La Historia de Mexico y de los mexicanos como se ha escrito: a través de diarios, de proclamas, de actas, de folletos, de libros. Los testimonios, los datos fríos, los análisis, las letras espontáneas de los corridos. Finalmente, nuestra historia. ¡No nos pierdas la pista!
El himno mexicano, el segundo más
bonito del mundo
Nuestro himno tiene el
segundo lugar a nivel mundial, el primero unánimemente fue otorgado a Francia.
Todas las pláticas sobre él contienen este diálogo:
-Nuestro
himno es muy bonito.
-
Sí, dicen que es el segundo más bonito del mundo, después del francés.
Lo curioso es que, al
menos, en Chile y Costa Rica se sostiene lo mismo.
La versión sobre el ranking
mundial de himnos es prueba de la velocidad con que un rumor puede convertirse,
ligado a una causa nacionalista, en un hecho social.
Ahora bien, el rumor
asegura, no sin humorismo, que fue en Viena, durante la primera mitad del siglo
XX, cuando apareció la Asociación Mundial
para la Conservación y Catalogación de Canciones e Himnos Nacionales.
Preocupada por allegarse fondos, la excéntrica asociación habría realizado un
concurso que tuvo como jurado a los mejores músicos y poetas de la época. Por
alguna extraña razón, el segundo lugar generó una rebatinga entre los jueces,
quienes tuvieron que declarar un empate entre 73 países. Sin embargo, La Marsellesa se quedó con el primer
lugar. Al poco tiempo, la Asociación desapareció, tanto por la avanzada edad de
sus miembros, como por la falta de interés que el tema generaba. No obstante,
la leyenda estaba fundada: el mexicano era el segundo himno más bonito del
mundo.
Ahora bien, sobre nuestro
himno existe un conflicto más serio. El presidente del Instituto Mexicano de
Derechos de Autor, el licenciado Larrea Richerand, descubrió, hace unos años,
que una empresa de Estados Unidos tiene registrados los derechos de autor, o
eso dicen.
Desde entonces, Larrea
Richerand ha promovido una solución entre ambos países. Según una nota de Julio
Alejandro Quijano, aparecida en El
Universal, "ninguno de los gobiernos ha hecho caso a la propuesta de
Larrea Richerand, quien cuenta que todo empezó como una historia absurda".
Un día llegó el propietario
de los derechos a la embajada de México en Washington con el descaro de querer
cobrar regalías por el uso del himno en actividades cívicas.
Este señor se llama
Henneman Harry, con número de registro internacional de autor CAE99999960. Así
que la Broadcasting Music Incorporated (BMI), sociedad recaudadora de derechos
de ejecución pública en Estados Unidos, tiene el himno nacional mexicano
firmado en "co-autoría de Henneman Harry y Nunó Jaime". Puesto que
Nunó murió en 1908, Henneman es quien quiere cobrar las regalías.
(Tomado
de: Marcelo Yarza - 101 Rumores y secretos en la historia de México, Editorial
Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2008)
Donde más manifiestamente hay formal idolatría, es al fin de
las aguas, con las primicias de una semilla menuda más que mostaza, que llaman
huautli, porque también el demonio quiere que le ofrezcan primicias: es pues esta
semilla más temprana, endurece y sazonarse que otra ninguna, y así la cogen
cuando el maíz que llaman temprano o nemesina empieza a espigar, que en tierras
calientes sucede en dos meses; desta semilla hacen una bebida como poleadas
para beberla fría, y hacen también unos bollos, que en la lengua llaman tzoalli, y éstos comen cocidos al modo
de sus tortillas.
La idolatría está en que acción de gracias de que se haya
sazonado, de lo primero que cogen bien molido y amasado, hacen unos ídolos de
figura humana de tamaño de una cuarta de vara poco más o menos; para el día que
los forman tienen preparado mucho de su vino, y en estando hechos los ídolos y
cocidos los ponen en sus oratorios, como si colocaran alguna imagen, y
poniéndoles candelas e incienso les ofrecen entre sus ramilletes del vino preparado
para la dedicación, o en los tecomatillos supersticiosos arriba referidos, o si
no los tienen en otros escogidos, y para esto se juntan todos los de aquella
parcialidad que es la cofradía de Bercebú,
y sentados en rueda con mucho aplauso, puestos los tecomates y ramilletes
delante de los dichos ídolos, empieza en su honra y alabanza, y en la del
demonio, la música del teponaztli que
es un tambor todo de palo, y con él se acompaña la canturia de los ancianos, y
cuando ya han tañido y cantado lo que tienen de costumbre, llegan los dueños de
la ofrenda y los más principales, y en señal de sacrificio derraman de aquel
vino que habían puesto en los tecomatillos, o parte o todo delante los
idolillos del huautli, y esta acción
llaman tlatotoyahua, y luego empiezan
todos a beber lo que quedó en los dichos tecomates primero, y luego dan tras
las ollas hasta acabarse, y sus juicios con ellas, y siguiéndose lo que suele
de idolatrías y borracheras. Empero los dueños de los idolillos, los guardan
con cuidado para el día siguiente, en el cual juntos todos los de la fiesta en
el dicho oratorio, repartiendo los idolillos a pedazos como por reliquias se
los comen entre todos.
Este hecho prueba muy bien las grandísimas ansias y
diligencias del demonio, en continuación de aquel su primer pecado, origen de
toda soberbia de querer ser semejante a Dios nuestro Señor, pues aun en los
misterios de nuestra Redención trabaja tanto por imitarle, pues en lo que acabo
de referir se ve tan al vivo envidiado y imitado el singularísimo misterio del
Santísimo Sacramento del Altar, en el cual recopilando nuestro Señor los
beneficios de nuestra redención dispuso que verdaderísimamente le comiésemos, y
el demonio, simia, enemigo de todo lo bueno aliña como estos desventurados le
coman, o se dejen apoderar dél comiéndole en aquellos idolillos.
