Tomado de: Antonio Avitia Hernández- Corrido Histórico mexicano (1810-1910) Tomo I)
 
 
 
 

[Ascensiones en globo durante 1896-1900: Don Joaquín de la Cantolla y Rico]
 
[…] El afán de diversión de las clases bajas seguía insatisfecho y no era extraordinario que cualquier espectáculo novedoso las llevara a empeñar alguna prenda y que las conmemoraciones cívicas significaran verdadera explosión de alegría.

Por ello no fue raro el éxito de las ascensiones aerostáticas de don Joaquín de la Cantolla y Rico, y las exhibiciones cinematográficas. No sabemos cuántas ascensiones realizó De la Cantolla en el cuatrienio [de 1896 a 1900]. Lo cierto es que el Ayuntamiento le había negado los permisos durante años y se los volvió a conceder a fines de 1898.

Las ascensiones se efectuaban en las plazuelas o en los circos. A éstos se les quitaba la cubierta para que el globo quedara en completa libertad. Mediante un horno instalado ex profeso en el centro del ruedo, lo inflaban con humo. Desde mucho tiempo antes de la hora señalada para la ascensión, se juntaban verdaderas multitudes. Se instalaban en sitios aledaños y sobre las azoteas. A los cinco mil espectadores que normalmente se reunían, se agregaban los que desde las azoteas de su casa contemplaban el espectáculo; era, ciertamente, un número incalculable. El espectáculo se efectuaba los domingos o días de fiesta, 5 de mayo o 16 de septiembre; es decir, cuando acudían visitantes de los alrededores de la ciudad.

De la Cantolla y Rico era en sí un poema, con todo un ritual para sus ascensiones: un traje especial entallado, color café y azul oscuro, con cachucha de ciclista y al llegar a su máxima altura, desplegaba una bandera obsequiada por la emperatriz Carlota. El espectáculo contó con el entusiasmo de la multitud que le gritaba:

¡Viva el señor De la Cantolla! ¡Viva el águila mexicana! ¡Viva la autonomía de la patria! ¡Viva la libertad de Anáhuac independiente!

La multitud seguía con los ojos el trayecto del viajero y caminaba en dirección al punto del descenso. Casi siempre unos jinetes seguían al galope su llegada a tierra, en ocasiones de lo más accidentada. Alguna vez cayó en un tragaluz, otras en las obras del drenaje o en los lodazales:

El globo se lanzó a las alturas llevando en la barquilla al impertérrito “explorador de los espacios” y cuando ya no pudo subir más, cuando llegó a su máxima elevación quedó el “Moctezuma” en suspenso como las obras del drenaje, y vimos al aeronauta así como del tamaño de una sardina, agitarse en su trono celeste, y darse viento con una banderilla tricolor. El descenso fue solemne. Lleno de majestad casi voluptuosa… ¡Oh! Feliz aeronauta. ¿Dónde cayó?... ¡Qué importa! El señor De la Cantolla y Rico se parece al premio gordo de la lotería en que casi nadie sabe dónde va a caer. Su regreso fue casi un triunfo… las multitudes lo aclamaron, los gendarmes le abrieron valla y él hizo su paseo de gloria montado sobre una jaca vil, y recibiendo el hosanna de toda la turba multa de la plazuela… El domingo fue, pues, para el Salto del Agua, una reminiscencia del domingo de Ramos, con su acompañamiento de globos. [“Cantolla por los aires”, El Popular, martes 4 de julio de 1899]

Además de divertir a la gente con sus ascensiones, De la Cantolla, poseía un espíritu inquisitivo, “científico”. Afirmaba creer en el progreso y pretender el estudio de las capas atmosféricas. Uno de sus descabellados propósitos, fue el subir montado en un caballo, pero se le negó el permiso. Otra aspiración fue la de permanecer en lo alto el tiempo suficiente para tomar sus alimentos, pero tampoco se le concedió esa gracia.

El público no gozaba de este tipo de distracciones con frecuencia. En el transcurso de 1899 habría en total, unas diez, contando las de un norteamericano y una cubana, que puso en crisis el concepto de la feminidad de la prensa católica. Por tales motivos, cada ascensión constituía una novedad y las multitudes nunca decayeron en número.

