martes, 19 de noviembre de 2024

Julio César Chávez, el silencioso camino al campeonato


 

Julio César Chávez, el silencioso camino al campeonato 

Vio la primera luz el 12 de julio de 1962, en Ciudad Obregón, Sonora, dentro de un vagón de ferrocarril donde vivía la familia. El trabajo itinerante de su padre como ferrocarrilero no lo dejó familiarizarse con esa ciudad de trazo perfecto y amplias avenidas. Abandonaron Sonora para ir a vivir a Culiacán, Sinaloa, donde ha pasado toda su vida. 

Su carrera empezó modestamente impulsada por sus hermanos, quienes lo llevaron al gimnasio que acababan de descubrir en uno de los barrios cercanos a donde vivían. La mirada pesada y la jactancia de uno de los boxeadores que entrenaba ahí lo motivó a dedicarse al boxeo.

Los números y los récords de Julio César sin duda le permite tutearse con los grandes, de hecho es uno de ellos. Nadie niega lo meritorio de esto, pero convengamos también en que la frialdad de las cifras, muchas veces contundente, tampoco puede mostrar al hombre en toda su dimensión. Por supuesto, es cuestión de estilo, tanto abajo como arriba del ring. Boxísticamente, Chávez nunca produjo la "sensación agradable" o la admiración de "bailarines" como Ray Robinson, Sugar Ray Leonard o Muhammad Ali, gente dotada de cualidades para gustar al más exigente de los adictos al boxeo en su mayor pureza. Sin dejar de reconocer que su gran virtud ha sido el ataque, Chávez tampoco impresionó por la exagerada solidez, como Roberto Durán, o por la frialdad implacable, como Carlos Monzón. Lo destacable de este hombre singular, lo que lo elevó a las alturas como boxeador y como campeón, fue una mezcla singular de ingredientes únicos: sabía caminar en el ring para achicar las distancias, y sabía eludir los ataques mientras avanzaba. Con estos dos atributos suplió su falta de velocidad de piernas y puños. Su tercera cualidad: sabía aplicar los golpes al cuerpo de manera precisa, incluyendo dónde y cuándo podían hacer daño. 

Chávez fue un auténtico cirujano del boxeo; cuando llegaba bien preparado destazaba metódicamente a su enemigo. Tampoco puede soslayarse el ingrediente extra de un corazón de guerrero que nunca se rendía. 

Como conclusión y balance de su lado deportivo, se puede afirmar que sobre la lona y entre las cuerdas lo suyo fue emocionante e incluso espectacular. Polémico en algunas ocasiones y discutido en otras, no por casualidad llegó a ser el número uno del mundo en seis oportunidades, precedido de auténticas luminarias. Ha sido el boxeador mexicano más grande y así lo avalan sus impresionantes cifras, que lo colocan en la cumbre del boxeo nacional del siglo XX. 


Julio César Chávez, Rey de Reyes 

El 29 de enero de 1994, Julio César Chávez cumplió casi 14 años invicto en el terreno profesional, haciendo pedazos los récords y estadísticas, no sólo de las dos décadas que le tocó cubrir como el boxeador más importante y primera figura mundial del deporte, sino de la historia del pugilismo. 

Julio César alcanzó el título de mejor boxeador del mundo en forma oficial, de acuerdo a la votación de las nueve federaciones que integran el Consejo Mundial de Boxeo, el cual agrupaba a 129 países -incluyendo al ex bloque socialista-, así como por la votación de los periodistas expertos de Estados Unidos, que lo habían declarado boxeador del año por encima de Tyson, Holyfield y compañía. 

Por votación de los lectores del diario deportivo de mayor prestigio en Francia L'Equipe, fue entronizado como "El dios del boxeo"; a estas distinciones se añadían la de mejor peleador libra por libra y muchas menciones más. 

En el lapso de 14 años logró hazañas de todo tipo arriba de los cuadriláteros, hasta convertirse en el rostro del deportista mexicano más conocido en el planeta, por virtud de sus tres títulos mundiales: súper pluma, ligero y súper ligero, además de haber unificado el ligero ante José Luis Ramírez, el súper ligero en la memorable batalla ante Medrick Taylor y su reconquista ante Frankie Randall. De tal forma que Chávez conquistó seis fajas mundiales, algo que hasta ahora ningún boxeador ha logrado. 

El 15 de mayo de 1993, Chávez volvió a escribir otro capítulo en su propia historia y en las del deporte universal al llegar a ser el pugilista con más tiempo de permanecer invicto. Para obtener este récord, que tenía 93 años de establecido, había pasado sobre nombres y hombres que fueron verdaderas leyendas del pugilismo en diferentes décadas del siglo XX. 

Julio César también superó el registro de todos los tiempos en el renglón de mayor cantidad de peleas titulares sin perder, el 18 de diciembre de 1993, en el Estadio Cuauhtémoc de Puebla, en México. 