(Tomado de: Hernando Ruiz de Alarcón – Tratado de las
supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios naturales
desta Nueva España. Colección 100 de México, Secretaría de Educación Pública,
México, D.F., 1988)
Gracias a
nuestro amigo Guillermo Ortiz de Montellano, tenemos algunos datos del
significado de este nombre, que obtuvo consultando sus libros y reflejando con
ello su laboriosidad y amor a los estudios.
Desgraciadamente,
la interpretación que se le puede dar a la palabra Chontalcoatlán es “Lugar en que abundan las serpientes extrañas”.
Esto es contradictorio al jeroglífico contenido en el libro de Peñafiel, que
representa una víbora de cascabel, la cual no pudo ser extraña a nuestros aborígenes.
Otra versión de la palabra “chontali” la da don Marcos F. Becerra, haciéndola
corresponder a “bárbaro”, por una combinación de las voces rústico y tierra. ¿No
podrá esta aglutinación indicar que las víboras de la región guerrerense hayan
sido más venenosas que las de otras partes? Siendo así y siquiera para formar
un equivalente ideológico aceptaremos, sin querer ni imponer la traducción ni
menos alardear de que sea correcta, que la mejor acepción de esta palabra es “Lugar donde abundanlas víboras más venenosas”.
Pero pasando
del significado de la palabra al lugar de ensueño, ubicado debajo de las
mundialmente famosas Grutas de Cacahuamilpa, resulta simbólico al descender
hacia el lecho del río subterráneo de Chontalcoatlán encontrar un magnífico ejemplar
de serpiente de cascabel, que afortunadamente es una llamada de atención para
no perder la infinidad de detalles que sin duda habremos de encontrar
posteriormente. Este incidente es como la chispa que enciende la linterna de
nuestra imaginación que insospechadamente creemos tendrá durante todo el
recorrido bajo la superficie terrestre, alimentos abundantes y variadísimos.
¿Qué
diferencia puede haber, se preguntarán algunos, entre ir por caminos
desconocidos en una noche oscura, a recorrer el túnel amplísimo donde con
curiosidad bulliciosa se internan las aguas un río? ¿No será semejante a seguir
las márgenes de la corriente en medio de absoluta ausencia de luz? No. Inmediatamente
que penetramos bajo tierra sentimos la corriente de aire encajonado con olor
muy distinto al puro y libre que respiramos en nuestras aventuras alpinas. El
rumor del líquido adquiere distintos tonos, ya que cuenta con la resonancia de
las paredes. La ninfa Eco nos acompaña y en más de una ocasión se burla de
nosotros.
La indumentaria
de rigor es la del bañista con el aditamento de la lámpara ajustada a la
cabeza, para tener las manos libres y poder, ya sea nadar o asirse de las
paredes. Aún los más potentes reflectores portátiles dan idea de poco alcance.
Las tinieblas reinan por doquier y alzando la vista extrañamos la inmensidad de
una noche estrellada o los grises matices de las nubes, perceptibles aún
estando la Luna en conjunción. Un haz de luz partiendo del punto superior de
cada uno de nosotros no sirve más que para agigantar espectros originados por
las proyecciones de maravillosas formaciones de estas galerías, que arrojan
nuestras almas a un abismo, desorbitan nuestros ojos que vanamente intentan
penetrar la penumbra, excitan nuestros cerebros y brotan ideas que en ningún
otro lugar hubieran podido surgir.
Caminamos con
el agua a la cintura, agachando la frente para iluminar nuestros pasos, vana
ilusión, ya que el agua saturada de aluvión no es penetrada por los rayos
luminosos y no sabemos si al avanzar quedaremos sin fondo a nuestros pies, lo
que nos obligará a nadar, o si un ascenso del terreno que pisamos disminuirá el
nivel del agua hasta la pantorrilla. ¿Y no es así la vida? Nuestra ridícula
inteligencia cree poder prever los acontecimientos y nos recomienda sigamos tal
dirección, pero uno tras otro dan al traste nuestros planes y nos percatamos de
la incongruencia de lo desconocido. ¡Cuán pobres de espíritu los que tienen la
presunción de poder evitar los momentos trascendentes de la existencia! Nuestro
talento no es más que un charquito de agua putrefacta, agua del río de la vida
que en una creciente inundó una depresión minúscula y que al volver las aguas a
su nivel normal ha quedado aislada, pero ensoberbecida de su origen. Nos
encerramos tras las murallas en lugar de abrir todas nuestras puertas. Tememos
perder lo que creemos tener, sin saber que con certeza recibiremos
infinitamente más de lo que podemos dar.
Dediquémonos devotamente a nuestras
labores pero permitiendo siempre que las aguas del río infinito renueven
nuestras energías ampliando nuestros alcances con los mensajes que ellas traen
y así no caeremos en el error de estrechar cada vez más nuestros panoramas.
Y si aunque
el lecho del río variara de profundidad manteniéndose las aguas a igual nivel,
nosotros lográramos sostenernos a la misma "línea de flotación”, habríamos
logrado el milagro de la fe, incomprensible para las ciencias, indiferente para
los que ven la superficie de la corriente únicamente pero nunca han caído en
una poza, esto es, para los que no han tenido ante sí una pregunta que
contestar al destino. Pero, tarde o temprano, quien tiene el entusiasmo, el
ansia de conocimiento y de comprensión, caerá en alguna poza y procurará
contestarse preguntas y después él mismo se las hará y sólo encontrará la
respuesta alejándose de la razón y de las ciencias, de la lógica y la llamada
justicia, ensimismándose en la fe que es creer en lo que no se ve ni se palpa,
ni se oye ni se gusta, creer en lo imposible pues no en otra forma logramos
identificarnos con la vida, continua contradicción, cúmulo de sorpresas.