(Tomado de: Aurelio de los Reyes: Los orígenes del cine en México (1896-1900). Colección Lecturas Mexicanas #61; Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1984)

viernes, 23 de noviembre de 2018

El filicidio y el hambre



Por desesperación, ignorancia y debilidad física y mental producto de la anemia, Elvira Luz Cruz mata a sus cuatro hijos. El relato es agobiante: el 2 de agosto de 1982, en la colonia popular Bosques del Pedregal, donde había llegado por una ocupación de terrenos, Elvira Luz Cruz, de 30 años de edad, estrangula a sus hijos Israel (de seis años), Eduardo (tres años), Marbella (dos años) y María de Jesús (dos meses de nacida). Luego intenta ahorcarse con una soga de cuerda de ixtle, pero los vecinos lo impiden golpeándola, y la entregan a la policía mientras ella grita que también quiere morir. Al principio declara: "Estoy arrepentida de lo que hice, pero al ver llorar a mis hijos de hambre y no tener dinero para comprarles alimento, me desesperé, y por eso tomé la determinación de estrangularlos... Lamentablemente no me fui con ellos."

El mayor de los niños es hijo de Marcial Caballero, que abandona a Elvira en cuanto se embaraza; los tres restantes son hijos de su unión libre con Nicolás Soto Cruz, albañil. Soto Cruz la lleva a casa de su madre, Eduarda Cruz Cortés, donde ambos golpean con frecuencia a Elvira, que lava ropa ajena y cocina y vende pastelitos. Los pleitos arrecian, Elvira no consigue trabajo, Nicolás se desentiende de la suerte de los niños y el día del crimen una vecina no le presta los 50 pesos que ella requería para darle de comer a sus hijos...

Una pregunta inevitable, en rigor el eje del proceso: ¿hasta qué punto es responsable de sus actos una persona abandonada, sin recursos ni capacidad específica, enloquecida por los malos tratos, la indiferencia y la imposibilidad de alimentar a los suyos? Según la información judicial, Elvira no es inocente; según su relación de los hechos, Elvira no es culpable. La atroz indefensión de la acusada conmueve a la opinión pública y muy en especial, a grupos feministas. ¿Cómo detener en las clases populares la violencia contra los niños que con tanta frecuencia culmina en el asesinato, sin erradicar la miseria extrema y sin intensificar el proceso educativo? ¿Cómo evitar que el machismo proveniente de la pobreza y de la costumbre se sacie y se reproduzca en la esfera doméstica? El tema, esencial en el análisis de los resultados de la miseria, desemboca en dos filmes excelentes: Elvira Luz Cruz, Pena Máxima, de Dana Rothberg, y un docudrama, Los motivos de Luz, de Felipe Cazals.

El 9 de julio de 1993 Elvira Luz Cruz queda libre.
 
(Tomado de: Carlos Monsiváis – Los mil y un velorios (Crónica de la Nota Roja). Alianza Editorial y CNCA, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, D.F., 1994)
Dirección: Felipe Cazals

Libro cinematográfico: Xavier Robles

Cinefotógrafo: Ángel Goded
 
Con Patricia Reyes Espíndola, Delia Casanova, Martha Aura, Ana Ofelia Murguía y José Ángel García.
 


jueves, 22 de noviembre de 2018

La hora de comer, 1850




Es imposible conocer bien una ciudad a menos que se dedique uno a vagar a toda hora del día por esas calles de Dios y a observar el comportamiento de la gente. La hora habitual de la comida es entre las dos y las cuatro de la tarde, y esto incluye a todas las clases sociales. Ese lapso es el más tranquilo en las calles; todo el mundo está en su casa; tiendas y talleres han cerrado sus puertas; inclusive los trabajadores a destajo disponen al menos de una hora que aprovechan para fumar un cigarrillo o tomar la siesta.

Solamente los domingos se ven las calles animadas a esas horas, y esto se debe, en parte, a los muchos provincianos que llegan de visita a la ciudad y, en parte, a los paseantes. Las comidas en los hoteles no ofrecen nada especial, pues los platillos son preparados a la europea; pero en muchas de las casas inferiores uno puede observar sobre el piso hornillas humeantes donde se preparan viandas curiosas. Como las puertas que dan a la calle están abiertas de par en par, podemos observar las cazuelas sobre las hornillas, algunas con mole y otras con frijoles negros. Multitud de personas entran o salen de un pequeño departamento cercano a la cocina; son arrieros con sus collares de cuero, rancheros, soldados, obreros, etcétera. Estos establecimientos donde preparan comidas son llamados “fondas” y sirven a las clases de bajos recursos, ya que por un real (alrededor de seis peniques) puede uno obtener una comida completa, incluyendo un vaso de pulque.

