jueves, 28 de abril de 2022

Nueva España: mosaico social

 


La sociedad novohispana estaba compuesta por una amplia variedad de grupos étnicos, entre los que destacaban seis: europeos, criollos, indios, africanos, mestizos y mulatos. Las Leyes de Indias redujeron esa clasificación a cuatro grandes componentes: los blancos españoles, los indios mexicanos, los negros africanos y las diversas mezclas raciales comprendidas bajo la denominación de castas. Según Humboldt, a fines del siglo XVIII había cerca de cinco millones de habitantes en la Nueva España. De éstos, 2 500 000 eran indios, 1 025 000 criollos, 70 000 europeos, 6 100 africanos, y los restantes, más de un millón, conformaban las castas. A fines del siglo XVIII, el 98 por ciento de la población había nacido en el virreinato. 

La legislación colonial asignaba derechos y deberes específicos a cada uno de esos grupos. Desde el siglo XVI, se había impuesto una distinción jurídica y política entre la república de los españoles y la de los indios. Esta legalidad segregacionista prohibía el asentamiento de españoles en los pueblos indígenas y el de los indios en las ciudades españolas. En términos generales, la división tripartita de la sociedad feudal (nobles, plebeyos y esclavos) fue trasladada a la Nueva España, por medio de la distinción racial entre blancos, indios y negros.

No todos los peninsulares alcanzaban una alta posición social, pero todos los blancos, europeos o criollos, eran súbditos privilegiados del reino, y gozaban plenamente de sus derechos y deberes. Los indios, según la legislación colonial, eran rústicos o menores de edad, por tanto, gozaban de derechos y protecciones especiales. Por ejemplo, estaban exentos del servicio militar, de la jurisdicción del Tribunal de la Inquisición, del pago de alcabalas y de otros impuestos. A cambio de ello, como vasallos del rey de España, estaban obligados a dar un tributo personal.

Aunque el matrimonio entre individuos de diferente grupo étnico era socialmente mal visto, y en algunos casos ilegal, el mestizaje creció a través de uniones ilegítimas. A finales del siglo XVIII las castas representaban el 25 por ciento de la población total. Sin embargo, estos grupos fueron declarados "infames de derecho" por las Leyes de Indias: los mestizos por "defecto natal" y los mulatos por la marca indeleble de la esclavitud que les transmitía su ascendencia africana. En ambos casos, esa marca infamante les impedía acceder a los trabajos, oficios y puestos administrativos abiertos a los españoles y a los criollos. No podían -mestizos y mulatos- ser maestros en los talleres llamados obrajes y tenían prohibido portar armas, usar joyas y algunas otras prendas.

(Tomado de: Florescano, Enrique y Rojas, Rafael - El ocaso de la Nueva España. Serie La antorcha encendida. Editorial Clío Libros y Videos, S.A. de C.V. 1a. edición, México, 1996)

lunes, 25 de abril de 2022

José Peón Contreras

 


El poeta doctor José Peón Contreras (1843-1907)

Nació en Mérida en 1843 y murió en la ciudad de México en 1907; formó parte de la generación de poetas románticos del siglo XIX, tales como Eligio Ancona, Juanes, Irigoyen Lara, Santamaría, Ramón Aldana, Peniche Moreno Cantón, Rita Cetina Gutiérrez, Julia Feblesu, etc. Todos ellos contribuyeron con sus mejores letras a las canciones de esos años iniciando así una larga y provechosa tradición. Peón Contreras fue, además de poeta, notable comediógrafo, médico y politico. Como letrista colaboró con el legendario trovador "Chan Cil" [Cirilo Baqueiro], dejando una herencia de poemas en los que abrevaron los mejores cantilenistas y trovadores del momento.

Entre sus letras más conocidas, todas ellas musicalizadas por "Chan Cil", hay que mencionar: A María, La mestiza, Adiós, Azucena, Vuelvo a ti y Despedida. Como dato curioso, Peón Contreras escribió una poesía jocosa que estuvo de moda en Yucatán allá por 1900, se llamó La chinche y la pulga, y comenzaba así:

La chinche y la pulga

se quieren casar

no hacen la boda

por falta de pan.


(Tomado de: Moreno Rivas, Yolanda - Historia de la Música Popular Mexicana. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Alianza Editorial Mexicana. México, D.F., 1989)





viernes, 22 de abril de 2022

Maximino Ávila Camacho


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En Puebla el mando lo tenía el gobernador del estado, general de división Maximino Ávila Camacho, digo el mando y no el gobierno, porque mandaba en la zona militar, en la jefatura de Hacienda, en los telégrafos, en el correo, en la superintendencia de los ferrocarriles y en el episcopado.

Gonzalo N. Santos

Maximino, el extravagante, ambicioso y soberbio hermano mayor de Manuel Ávila Camacho, se destacó en el movimiento revolucionario por su crueldad; militó en el constitucionalismo, pero en 1920 secundó la rebelión de Agua Prieta y en 1924 combatió en Morelia a las fuerzas delahuertistas. En contraste con el ánimo conciliador de su hermano Manuel durante la guerra cristera, Maximino combatió a los católicos con ferocidad y en 1930 estuvo involucrado en las torturas de los vasconcelistas que fueron asesinados en Topilejo.