Algún
compañero vislumbra una escalinata que parece llegar hasta besar la bóveda es
la fuente monumental formada por un conjunto admirable de sedimentos que han
adquirido la forma de toneles hacinados, de fuentes de base altísima comparada
con la profundidad de la cavidad que contiene el líquido, apiñadas a tal grado,
que sus partes superiores ya no tienen formas circulares entremezclándose unas
circunferencias con otras y formando la misma variedad de caprichosas figuras
que las que se observan al arrojar varios objetos, uno tras otro, en algún lago
tranquilo y amplio, provocando ondas en la superficie que se entrelazan de mil
maneras. Salimos del lecho del río y empezamos a ascender sobre las paredes del
túnel. Quedamos perplejos las iridiscencias que estas formaciones producen al
recibir la luz de nuestras lámparas dan la impresión de estar en un lugar
incrustado de piedras preciosas semejantes a las que la dulce plática de la
madre crea en nuestras mentes cuando oímos los cuentos de hadas. Los fogonazos
del magnesio, siendo de duración reducidísima, aún sin deslumbrarnos no
permiten formarnos un concepto completo de aquella majestad. Ni las fotos, una
vez reveladas, transmiten fielmente lo que aquello realmente es. Cada uno de
nosotros debe tener una idea distinta, muy personal, de estos lugares, pero
todas sin duda erróneas si pudieran ser comparadas con lo verdadero. Recordamos
a Goethe cuando comparó la arquitectura con música cristalizada. Aquella vasta
pileta debe ser la nota del tambor, esa otra, alta y esbelta, un agudo de la
viola. Catarata musical congelada; arquitectura espontánea, sin intromisión
humana, millares de ideas embrionarias; éxtasis. Abajo suena el río
transmitiendo siempre la idea de “adelante”, de la prisa, del ansia de llegar.
¿Llegar a dónde?
Hacemos un
descanso y apagamos todas las luces. Atraen nuestra curiosidad unos puntos
luminosos de color azul zafiro. Son luciérnagas, gusanitos arrastrados a la
profundidad de estas grutas de donde nunca posiblemente podrán salir.
Peregrinos perdidos en la inmensidad de esta noche que es siempre y que no sabe
de auroras ni crepúsculos. En obscuras noches se gestan los días luminosos.
Obscuridad
donde se antoja vagar sin rumbo ni objeto, confiando en que alguien guíe
nuestros pasos. Pero somos tan pueriles que, al querer alcanzar una de esas
minúsculas fosforescentes criaturas, sin preocuparnos de alumbrar nuestra
trayectoria, recibimos un golpe seco con alguna roca cuya lengua colgante pasó desapercibida
a nuestra memoria. El golpe nos resta orgullo, nos muestra insignificancia y
aunque obstaculizó nuestro intento, nos hizo adelantar en el camino de la luz
espiritual, como debe haberle sucedido a Job quien, no obstante lo que en
contrario dice la Biblia, debió creer más ne Dios, por razón humana, cuando fue
sujeto a más pruebas que antes. ¡Quién vive en la abundancia, tiende a olvidar
los problemas primeros!
Un compañero
pregunta la hora. ¿Qué significado tienen aquí las horas? ¿Qué significado
tienen las distancias si ni aun poniendo las propias manos casi tocando
nuestras narices podemos verlas? ¿Qué significado tiene nuestro deseo de
recorrer el Chontalcoatlán en este momento y en este lugar? Ninguno. Si
desmenuzáramos nuestras vidas en una infinidad de segundos, veríamos lo poco
importante que es cada uno y toda ella, máxime que ella no es más que un
segundo comparada con el infinito. ¿No es pues conveniente dejar de
preocuparnos de nuestras tristezas y contratiempo intentando adivinar los campos
que nuestra vista alcanzan?
Se pueden
acercar las paredes laterales del conducto subterráneo y nosotros nadaremos. Se
pueden anteponer rápidos que intenten estrellarnos contra las rocas. Los golpes
y las heridas no deben distraernos. Vamos ávidos buscando los horizontes
infinitos pero viendo lo infinito en todo lo que nos rodea. Nuestra posición,
después de todo, es un horizonte infinito para los que vienen muy atrás y
siempre seguiremos a otros y otros nos seguirán a nosotros. Somos como las
aguas de los ríos, que no tienen principio ni fin.
Los
maravillosos encajes que forman estalactitas y estalagmitas en continua
vertical, alcanzan en algunos lugares tales dimensiones que más asemejan
laberintos encantados que al golpe de un codo o una mochila dejan escapar notas
graves y sordas. Las que penden de las bóvedas que a veces tienen alturas hasta
de sesenta o setenta metros, dan la impresión de enormes candelabros que faltos
de luz quisieran irradiarla. Las estalagmitas desean alcanzar a sus hermanas las
estalagmitas pero tienen que esperar pacientemente la caída de millones de
gotas que contengan el material que ha de solidificarse, de acuerdo con ciertos
procesos físicos para elevarse unos cuantos centímetros más. Están ya a punto
de tocarse algunas y sus nudosos cuerpos dan muestra de las dificultades que
han tenido. Otras, aparentemente de distinta familia, parecen hojas de plantas
gigantescas que buscaran inútilmente al Sol del que sólo han oído hablar. En su
afán, cada una de ellas toma distinta posición según la roseta de los vientos.
Ruidos
extraños se oyen en dirección de donde tenemos enfocada la vista e imaginación.
Una oleada de tenue luz nos viene al encuentro. Las chachalacas que habitan en
la salida de las grutas son las que motivan el alboroto. Poco a poco vamos
olvidando que llevamos linternas en las cabezas. Vamos dejando atrás la noche.
Ha llegado nuestra aurora. Se va haciendo, no de un golpe sino poco a poco, la
luz. Volvemos a la vida física. Volvemos a donde la criatura humana. Salimos
del infierno de los aztecas: la negra oscuridad.
Ya afuera, ni
aún los rayos esplendorosos del Sol logran penetrar el agua para permitirnos
ver los obstáculos que existen en el fondo del río. Las aguas turbulentas están
demasiado llenas de cuerpos en suspensión para ser claras. Más adelante, mucho
más adelante esas mismas aguas serán tranquilas y transparentes. Se habrán
despojado de todas las partículas de tierra y el lecho del río podrá ver al Sol
y el Sol podrá regocijarlo y nosotros podremos ver a dónde poner los pies pero
al saberlo yo no veremos dónde pisamos.