No lejos de ahí hay otros lugares menos limpios, en los que se ve a las indias, con parte del cuerpo desnudo o mal cubierto, arrodilladas en el suelo y moliendo maíz en el metate, en tanto que otras manipulan la masa para hacer las tortillas y las cuecen sobre sartenes planas hechas de arcilla (comales). Precisamente los que rondan por las inmediaciones de las fondas, rechazan el pan de trigo; para ellos la tortilla es absolutamente indispensable, y a propósito, es más sabrosa que el pan cuando uno la come con picosos guisados y con frijoles.

En esos lugares no se utilizan cuchillos ni tenedores, los manteles no son precisamente blancos y las servilletas han adquirido el color de los guisados; huelen no exactamente a eau de mille fleurs, pero provocan el estornudo por estar impregnados de chile. Los comensales de este barrio tienen una costumbre singular: después de la comida (que termina siempre con algo dulzón o con un terrón de azúcar) toman un gran vaso de agua, se persignan al tiempo que pronuncian las palabras: “bendito sea Dios”, y luego, con la boca abierta y haciendo mucho ruido, dejan que el gas acumulado en su estómago se convierta en un regüeldo, que es modulado con cierta dosis de virtuosismo, si se me permite la expresión. La gente común considera que esta práctica es salutífera e, incluso, personas de la más alta posición no la desdeñan, sobre todo en familia, observándose más a menudo en el aldeano y el comerciante. Don Quijote sugiere no hablar de esto, pero no prohíbe la práctica.

Mucha gente come en la calle y luego disfruta de una siesta. Por ejemplo, los colocadores de ladrillos, albañiles, adoquinadores y cargadores, suelen llevar consigo sus alimentos. Se sientan, juntamente con la esposa y los niños, en algún reborde del pavimento o en la escalinata del templo, y allí disfrutan de su alimento con tanto gusto como si estuvieran reclinados en un triclinio romano. Algunos grupos llevan sus platillos al mismo lugar y la variedad aumenta. ¡Y hay que oír los cumplidos y los elogios que se hacen unos y otros sobre la manera excelente de preparar las viandas! “En verdad, doña Mariquita –dice un colocador de ladrillos-, usted sí sabe preparar los más deliciosos bocados mejor que nadie en la ciudad; ¡qué delicioso es este platillo!” “¡Oh, favor que usted me hace! –responde la mujer-. Mi marido se queja de que nunca cocino cosas tan buenas como las que prepara la esposa de usted, doña Camila”, etcétera. Estas personas se tratan entre ellas con gran cortesía, como si hubieran tomado clases de urbanidad. Los que venimos del norte nos sorprendemos de lo poco que come esta gente trabajadora. Un rechoncho campesino británico devoraría en una sentada todo lo que a una familia mexicana le alcanzaría para el día entero.
 
(Tomado de: Carl Christian Sartorius – México hacia 1850)

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Victoriano Salado Álvarez




Nacido en Teocaltiche (Jalisco) en 1867, es autor de una serie fundamental en las letras mexicanas: los Episodios Nacionales. Es ésta una novelización de la historia de México del siglo XIX que va de 1851 a 1867, y se abarca desde los últimos años de la dictadura de Santa Anna hasta el fusilamiento de Maximiliano en el Cerro de las Campanas.

Esta obra monumental (reeditada por Colección Málaga en 1945 en 14 tomos) es una de las pocas obras de novelización histórica que, además de transmitir información sobre los principales acontecimientos político-militares, recrea las costumbres y la vida cotidiana de la época con singular maestría.

Salado Álvarez es además autor de Memorias y De autos (cuentos). Murió en México en 1931.
 
(Tomado de: Victoriano Salado Álvarez - La victoria de los liberales. Cuadernos Mexicanos, año II, número 85, México, D.F., coedición SEP/Conasupo, s/f)

martes, 20 de noviembre de 2018

Juan José Baz

 
 
 
Nació en Guadalajara, Jal., en 1820; murió en la Ciudad de México en 1887. Estudió en la Escuela Lancasteriana de su ciudad natal y en el Seminario Conciliar de la capital de la República, donde se recibió de abogado. En 1838 se alistó para combatir a los franceses y en 1841 empuñó las armas contra López de Santa Anna. En 1843 participó en la fundación del Ateneo Mexicano. En 1844 luchó al lado de José Joaquín Herrera contra los centralistas y en 1846 se opuso a las pretensiones monárquicas de Paredes y Arrillaga. En 1847 el presidente Gómez Farías lo nombró gobernador del Distrito Federal y puso en vigor la Ley de desamortización de bienes eclesiásticos.

Asistió a las batallas de Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec. Después de la guerra fue diputado por Veracruz y regidor de la Ciudad de México. Destituido y desterrado por Santa Anna, vivió en Europa hasta el triunfo de la revolución de Ayutla.

