lunes, 16 de septiembre de 2019

Leona Vicario




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Leona Vicario (1789-1842)

Llevaba cinco semanas enclaustrada en el convento de Belén de las Mochas como castigo por conspirar contra el gobierno virreinal y apoyar a los insurgentes con dinero e información. Sólo sus creencias y su amor a un yucateco de daban las fuerzas suficientes para continuar. Fue entonces cuando tres soldados se le acercaron y le sacaron de su celda. Tuvieron que pasar algunos minutos antes de darse cuenta de que se trataba de tres insurgentes disfrazados que habían ido en su auxilio. No sin dificultades, Leona Vicario vio de nuevo la libertad. Rápidamente, disfrazada de negra y montada en un burro cargado con cueros de pulque, se dirigió hacia Tlapujahua, Michoacán, en donde la estaban esperando. Unos días más tarde, Leona Vicario y Andrés Quintana Roo contrajeron nupcias. Su compromiso con el amor, la insurgencia y la libertad ya no lo podría romper nadie.
La ideología había unido a los enamorados. A pesar de estar bajo la tutela de su tío Agustín Pomposo, quien era un afecto al sistema virreinal, Leona Vicario creía en la gesta insurgente, y se apegó a ella con fuerza cuando su tutor le negó la oportunidad de unirse a su amado. Desde ese momento, doña Leona sirvió de espía, mensajera y patrocinadora del movimiento. En Tacuba, formó parte de un grupo clandestino de mujeres que también apoyaban la insurgencia. Y fue por esa razón que, al ser descubierta en marzo de 1813, fue hecha prisionera y llevada al convento de Belén.
Ya en libertad, junto con su esposo, participó activamente en el Congreso de Chilpancingo. Ambos sortearon los caminos itinerantes de la asamblea, salvando la vida en diversas ocasiones, a pesar de que en el vientre de Leona latía ya el fruto de su amor. Así como participaba en la planeación de las batallas, atendía a los heridos. El asedio realista se volvió tan estrecho y el embarazo de doña Leona tan avanzado, que el matrimonio decidió buscar refugio en la sierra de Tlatlaya. Hubo apenas tiempo para que Genoveva naciera en el piso de una choza. La felicidad de la pareja no pudo más que ser efímera. Los realistas les seguían el paso muy de cerca.
Cuando se vieron perdidos, doña Leona incitó a que su esposo escapara. Éste le dejó una carta para pedir el indulto en caso de que fuera aprehendida. El virrey aceptó la propuesta y el matrimonio viajó a la Ciudad de México en donde, alejados del movimiento siguieron sus vidas.
A su muerte, el 24 de agosto de 1842, Leona Vicario gozaba el reconocimiento del pueblo mexicano por prestar auxilio a los insurgentes, y apoyar a su esposo en la planeación y estrategias de guerra. Su valor se ha convertido en una muestra del carácter e importancia de la mujer durante los episodios históricos de México. 


(Tomado de: Tapia, Mario - 101 héroes en la historia de México. Random House Mondadori, S.A. de C.V. México, D.F., 2008)


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