Las revueltas
aguas de nuestra juventud tampoco son cristalinas pero a medida que nos
acercamos al misterio, al tranquilizarnos, se van aclarando. Pero ni aún
entonces podrán dar imágenes exactas por los fenómenos de refracción. Posiblemente cuando se evaporen, posiblemente.
¿Y si no? Posiblemente después, posiblemente.
De improviso
las aguas se tornan más turbias. Es que se han unido en un solo cauce las del
Chontalcoatlán y las de su gemelo el San Gerónimo, estas últimas siempre han
sido más frías y también más oscuras, llegando a tonos chocolatosos.
El recorrido
del San Jerónimo es mucho más largo, no tiene el entreacto de “Agua Brava” que
es un respiro psicológico. Desde que penetramos por el callejón extraordinario
de cortinajes pétreos que parece la antesala del infierno, nos vemos obligados
a luchar tenazmente, venciendo sitios como el bautizado “El Pongo” en recuerdo
de la novela “La Vorágine” de Rivera. La fuente monumental aunque menos
espectacular que la del chontal, implica encaramamientos de unos sobre los
hombros de los otros, y los rápidos son más numerosos y veloces.
Naufragan
nuestras esperanzas de llegar alguna vez a caminar sobre aguas transparentes.
Nuestras vidas también se verán enturbiadas con el vómito intempestivo de
elementos cargados de opacidad y no posiblemente sino probablemente, nunca
abandonemos este camino fangoso donde bajo la corriente presurosa nuestras
piernas luchan por dar lentos, inseguros, tambaleantes pasos, no siempre hacia
adelante.
(Tomado de: Luis
Felipe Palafox – Horizontes Mexicanos. Editorial Orión, México, D.F., 1968)
La historia de las andanzas de Lorenzo
Boturini Benaduci en Nueva España parece ser el resultado del modo de sentir de
muchos novohispanos de las clases altas y de los patrones de gobierno de las
autoridades virreinales. Este caballero Boturini, nacido en Italia, vivió en
Viena por algún tiempo y, debido a que la corte de España ordenó, por guerra
entre España y Austria, que todos los italianos saliesen de los dominios
austríacos, pasó por Portugal y luego a España. Sin arraigo en ésta, aceptó
venir a Nueva España, en 1735, a gestionar el pago que la condesa de Santibáñez
cobraba en México como descendiente del emperador Moctezuma.
No se sabe por que razones el pasaporte y
la licencia para viajar al virreinato no cumplían todos los requisitos que
exigían las autoridades metropolitanas. Para salir de España no tuvo mayores
dificultades; éstas vendrían después. Llegó a México en febrero de 1736.
Como se recordará, en 1737 la Virgen de
Guadalupe fue proclamada patrona de la Ciudad de México, y la curiosidad de Boturini
se despertaría ante esta manifestación de fe popular. Se interesó por averiguar
el origen del culto a la imagen conservada en el Tepeyac. Dicen sus biógrafos
que anduvo buscando testimonios que documentaran la aparición a Juan Diego.
Durante ese tiempo no sólo recogió la tradición oral de la historia
prehispánica, sino también muchos otros documentos que han sido considerados
muy valiosos para conocer el pasado de México.
Mientras todo fue afán de satisfacer su
curiosidad de anticuario parece que no tuvo dificultades. Según los catálogos o
inventarios que existe de su colección, pudo reunir una considerable cantidad
de manuscritos y pinturas antiguas. Pero no paró allí su interés por las cosas
de Nueva España. Poseído de fervor guadalupano, quiso contribuir al mayor
esplendor de la Virgen, gestionando su coronación, para lo cual se acogía a la
gracia que concedía la basílica vaticana de Roma de que fueran coronadas
públicamente las imágenes "taumaturgas". Aquí ya entraba en terrenos
ajenos y no iba a poder actuar con independencia de los órganos de gobierno
colonial. La Audiencia de México pasó por alto la licencia que debía expedir el
Consejo de Indias para llevar a cabo la coronación, se mostró anuente a los
deseos de Boturini y le permitió seguir adelante con los preparativos. Estaba
Boturini recogiendo limosnas o donativos para costear la ceremonia cuando llegó
a Nueva España el virrey Fuenclara. Antes de llegar a la capital, en Jalapa se
enteró de lo que se proponía don Lorenzo. La desconfianza con que se miraba a
los extranjeros hizo que el virrey pidiera un amplio informe sobre la estancia
del italo-español. Inmediatamente fue llamado a comparecer ante el alcalde del
crimen y se le procesó. Fue acusado de ser extranjero y hallarse en el país sin
la debida licencia, de haber recogido donativos sin permiso, de haberse
atrevido a promover el culto de Nuestra Señora de Guadalupe siendo extranjero y
de haber tratado de poner en la corona de la Virgen otras armas que las del
rey. Fue puesto en prisión en febrero de 1743. Papeles, ropa y dinero le fueron
embargados y de todo el asunto se dio cuenta al rey.
Boturini se defendió enérgicamente durante
su proceso y logró demostrar su inocencia, pero el virrey juzgó que era mejor
alejarlo de Nueva España y dio orden para que saliera hacia España a principios
de 1744. Con trabajos llegó a Madrid, pues unos corsarios ingleses apresaron el
navío en que viajaba, le quitaron su equipaje y lo desembarcaron en
Gibraltar. De allí, a pie, se fue a España. Se presentó ante el Consejo de
Indias pidiendo que se le hiciera justicia y reclamando sus papeles. El rey
había mandado amonestar a los oidores de México por no cumplir con todos los
trámites en los negocios de Boturini, pero no encontró reprensible su interés
de anticuario. Accedió a recompensarlo por el trabajo que había realizado al
juntar los documentos y aprovechar sus conocimientos para que escribiera una
historia de los indios. Le concedió licencia de volver a México y le nombró
historiógrafo de Indias. Pero Boturini no vivió lo suficiente para gozar del
favor del rey. Se quedó en España y allá murió en 1751. Su famosa colección,
llamada Museo, quedó depositada en la secretaría de Cámara del virreinato.