Resultan impresionantes los logros estadísticos en la carrera del deportista sinaloense más famoso. El entonces tricampeón mundial, el día 1° de abril de 1993, en la ciudad de Nueva York, fue distinguido -por quinta vez en su carrera- como el mejor boxeador del año por el Consejo Mundial de Boxeo; esa consideración lo ubicó en el primer sitio de todos los tiempos en este renglón, empatando la marca de Muhamad Alí. 

Pronto todos esos estos honores quedarían en el olvido. Su carrera se iba a pique. Los problemas judiciales tenían más continuidad que sus peleas. Además, se empezaba a notar su cansancio y fastidio por los entrenamientos y las concentraciones. Nuevos boxeadores aparecían. Uno de ellos, Oscar de la Hoya, lo destronaría el 7 de junio de 1996. El guerrero ya no pudo levantarse, lo había vencido el tiempo.


(Tomado de: Maldonado, Marco A., y Zamora, Rubén A. - Cosecha de campeones. Historia del box mexicano II, 1961-1999. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V., México, abril 2000)

lunes, 18 de noviembre de 2024

Telenovelas VII Yolanda Vargas Dulché, tragedias de bolsillo

 


Yolanda Vargas Dulché: tragedias de bolsillo

La popularidad de la telenovela pasó por varios experimentos, por la prueba, el éxito y el error, aunque es sorprendente cómo hubo poco de este último en la primera década. A la inmediata y abrumadora aceptación del público (primero del Distrito Federal, luego del país conforme se ampliaba la cobertura de la televisión y finalmente del extranjero), sucedió una búsqueda de temas, autores, fuentes de inspiración. Nunca la telenovela tuvo un carácter tan marcadamente popular como cuando se integraron al género los viejos melodramones que vieron su primera luz allá en los años cuarenta en la legendaria y baratísima historieta Pepín, y que en la siguiente década vuelven a narrarse con un poco más de sofisticación en la historieta del corazón por excelencia, Lágrimas y Risas, gracias al titánico talento de una sola mujer, Yolanda Vargas Dulché.

Su propia vida parece uno de los argumentos de mujeres de infancia atribulada, formación forzada y éxito final que a ella le gustaba escribir. De niña lo mismo vivió épocas de vacas gordas que de vacas flacas, allá a principios de los años treinta; luego incursionó en la carrera musical con su hermanita, como el dueto de La Rubia y la Morena, y hacia 1942 ya escribía argumentos de niños golpeados por la vida para la historieta Chamaco. Continuará sus relatos en la competencia, Pepín, y pronto verá sus historias adaptadas al cine (la más célebre, Ladronzuela, que estelarizará Blanca Estela Pavón en 1949) e incluso ganará un Ariel por su argumento de Cinco rostros de mujer en 1948 (aunque se filmó en 1946).

Durante los años cincuenta y sesenta no hay fenómeno editorial que iguale al éxito de Lágrimas, Risas y Amor (después restringido a Lágrimas y Risas o, como lo pedían las muchachas en los puestos de periódicos, el Lágrimas), que vendía un millón de ejemplares cada semana en un país semianalfabeto. Cuando la telenovela ya había encontrado su forma y su público, fue casi natural que volviera a los ojos al impacto apabullante que tenía esa empresa de una sola mujer con las historias de Lágrimas y Risas. Su ingreso formal en el género fue demoledor: María Isabel impuso un modelo de argumento (la indígena que enamora el patrón y asciende a dama de sociedad) permanente y reciclable a lo largo de décadas. Después llegó el erotismo gitano de Yesenia, el erotismo malvado de Rubí, el travestismo como eficaz comedia de enredos en Gabriel y Gabriela (un poco a lo Víctor-Victoria), el arrabalerismo más típico en Ladronzuela (Macaria en el papel representado por Blanca Estela) y una larga lista de etcéteras.


(Tomado de: Reyes de la Maza, Luis - Crónica de la Telenovela I. México sentimental. Editorial Clío, Libros y Videos, S.A. de C.V., México, 1999)

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lunes, 11 de noviembre de 2024

Miguel M. Delgado

 


Miguel M. Delgado 

(director)

(1900-1994, México D.F.). Su nombre completo fue Miguel Melitón Delgado Pardavé. Este cineasta ha pasado la historia como el director de cabecera de Cantinflas, ya que fue el responsable de 33 de la 51 películas que filmó el célebre cómico, desde El gendarme desconocido (1941) hasta El barrendero (1981), última cinta de Mario Moreno. 

Mucho se comentó que la preferencia del cómico por Miguel M. Delgado era la docilidad del director (aunque más que docilidad era aquello de: "Hay que agarrarle a la madera el hilo, y a los can... ijos el modo"), pero el éxito de la mayoría de esas películas indica que más bien Delgado se supo acoplar a la fam perfeccionista del mimo, dejándolo actuar como él quería. 

Sin embargo, en el historial de Delgado se encuentra una impresionante cantidad de películas donde fungió como asistente de importantes directores, antes de lograr la jerarquía que le dio el propio Cantinflas. Así encontramos que de 1933 a 1941 su crédito aparece ligado a nombres como Miguel Contreras Torres, Chano Urueta, Alejandro Galindo y Fernando de Fuentes, así como en filmes tan importantes como ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935), La Zandunga (1937) y La noche de los mayas (1939). 