A su regreso fue juez gobernador del Distrito Federal por segunda vez (1855-1857) y diputado al Congreso Constituyente. Distanciado del presidente Comonfort, se radicó en Morelia, donde en compañía de Gabino Ortiz fundó el periódico La Bandera Roja. En 1859 el general Degollado lo nombró asesor del Ejército Constitucional. En 1861 volvió al Congreso de la Unión y al gobierno del Distrito Federal, hasta 1863, en que habiendo caído la capital en manos de los franceses, abandonó el país por Acapulco y marchó a Nueva York, de donde regresó al triunfo de la República. En 1867 el presidente Juárez lo nombró jefe político y más tarde gobernador, por cuarta vez, del Distrito Federal. Fue posteriormente senador, ministro de Gobernación del presidente Lerdo de Tejada (del 21 de agosto al 20 de noviembre de 1876) y diputado federal por Hidalgo. Publicó: Manifiesto (Morelia, 1858), Defensa del C.. (Morelia, 1858), Ley que nacionalizó los bienes llamados eclesiásticos, Manifiesto del gobierno constitucional a la nación y circular del Ministerio de Justicia. Ley de cementerios. Circulares aclaratorias de la ley y diversos (Morelia, 1859), Artículos diversos de La Bandera Roja de Morelia, escritos en 1859 (1861) y Discursos pronunciados en el Congreso General... (1875). En 1856 tradujo y dio a las prensas la Disertación sobre los bienes eclesiásticos de M. Viennet.
 
(Tomado de: Enciclopedia de México, Enciclopedia de México, S. A. México D.F. 1977, volumen II, Bajos-Colima)
 
 
 
 
 
Juan José Baz 1820-1887
 
Impulsivo, tozudo, delirante de acción; lírico del jacobinismo, insolente y hasta obsceno cuando le ganaba la exaltación; gustaba de las exhibiciones de su valor, de su valor, siempre lleno de ardores y de penachos y se hacía llamar el inmaculado.

Enrique Fernández Ledesma
 
Juan José Baz y Palafox provenía de una familia distinguida y aristócrata. Participó en la Guerra de los Pasteles y combatió contra la invasión estadounidense de 1847 en Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec. Fue diputado constituyente y defensor de la República desde el exterior.

Célebre por haber ocupado cuatro veces la gubernatura del Distrito Federal, se hizo famoso también por su postura liberal, jacobina y anticlerical. Era tal su ímpetu contra los símbolos del conservadurismo que se convirtió en una amenaza contra la arquitectura religiosa del país.

Baz destruyó importantes obras edificadas durante los siglos del México virreinal, como los conventos de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, San Fernando, La Merced, La Concepción, y Santa Isabel, y se quedó con ganas de convertir en polvo la catedral de la ciudad de México. Se dice que cuando pasaba frente a la majestuosa Catedral se imaginaba cuántas escuelas, edificios y centros de arte podrían construirse en aquel terreno y lo bien que se podría usar ese espacio para cosas de provecho.

Para derribar esas construcciones, concebidas en su mayoría como fortalezas, Baz utilizó un método que fue perfeccionando por insistencia: "Untar de brea grandes vigas para atorarlas entre piso y techo y posteriormente prenderles fuego para que el edificio se derribara". Si esto no funcionaba, siempre cabía la posibilidad de utilizar un buen cañón. Juan José Baz se convirtió así en el ejemplo más claro de "la piqueta de la Reforma" y en un villano de nuestra historia.

En 1867, luego de la caída del Imperio, el cadáver de Maximiliano fue trasladado a la ciudad de México y fue embalsamado por segunda vez en el templo de San Andrés. Para evitar que la iglesia se convirtiera en un bastión moral, en un símbolo para los imperialistas derrotados, en una sola noche, con sus propias manos y con la ayuda de una cuadrilla de trabajadores, Juan José Baz la demolió por completo para abrir la calle de Xicoténcatl.
 
 
(Tomado de: Sandra Molina – 101 villanos en la historia de México)

lunes, 19 de noviembre de 2018

Nota Roja en el Porfiriato


(Grabados, por José Guadalupe Posada)
 
Los primeros cultivadores de la nota roja son los autores de corridos y los grabadores. En el porfiriato, José Guadalupe Posada (1868-1913) convierte los crímenes más notorios en expresión artística y presenta los hechos de sangre como los cuentos de hadas de las mayorías. No la viejecita que vivía en un zapato ni el gato con botas, sino El horrorosísimo crimen del horrorosísimo hijo que mato a su horrorisísima madre o Una mujer que se divide en dos mitades, convirtiéndose en bola de fuego. En La Gaceta Callejera, Posada transforma hechos de la naturaleza social en “sensaciones”, en aquello “tan real” que es inverosímil, tan cercano a nosotros que sólo si el arte o el escándalo lo transfiguran, advertimos su definitiva lejanía. Así, el horrible asesinato de María Rodríguez que mató a su compadre de diez puñaladas porque él no quiso acceder a sus deseos, o el Tigre de Santa Julia, bandido famoso, o la Bejarano, asesina por antonomasia, o los robachicos que secuestran para vender.