Esos papeles, a los que se refieren
posteriores historiadores lamentándose de su pérdida, fueron utilizados por don
Mariano Veytia (Mariano José Fernández de Echevarría y Orcolaga, Alonso Linage
Veytia), criollo distinguido, abogado e historiador, nacido en Puebla de los
Ángeles en 1720. Su padre fue José de Veytia, oidor decano de la Real Audiencia
y primer superintendente de la Casa de la Moneda, y un tío abuelo, don José
Veytia Linage, autor de la célebre obra Norte de la Contratación de Indias.
Estudió en México, en donde obtuvo los grados de bachiller en artes, en 1733, y
en leyes, en 1736, y el título de abogado en 1737. Viajó extensamente por
Europa y visitó Jerusalém y Marruecos. Después de servir al rey en la
península, volvió a su patria, a la muerte de su padre, para ponerse al frente
de los negocios de la familia.
En Madrid tuvo estrecha amistad con
Boturini, a quien alojó en su casa. Allí escribió Lorenzo su libro Idea de una
nueva historia de la América septentrional y también allí fue donde Veytia
recibió las primeras ideas de las antigüedades mexicanas, que más tarde habían
de servirle para redactar su libro Historia Antigua de México.
Veytia dejó varios escritos inéditos, entre
otros una pequeña obra llamada Baluartes de México, en la que da noticia
de cuatro santas imágenes de Nuestra Señora, que se veneraban en cuatro
santuarios, a los cuatro vientos de México. De las cuatro, " la más
prodigiosa y que verdaderamente se lleva la admiración y asombro... es la de
Guadalupe ". Si se desconociera el lugar y la fecha de su nacimiento,
leyendo sus obras advertiríamos su amor y preferencia por la historia de los
indios, y podríamos determinar la época en que vivió y su nacionalidad.
(Tomado de: María del Carmen Velázquez - El
despertar Ilustrado. Historia de México, tomo 7, El despertar Ilustrado, Salvat
Mexicana de ediciones, S.A. de C.V., México,D.F., 1978)
(1921-1999)
Actor, empresario y luchador profesional originario de Letonia. Dejó su país
natal desde temprana edad y llegó a vivir a la Argentina, donde desarrolló su
gusto por la lucha grecorromana, aunque debido a su precaria situación
económica se vio obligado a pedir limosna. Buscando alcanzar Estados Unidos,
llegó a México en 1946. Durante algún tiempo realizó pequeños trabajos, pero
fue en la lucha libre donde comenzó a ganar reputación, llegando a pelear
contra personajes de la talla de El Santo o Blue Demon. Hacia 1948 debutó como
actor de teatro bajo la dirección de Seki Sano, en Un tranvía llamado Deseo y un año después logró hacer su primera
incursión en cine al lado de Germán Valdés, “Tin Tán”. A partir de ahí se
convierte en una figura socorrida en la pantalla grande alternando escena con
los más grandes actores y luchadores.
(Tomado de:
Muy Interesante, septiembre de 2018, no. 09. 100 Extranjeros que amaron México)
Un atleta
llamado Deseo
Llegó a
México a mediados de los años 40, proveniente de Argentina, a donde había
arribado de Lituania, un pequeño país al norte de Europa. Aquí se ganaba la
vida como luchador y entró a la academia de actuación del renombrado maestro
japonés, Seki Sano. Con el tiempo, se ganó a pulso el personaje de Stanley
Kowalsky, en la primera puesta escénica de Un
tranvía llamado Deseo, de Tennesse Williams; su actuación es ya una leyenda
en el teatro mexicano. Su presencia exhala sexualidad de la cabeza a los pies y
su voz rasposa lo identifica plenamente. En cine, su personificación del héroe
de cómic “Neutrón”, que apareció en cinco películas, lo hizo inmensamente
popular. Estuvo espléndido también en La
bestia magnífica, Ladrón de cadáveres (la obra maestra de Fernando Méndez)
y La última lucha. Es el atleta con
más credibilidad de nuestro cine. (Luis Terán)
Partes
memorables de su cuerpo:
Los ojos,
labios, tórax, piernas y derrière.
Su papel más
sexy:
Bobby
Galeana, en Pepe, el toro.
Su escena más
provocadora:
Cuando se
deja seducir por Miroslava en La bestia
magnífica.
(Tomado de:
Somos, especial de colección núm. 6, Los símbolos sexuales + ardientes del
mundo, Editorial Eres, S.A. de C.V. México, D.F., 1997)
Guadalajara parecía predestinada a convertirse en una gran
urbe: el conquistador de sus tierras, Nuño de Guzmán, enemigo jurado de Hernán
Cortés, logró separarla de los confines de la Nueva España y convertirla en
capital del reino de Nueva Galicia. Guadalajara tuvo Audiencia propia,
independiente de la de México, pero el reino era pobretón y la ciudad capital
apenas contó durante el virreinato.
Fundada definitivamente en 1540 en un territorio en el que
habían vivido unos indígenas tan primitivos que ni siquiera dejaron huellas de
su paso, Guadalajara sobrevivió trabajosamente a las continuas incursiones de
chichimecas empeñados en expulsar a los intrusos. Hacia 1700 apenas albergaba
quinientos españoles, quinientos negros y otros tantos indios y mestizos. Sólo
existían casitas de adobe y no había jardines; el drenaje, a cielo abierto,
daba origen a mortíferas enfermedades.
Apenas a mediados del siglo XVIII fueron construidos los
portales de la plaza principal. La catedral con sus torres de “alcatraces al
revés” no fue concluida sino hasta 1854, y las bóvedas del imponente Hospicio
Cabañas acababan de ser cerradas en 1810, cuando el edificio fue destinado a
servir de cuartel para los soldados que libraban la guerra de Independencia.
