EL CARACOL Y EL SABLE II
Los clubes liberales
La confesión del obispo Montes de Oca en el Congreso Internacional de Obras Católicas en París, de que en México, a pesar de sus leyes, la situación de la Iglesia y la pacificación era diferente, “gracias a la sabiduría y al espíritu superior del hombre ilustrado que nos gobierna en perfecta paz, hace más de veinte años”, fue objeto de una valiente respuesta en las páginas de la convocatoria del ingeniero Camilo Arriaga para organizar el Partido Liberal. Los clubes que se formaron en el país: un renacimiento del espíritu cívico, no alarmaron al gobierno; pero un año después las resoluciones del Primer Congreso Liberal, celebrado en San Luis Potosí el 5 de febrero, contenían demandas políticas para devolver al pueblo la libertad de expresión; juicio de responsabilidad para las autoridades que fueron demandadas más de cinco veces, por violación de las garantías individuales; fomento de sociedades mutualistas y limitación del clero por sobre toda otra actividad, en la educación. El delegado de Puebla, Ramírez Ramos, señaló la conveniencia de que los liberales se reunieran, ante la proximidad de las elecciones, expedición de las leyes, etcétera. La persecución policiaca se desató contra los afiliados a dichos clubes.
Del anticlericalismo se pasó a un examen más lúcido de las condiciones sociales del país. El temario del segundo Congreso –5 de febrero de 1902- contenía siete temas:
1.- Manera de complementar las leyes de Reforma y de hacer más exacta su observancia.
2.- Medidas encaminadas a hacer efectiva la libertad de imprenta.
3.- Manera de implantar prácticamente y de garantizar la libertad de sufragio.
4.- Organización y libertad municipales y supresión de los jefes políticos.
5.- Medios prácticos legales para favorecer y mejorar las condiciones de los trabajadores en las fincas de campo y para resolver el problema agrario y el del agio.
6.- Medios de afirmar la solidaridad, defensa y progreso de los clubes liberales.
7.- Temas no especificados que los clubes propongan.
El congreso no llegó a celebrarse. La policía aprehendió a los reunidos en una sesión de lectura pública, golpeó a los que acudían, cateó sus domicilios y dio término a las órdenes recibidas, haciendo desfilar a los aprehendidos por las calles de San Luis, bajo escolta militar. Uno de ellos se puso un rótulo a la espalda: “Por liberales”.
Los dominadores
A medida que la represión era más violenta –hubo varios asesinados en los estados y en los pueblos- eran más firmes las demandas políticas y mayor el esclarecimiento de las condiciones del país. En el manifiesto de 1903, escrito por Santiago de la Hoz, se decía respecto de las clases sociales: “El capitalista, el fraile y el alto funcionario, ya sea civil o militar, no son tratados en México igual que el obrero humilde o cualquier otro miembro del pueblo, oscuro en la sociedad, pero brillante en las epopeyas de la nación. Los empleados arrastran una vida de humillación y miseria...” De las libertades, se afirmaba: “...esos infelices que desfallecen en las haciendas bajo el látigo del mayoral y explotados en las tiendas de raya; esos infelices que son transportados al Valle Nacional, a Yucatán y a otros puntos y que a veces no representan más valor que el de diez o veinte pesos. El magnate –sentenciaban- ha llegado a considerar la cárcel como una propiedad suya.” El comercio era próspero para dos o tres propietarios extranjeros: las inversiones extranjeras, “los trusts, esos titanes del monopolio, sin freno que los contenga, hacen subir los precios de los artículos de primera necesidad y hacen bajar los salarios de los que confeccionan esos artículos”. La situación de los trabajadores dependía de una “administración corrompida, del concesionario, del banquero, del ferrocarrilero, del contratista de obras, del representante de compañías de navegación, del funcionario que improvisa fortunas”. La situación de la agricultura –párrafo que recuerda el testimonio de los viajeros- es el del campo deshabitado, “heredados por mexicanos indolentes o adquiridos por españoles refractarios al progreso, o por testaferros del clero que necesitan que el yanquee venga a nuestro país con iniciativa y con trabajo, están cercados e inaccesibles a la mano del agricultor, hasta que una compañía americana viene a aumentar la peligrosa cantidad de propiedades que tiene Estados Unidos en México, debido a la imprudencia del gobierno”. Esos campos, que desde las líneas ferroviarias se veían poblados por seres que arrastraban una vida inhumana, habitando chozas, eran los sitios de los indios, extrayendo de los magueyes el aguamiel, o abandonados para emigrar a las granjas norteamericanas “a consumir sus energías en algún campo explotado por el yanquee o en la modorra embrutecedora de los cuarteles”. El pueblo analfabeto; las escuelas, muchas de ellas clausuradas por falta de presupuesto, y la enseñanza, en manos de los jesuitas, era un peligro para la conciencia cívica que, al ejercerla en actos públicos, era calificada de sediciosa.
(Tomado de: García Cantú, Gastón - El Caracol y el Sable. Cuadernos Mexicanos, año II, número 56. Coedición SEP/Conasupo. México, D.F., s/f)
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