Los títulos son una medida exacta del morbo: Drama sangriento en la Plazuela de Tarasquillo, Asesinato de la Mañagueña/El asesinato de Leandra Martínez por su hermano Manuel (1891)/ “Horribilísimo y espantosísimo acontecimiento! Un hijo infame envenena a sus padres y a una criatura en Pachuca (1906) / El ahorcado de la calle de Las Rejas de Balvanera. Horrible suicidio del lunes 9 de enero de 1892.

La Gaceta Callejera de Vanegas Arroyo publica a diario corridos –novelas comprimidas en verso- que Posada complementa con ilustraciones. Allí la ciudad suprimida oficialmente halla un representante flexible y ecléctico, que será, por separado y en conjunto, anticlerical y supersticioso, misógino y devoto de la Virgen, creyente en el diablo y en las infinitas apariciones de la Guadalupana. No hay contradicción: no es asunto de Posada si los criminales son ídolos populares y si los danzantes del Señor de Chalma practican el otro culto a la razón; él se concibe como medio expresivo, un relato visual donde no hay distinciones entre lo que pasa y lo que debería pasar.



En Posada, el fervor deriva de pasiones gritadas o vividas a voz en cuello en los que encarnan caprichosamente el sentido de justicia y el sentido de libertad. En el tránsito metafórico, los crímenes dejan de ser sacudimientos colectivos y devienen leyendas hogareñas. Olvidadas las víctimas, desvanecido el escalofrío inicial, queda el estupor complacido ante un relato que fija el grabado y rehace una cultura oral que es, masivamente, la que importa durante el porfiriato, y la que preserva en la ciudad leyendas y relatos de milagros.



El público (el pueblo) localiza en la nota roja a una de las prolongaciones del Catecismo. Idénticos los juegos entre fantasía y realidad (demonios y llamas voladoras visitan asesinos y pecadores en trance de muerte); idénticas las conclusiones morales: La Tierra se traga a José Sánchez por dar muerte a sus hijos y a sus padres, o los grabados sobre Los 41 maricones encontrados en un baile de la calle de la Paz el 20 de noviembre de 1901. Posada es fidedigno y es creativo: así ve el pueblo o así ve él mismo, todo pueblo, el espacio donde la Pasión y la justicia rectifican en lo que pueden los crímenes de la vida misma.

(Tomado de: Carlos Monsiváis – Los mil y un velorios (Crónica de la Nota Roja). Alianza Editorial y CNCA, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México, D.F., 1994)

sábado, 17 de noviembre de 2018

La Real Lotería



Desde que llegaron los conquistadores a las tierras de Anáhuac, el vicio por el juego fue muy apasionado en todas las clases sociales.

Los naipes, los dados, los gallos y otras artimañas envenenaron el ambiente.

Jugaba el gran señor, jugaba el plebeyo, jugaba la dama, jugaba la tropa y jugaban también los niños.

En muchas ocasiones, los desplumadores terminaban en grandes escándalos, y el vicio cundía por todas partes dejando huellas difíciles de exterminar.

Así pasaron tres siglos expidiéndose cédulas reales, bandos y decretos muy severos y ni leyes terminantes sirvieron para atenuar el arraigado vicio por el juego.

En el año de 1767, don Francisco Javier de Sarria presentó un proyecto al virrey marqués de Croix y al visitador general don José de Gálvez, para establecer una lotería que abarcara todos los dominios de la corona española y para todas las clases sociales.

El proyecto fue enviado al rey Carlos III, quien lo transmitió a su ministro don Miguel de Muzquiz para su estudio. Se tomaron datos sobre las loterías oficiales de Londres y Holanda, concluyendo en aceptar el proyecto del virreinato de la Nueva España, llegando tal noticia en abril de 1770 a la ciudad de México.
Después se formularon planes y reglas sobre el manejo del nuevo giro, la impresión de billetes, la habilitación de un edificio para ponerlo en movimiento y el 7 de agosto de 1770 el virrey marqués de Croix por bando manda a publicar el decreto en el cual se establece la Lotería Real.