Pero no sólo hay que considerar su obra con Cantinflas, también logró aciertos como Miguel Strongoff (1943), Una mujer que no miente (1944) y El fronterizo (1952). 

Miguel M. Delgado fue el artífice de las puntadas cantinflescas y el responsable también del entorno proletario que caracterizó a las películas del gran mimo. 

Pablo Dueñas y Jesús Flores 


(Tomado de: Dueñas, Pablo, y Flores, Jesús. La época de oro del cine mexicano, de la A a la Z. Somos uno, 10 aniversario. Abril de 2000, año 11 núm. 194. Editorial Televisa, S. A. de C. V. México, D. F., 2000)

jueves, 7 de noviembre de 2024

Luciérnagas y cocuyos

 


Luciérnagas y cocuyos


[El arqueólogo se deslumbra, textualmente en Palenque] Estaba tan anonadado como yo; en cuanto al guía, no comprendió ni vio nada al principio, pero la poderosa aparición se apoderó pronto de él, quien se arrodilló y empezó a rezar. Cuando la luna desaparecía detrás de la montaña como una flama que se extingue, la selva entera parecía iluminarse por millones de luciérnagas que revoloteaban en todos sentidos. Entonces, atraídos por la luz de una rama encendida que agitábamos, acudían hacia nosotros de todos lados a la vez y yo llenaba con ellas un saco de gasa azul que, colgado de la bóveda de la galería daba un lustre de mágicos efectos...


Désiré Charnay, en Iturriaga [Iturriaga, José N., El medio ambiente de México a través de los siglos. Crónicas extranjeras (antología), UNAM/Fundación Miguel Alemán, México, 2013], 2013, p.373 


[Ahora escribe Aviraneta de los adornos de unas "jarochas", como él las llama]: Tenían además un cinturón y pulseras de cocuyos, que son unos escarabajos, cucarachas o correderas, que tienen una luz fosfórica, como los gusanos de luz en Europa, con la diferencia que los cocuyos tienen una luz tan resplandeciente y extensa que parecen exactamente esmeraldas de noche. Estos cocuyos tienen por la parte de la cola unos anillos naturales por los que se van ensartando en seda torzal a manera de cuentas de rosario y forman los adornos más caprichosos para las mujeres. De noche se les ve volar por los bosques como si fueran murciélagos y en un número infinito. 

Eugenio de Aviraneta, en Iturriaga, 2013, pp. 221-222 


Hay muchas maneras de luciérnagas en esta tierra, y a todas las llaman ícpitl. Hay unas dellas; llaman cóquitl. Son como langustas, un poco más larguillas, y andan en tiempos de las aguas. Y voelan de noche muchas dellas, y tienen luz, así como una candela en la cola, y algunas veces alumbran más que candela como hacha de tea cuando es la noche muy escura. Algunas veces van volando muchas en rencle, y algunos bobos piensan que son aquellos hechiceros que llaman tlahuipuchme, que andan de noche y echan lumbre por la cabeza o boca. 

Otra luciérnagas hay que son como mariposas, y tienen en la cola luz. 

Hay unos gusanos que también tienen luz en la cola y relucen de noche. 

Otras luciérnagas hay que llaman azcapapálotl. También tienen en la cola lumbre. 

Otras luciérnagas hay que llaman cópitl. Tienen alas. A trechos cubren la lumbre y a trechos la descubren. Todas éstas andan de noche, y relumbran volando eceto los gusanos, que no vuelan. 

Hay un escarabajuelo que se llama máyatl. Es muy hermoso. Relúcenle las conchas como esmeralda. Ningún daño hace. 

Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, t.11 2000, p. 1056 


Durante la noche los destellos están a cargo de varios animalillos que tienen órganos luminosos, intermitentes como en las luciérnagas o continuos, como las dos manchas que sobre el tórax del cocuyo (coleóptero del género pyrophorus) simulan ser los ojos de un felino. Todos estos bichejos luminosos se llaman en maya cocay.

Manrique y Manrique, 1988, p.40 


[Otro animalillo ayudaba al exótico embellecimiento de las indígenas]: Se entretejen el pelo con cintas de colores vivos, dejándolos caer por el cuello formando trenzas negras y brillantes, o lo recogen bonitamente alrededor de la parte de atrás de la cabeza, entrelazando de flores y lo sujetan con un peine semicircular; y cuando hay alguna fiesta, se iluminan el pelo con un escarabajo llamado cucullo, que arroja una luz fosfórica. 