Paradójicamente, al revés de Guanajuato, la guerra atrajo a Guadalajara muchos
miles de individuos que huían de la violencia desatada en sus comarcas, y con
esto la ciudad empezó a crecer aceleradamente. Hacia 1820 ya tenía unos 30,000
habitantes. Medio siglo antes se había comenzado a producir en sus alrededores
el aguardiente de tequila a escala industrial.
(Tomado de: Armando Ayala Anguiano - ¡Extra! Contenido.
México de carne y Hueso III. Tercer tomo: La Nueva España (1). Editorial
Contenido, S.A. de C.V., México, D.F., 1997)
Se trata de un
detallado mapa en el que se muestran más de 400 terrenos demarcados por caminos
y canales. La mayor parte de estos terrenos aparecen con sus respectivos
dueños, representados mediante una cabecita con su glifo onomástico y una
glosa. Frente a estas tierras, y a lo largo del margen derecho del mapa, se
dibujaron los gobernantes de Tenochtitlan desde Itzcóatl hasta Luis de
Santamaría Cípac, lo que permite inferir que las tierras frente a ellos es
Tenochtitlan.
La falta de un
topónimo hace muy difícil precisar en qué lugar estaban ubicadas estas tierras.
La única posible referencia es un gran dique y la iglesia de Santa María, según
indica una glosa. El problema es que en diferentes momentos, distintas personas
fueron retocando el documento original, cubriendo con papel amate algunas de
sus partes o raspando su superficie para hacer nuevos dibujos. La iglesia de
Santa María, por ejemplo, es un añadido posterior como lo corrobora su estilo y
el tipo de letra de su glosa. Algo similar sucede con el dique que fue cubierto
con papel amate para cambiar su trayecto.
Fecha de
elaboración. El último gobernante en la lista es Luis Santamaría Cípac, quien
gobernó entre 1563 y 1565. Es por tanto muy probable que el Plano fuera
elaborado en ese período.
(Tomado de:
María Castañeda de la Paz – Plano parcial de la Ciudad de México. Arqueológica
Mexicana, edición especial #42, La colección de códices de la Biblioteca
Nacional de Antropología e Historia. Editorial Raíces, México, D.F., 2012)
Imposible
imaginar seres más caprichosos, más locos que las calles de Tasco. Odian la
línea recta por su fealdad matemática; detestan la horizontal por su falta de
espíritu. Aquí, en Tasco, las calles avanzan, suben, descienden, tuercen a la
izquierda, después a la derecha; de pronto se encabritan en una barranca, o se
arrepienten y regresan al punto de partida. ¿Quién dijo que las calles fueron
inventadas para ir de un sitio a otro, o para dar salida a las casas? Las
calles de Tasco existen como entes de sinrazón, lo cual justifica su existencia
más que si lo fuesen de razón. Algunas son puramente decorativas como el
espacio que se abre, hacia algo desconocido, entre los bastidores de una
trascendental decoración de teatro. Otras quieren ceñir a la población,
viboras rellenas de plata alrededor del abdomen excesivo, y renuncian,
desmayan lánguidas y se pierden en la ladera de un cerro. Después inventan un
pretexto para reanudarse, pero no donde debieran, sino en el sitio que a su
pereza conviene.
Las calles de
Tasco llevan una ventaja sobre las de otros reales de minas, como Guanajuato o
Zacatecas, y es que no hay en ellas esas odiosas escaleras; todas son en forma
de rampa, aunque tengan cuarenta y cinco grados de pendiente y los tacones se
claven, como garras, en los intersticios del empedrado. ¡Qué románticas, de
noche, con su vetustez, su silencio y su farol colonial en la esquina! Cale hay
que no tiene en su ámbito una sola puerta o ventana; admirable para un idilio
de sordomudos, sería como si estuviesen en el país de los ciegos sin serlo
ellos.
Pero hablemos
de algunas calles cuya historia o tradición llega a nosotros.
La calle más
importante es la Antigua Calle Real. Atraviesa la población entrando por el
Norte y sale por el Sur para seguir la ruta de Acapulco. Pero serpea a su
antojo; procura cruzar por sitios cuyo paisaje encanta; es una buena
propagandista de Tasco. Los nombres de sus tramos variaban con el sitio que
recorrían: Calle Real de San Bernardino de Siena; Calle Real de los Mercaderes;
Calle Real de San Nicolás y que hoy ha cambiado y son: del coronel Agustín
Tolsá, de la Libertad y de Porfirio Díaz.
La Calle del
Arco, acaso la más característica, parece que antaño se llamó de San Sebastián.
La Calle de Pineda debió sin duda su nombre a algún minero prominente que
llevaba ese apellido. La Calle de la Muerte se designó así por el esqueleto de
piedra que, roído de años y amarillecido de intemperies, gesticula sobre la
puerta que da acceso a la escalera de la torre sur del templo. La Calle de la
Veracruz nos lleva a la capilla de su nombre y la de Guadalupe trepa –calvario
cotidiano, coronado por la riqueza del paisaje- hasta el templo de igual
designación. El Callejón del Nogal, más que cerrado, ciego, con un recodo a su
entrada para que nadie pueda inspeccionarlo atrevido, se indigna porque lo usan
como letrina…
Algunas
tradiciones se relacionan con las calles. Dicen que doña Elena de Añorga, dueña
que fue de la riquísima mina del Espíritu Santo, mandaba peones que alfombraban
con barras de plata las calles por donde tenía que pasar cuando venía a Tasco.
La Calle de las Estacas que cruza la barranca así llamada, debe su nombre a
unas estacas que había en la parte más baja; todavía muestran allí unos grandes
bloques de piedra con el hueco que sostenía las estacas. Servían éstas para
clavar en ellas a las mujeres que hacían torpe o ilícito comercio de su cuerpo.
La rebeldía
de las calles de Tasco, al no querer seguir un plan definido, ha hecho que, sin
pensarlo, se formen entre ellas huecos que no ha sido posible llenar de casas:
entonces se realizó el prodigio de las plazas de Tasco.