(Tomado de: Casasola, Gustavo – 6 Siglos de Historia Gráfica de México 1325-1976. Vol. 2. Editorial Gustavo Casasola, S.A. México, 1978)

viernes, 16 de noviembre de 2018

La fiebre del cinematógrafo




Los enviados de los Lumière, C. J. Bon (sic) Bernard y Gabriel Vayre llegaron a México a principios de agosto de 1896 y organizaron una primera exhibición pública el 14 de agosto, exclusiva para algunos grupos "científicos", en el entresuelo de la "Droguería Plateros". Hasta el jueves 27 se hizo la primera exhibición destinada a la sociedad en general. Los empresarios tenían intenciones de efectuar funciones semanarias, pero por el éxito, decidieron hacerlas diarias. En octubre salieron a Guadalajara regresando el mes siguiente a la ciudad de México.

A fines de diciembre se anunciaron las últimas exhibiciones del cinematógrafo en la ciudad de México, y los representantes de los Lumière salieron con destino a Francia a principios de 1897. Sin embargo, las sesiones no se terminaron porque el señor Ignacio Aguirre compró el aparato y continuó con las tandas en el mismo domicilio. En octubre de 1897 se trasladó al número 9 de la calle de Plateros y en noviembre desocupó el local para ir a recorrer la provincia, empezando por la ciudad de Puebla. Hasta el día 26 de noviembre de 1897 la empresa del ingeniero Toscano ocupó el local, adornado con flores para la primera exhibición.

Paralelamente a lo anterior, se habían instalado ya otros salones que exhibían los aparatos de Edison. La competencia iniciada durante estos primeros años, es un reflejo del pleito por la patente del espectáculo entre los hermanos Lumière y Edison, de lo cual resultó una diversidad de nombres empleados para designar a la diversión. La nueva invención resultó una verdadera "gallina de los huevos de oro".

En agosto de 1896 se dio a conocer el proyector de los franceses y al mes siguiente se exhibió en el teatro Orrín el vitascopio de Edison. En Guadalajara éste se conoció antes que llegaran los representantes de Lumière, razón por la cual la empresa tapatía les mostró menor interés. Los problemas técnicos no fueron superados en el teatro Orrín y las funciones se suspendieron no obstante el éxito logrado; en octubre se abrió una pequeña sala en el local de la agencia Edison, donde se exhibían el kinetófono, el kinetoscopio y el kathedoscopio (rayos X). En julio de 1897 se inauguró el cinematógrafo perfeccionado por Edison. Las funciones de estos aparatos continuaron hasta los primeros meses de 1898, fecha en que se dejaron de publicar los anuncios en los diarios. En enero de 1898 se daban funciones de ciclo cosmorama universal y en marzo se presentó un espectáculo similar al que se llamó The Passionscope. El teatro Nacional exhibió el "vitascopio" y parece que esta vez las dificultades técnicas sí fueron superadas.

En abril de 1898 se abrió un salón donde se mostraba el inventó mexicano bautizado con el nombre de aristógrafo, que dejó de exhibirse en junio, otro más denominado cronofotógrafo Demeny -de origen francés- funcionó en el teatro Nacional a partir del mes de octubre.

Ahora bien, con las funciones destinadas a los "grupos científicos" se auguraba que el cinematógrafo sería un espectáculo exclusivo para los altos círculos de la sociedad mexicana. Un detalle muy significativo es el hecho de que el primer salón estuviera en la calle de Plateros, que además de ser el nervio comercial de la metrópoli, se convertía los domingos en el paseo predilecto de los jóvenes decía "buena sociedad".

Las salas de exhibición que se abrieron con posterioridad se ubicaron en lugares más o menos cercanos uno de otro. No trascendieron las arterias del corazón de la ciudad. El kinetoscopio, el kinetófono, el passionscope y el ciclo cosmorama universal, fueron instalados en la calle de la Profesa 6 (hoy Isabel la Católica); el cinematógrafo perfeccionado por Edison, en la calle de las Escalerillas 7 (hoy primera de Guatemala); el aristógrafo, en la calle del Espíritu Santo 1 1/2 (hoy Isabel la Católica) y calle de 5 de Mayo.
 
 Todo parecía vaticinar que el cinematógrafo sería una diversión verdaderamente destinada a un reducido núcleo de la sociedad mexicana.