Como gobernador de Puebla, cargo al que ascendió en 1937, reprimió y censuró los movimientos obreros, y acumuló una cuantiosa fortuna que provenía de la corrupción que acostumbraba el hermano del mandatario. Furiosamente antizquierdista, mantuvo al estado fuera de las transformaciones cardenistas y fundó un grupo político que mantuvo el poder en la entidad hasta 1975.

Cárdenas designó candidato oficial a la presidencia en 1939 a Manuel Ávila Camacho, quien resultó electo ante la furia de su hermano. Resignado, Maximino esperaba un puesto en el gabinete, pero Manuel lo instó a seguir al frente del gobierno poblano hasta que concluyera su mandato, dos meses después. La oportunidad de cumplir su capricho le llegó en 1941, cuando el general de la Garza, presentó su renuncia a la Secretaría de Comunicaciones "por motivos de enfermedad". Maximino tomó su lugar.

Al poco tiempo de haber tomado el cargo, quedó de manifiesto para todos que la intención del hermano del mandatario era usar el puesto como peldaño para la presidencia y para obstaculizar la candidatura presidencial de Miguel Alemán Valdés, a quien llamó facineroso y amenazó de muerte.

El 17 de febrero de 1945, durante la inauguración del Centro de Asistencia destinado a la Confederación Regional Obrera, en Atlixco, Maximino Ávila Camacho pronunció su último discurso: "Si la reacción presenta un candidato contrario a los postulados de la Revolución, militaré en las filas de la Revolución para defender los postulados de 1910". Poco después fue invitado a un banquete que las autoridades municipales de Atlixco ofrecían en su honor, pero sintiéndose indispuesto fue necesario trasladarlo a Puebla, donde murió pocos minutos más tarde a consecuencia de un síncope cardiaco. Así, la sucesión presidencial en 1946 quedó allanada para Miguel Alemán.


(Tomado de: Molina, Sandra – 101 villanos en la historia de México. Grijalbo, Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F. 2008)




lunes, 18 de abril de 2022

10 batallas decisivas en México (II)

 


10 batallas decisivas en la historia de México [II]

Luis A. Salmerón Sanginés

(Maestro en Historia por la UNAM. Cursa el doctorado en Historia en la misma institución y es profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Especialista en investigación iconográfica y divulgación histórica)


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Batalla de Puente de Calderón

17 de enero de 1811

Ese día fueron destrozadas en Puente de Calderón, cerca de Guadalajara, las tropas insurgentes, cuyo número varía -según las fuentes- entre ochenta mil y cien mil hombres; mientras que en el bando realista, comandado por Félix María Calleja, ascendían a sesenta mil.

Los insurgentes habían instalado en Guadalajara su cuartel general a finales de noviembre de 1810, y entre el 14 y 15 de enero de 1811 partieron rumbo a Puente de Calderón, donde habían decidido presentar batalla. El general en jefe fue Ignacio Allende y el cura Miguel Hidalgo dirigió a las reservas.

Al inicio los rebeldes parecían inclinar la balanza de la victoria hacia su bando, pero después de cuatro horas de intensos combates un hecho fortuito -en el que coinciden la mayoría de los historiadores que se ocupan de la época- decidió la batalla a favor de los realistas: un cañón depositó una granada en un carro de municiones insurgente provocando una explosión y un enorme incendio en la yesca que desencadenó el caos entre los rebeldes, que iniciaron una desordenada huída que el futuro virrey Calleja supo capitalizar lanzando una feroz carga a bayoneta sobre el campo de batalla.

El desastre fue total y el inmenso ejército insurgente fue destrozado en menos de seis horas. La principal consecuencia fue la deserción: miles de hombres abandonaron el campo de batalla y fue imposible volver a reunirlos. Nunca más Hidalgo o Allende lograrían reunir un ejercito que amenazara la estabilidad de la colonia y dos meses después cayeron prisioneros en su huída al norte.

En la derrota de Puente de Calderón la discordia entre los mandos rebeldes ya se había hecho presente y tal vez fue una de sus principales causas. Con esa batalla terminó la enorme oleada insurreccional que había comenzado cuatro meses antes en el pueblo de Dolores. A partir de entonces la insurgencia perdió la fuerza inicial y luego el ejercito de José María Morelos sería derrotado en 1815.


(Tomado de: Salmerón, Luis A. - 10 batallas decisivas en la historia de México. Relatos e historias en México. Año VII, número 81, Editorial Raíces, S.A. de C. V., México, D. F., 2015)


viernes, 15 de abril de 2022

¿Quién excomulgó a Miguel Hidalgo?

 


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¿Quién excomulgó a Hidalgo?