J.J. Williams, en Iturriaga, 2013, p. 292


(Tomado de: Vela, Enrique: Insectos en Mesoamérica. Usos y simbolismo, alimento y materia prima. Arqueología Mexicana, Edición especial #86. Editorial Raíces, México, 2019)

martes, 5 de noviembre de 2024

Agresiones a países americano se considera hecha a México, 1941



Cualquier agresión contra un país de América se considerará hecha a México; 1941 


*Declaración de la Secretaría de Relaciones

*No puede entenderse de otra manera la solidaridad continental.- Comenzó en Washington el estudio de la "Ley del cheque en blanco”


(15 de enero de 1941)


La Secretaría de Relaciones Exteriores hizo ayer las siguientes declaraciones:


Si el viaje de buena voluntad que va a realizar el vicepresidente Wallace a otras de las naciones panamericanas, tiene el efecto que rindió en México, ese viaje sería de muy benéficos resultados para el entendimiento y el florecimiento de las buenas relaciones entre todos los países de América. 

Seguramente el porte democrático del vicepresidente Wallace, sus ideas, sus conocimientos y su interés sobre la economía agrícola de los países de América así como su representación, serían de un grande beneficio en esta hora de defensa de los principios democráticos y de fraternidad internacional en este hemisferio. 

“Toda agresión en contra de cualquier país panamericano, México la considerará como una agresión a sí mismo. Y no puede entenderse de otra manera la solidaridad continental”.



(Tomado de: Hemeroteca El Universal, tomo 3, 1936-1945. Editorial Cumbre, S.A. México, 1987)

domingo, 3 de noviembre de 2024

Rendición de Michoacán, 1522

 


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Rendición de Michoacán 

Por Jerónimo de Alcalá 

Como es bien sabido, el otro gran imperio de Mesoamérica, el Imperio Purhé, cuya capital no era menos lacustre que Tenochtitlan, no opuso resistencia a los hombres vestidos de hierro y a los indios hispanistas que encabezaba Cristóbal de Olid, uno de los capitanes de Cortés. De esa rendición se ocupa el párrafo de la Relación de Michoacán transcrito enseguida. 


Y antes de que llegasen los españoles, sacrificaron los de Michoacán ochocientos esclavos de los que tenían encarcelados, porque no se les huyesen con la venida de los españoles y se hiciesen con ellos. Y saliéronles a recibir de guerra Huzizilzi y su hermano Don Pedro y todos los caciques de la Provincia y señores con gente de guerra. Y llegaron a un lugar, obra de media legua de la ciudad por el camino de México en un lugar llamado Api e hicieron allí una raya a los españoles y dijéronles que no pasasen más adelante, que les dijesen a que venían y que si los venían a matar. Respondióles el capitán: 

-No os queremos matar, veníos de largo aquí donde estamos, quizá vosotros nos queréis dar guerra.

Dijeron ellos:

-No queremos.

Díjoles el capitán Cristóbal de Olí:

-Pues dejad los arcos y flechas y venid donde nosotros estamos.

Y dejáronlos y fueron donde estaban los españoles parados en el camino todos los señores y caciques con algunos arcos y flechas y recibiéronlos muy bien y abrazáronlos a todos y llegaron todos a los patios de los cúes grandes y soltaron allí los tiros. Y cayéronse todos los indios en el suelo, de miedo y empezaron a escaramuzar en el patio, que era muy grande. 

Y fueron después a las casas del cazonci y viéronlas y tornáronse al patio de los cinco cúes grandes y aposentáronse en las casas de los papas que tenían diez varas -que ellos llaman pirimu- en ancho y en los cúes que estaban las entradas de los cues y las gradas llenas de sangre del sacrificio que habían hecho. Y aún estaban por allí muchos cuerpos de los sacrificados. Y llegábanse los españoles y mirábanles si tenían barbas. Y como subieron a los cúes y echaron las piedras del sacrificio a rodar, por las gradas abajo y a un dios que estaba allí llamado Curitacaheri, mensajero de los dioses. Y mirábalo la gente y decía:

-¿Por qué no se enojan nuestros dioses, cómo no los maldicen?

Y trujeronles mucha comida a los españoles y no había mujeres en la ciudad, que todas se habían huido y venido a Pázcuaro y a otros pueblos. Y los varones molían en las piedras para hacer pan para los españoles y los señores y viejos. Y estuvieron los españoles seis lunas en la ciudad (cada luna cuenta esta gente veinte días) con todo su ejército y gente de México. Y a todos los proveían de comer pan y gallina y huevos y pescado, que hay mucho en la laguna. 

Y desde a cuatro días que llegaron, empezaron a preguntar por los ídolos y dijéronles los señores que no tenían ídolos, y pidiéronles sus atavíos y lleváronles muchos plumajes y rodelas y máscaras, y quemáronlo todos los españoles, en el patio. Después de esto empezáronles a pedir oro y entraron muchos españoles a buscar oro a las casas del cazonci.


(Tomado de: González, Luis. El entuerto de la Conquista. Sesenta testimonios. Prólogo, selección y notas de Luis González. Colección Cien de México. SEP. D. F., 1984)

lunes, 28 de octubre de 2024

Arenga de Iturbide al Congreso, 1822

 



Arenga de Iturbide 

Al instalar el Congreso el 24 de febrero de 1822 

[Alabanza a la Independencia.]


