jueves, 20 de noviembre de 2025

Sitio y rendición de Puebla, 1863

 


Sitio y rendición de Puebla, 1863


Fue un período extraño, después del apogeo de 1865. Nuestra victoria llegó demasiado tarde para servir de algo. El Norte había derrotado al Sur y ahora Norte y Sur se reconciliaban contra Francia y su emperador Maximiliano. Tuve tiempo de pensar en varios enigmas. Hay fuerzas y realidades más profundas que los regímenes. Son los pueblos los que hacen la fuerza y la debilidad de los regímenes. Pensamos que el pueblo mexicano era débil cuando la debilidad era la de su régimen. Al atacarla hicimos fuerte a esa República y de Juárez un héroe nacional que admiramos; como admiré a los generales Mejía y Ortega en Puebla. Los hombres de mi generación vieron el drama de 1870 y no podemos dejar de lamentar que el Mariscal Bazaine no haya imitado la noble actitud del general Ortega. ¿Por qué no copió la carta de Ortega a Forey? Me la aprendí de memoria. Ese general mexicano nos dio una lección que no entendimos sino hasta después de Sedán y Metz: cómo asumir la derrota, después de haber hecho todo su deber, intentando lograr la victoria. No, no supo encontrar las palabras, entregó las banderas…


“Orden general del cuerpo del Ejército de Oriente del día 17 de mayo de 1863, a la 1 de la mañana.

No pudiendo seguir defendiéndose la guarnición de esta plaza, por la falta absoluta de víveres y por haber concluido las existencias de municiones que tenía, al extremo de no poder sostener hoy los ataques que probablemente hará el enemigo a las primeras luces del día, según las posiciones y puntos que ocupa, y conocimiento que tiene de la situación en que se halla esta plaza; oído además por el señor general en jefe el parecer de muchos de los señores generales que forman parte de este ejército, cuya opinión va de absoluta conformidad con el contenido de esta orden, dispone el mismo señor general en jefe: que para salvar el honor y el decoro del cuerpo del ejército de Oriente y de las armas de la República, de las cuatro a las cinco de la mañana de hoy, se rompa el armamento que ha servido a las divisiones durante la heroica defensa que han hecho de esta plaza, y cuyo sacrificio exige la Patria de sus buenos hijos, para que dicho armamento no pueda, bajo ningún concepto, utilizarlo el ejército invasor. A la misma hora el señor comandante general de artillería, dispondrá que se rompan todas las piezas con que esté armada esta plaza. A la hora ya citada, esto es, de las cuatro a las cinco de la mañana, los señores generales que mandan divisiones, a cuyo celo y patriotismo queda encomendado el cumplimiento de esta orden, así como los que mandan brigadas, disolverán a todo el ejército manifestando a los soldados que con tanto valor, abnegación y sufrimiento defendieron la ciudad, que esta medida, que se toma porque así lo marcan las leyes de la guerra y de la necesidad, no los excluye de seguir prestando sus servicios al suelo en que nacieron y que por lo mismo, el citado señor general en jefe se promete que cuanto antes se presentaran al supremo gobierno, para que en torno suyo sigan defendiendo el honor de la bandera mexicana, a cuyo efecto se les deja en absoluta libertad y no se les entrega en manos del enemigo. 

Los señores generales, jefes, oficiales y tropa de que se compone este ejército, deben estar orgullosos de la defensa que han hecho de esta plaza, y si ella va a ser ocupada, es debido no al poder de las armas francesas, sino a la falta de víveres y municiones, como lo demuestra el hecho de que, hasta esta hora, toda ella con su respectivos fuertes se haya en poder del ejército de Oriente, a excepción del fuerte de San Javier y unas cuantas manzanas de las orillas de la ciudad. 

A las cinco y media de la mañana se tocará parlamento y se izara una bandera blanca en cada uno de los fuertes y en cada una de las manzanas y calles que dan frente a las manzanas y calles que ocupa el ejército sitiador. 

A la misma hora estarán presente los generales, jefes y oficiales del ejército sitiado, en el atrio de catedral y palacio de gobierno, para rendirse prisioneros: en el concepto, que respecto de este punto, el general en jefe no pediría garantías de ninguna clase para los prisioneros; y por lo mismo, los generales, jefes y oficiales ya citados quedan en absoluta libertad para elegir lo que crean más conveniente a su propio honor de militares y a los deberes que han contraído para con la Nación. Los caudales que existen en la comisaría, se repartirán proporcionalmente entre la clase de tropa. 

De orden del señor general en jefe -el cuartelmaestre general- Mendoza.”


Después que tomaron razón de esa orden los generales que mandaban divisiones y el comandante general de artillería, escribió el general G. Ortega una comunicación al general Forey, de la que transcribió copia al Ministerio de la guerra. Decía así: 


"Señor general: no siéndome ya posible seguir defendiendo esta plaza por falta de municiones y víveres, he disuelto el ejército que estaba a mis órdenes y roto su armamento, inclusive la artillería.

Queda, pues, la plaza a las órdenes de V. E. y puede mandarla a ocupar, tomando, si lo estima por conveniente, las medidas que dicta la prudencia, para evitar los males que traería consigo una ocupación violenta cuando ya no hay motivo para ello.

El cuadro de generales, jefes y oficiales de que se compone este ejército, se halla en el palacio de gobierno y los individuos que lo forman se entregan como prisioneros de guerra. No puedo, señor general, seguir defendiéndome por más tiempo. Si pudiera, no dude V. E. que lo haría. Acepte V. E...."

Los pueblos hacen los regímenes, la paz y la guerra, la fuerza y la debilidad, la enfermedad y la salud de los regímenes. Creció la República Mexicana, murió el Imperio, en México y en Francia. Juárez no se rindió nunca, ni cuando todo parecía perdido, como todo estaba perdido. Admirable tenacidad digna de Guillermo el Taciturno.


(Tomado de Meyer, JeanYo, el francésCrónicas de la Intervención francesa en México, 1862-1867, Maxi Tusquets Editores S.A. de C.V., México, Distrito Federal2009)

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