Ignacio Manuel Altamirano
Nacido en Tixtla, guerrero, en 1834; muerto en San Remo, Italia, en 1893. Hijo de humildes indios que habían adoptado el apellido de un español que bautizó a uno de sus ascendientes, llegó hasta los 14 años sin hablar el castellano. Cuando el padre fue elegido alcalde de su pueblo, pudo entrar a la escuela y más tarde ganó una de las becas creadas por el Instituto Literario de Toluca para los niños de los municipios que se distinguieran “entre los más pobres que sepan leer y escribir y tengan buenas disposiciones mentales”.
En ese instituto fue discípulo de Ignacio Ramírez en la clase de literatura y tuvo acceso a la biblioteca reunida por Lorenzo de Zavala, en la que figuraban enciclopedistas y juristas liberales, así como los más importantes autores clásicos y modernos. Su talento excepcional y su incansable dedicación a la lectura lo capacitaron rápidamente para inscribirse en el Colegio de Letrán, con el objeto de estudiar derecho. En 1854 marchó al sur de Guerrero para participar en la revolución de Ayutla al lado de Juan Álvarez. Regresó a terminar sus estudios en Letrán, pero cuando los conservadores se hicieron dueños de la capital en 1858, Altamirano se vinculó a grupos conspirativos y terminó por irse nuevamente al sur para combatir por la causa liberal. Al finalizar la guerra de Reforma fue electo diputado al Congreso de la Unión y ahí ganó renombre como orador. Tomó una vez más las armas contra la Intervención Francesa y el Imperio e intervino en forma destacada en el sitio de Querétaro.
Altamirano no fue un civil en armas, como tantos otros. Alguna vez declaró que le agradaba la carrera militar “defendiendo la libertad”. Alcanzó el grado de coronel, derrotó en Tierra Blanca a Ortiz de la Peña, tomó Cuernavaca y fue el primero en ocupar el valle de México con 500 jinetes. Parecía como si quisiera encarnar el ideal renacentista del “hombre de armas y letras”. Sin embargo, al quedar restaurada la república, afirmó: “mi misión de espada ha terminado” y decidió consagrarse por entero a las letras. En el Instituto de Toluca había escrito sus primeros versos y desde 1857 había empezado a colaborar en la prensa. En 1867 fundó El Correo de México con Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, y en 1869 El Renacimiento, que fue la revista literaria de mayor influencia en su época.
Por espacio de 22 años se dedicó a enseñar, a promover sociedades y publicaciones culturales, a ejercer la crítica literaria y a escribir su propia obra, convirtiéndose en maestro de dos generaciones y en renovador de las letras nacionales. Ocupo algunos puestos públicos y nunca se desligó totalmente de la política, pues formó parte de los que, como Ramírez, Riva Palacio y Prieto, se manifestaron en oposición a Juárez, por lo que consideraban debilidad en la aplicación de los principios liberales ortodoxos. En 1889, apremiado por la penuria económica y lamentando alejarse de México, aceptó el cargo de cónsul general en Barcelona y luego en París. Durante un viaje a Italia enfermó gravemente y murió. Por disposición de su testamento, el cadáver fue incinerado y sus cenizas recibieron un homenaje nacional al ser repatriadas. En 1934 fueron trasladadas a la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Altamirano está considerado como el escritor más importante de su tiempo. Su obra literaria comprende poesía, cuento, novela, cuadros de costumbres, crítica e historia. Se esforzó por crear e impulsar una literatura de contenido y acento nacional, pero con raíces en las ideas universales y en las obras más valiosas de otras épocas y culturas. Aspiró a fundir el rigor y la armonía de los clásicos con la corriente romántica, a la que lo inclinaban temperamento y formación. El vehemente orador político, el jacobino exaltado, como escritor fue todo ponderación y equilibrio. Su espíritu de tolerancia en el campo de las letras quedó claramente expresado en la exhortación que hizo, como director de El Renacimiento, a la concordia de los intelectuales de todos los bandos. Logró que todos colaborasen en la revista: románticos, neoclásicos y eclécticos; juaristas, progresistas y conservadores. Como José María Roa Bárcena y Manuel Orozco y Berra; figuras consagradas y jóvenes que apenas despuntaban, como Manuel Acuña y Justo Sierra; poetas bohemios y solemnes historiadores u hombres de ciencia. Por eso, los 53 números que alcanzó la revista constituyen la crónica de una época y el registro de su producción literaria y científica.
Signo del respeto de Altamirano por la cultura es el hecho de que El Renacimiento fue la primera revista mexicana que pagó a sus colaboradores (de 15 a 25 pesos, según Justo Sierra). La obra poética conocida de Altamirano se reduce a los 32 poemas que con el nombre de Rimas fueron publicados por primera vez en 1871. Son composiciones líricas, descriptivas del paisaje tropical. De la narrativa, la obra más leída es la novela corta La Navidad en las montañas (1870), que con Julia, Las tres flores y otros cuentos, forma parte de los dos volúmenes que editó en 1880 Filomeno Mata, con el título de Cuentos de invierno. La fama literaria de Altamirano, especialmente fuera de México, se debe a sus novelas Clemencia (1869) y El Zarco (1888). Por su concepción, su estructura y sus cualidades formales, Clemencia está considerada como la primera novela mexicana moderna y ha sido editada y traducida muchas veces. Las novelas Antonia y Beatriz y Atenea quedaron inconclusas. Los dos volúmenes de Paisajes y costumbres de México (1°vol., 1884; 2° vol., 1949) reúnen trabajos del género costumbrista. Los principales estudios críticos de Altamirano fueron publicados en un tomo denominado Revistas literarias de México (1868) y hay una recopilación de Discursos de Ignacio M. Altamirano (1934). Es muy vasta la nómina de ediciones y estudios relativos a su obra y su vida; la compilación más amplia hasta ahora es la que realizó Ralph E. Warner en su Bibliografía de Ignacio Manuel Altamirano (1955).
(Tomado de: Enciclopedia de México)