Agustín de Iturbide 

Señor:

Bien puede gloriarse el pueblo mexicano de que puesto en posesión de sus derechos, es árbitro para fijar la suerte y los destinos de ocho millones de habitantes y de sus innumerables futuras generaciones. Esta gloria, digna de una nación virtuosa e ilustrada, fue justamente uno de los motivos sublimes que me decidieron a formar el plan de independencia, que firmé hoy hace un año en Iguala, y dirigí al Virrey, y a todos los jefes y corporaciones de esta América; que el 2 de Marzo proclamé y juré sostener con el Ejército Trigarante y que ratificado en Córdoba el 24 de Agosto recibe por último todo el lleno en la feliz y deseada instalación de V.M. 

Confieso ingenuamente que si jamás me arredraron las grandes dificultades que de suyo presentaba la empresa, tampoco estuvo en mi previsión el colmo de los felices acontecimientos que apresuraron y siguieron el éxito, que creo no acaban aún de desenvolverse, y han de formar un cuadro que vean con asombro nuestros nietos. ¡Lejos de mí la vana presunción de arrogarme el pomposo título de libertador de la patria! Soy el primero que tributo la más sincera gratitud a los esforzados ciudadanos que con su valor, su celo, su ilustración y desinterés cooperaron a mi designio para llevarlo felizmente al último término. 

Empero, tengo las dulce satisfacción de haber colocado a V.M. augusta en el sitio donde deben dictarle las mejores leyes, en total quietud, sin enemigos exteriores ni en la vastísima extensión del Imperio, pues que no pueden considerarse como tales, por su nulidad, trescientos españoles imprudentes que existen en el castillo de San Juan de Ulúa, ni los poquísimos mexicanos que por equivocados conceptos o por ambición propia, pudieran intentar nuestro mal. La dominación que sufrimos trescientos años fue sacudida casi sin tiempo, sin sangre, sin hacienda, de un modo maravilloso. El país está enteramente tranquilo y bien dispuesto: el Dios de la Sabiduría y de los Ejércitos, así como protegió visiblemente al trigarante mexicano, se digne por su infinita misericordia ilustrar y sostener a V.M. 

En efecto, me lisonjeo de haber llegado al término de mis ardientes votos, y miro con placer levantarse el apoyo de las esperanzas más halagüeñas, porque nuestra felicidad verdadera ha de ser el fruto de los desvelos, de las virtudes y de la sabiduría de V.M. Señor, aún no hemos concluido la grande obra, y no faltan peligros que amenazan nuestra tranquilidad; no más que amenazan. 

Por fortuna está uniformado el espíritu de nuestras provincias; ellas espontáneamente han sancionado por sí mismas las bases de la regeneración, únicas capaces de hacer nuestra felicidad, y ya dan por concluida, conforme a sus votos, la constitución del sistema benéfico que ha de poner el sello a nuestra prosperidad; no faltan, con todo, genios turbulentos que arrebatados del furor de sus pasiones, trabajan activamente por dividir los ánimos e interrumpir la marcha tranquila y majestuosa de nuestra libertad. ¿Quién hay que pueda ni se atreva a renovar el sistema de la dominación absoluta, ni en un hombre solo, ni en muchos, ni en todos? ¿Quién será el temerario que pretenda reconciliarnos con las máximas aborrecidas de la superstición? 

Se habla, no obstante, se escribe, se declama contra el servilismo, bajo el concepto más odioso; se señalan con el dedo partidario de él; se cuenta su excesivo número; se exagera su poder, y tal vez se añade, por un audaz de mala intención, que el gobierno le favorece. Por el contrario, ¡qué de invectivas contra el liberalismo exaltado! Se persigue, se ataca, se desacredita, como si estuviéramos envueltos en los funestos horrores de una tumultuosa democracia, o como si no hubiese más ley que las voces desconcertadas de un pueblo ciego y enfurecido. Se cree minado el sodio augusto de la Religión y entronizada la impiedad. ¡Qué delirio! así se siembra el descontento, se provoca la desunión, se enciende la tea de la discordia, se preparan las animosidades, se fomentan las facciones y se buscan las trágicas escenas de la anarquía. Estas son puntualmente las miras atroces de unos pocos perturbadores de la dulce paz. ¡Seres miserables que vinculan su suerte en la disolución del Estado, que en las convulsiones y trastornos se prometen ocupar puestos que en el orden no pueden obtener, porque carecen de las virtudes necesarias para llegar a ellos; que a pretexto de salvar a los oprimidos, meditan alzarse con la tiranía más desenfrenada; que a fuer de protectores de la humanidad, precipitan su ruina y desolación! ¡Ah! líbrenos el cielo de los espantosos desastres que se nos han pronosticado por algunos espíritus débiles y por otros dañados para los momentos críticos en que vamos a constituirnos. Las naciones extranjeras nos observan cuidadosamente, esperando que se desmientan o verifiquen tan ominosos anuncios, para respetar nuestra cordura o para aprovecharse de nuestra ineptitud. 