(Tomado de: Aurelio de los Reyes: Los orígenes del cine en México (1896-1900). Colección Lecturas Mexicanas #61; Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1984)

jueves, 15 de noviembre de 2018

Urbanidad a la mexicana II

[El carácter de los indígenas]

El carácter de las tribus que tuve oportunidad de tratar no es, en lo general, franco y abierto, sino cerrado, desconfiado y calculador. El indio no solamente levanta ese muro de defensa contra los miembros de otra tribu y contra los descendientes de sus opresores, lo cual sería muy natural; sino también contra su propia gente. Esta tradición está en su lenguaje, en sus maneras y en su historia. De esta suerte, las salutaciones de los indios entre ellos, especialmente las de las mujeres, son todo un galimatías de deseos y de preguntas sobre la salud, repetidas monótona e indiferentemente por los dos lados, aun sin mirarse una a la otra, y a veces sin detenerse. El indio que desea obtener algo de otro, nunca se lo pide directamente o sin rodeos; primero le hace un pequeño regalo, en seguida elogia esto o aquello, y al final formula su deseo. Si un indio tiene algo que preguntarle al juez o al alcalde de su aldea, y aun cuando su demanda sea plenamente justificada, quien por supuesto es también un indio como él, y posiblemente un pariente suyo, primeramente envía a un íntimo amigo con una botella de aguardiente o con una gallina gorda para asegurarse de que el funcionario que recibirá tal presente lo recibirá de buen grado. A menudo acudieron a verme grupos de vecinos de las aldeas indias para pedirme consejo acerca de sus problemas locales; tales grupos constaban de diez o doce personas, por el temor de que un solo emisario pretendiera sacar provecho del asunto en alguna forma. El grupo entero entraba en mi cuarto, un indio tras otro, y a la cabeza iba un gran dignatario que llevaba la voz; cada uno de los visitantes llevaba en la mano algún presente. El que hacía las veces de jefe comenzaba cumplimentándome con una serie de reverencias y diciendo: “Buenos días, padre, ¿cómo está usted?, ¿cómo está nuestra madre, su esposa, y los niños? Vea usted: le traemos esta nimiedad, es pequeña, porque somos pobres; pero debe tomarla por nuestro buen deseo, más que por lo que es.” En seguida, todos se acercaban para entregarme aves, huevos y diversas frutas. Era totalmente inútil que yo rehusara. Respondía: “Usted conoce a mis hijos. Yo no puedo aceptar esto. Si puedo serles útil a ustedes, los atenderé con mucho gusto. Guarden sus regalos y díganme lo que desean.”

“No, padre, no hablaremos si usted rechaza estas cosas…” al terminar el diálogo, y después de que la honorable embajada de vecinos era invitada a sentarse, los mayores se acomodaban en el piso, en semicírculo, a pesar de que no faltaban las sillas; sólo el portavoz permanecía de pie y por medio de un discurso cuidadosamente estudiado exponía sus deseos, mientras los demás asentían de vez en cuando con la cabeza como para reforzar las palabras del que hablaba.

En sus negociaciones los indios actúan como verdaderos diplomáticos, y les gusta expresarse con ambigüedad, con el objeto de poder después interpretar con ventaja para ellos todo cuanto se hubiere hablado. En los tratos con ellos, uno debe tener en cuenta que todas las condiciones sean especificadas de manera precisa.

Si después de una transacción de esta índole usted les ofrece una copa de ron, todas las caras se iluminan y unos y otros se intercambian miradas significativas; ellos prefieren tomar licor fuera de la puerta, y el hombre que regresa con su vaso vacío ciertamente sabe cómo expresar su gratitud en forma tal que pueda asegurarse una segunda copa.
(Tomado de: Carl Christian Sartorius – México hacia 1850)

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Escritura de esclavitud de indios, 1848

 
 
 
Escritura

De contrata que sirvió para los primeros indios que fueron expulsados para la Habana, en beneficio de varios propietarios, mediante una indemnización al Gobierno del Estado [de Yucatán]
 
Yo, _____________ natural del Estado de Yucatán en la República mejicana, de edad de ____ años, de oficio, _________ declaro que me he contratado libre y voluntariamente con el Sr. D. __________ agente de _________ para embarcarme en el buque ______________ y pasar a la isla de Cuba, obligándome desde mi llegada a dedicarme en ella a la orden de los referidos Sres. por el término de diez años en los períodos y divisiones que establezcan (no pasando de dicho tiempo) y para servir a la persona o personas que designen en los trabajos de campo, ya sean ingenios, cafetales, potreros, vegas y cualesquiera otra clase de fincas, o en algún otro trabajo de caminos, fábricas, talleres o servicio doméstico, pues me comprometo a trabajar en todo aquello a que se me destine y pueda ejecutar en las horas del día que son de costumbre, y en aquellas faenas extraordinarias que estén establecidas en los campos de aquella isla. –Si yo llevase mujer que se contrate libremente, se ocupará en el campo en mi cuidado y asistencia y además en las faenas ordinarias de su sexo, como cocinar, lavar o asistir enfermos, etc. y en las ciudades o pueblos en el servicio doméstico. Nuestros hijos estarán bajo nuestro especial abrigo y protección hasta la edad de nueve años sin estar obligados a ninguna clase de trabajo; pero pasada esa edad hasta la de 14, aunque seguirán bajo nuestro abrigo podrán ocuparse en aquellas cosas ligeras que puedan desempeñar ya sea en el campo, en las fábricas o servicio doméstico.
 