La Inquisición recordaba en todo momento que el principio de obediencia seguía vigente a pesar de la insurrección. Los insurgentes estaban expuestos a penas de excomunión, como la que recibió Hidalgo por herejía y apostasía. Se le acusaba no tanto por sedición, sino por "errores groseros contra la fe", en concreto contra la eucaristía y la confesión. También en temas mariológicos y por fomentar prácticas inmorales. Al responder a la acusación, Hidalgo dijo en su defensa que si no hubiera sido por su levantamiento militar, no habría sido amenazado de excomunión. Las penas le parecían abusivas y las denunció. Al final, el obispo electo de Michoacán, don Manuel Abad y Queipo, decretó su excomunión ferendae sententiae en Valladolid (ahora Morelia), el 24 de septiembre de 1810. Queipo había sido amigo personal de Hidalgo, pero se opuso desde un principio al movimiento de Independencia, pues defendía la soberanía española. Este tipo de excomunión consiste en obtener la sentencia del juicio de una corte eclesiástica. Difiere de la otra forma, late sententiae, la cual es automática y se lleva a cabo en el momento mismo del acto herético.

Al año siguiente se le hizo a Hidalgo la pregunta fundamental: ¿creía compatible su estado clerical y la doctrina evangélica con la insurrección, luchar por la independencia y romper la unidad de la monarquía política? A pesar de la excomunión que le decretó el obispo Abad y Queipo, la Inquisición no lanzó contra él ningún cargo por cuestiones de fe y de costumbres. Finalmente se le impuso la pena de dimisión del estado clerical por fomentar la insurrección. Por medio de una ceremonia de terrible escenificación, perdió el fuero eclesiástico y fue entregado al brazo secular. La ejecución se llevó a cabo el 30 de julio de 1811.

Esta medida provocó los ataques de los insurgentes contra Abad y Queipo, quien irónicamente fue una de las figuras más sobresalientes del clero novohispano. Fue una de las primeras personas en pronosticar la posibilidad de un levantamiento armado si no se mejoraban las condiciones de los indios y las castas. Dirigió a Carlos IV su célebre obra Representación al rey, sobre inmunidades al clero. Queipo escribe sobre una sociedad virreinal con notables síntomas de descontento. En ese documento pospuso la abolición general del tributo a los indios y a las castas, sectores sociales marcados por el maltrato. Se atrevió a proponer una distribución igualitaria de las tierras y la libertad para establecer fábricas de algodón y lana. Sin embargo, tras enviar un informe para denunciar los actos violentos de Calleja, viajó a España para asistir a un interrogatorio por sus ideas liberales en beneficio de la independencia de América. Él mismo padeció en 1816 un proceso de la Inquisición por haber sido amigo de los insurgentes. En 1824 el régimen absolutista español lo encarceló en el monasterio de Sisla hasta su muerte en medio de la pobreza un año después.


Tomado de: Pacheco, Cecilia - 101 preguntas sobre la independencia de México. Grijalbo Random House Mondadori, S.A. de C.V., México, D.F., 2009)

lunes, 11 de abril de 2022

Viveros de Coyoacán, Ciudad de México

 


Esq. de Avenida Universidad e Ing. Pérez Valenzuela.

Atractivo parque-vivero en el que se ha desarrollado la crianza de plantas de todo tipo, que se expenden al público. El amplio terreno en el que se asientan los viveros, perteneció al rancho de Panzacola y fue adquirido por don Miguel Ángel de Quevedo para plantar allí árboles y reforzar su lucha por la reforestación de las áreas aledañas al Distrito Federal. Por tal labor, Quevedo fue conocido como el Apóstol del Árbol.

(Tomado de: Breña Valle, Gabriel, y Cháirez Alfaro, Arturo - Guía México Desconocido, Descubriendo el Distrito Federal, guía número 14, 1994. Editorial Jilguero, S.A. de C.V).

miércoles, 6 de abril de 2022

La Bejarano

 


Guadalupe Bejarano vivió en la época del porfiriato. Fue madre de un muchacho llamado Aurelio y tenía fama de bondadosa, pues acostumbraba adoptar niñas huérfanas para darles cobijo. Sin embargo, en 1892 la policía descubrió que la aparentemente bondadosa mujer era en realidad una depredadora sexual a la que le gustaba torturar a sus entenadas hasta la muerte: desde sentarlas en un comal caliente hasta colgarlas de los brazos y flagelarlas para luego dejarlas morir de hambre. Actuó entre 1885 y 1892 en la ciudad de México y se le atribuyen por lo menos tres víctimas mortales: Casimira Juárez y las hermanas Guadalupe y Crescencia Pineda. Fue denunciada por su propio hijo y murió en la prisión de Belén por causas naturales antes de que iniciara su juicio. Debido a sus andanzas, por mucho tiempo a los robachicos y secuestradores se les apodó "bejaranos".


(Tomado de: Delgado, Omar. Serial Nacional. La Bejarano. Muy Interesante. Crimen. Casos en México. Vol. VI. Editorial Znet Televisa, S.A. de C. V. Ciudad de México, 2019)