Pero V.M., superior a las instigaciones y tentativas de los malvados, sabrá consolidar, entre todos los habitantes de ese imperio el bien precioso de la unión, sin el cual no pueden existir las sociedades; establecerá la igualdad delante de la ley justa; conciliará los deseos e intereses de las diversas clases, encaminándolas todas al común. V.M. será el antemural de nuestra independencia, que se aventuraría, manifiestamente destruida la unidad de sentimientos; será el protector de nuestros derechos, señalando los límites que la justicia y la razón prescriben a la libertad, para que ni quede expuesta a sucumbir al despotismo, ni degenere en licencia que comprometa a cada instante la pública seguridad. Bajo los auspicios de V.M. reinará la justicia, brillarán el mérito y la virtud; la agricultura, el comercio y la industria, recibirán nueva vida; florecerán las artes y las ciencias; en fin, el Imperio vendrá a ser la región de las delicias, el suelo de la abundancia, la patria de los cristianos, el apoyo de los buenos, el país de los racionales, la admiración del mundo y monumento eterno de las glorias del Primer Congreso Mexicano

Desde ahora me anticipo, Señor, a celebrarlas, y tan satisfecho del acierto en las deliberaciones del Congreso, como decidido a sostener su autoridad, porque ha de cerrar las puertas a la impiedad y a la superstición, al despotismo y a la licencia, al capricho y a la discordia, me atrevo a ofrecerle esta pequeña muestra de los sentimientos íntimos e inequívocos de mi corazón y de la veneración más profunda.


(Tomado de: Briseño Senosiain, Lillian; Ma. Laura Solares Robles y Laura Suárez de la Torre (investigación y compilación) - La independencia de México: Textos de su historia. Tomo III El constitucionalismo: un logro. Coedición SEP/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. México, D.F., 1985)


jueves, 24 de octubre de 2024

Población mexicana en Estados Unidos 1900-1930

 


Población mexicana en Estados Unidos 

Segundo periodo 1900-1930


La primera década: (1900)

La tasa de emigración aumentó durante los primeros diez años del siglo XX debido al desarrollo de los ferrocarriles y la agricultura en el suroeste de Estados Unidos. El crecimiento decenal de los inmigrantes en la década 1890-1900 fue todavía de dos dígitos, 16 mil, mientras en la década siguiente fue de tres, 119 mil, siete veces más.

Cambió el patrón de migración, los mexicanos, antes sólo presentes en los territorios que fueron de México, empezaron a desplazarse hacia Illinois y otros estados, llevados por la construcción del ferrocarril y por la necesidad de mano de obra en las industrias de esa área

La segunda década: (1910)

La Revolución Mexicana (1910-1920) que cubre los años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), llevó a Estados Unidos la primera gran oleada de inmigrantes mexicanos. Dos razones se sumaron para inducir la emigración, la Revolución en México y las necesidades adicionales de mano de obra tanto en el campo como en las fábricas de Estados Unidos, por los que se iban a la guerra. Según los censos, México perdió casi un millón de habitantes entre 1910 y 1921. Se estima que menos de medio millón emigraron en ese periodo; los demás fueron los muertos de la Revolución. 

Por la Revolución Mexicana personas de clase media y alta abandonaron el país en esos años. Pocas de ellas se quedaron. En términos numéricos no fueron muchas, pero fueron relevantes por su calidad intelectual. Los que se quedaron no solo revitalizaron lo mexicano en la comunidad en campos de la cultura, sino que impulsaron el liderazgo ya que al contar con recursos tanto económicos como intelectuales, alcanzaron altas posiciones en la sociedad norteamericana y lograron educar mejor a sus hijos. Algunas familias de abolengo en San Antonio tiene sus orígenes en esos inmigrantes. 

La necesidad de mano de obra, a partir de 1916 cuando Estados inicia su participación en la guerra, acalló con rapidez el temor creciente que estaba motivando la migración mexicana en algunos sectores conservadores de la sociedad norteamericana. 

La Ley de Inmigración de 1917, que imponía un impuesto personal a los mexicanos, restringía la entrada a los analfabetas y concedía una estancia máxima de seis meses para los inmigrantes bajo contrato, fue objeto de fuertes protestas por los empleadores y las autoridades federales tuvieron que eliminar dicha restricciones, situación que prevaleció hasta 1921. 

Además, se incrementaron también las migraciones al medioeste, en particular hacia Illinois, Michigan, Ohio e Indiana donde había industria pesada y empacadoras de carne. Miles de trabajadores mexicanos fueron llevados a Chicago para romper la gran huelga de 1919. Así, el aumento decenal de migrantes en 1920 sobrepasa el doble del que hubo al final de la década anterior, como se puede observar en la tabla 2. En total, acumulados en la década 1910-1920 emigró cerca de un cuarto de millón de personas. 