(Tomado de: Manuel
Toussaint (texto) y Francisco Díaz de León (grabados) - Oaxaca y Tasco)
Todo el siglo
anterior lo hemos pasado luchando por la libertad.
Luchamos por
ella cuando el dominio español hincaba sus garras en esta joven América.
Sacudido su yugo, vino un tirano, audaz y de odiosa memoria: Iturbide. Hizo
traición a los españoles para después hacer traición a los mexicanos. Con su
vida pagó su audacia.
Después, en
lucha siempre por la libertad, se regaron los campos con sangre hermana. El
clero, por medio de sus mercenarios, quería imponerse, pero las ideas
democráticas y republicanas se lo impedían: la fresca savia de este pueblo tan
befado y hostigado repudiaba las tenebrosidades del claustro y por naturaleza
odiaba las opresiones vergonzosas.
Con
vertiginosidad pasmosa sucedían presidentes a los presidentes. Sus
administraciones efímeras no eran más que el reflejo de ese ir y venir de ideas
que se encontraban, y después de una corta lucha decidían una situación.
La patria
sangraba. La República era un inmenso campo de batalla. El hambre hacía víctima
y la peste asolaba las comarcas, y los campos fecundos se convertían en yermos.
Y continuaba
la pugna.
Al anglosajón
le correspondía representar su papel: sangrando, la patria tuvo que sufrir una
dolorosa amputación, quedando sus miembros amputados en poder del cirujano.
Muchos lloramos esa pérdida, pero el dolor se olvidó con nuevos dolores.
El enemigo
irreconciliable del progreso volvió a atentar contra las libertades públicas, y
el mismo déspota que vendió por un puñado de dólares la integridad de la patria,
siempre afiliado a su partido tenebroso, porque siempre han hermanado la
soldadesca y el fraile, removió el rescoldo y se avivaron los odios, y la
sangre hermana continuó empapando los campos.
Pero vino la
mejor época para las instituciones democráticas. Una época que había de decidir
la suerte de los dos partidos antagonistas: la de la Reforma. No obstante que
la patria sangraba, tuvo vigor para sostenerla, porque ese era el remedio de
sus males porque con la Reforma habían de recibir libertad sus hijos y con
ellos asegurarían sus derechos y podrían reclamar sus prerrogativas. Ya no
habría esclavos en el territorio mexicano; todos seríamos iguales; todos
podrían abrazar el oficio o profesión que tuvieran por conveniente; a nadie se
juzgaría sino por ley expresa; las ideas podrían ser emitidas libremente; ya no
habría prisión por deudas, ni penas infamantes ni trascendentales, etcétera,
etcétera. Pero esas libertades no convencían al enemigo de la libertad, y
volvieron a ensangrentarse los campos y la patria volvió a sangrar.
El enemigo de
la libertad, en su despecho, echó un lazo al cuello de la nación y la sujetó a
los pies de un déspota europeo.
La patria,
indignada, rompió sus cadenas y ensució con la sangre del déspota el Cerro de
las Campanas.
Volvimos a
aspirar un soplo de libertad, bajo el gobierno del Benemérito de las Américas
pero murió el coloso, el que encarnaba las aspiraciones nacionales, porque él
había sostenido nuestra bandera en la época de prueba, la bandera de la
libertad que tanto amamos y que tanto se nos arrebata.
Otro coloso,
de enorme talento y de firmes convicciones, ocupó el puesto del anterior; pero
la revolución, so pretexto de un plan regenerador, lo derrocó.
Triunfó
Tuxtepec; su programa de regeneración política lo acreditó y le abrió los
brazos de todos los mexicanos.
No
reelección, moralidad administrativa, sufragio libre, libertad de prensa,
supresión de las alcabalas, supresión del timbre, etcétera, etcétera, formaban
ese halagador programa.
La República
se conmovió hondamente ante tales promesas, y como joven, se entregó a la
voluntad del iniciador de tan simpáticas ideas.
Veinticuatro
años llevamos de esperar a que se cumpla el programa y en balde hemos esperado.
Las cosas siguen como antes, con el agravante de haber perdido la libertad de
sufragio, la libertad de prensa, la libre manifestación de las ideas, en lo que
se refiere a asuntos políticos, y de haber reformado la Constitución en el
sentido de que haya reelección indefinida y de haber dado cabida, en un programa
que se decía liberal y regenerador, a ese odioso espectro que se llama política
de conciliación. De modo que una administración que comenzó liberal termina
conservadora y que las instituciones democráticas y federales han sido
desalojadas por el centralismo y la autocracia.
Por lo que se
ve, habiendo luchado por la libertad todo el siglo XIX, estamos condenados a
seguir luchando por ella en el presente.
No obstante,
no debemos desmayar, que las debilidades políticas se quedan para espíritus
medrosos y voluntades nulas; no debemos encontrar en la decepción un pretexto
para huir de la refriega, sino un estímulo para procurar que en lo de adelante
sean un hecho, y no una quimera, las libertades públicas.
Regeneración,
n. 21. 7 de enero de 1901.
(Tomado de: Armando Bartra (Selección) - Ricardo Flores
Magón, et al: Regeneración, 1900-1918. Secretaría de Educación Pública,
Lecturas Mexicanas #88, Segunda Serie, México, D.F., 1987)
El mexicano de Abel Quezada: manual de usos y
costumbres
Ficción voluntariosa y
anhelante, relato especular, la indagación sobre "el mexicano"
requiere que todo un pueblo se convierta en persona, derive en carácter y al
fin ascienda al cielo de los arquetipos. Desde esa altura metafísica tendrá que
responder a nuestras acuciantes y repetitivas preguntas: ¿Qué somos? ¿Qué deuda
acumulada nos inquieta? ¿Qué destino se manifiesta en nuestras abulias,
desgracias, cantares, salsas picantes y bravatas de cantina?