El tiempo de diez años de mi contrata empezará a contarse desde el día de mi llegada a cualquier punto de la isla a donde se me conduzca; bien entendido, que por vía de gratificación, o enganche deberá pagárseme el pasaje y mantención a bordo, gastos de desembarque, traslación, etc., etc., sea cual sea la suma que esto importe; y sin que en ningún tiempo pueda deducirse por cuenta de mi salario o raciones ninguna cosa de estos gastos.
 
En retribución de mi trabajo se me darán mensualmente dos pesos fuertes en moneda corriente, y además ración semanal de tres almudes de maíz siendo soltero, y seis siendo casado, y diariamente una taza de café o atole endulzado para el desayuno, ocho onzas de carne salada, doce onzas en plátanos u otras raíces alimenticias, (o algún frijol en lugar de estas raíces) todo cocinado con sal, al uso de la isla o al de mi país; y si el trabajo fuese en pueblo o ciudad, la carne, arroz y frijol que sea costumbre, o bien la ración señalada para los empleados en el campo si yo la prefiriese. Se me darán también, gratis, así como a mi mujer e hijos, si los tuviese, ganen o no salario, dos mudas de ropa de algodón al año, una chaqueta o chamarra de abrigo, un sombrero y un par de sandalias o alpargatas de cuero. Si yo quisiese hacer uso de algún aguardiente, se me dará en corta cantidad el que desee, deduciendo su importe de mi salario mensual.

Si cayésemos enfermos, mis hijos, mi mujer o yo, nos curará un facultativo y tendremos toda la asistencia médica que éste prescriba y requiera la enfermedad. No debiendo ser de nuestra cuenta los gastos que en ella se eroguen, sino por la de nuestro patrón, quien no podrá obligarnos a trabajar hasta después de estar enteramente buenos y recobrados.
Los domingos y días clásicos, después de cumplir con los preceptos de la iglesia, podremos emplearlos, si queremos en trabajar en nuestro propio provecho dándonos al efecto algún pedazo de tierra donde poder sembrar, siempre que no estemos destinados al servicio doméstico, y estándolo, no tendremos derecho a esas ventajas, pero se nos dará en cambio toda la ropa y calzado que necesitemos, según a lo que se nos destine.

Si yo falleciese o alguno de mis hijos, o mujer, los gastos del entierro religioso serán por cuenta del patrón a quien sirva, y nada por la mía.

Si llegase yo a inutilizarme en el servicio, quedará a mi arbitrio y voluntad retirarme a mi país o a donde mejor me convenga, o bien seguir trabajando en lo que pueda; debiendo entenderse por inútil, quedar ciego, baldado o en cualquier otro estado que imposibilite un trabajo regular.

Si mi mujer, o hijas mayores, se empleasen en el servicio del establecimiento a donde se me destine, ganarán sin perjuicio de mi asistencia, el salario mensual de un peso fuerte, lo mismo que nuestros hijos varones en la edad arriba indicada de nueve hasta catorce años; pero pasando de esta edad, ganarán lo mismo que yo en todas sus partes.

Durante el expresado tiempo de mi contrata, no podré ausentarme ni variar de amo sin justas y legales causas, ni dejar de prestar mis servicios a la persona con quien me he ajustado o a la que éste me designe a quien deberé respeto y obediencia absoluta, y a los agentes encargados del trabajo, pudiendo legalmente obligárseme al cumplimiento de mi contrato, quedando sujeto en los delitos que pueda cometer, a las leyes del país y a sus autoridades constituidas.

Espirado el tiempo de mi contrato, quedaré en plena libertad de regresar a mi país natal con toda mi familia, o de hacer nuevo contrato bajo las condiciones que tenga a bien estipular.

En fe de lo cual, y para debida constancia hacemos dos de un tenor en los idiomas castellano y maya, siendo testigos D. __________ y ____________ vecinos de esta ciudad.
 

(Tomado de: Lorena Careaga Viliesid (comp.) – Lecturas básicas para la historia de Quintana Roo. Antología, Tomo II, La guerra de Castas)