La tercera década: (1920) 

Los mexicanos siguieron llegando en números crecientes durante la primera parte de la década, pese a que los restriccionistas habían creado para entonces un ambiente hostil hacia los inmigrantes. El flujo tanto legal como de indocumentados había crecido y era evidente que decenas de inmigrantes se habían asentado en aquel país, lo que alarmó a los angloamericanos conservadores que atacaron a los mexicanos con todo tipo de argumentos racistas. Los debates que se dieron en esos años en el congreso estadounidense fueron candentes y constituyeron el primer precedente de fuertes discusiones sobre la migración mexicana al más alto nivel legislativo. 

Sin embargo la Ley de Inmigración de 1924 se aprobó sin restringir la inmigración mexicana, porque los representantes de los intereses económicos no tenían la certeza de que dada las cuotas impuestas para la inmigración europea, se pudiera satisfacer sus necesidades de mano de obra. Las discusiones sobre la inmigración mexicana cesaron cuando las condiciones económicas cambiaron hacia la mitad de la década y se reiniciaron con fuerza a fines de 1929, por el comienzo de la Gran Depresión. 

Las cifras acumuladas son ya menores que en la década anterior, 16 mil en 1930 contra 258 mil en 1920. Por primera vez, desde que comenzó la emigración de dos dígitos en 1900, el crecimiento se redujo. (Columna 3 de la tabla 2.)


(Tomado de: Diaz de Cossío, Roger; et al. Los mexicanos en Estados Unidos. Sistemas Técnicos de Edición, S.A. de C. V. México, D. F., 1997)

lunes, 21 de octubre de 2024

Panteón de San Fernando

 



Panteón de San Fernando 

Gerardo Díaz | Historiador

Un espacio difícil de imaginar como museo es un panteón, lugar que, independientemente de la religión que se adopte, es interpretado como un recinto de descanso para los restos de las personas y, por ende, digno de respeto. 

A unos pasos de la Alameda Central de Ciudad de México se encuentra el panteón de la iglesia de San Fernando. Este sitio alberga a importantes figuras de la historia mexicana. El más destacado de ellos es sin duda Benito Juárez, junto a él, tumbas y mausoleos de virreyes, militares y artistas pasan desapercibidos debido a las vialidades aledañas y por la búsqueda prioritaria de la estación Hidalgo del metro, que está a unos cuantos pasos. 

Este recinto llegó a ser la última morada más importante de México y una de las más caras y exclusivas. Ha sido refugio de las tumbas originales de otros constructores de la patria como Vicente Guerrero e Ignacio Zaragoza, quienes posteriormente fueron exhumados y trasladados a recintos distintos. La tumba del general conservador Miguel Miramón también se encuentra ahí, aunque vacía, pues al morir don Benito la viuda de Miguel, Concepción Lombardo, decidió que su esposo no podría descansar junto a su eterno enemigo y lo trasladó a Puebla. 

Dada su importancia histórica, el panteón fue declarado monumento histórico por el Instituto Nacional de Antropología e Historia y con el paso de los años fue reconocido como un sitio que merece la pena ser visitado, entre otras cosas, para concientizarnos de lo efímero que es el ser humano.


(Tomado de: Díaz, Gerardo. Panteón de San Fernando. Relatos e historias en México. Año XII, número 137. Ciudad de México, 2020)








jueves, 17 de octubre de 2024

Noche Triste: victoria y duelo

 


XIX. Victoria y duelo 

Los días que siguieron a la huída de la Noche Tenebrosa fueron de victoria y duelo para los mexica. Durante varias semanas resonaron los atambores y teponaztles de las pirámides convocando a tlatelolcas, tenochcas y a sus aliados. Tres ceremonias embargaron a los de México: el sacrificio de los prisioneros teules; el duelo de los caídos, de los muertos en el canal de los Tolteca y de los llanos de Otumba; y la elección y consagración del nuevo señor. Finalmente trataron de reconstruir su ciudad y rehacer la moral del Imperio mexicano ganando aliados en las tribus neutrales. Una versión española pretende que un corto grupo de españoles cortados del núcleo de Cortés volviera sobre sus pasos y se hiciese fuerte en el Palacio de Axayácatl, en donde fueron lentamente exterminados.

Las versiones indígenas no mencionan el hecho, siendo además improbable si atendemos a la imposibilidad material de atravesar la erizada ciudad y el hecho de que los caballos y cadáveres rellenaron los tajos y sobre muertos pasaron las columnas de la retaguardia. El problema, pues, al que se enfrentaron los mexica al día siguiente fue el de limpiar de cadáveres la laguna. El informante de Sahagún nos dice que lo sacaron en lanchas y los regaron en los cañaverales; se les despojó del oro y del jade. A los españoles muertos los pusieron en lugar especial, "los retoños blancos del cañaveral, del maguey, del maíz, los retoños blancos del cañaveral son su carne", sacaron los caballos y las armas, la artillería pesada, arcabuces, ballestas, espadas de metal, lanzas y saetas, los cascos y las corazas de hierro, los escudos. También se recogió el oro disperso. 