En tonos que van de la
comprensión condescendiente al regaño desesperado, no pocos de los intelectuales
mexicanos del siglo XX han solicitado la comparecencia de un ente que es el
albacea de nuestra diferencia idiosincrásica, en buena medida proyección de
nuestra complicada estancia en los limbos e infiernos de la historia. Estos médicos
de almas colectivas han concluido que "el
mexicano" es el nombre común de un hondo desasosiego que requiere,
para empezar, de muchas explicaciones, largas terapias y, sobretodo, de
instructivos para su manejo. El diagnóstico conjunto señala que nuestro máximo representante
es una criatura empachada de pasado, asolada por sus espectros y sitiada en su
incurable soledad.
Samuel Ramos, el autor del
primer clásico de estas pesquisas introspectivas, El perfil del hombre y la cultura en México (1934), extrapola un
concepto de la teoría sicológica de Alfred Adler y lo coloca en el sufrido corazón
del comportamiento mexicano: "Al
nacer México, se encontró en el mundo civilizado en la misma relación del niño frente
a sus mayores. Se presentaba en la historia cuando ya imperaba una civilización
madura, que solo a medias puede comprender un espíritu infantil. De esta situación
desventajosa nace el sentimiento de inferioridad que se agravó con la
conquista, el mestizaje, y hasta por la magnitud desproporcionada de la
naturaleza." A esta falla de origen, según Ramos, "el mexicano" le debe su gusto
imitador de las modas extranjeras y su ánimo autodenigratorio, así como su recurrencia
al camuflaje para ocultar sus debilidades, su engañosa percepción de la
realidad y su "inmutabilidad egipcia".
Emilio Uranga, en su Ensayo de una ontología del mexicano
(Cuadernos Americanos num. 2, marzo-abril de 1949), sustituye la inferioridad por
la "insuficiencia" y
califica a "el mexicano" de
sentimental, un carácter determinado por "el juego de la emotividad, la inactividad y la rumiación interior
infatigable". Nuestro compatriota es un ser ensimismado cuya frágil interioridad
se esconde de las asechanzas e incitaciones del mundo exterior a través del
fingimiento, el doblez y el disimulo. Su imaginación está enferma de melancolía;
su ánimo desganado está siempre a la espera de ser salvado por los otros.
Jorge Portilla, en su Fenomenología del relajo (ensayo establecido
en su versión definitiva en 1966, de manera póstuma), revela a "el mexicano" a través de una de las
más socorridas expresiones de su conducta pública, el ruidoso comportamiento
que a base de gestos, actitudes y palabras provocadoras, de reiteradas invocaciones
al desorden, pone en suspenso a la seriedad y desvaloriza sus contenidos.
Concluye el filósofo que aquel hombre de indudable simpatía, alma de todas las
fiestas, no se define por el humor o la ironía, "modalidades de la
libertad subjetiva [ que] aclaran los caminos de la acción", sino por el
insustancial chisporroteo del relajo: el sabotaje, la abdicación, la
seudo-libertad mediante las que consigue no elegir nada y escurrir de sus compromisos.
El laberinto de la soledad (1959) de Octavio Paz, el ensayo tótem sobre nuestra
identidad nacional, reconfirma a "el
mexicano" como un ser distante y hermético, un prófugo de sí y de los otros,
que se evade tras la hueca muralla de los formalismos y las formas. El poeta descubreque el rostro y la sonrisa, el silencio o la
palabra, el trato cortés y reservado con los que "el mexicano" se presenta en sociedad y enfrenta la mirada ajena,
son en realidad las máscaras de "un
cuerpo y un alma a la intemperie", el disfraz de un "desollado" que quiere pasar desapercibido
porque se sabe Ninguno, hijo de Don Nadie y de la Malinche, producto de la
cópula violenta entre el Gran Chingón y la Chingada. Por debajo de las malas
palabras y las dulces devociones sigue manando la hiel de la conquista, la
orfandad que busca consuelo en Guadalupe-Tonantzin. La fiesta mexicana es el
ritual estallido, la momentánea liberación, el alarido y la desgarradura de un pueblo
en el fondo triste, tan indiferente a la vida como fascinado por la muerte.
"La historia de México -resume
Paz- es la del hombre que busca su filiación,
su origen. Sucesivamente afrancesado, hispanista, indigenista, 'pocho', cruza su
historia como un cometa de jade que de vez en cuando relampaguea. En su excéntrica
tarea ¿qué persigue? Va tras su catástrofe: quiere volver a ser sol, volver al
centro de vida de donde un día -¿en la conquista ola independencia?-fue desprendido.
Nuestra soledad tiene las mismas raíces que el sentimiento religioso. Es una orfandad,
una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del todo y una ardiente búsqueda:
una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que nos unían a la
creación".
Una década más tarde, de
regreso a esos conflictivos orígenes donde dos mundos se encontraron de manera por
demás dramática, Santiago Ramírez conduce a "el mexicano" hacia el diván sicoanalítico e indaga sobre la
formación de una personalidad calificada de insegura, fatalista, "chipilona", mimética e "importamadrista", según el término acuñado
por Jorge Carrión. En El mexicano. Psicología
de sus motivaciones (1959) Ramírez perfila un eterno adolescente afectado por
"un conflicto oagudo de
identificaciones múltiples" que ha crecido con la imagen de un padre
ausente y una madre desvalorizada. Este trauma de la infancia histórica explicaría
nuestra debilidad por los caudillos y los héroes, nuestra ambivalente relación
con la autoridad, el poder y Estados Unidos, nuestro alcoholismo y
guadalupanismo –según esto, expresiones, sicopática y sublimada, del anhelo de
madre- y nuestra afición por las canciones con falsete. "El mexicano" sería, entonces, la
prolongada y doliente queja que va del "¿Somos
acaso algo?" del libro de los Coloquios
de Tlatelolco a "La vida no vale
nada" del guanajuatense José Alfredo Jiménez.
(Tomado de: Alfonso Morales
(prólogo) - Abel Quesada: El Mexicano. Los mejores cartones. Colección Espejo
de México. Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.; México, D.F., 1999)