Pero quienes no habían muerto en combate, quienes no habían perecido ahogados en la laguna sino que habían sido arrancados de la columna de fugitivos y hechos prisioneros, fueron sacrificados. Durante varios días resonaron lúgubremente los huéhuetl del templo mayor convocando a tlatelolcas y a tenochcas a presenciar el sangriento rito destinado a aplacar la cólera de los dioses ofendidos; grupos de españoles y tlaxcaltecas fueron llevados al recinto del Coatepantli, se les hizo escalar las graderías de la pirámide y colgados en el área de los sacrificios (techácatl) se les abrió el pecho para ofrecer el corazón a Huitzilopochtli, el dios solar y de la guerra. Sus cráneos -el despojo y trofeo que recordaba su época de cazadores de cabezas- fueron colocados en el andamio de cráneos, el Tzompantli

Del hacinamiento de muertos de la laguna y calzadas separaron a los suyos. Buscaron a los nobles y a los sacerdotes, los condujeron en medio del llanto de los deudos, los ataviaron con sus plumas y joyeles. Entonces fueron incinerados sus cuerpos y la pira flameó en medio del llanto de la tribu.

Muchos eran los caciques muertos, muchos los guerreros de Tenayuca, de Cuautitlán, de Tula, de Tulancingo, de Texcoco. 

La ciudad de México contempló la cremación de los suyos y lloró amargamente. Creyeron que los españoles "no regresarían jamás”.

Habían huido el mes Tecuilhuitontli. Pero había que restaurar el brillo de las ceremonias de los meses: se barrió el templo, se colocaron los ídolos en los altares, se les adornó con plumas de quetzal y con collares de jade y turquesa, se les engalanó con sus máscaras de mosaico de piedras preciosas y se les atavió con florido ramos.

También la ciudad fue lentamente reconstruida; se limpiaron las calles de tierra, se quitaron los obstáculos en las calzadas se repararon los puentes. Pero las casas y los palacios quemados y derruidos quedaban como un mudo testimonio de la fuerza implacable de los blancos los "irresistibles”.

Algo que preocupó de inmediato al consejo de la tribu fue la elección del nuevo señor. El consejo electoral, sin el fausto y grandeza de antaño, señaló a su nuevo caudillo: Cuitláhuac, el animoso señor de Iztapalapa al que Gómara llama "hombre astuto y valiente"; era el noble afrentado que Cortés retuviera prisionero y sólo dejara libre a instancias de Moctezuma para pacificar a los suyos, pero en realidad el hombre que dejara los grilletes no para obedecer a su rey sino para conducir a su pueblo. Éste fue el elegido, el Huey tlatoani nuevo de México. Cuauhtémoc, el otro mancebo héroe de la resistencia, dio su voto por el valeroso señor de Iztapalapa. 

Ahora no habría caravanas de víctimas precediendo la exaltación. Pero es seguro que algunos prisioneros blancos fueron utilizados en las ceremonias propiciatorias. Cuitláhuac pudo contemplar a su alrededor a los caciques de su mermado imperio jurando fidelidad: allí estaban los caudillos del valle mexicano, del hoy Guerrero, parte de Veracruz y de Morelos. 

Otro príncipe fue ungido como Tlatoani:  Coanacochtzin. Texcoco pudo saludar a un descendiente de Nezahualcóyotl como su nuevo señor. Volvían así a quedar integradas las cabezas de la triple alianza: Cuitláhuac, Coanacoch y Tetlepanquetzal; los señores de México, Texcoco y Tacuba. 

Pero cuando el Imperio empezaba a incorporarse de su pasada ruina, cuando los mensajeros de México recorrían el país buscando la alianza de las tribus, se extendió una epidemia. Reinó un calor sofocante, llegó un temible y desconocido mal, las viruelas. Un soldado negro de Narváez había contagiado a los costeños, a los totonacas, y desde allá se propagó el mal; caía sobre una humanidad no vacunada por el mal, sobre hombres sin resistencias naturales, y el país entero fue víctima de la enfermedad. Los indios La llamaron huezáhuatl. Como lepra cubrió a los enfermos: 

"Mucha gente moría de ella, y muchos también morían de hambre; la gente, en general, moría de hambre, porque ya nadie se preocupaba de la gente [enferma], nadie se dedicaba a ellos. A algunos la erupción sólo acometía en lugares aislados [con pústulas] a grandes distancias y no los hacía sufrir mucho, ni de ella morían tampoco muchos. Y en muchos hombres se afeaba la cara, recibían manchas en la cara o en la nariz, algunos perdían un ojo [o] cegaban completamente.”

Y en el duelo de la epidemia, México hubo de llorar una pérdida: Cuitláhuac, el señor de México, quien murió a los ochenta días de su exaltación, víctima del maldito huezáhuatl, terminando así el caudillo de la expulsión de los teules. 


Tomado de Toscano, Salvador (prólogo de Rafael Heliodoro Valle) - Cuauhtémoc. Lecturas Mexicanas, número 20, CFE/SEP, México Distrito Federal, 1984)